En estos días de adviento se celebra la fiesta cristiana de la natividad o nacimiento del niño divino, el cual representa el milagro de la encarnación de un Dios en la tierra. En el pensamiento occidental, la ascendencia de un linaje celestial es un principio de significantes que tiene un contenido ético.

En distintas memorias se habla de que su nombre es Jesús, el que salvó a la humanidad y nació en un establo y fue acostado en un pesebre o corral entre animales. Con tal linaje ancestral, este pasaje teje un relato moral de humildad que modela un sacrificio, pese a su estirpe sagrada, para crear una conciencia universal, que nos ofrece un gesto que rompe jerarquías, clases, hegemonías y todas las telas de araña que se tejen con la saliva de los poderosos.

Los motivos son morales y muestran la compasión como gesto que adquiere universalidad.

Hoy quiero hablar de la compasión y su alianza con la humildad; para mí, ambas tienen una misma historia que se hila a través de los siglos, así como lo hacían las mujeres en sus casas con sus urdimbres, porque ellas tenían claro cómo mantener unidas las hebras, así como recoger y guardar los hilos restantes para volver a tejerlos en un continuo para formar otros nuevos.

El pesebre, con sus valores éticos, da un hermoso mensaje de humildad y de que las relaciones entre nosotros se puedan transformar desde la falta y desde lo que ocupan los lugares más bajos de la pirámide social. Es allí donde nace la otra verdad, de lo que no tienen poder en sus palabras.

La natividad es esencia que solo le basta el soplo para crear la matriz del mundo y dar figura a las formas y a la fuerza cósmica que gestaron al niño Dios.

Es un poderoso relato que nos alegra el alma. Es una grata sonrisa que aflora de la consciencia de hacer lo que es correcto y de tener la clara certeza de que se construye un orden moral. Es una alegoría del origen de todo lo existente. Es la expresión de los cimientos que siempre son y serán humildes entre la alianza de las madres y sus hijos. Es la clara y precisa conversación entre la humanidad y nuestra animalidad.

Ese pesebre es la perpetua unidad con la desnudez de la madre al parir y la del bebé que se formó en el agua original donde se muestran los principios. Es el estremecimiento y los signos claros del amor, la confianza, la humildad y compasión del verbo que acciona en una estancia apacible y desde las esquinas de los que no tienen pan, trabajo y están abandonados a su suerte en los territorios de guerra. Es el lugar por donde se esparcen los largos sueños de la humanidad.

En lo personal, me gusta recuperar este hermoso gesto de humildad, porque alimenta el pasto del animal humano y de lo no humano. Es un sentido de conexión con todas las especies de la tierra. Una inocencia que sin juicio consagra la rueda para tejer puntada a puntada el brillo de los rayos del sol cuando rozan desde los cielos las aguas del mar.

Es un niño descalzo, no necesita ningún adorno, posesión, estatus, orgullo, ni piedras ni humo, tan solo la simpleza de la brizna de hierbas para alimentar el ganado. Este signo me conmueve, porque nos regala el milagro de la fuerza del amor.

Es un signo que confirma que todo germinará y llenará los campos de semillas y los bosques crecerán, despejando y trascendiendo lo obtuso y los sangrientos senderos de la humanidad. No me importa si es una alegoría hermosa o un cuento de vaquero o una imaginería mesiánica.

El consumo excesivo de la cultura de los mercados capitalistas y no capitalistas se opone y deshace el pasto del pesebre. Es una cultura de lo ostentoso y del despilfarro. Es una cultura que promueve y valora la arrogancia como sentido positivo del ser. La Navidad es un espectáculo disonante, porque se llena de colores, luces y consumo excesivo para satisfacer una demanda opuesta a la ética que propone el símbolo del pesebre.

Hoy quiero hablar de la compasión y su alianza con la humildad; para mí, ambas tienen una misma historia que se hila a través de los siglos, así como lo hacían las mujeres en sus casas con sus urdimbres

Occidente tiene un egoísmo soberbio y cruel frente a otros pueblos originarios y lo que ellos consideran de otras etnias, color y clase social.

El hedonismo occidental se deshace con el orden ético del pesebre, el cual da paso a los abrazos y a la aceptación de lo diverso.

El pesebre, con sus valores éticos, da un hermoso mensaje de humildad y de que las relaciones entre nosotros se puedan transformar desde la falta y desde lo que ocupan los lugares más bajos de la pirámide social. Es allí donde nace la otra verdad, de lo que no tienen poder en sus palabras.

Es una poderosa enseñanza que conmueve como toda mitología trascendente que proviene de la psiquis.  Es la más tierna señal de que todo tiene un nuevo comienzo con la belleza de lo simple, bajo la custodia de los arquetipos que construyen la íntima comprensión de nuestra humanidad. Yo apuesto por el orden de los bosques, los sagrados misterios del nacimiento y la humildad de la estación que se inicia respetando con agrado el proyecto libre de la creación. Feliz natividad.

Fátima Portorreal

Antropóloga

Antropóloga. Activista por los derechos civiles. Defensora de las mujeres y los hombres que trabajan la tierra. Instagram: fatimaportlir

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