Ante la aparición de cada vez más frecuentes y graves casos de corrupción al interior de su gobierno, el presidente Luis Abinader ha aclarado que él tiene amigos, pero no cómplices. Esto es positivo, pero claramente insuficiente.
Es positivo porque, además de un mensaje político de creación de imagen, parece transmitir el mensaje a sus funcionarios de que no esperen su protección si son descubiertos metiendo la mano, y al Ministerio Público y el Poder Judicial que puede contar con el beneplácito del presidente si decide actuar contra ejecutivos gubernamentales o dirigentes de su partido envueltos en corrupción.
Hasta aquí la parte buena. Pero la ciudadanía espera mucho más que eso de un presidente; y también de cualquier funcionario investido de poder. Todo el mundo tiene amigos. Y debe tenerlos. Eso es lo que le da sabor a la vida. Pero el que es elegido o escogido para un alto cargo tiene que saber diferenciar entre lo que es un amigo de chercha y aquel a quien se le van a asignar grandes responsabilidades o a quien se le va a encomendar la administración de recursos públicos. Son cosas muy diferentes.
Lamentablemente, la sucesión cada vez más frecuente de nuevos casos conocidos demuestra que, sin menoscabo de muchos excelentes funcionarios, el presidente no afinó bien la puntería al momento de seleccionar los amigos a ser nombrados.
La imagen de transparencia debe cuidarse como a la niña de los ojos, porque sin ella no queda nada que exhibir
El presidente Luis Abinader tendría que cuidar como a la niña de sus ojos la imagen de transparencia o, al menos, de no tolerar la corrupción cultivada en sus inicios. Si perdió eso, ya lo ha perdido todo. Ya no tendría prácticamente nada que exhibir.
El PRM ascendió al poder gracias a que se montó en la ola de indignación que provocó el destape de los sobornos de ODEBRETH, por un lado, al hastío que ya provocaba el largo período de gobierno del PLD y al aprovechamiento del mismo que habían hecho muchos de sus dirigentes para enriquecerse. Todo llevado al límite con la forma escandalosa con que fue destituida la magistrada Miriam Germán de la Suprema Corte.
No fue por el atractivo de las promesas electorales del PRM, por lo demás, todas incumplidas después. Tampoco fue por el fracaso de la gestión económica ni social de los gobiernos del PLD, bastante satisfactoria.
Ni siquiera el caso de los sobornos de ODEBRECHT fue investigado, siendo el más escandaloso, costoso y presumiblemente más sencillo. Y a que la periodista Alicia Ortega le hizo la mitad del trabajo yendo a Brasil y descubriendo los sobrenombres (codinomes) de los sobornados, a veces con sus montos.
Habitualmente, es en la segunda mitad de los gobiernos de larga duración cuando comienzan a verse los grandes problemas. Ahora provoca mucha suspicacia la forma como se están evaluando y sustituyendo los jueces de la Suprema Corte de Justicia; mucha gente lo ve como curarse en salud, al más puro estilo de los largos gobiernos anteriores.
Ya demasiada insatisfacción provoca en la ciudadanía la no solución de las ancestrales carencias, el agravamiento de otras y la manera como las reformas prometidas se quedaron patinando en un eterno pantanal; todo lo cual se complica ahora que la economía no marcha tan bien y que la situación se ha hecho más frágil debido al convulso panorama internacional.
Cuando el presidente Abinader ascendió al poder, su prometida reforma de la Policía fue celebrada con “la muerte de dos presuntos delincuentes en un intercambio de disparos” en los alrededores de Villa Altagracia, en la Autopista Duarte, que resultó ser el asesinato a mansalva por una amplia patrulla policial de una pareja de pastores evangélicos, recién casados, que regresaban de un culto.
Tras cinco años de supuesta reforma, nos encontramos con el asesinato, en otro “intercambio de disparos”, de otras cinco personas en la Barranquita, Santiago, que, en vez de delincuentes, resulta que eran jóvenes desarmados que se ganaban la vida. Tal es el éxito de la reforma policial, muestra del tortuoso camino que tiene que enfrentar un presidente que pretende dejar un efectivo legado a la posteridad.
Y todavía la gente se pregunta qué fue de las reformas eléctrica, de agua, de seguridad social, de salud, de educación, o el caos del tránsito.
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