A CIPF, CIFT y los que sigan.

I. En uno de sus viajes, el principito aterrizó en un planeta muy extraño. Desde lejos se veía un resplandor que centelleaba como si fueran estrellas, pero al acercarse descubrió que no eran estrellas, sino luces de tiendas, escaparates brillantes, enormes árboles de plástico y personas sofocadas, marchando a doble paso y con cajas de regalos más grandes que ellas mismas.

—Qué planeta tan curioso —pensó—. Aquí la gente corre mucho… pero no parece ir a ningún lugar. La ciudad brilla como una estrella… pero nadie la mira.

Caminó despacio, esquivando adultos apresurados que con su marcha mecánica hostigaban su paso.

El principito decidió adentrarse en una pequeña plaza. Allí vio a una niña de cabello oscuro, sentada sola sobre un banco de madera, como si fuera el trono correspondiente a su ropaje de princesa. A diferencia de los demás, la Princesita no tenía prisa. Entre sus manos sostenía un pequeño pesebre de madera: un establo minúsculo con un niño aún más diminuto acostado en un pequeño montículo de heno tallado.

—Hola —dijo con una inclinación de cabeza—. ¿Por qué no corres como los demás?

La Princesita levantó la vista. Tenía unos ojos muy tranquilos, como lagos en invierno.

—Porque estoy esperando —respondió.

—¿Esperando qué?

—La Navidad.

II.        El principito miró alrededor. Había miles de luces, árboles artificiales, escaparates gigantes, música que salía de altavoces. Todo parecía indicar que, si la Navidad era una fiesta, había llegado ya.

—¿Y no ha llegado? —preguntó él, confundido.

Ella lo negó con un gesto suave.

—No, de verdad.

El principito se sentó a su lado. Siempre había tenido un talento especial para ver más que la corteza y escuchar lo invisible.

—Entonces, ¿qué es la Navidad? —preguntó—. Todos parecen celebrarla, pero nadie se detiene a verla.

La princesita abrazó el pequeño pesebre como quien sostiene un tesoro.

—La Navidad es cuando compartimos ilusionados y recordamos que Dios quiso nacer pequeñito, como un bebé pobre, en un lugar frío. Que vino sin ruido, sin lujo, sin nada… solo con amor. Y que ese amor es tan grande que ilumina a todos, incluso a quienes no lo buscaban o esperaban.

El principito observó las luces de la ciudad.

—Pero aquí hay luces por todas partes —dijo—. ¿No son para recordarlo?

La niña princesita sonrió con un poco de tristeza.

—Esas luces… brillan, claro que sí. Pero no calientan. La Navidad es una luz que deja menos frío por dentro. La gente ha confundido brillo con calidez.

El principito recordó a su rosa. Ella también a veces confundía brillo con amor. Y él también.

—En mi planeta —dijo él— aprendí que caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos. A veces hay que detenerse para encontrar lo esencial. ¿Pasa lo mismo con la Navidad?

Y ella asintió.

—Exactamente. Para entenderla hay que desacelerar. Salirse por un momento del camino que todos siguen. Los grandes creen que la Navidad es correr, comprar, adornar, beber, comer y reír… pero en esas líneas rectas se pierden. Van tan rápido que no pueden ver lo que están celebrando.

El principito frunció el ceño.

—Entonces… ¿La Navidad está perdida?

—¡Nooo! —dijo la princesita—. Solo está escondida. Como una semilla bajo la tierra. Parece que no está…, pero espera que alguien la vea.

El principito se levantó. Le gustaban las cosas que parecían tímidas adivinanzas. Le recordaban a su flor.

—Y, ¿por qué un niño? —preguntó—. ¿Por qué Dios eligió venir así, pequeño, frágil, sin otro poder que su presencia?

La princesita acarició con un dedo la figura del niño Jesús.

—Porque los caminos difíciles llevan a destinos hermosos —dijo—. Y hacerse pequeño es difícil. Hacerse pobre, más aún. A pesar de eso, Dios eligió ese camino para estar cerca de los que sufren, de los que tienen frío, de los que están solos, de los que necesitan más.

—¿Por qué?

—Para que nadie pueda decir: Dios está muy, muy lejos; en Navidad se hizo el más cercano. Y para que lo podamos reconocer, se hizo pequeñito e igual a nosotros.

El principito pensó en lo que oía. Siempre había creído que lo esencial era invisible a los ojos. Ahora comprendía que también podía parecer endeble e indefenso.

