Félix, ¡era un Feliciano! Desde junio, la familia entera había resuelto que los 80 de la abuela se celebrarían en un crucero por Alaska, del 17 al 27 de diciembre. A Félix le tocaba conseguir su visa canadiense. Y lo fue dejando y dejando.
Ya en los finales de noviembre era fácil olvidar la dichosa visa. ¡Cada día había una juntadera y operativos de compras! Les sacó los pies a las fiestas de los tíos y llegó en el noveno “inning” a los festejos de sus padres. Entraba y saludaba deambulando como un zombi, con cuadre artificial y sin inteligencia. Siempre se sentaba en una esquinita blandiendo su celular. No paraba de digitar mensajes cual pianista.
A su alrededor se intercambiaban regalos y se cumplían estrictamente los protocolos celestiales de los angelitos. Sosteniendo las cajas en las manos, muchos abrazos y besos se daban de lado. Crujían los papeles de regalos rotos y estrujados, pero apenas se conversaba. Solo se oía: — ¡Qué chulo! No debiste… Ay, gracias, ¡qué bien me cae!
La crisis se desató el 12 de diciembre. Sin la visa, la línea de cruceros no le dejaría abordar. Su visa aterrizaría el lunes 22 de diciembre. ¡Todos se iban! El infeliz Félix no tendría con quién quedarse, hasta que Santica, la veterana cocinera, le ofreció: — pasa la Navidad en mi rancho en Los Guandules. Mi hijo Juan y yo estamos solos; mi esposo y los niños se van donde la abuela al Cercado. –
El 27 de diciembre se reencontró con su familia. Todos querían contarle lo lindo del viaje y la falta que había hecho. Varios notaban a Félix cambiado, pero no sabían en qué.
Sus amigos fueron partiendo a sus destinos. Ahora era tarde para caer de paracaidista en sus planes. Descartó ir a La Romana, pues allá estaría de seguro Claudia. No quería encontrarse con ella. En su última salida, Claudia se había marchado llorando y sin despedirse y quejándose: — ¡Tú solo atiendes tu celular! —
La noche del 19 descubrió el arbolito de su casa y hasta lo encendió. Lo había armado la misma agencia de siempre. Todos los días llegaba tan tarde, o tan temprano, según se mire, que ya lo habían apagado. No le cabía un adorno más ni otro foquito. Pero tantos adornos y luces le dejaban a oscuras.
El 20 de diciembre tropezó con el nacimiento en otro rincón de la sala. Las figuras parecían burlarse de él: reyes, camellos, pastores, ángeles y hasta la estrella; todos caminaban hacia el pesebre, pero ¡él estaba quedao!
El domingo 21 se le hizo eterno: sus amigos tardaban horas en responder sus mensajes, cada vez más frecuentes. Resacados, no dieron señales de vida hasta bien pasado el mediodía.
El lunes 22 llegó burlona y puntual su visa con su hoja de arce estampada. Sin familia ni amigos, las paredes de su casa se le cerraban encima como si fuera un haitiano detenido en el Vacacional de Haina. Con Santica como agente de viajes, a media mañana, sujetando un bultico, en una voladora, voló a su casa en Los Guandules.
El rancho era de tablas y zinc. Una rama de javilla pintada de blanco reinaba como arbolito con tres bolitas y una guirnalda de foquitos, y al pie, un nacimiento dentro de una caja de zapatos con cinco figuras: María, José, el niño, la burra y el buey. Santica le explicó sonriendo: — Nunca hemos podido comprar más figuras. Pero cuidamos tanto este nacimiento, como si fuésemos los reyes y los pastores. –.