Engalanados con sus ropajes, caminaron juntos por las calles.

III.       Pasaron frente a tiendas llenas de regalos vistosos, donde los adultos parecían olvidar que existía algo más allá de sus listas de compras. Pasaron junto a hombres disfrazados de Santa Claus que, con cadencia sonora, sonreían con cara de abuelitos, aunque más comedidos y con menos alegría, entrega y entusiasmo. Pasaron por casas donde los árboles tenían tantas luces que casi no podía verse el verde.

—¿Y dónde está la Navidad verdadera? —preguntó el principito.

La princesita se detuvo. Señaló una ventana humilde que traslucía una familia mientras cenaba junta: menos cosas en la mesa que miradas tiernas y satisfechas.

—Ahí —reiteró la princesita antes de añadir: Y aquí, con nosotros dos y con mi primita que pronto va a nacer.

Luego señaló un refugio donde unos voluntarios servían chocolate caliente a personas que no tenían hogar.

—¡Ah!, y allá, donde se da lo que no se tiene y se espera lo que no siempre llega.

Finalmente, señaló su diminuto pesebre.

—Y siempre, dondequiera que alguien recuerde que la Navidad es amor, un amor que se comparte y no se economiza ni agota, pues se renueva en cada nacimiento, en cada bienvenida, en cada sacrificio, en cada abrazo.

El principito sintió algo cálido, como una llama suave en el pecho.

—Entonces… —¿Cómo se la explicaría yo a un niño de otro planeta? —preguntó.

La princesita respondió sin titubear:

—Cuéntale que en Navidad nació la esperanza: la de alguien mayor que tú y que yo y que mi primita que está por llegar, aunque igualito a cada uno de nosotros tres. Una esperanza tan pequeña que cabía en un pañal de tela. Tan frágil que necesitaba brazos para no morir de frío. Tan sabia que eligió un establo en vez de un palacio. Tan humilde que se hizo rodear de pastores. Tan solidaria que ni siquiera dejó de compartir con bestias. Tan grande que, aunque parecía frágil, trastorna el mundo.

—¿Y cómo es posible todo eso?, la interpeló.

—Tú lo sabes. Cuando encuentras un diamante que no es de nadie, es tuyo. Cuando encuentras una isla que no es de nadie, es tuya. Porque, así como tú posees las estrellas, dado que nadie antes que tú soñó con poseerlas, ese niño desde su pesebre nos hace soñar en lo que nunca hemos visto y en poseer lo que jamás nadie antes que tú soñó con tener. Porque, desde tiempos de Navidad, a cada cual Él solo le recuerda lo que está a su alcance realizar.

El principito sonrió. Eso era algo que él entendía y muy bien.

—Gracias —dijo—. Tu Navidad se parece a mi estrella.

Ella rio.

—¿Por qué?

—Porque es muy pequeña —respondió él—. Pero ilumina más de lo que parece.

Y mientras el planeta seguía girando sin sentido, ambos, el principito y la princesita, caminaron despacio, dejando que la noche les enseñara que lo esencial no necesitaba ruido.

Solo luz.

Amor.

Estar juntos y compartir lo que va y viene.

Y un poco más de corazón. Para evitar que, a falta de Navidad y del niño Jesús, dejemos de ser niños e inocentes.

IV.       El principito cerró los ojos. Al avanzar sintió cómo la luz entraba en su pecho, calentándolo suavemente.

—Entonces —susurró—, llevaré esta luz conmigo en todos mis viajes, pues uno corre el riesgo de llorar un poco cuando se ha dejado domesticar. Al principio somos niños, aunque luego no lo recordemos. Solo un niño sabe lo que busca mientras pierde el tiempo. Y llora si les arrebata aquello que quieren, sea una pelota de trapo o una muñeca roída. Pero luego, …

—No necesitas llevarla —interrumpió la niña sonriendo—. Solo deja brillar la luz dentro de ti. Porque quien la guarda en el corazón, la comparte sin darse cuenta en todo momento y en toda ocasión. Eso es lo que nos enseña ese recién nacido en perpetua Navidad.

La despedida es emotiva, pero el principito asegura que, aunque ahora sentirá tristeza, también tendrá la alegría de haber conocido en ese planeta de gente y calles alocadas a la princesita y lo que es la Navidad.

EN ESTA NOTA

Fernando Ferran

Educador

Profesor Investigador Programa de Estudios del Desarrollo Dominicano, PUCMM

Ver más