A las 4:30 de la mañana del miércoles 24 de diciembre, soñoliento, con frío y curioso, se juntó con un gentío delante de la iglesia parroquial. Arrancaron a caminar rapidito. Abría la marcha un perico ripiao en una guagüita anunciadora. Tocaban sabroso. Bajaron por la calle San Francisco cantando aguinaldos y siguieron hasta el borde del Ozama. Todo estaba oscuro, pero muchos vecinos abrían sus puertas y hasta salían a bailar. Si había algún enfermo, los niños entraban y le cantaban “a las Arandelas”. Se tomó una foto junto al Ozama, pero no la pudo mandar. –“Aquí la señal es mala, pero las amistades son buenas —le sonrió Santica.
Al final, en la puerta de la parroquia, sirvieron con mucha elegancia un jengibre que pitaba; estaba tan caliente que el vasito había que cambiarlo de mano continuamente. Con el sol casi saliendo, abrieron las puertas de la iglesia y la gente se apiñó para ver el nacimiento viviente preparado por los jóvenes de la comunidad.
Todos hicieron silencio. Los actores intervenían pasándose un micrófono. En lo alto, la estrella; debajo, el rancho de Jesús, María y José. Los Reyes Magos eran tres choferes de moto concho.
Sus amigos fueron partiendo a sus destinos. Ahora era tarde para caer de paracaidista en sus planes
Melchor tomó la palabra: — llegamos tarde, porque me confundieron con un haitiano y casi me montan en la “camiona”.
Una pastorcita declaró: — vinimos pocos; los demás se quedaron hipnotizados por sus celulares. Venimos a darle un abrazo al Niño Jesús.
José habló muy serio: — esta noche, antes de cenar, abracémonos y demos gracias al niño Jesús por tenernos unos a otros, la fe y la comunidad.
Finalmente, María sentenció: — esta Nochebuena, que cada familia se reúna a celebrar el nacimiento de Jesús. Naciendo entre nosotros, nos enseñó que Dios nos toma en cuenta a toditos para que así mismo le prestemos atención a cada persona. Guardemos este mensaje en nuestros corazones. Luego María se viró hacia el caminito que iba al Palacio de Herodes y concluyó: — por ese camino, nos perdemos
Félix se fijó en el Palacio de Herodes. Tenía tres puertas: una era una botella, otra una banca de apuestas y la otra, ¡un celular!
Durante la misa del gallo, Félix miraba de reojo el Palacio de Herodes y sus tres puertas; luego miraba el rancho de María. Su mensaje le recordaba a Claudia.
Los días restantes se fueron rápidos.
El 27 de diciembre se reencontró con su familia. Todos querían contarle lo lindo del viaje y la falta que había hecho. Varios notaban a Félix cambiado, pero no sabían en qué. Lo descubrió una primita, tan bella como pícara: — Ahora Félix aprieta más cuando abraza y hasta mira a los ojos, ¡por fin dejó su saludo de marciano distraído!
Hacia las 10 de la noche, la mamá notó que Félix iba a salir.
— ¿Para dónde vas? —
— Claudia me invitó a comer pizza. —
— Ahí está tu celular. ¿No te lo llevas? —
— Lo dejo por si acaso se me olvida que no me hace falta–.
Estas preguntas te pueden ayudar a compartir este cuento en una comunidad o grupo de amigos
1. ¿Dónde está lo bonito de la Navidad de la familia de Félix?
2. ¿Dónde está lo bonito de la Navidad de Santica en Los Guandules?
3. ¿Qué pasó entre Félix y Claudia?
4. ¿Por qué las puertas del Palacio de Herodes tenían forma de botella, de banca de apuestas y celular?
5. Comenta las palabras de cada uno de los personajes del nacimiento.
6. ¿Qué mensaje sacas de este cuento para tu vida?
7. Al final, se puede leer en voz alta al profeta Isaías en el capítulo 43, los versos 1 al 21, donde aprendemos cómo es la atención del Señor para cada uno de nosotros. Nuestro Padre nos toma tan en serio que su Hijo nació entre nosotros para abrir un camino a través de nuestros desiertos y soledades hacia los demás. ¡Feliz Navidad!
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