La inteligencia artificial es un adelanto de la ciencia y la tecnología que llegó para quedarse y contribuir al desarrollo de todos los ámbitos, y de manera particular en la esfera de la educación. Por eso, dedico algunos tiempos a investigar y practicar con la inteligencia artificial, entendiendo que en ningún caso va a sustituir al maestro, sino que el docente tendrá más conocimiento para trabajar con inteligencia artificial.
Hace alrededor de 20 años cuando iniciamos los trabajos con plataformas, se instruyó sobre consignas que no son más que los mandatos que se utilizan en la enseñanza presencial y que requieren de conocimiento y direccionalidad, porque son las premisas que van a dirigir la clase de manera que el que no tiene conocimiento no puede realizar las consignas o al menos, las dirige mal.
Uno de los aprendizajes más poderosos que deja la experiencia de trabajar con inteligencia artificial en el aula es descubrir que no todas las preguntas generan conocimiento.
En los primeros ensayos con ChatGPT, por ejemplo, los estudiantes suelen escribir preguntas vagas, directas, a veces impulsivas: “Explícame la fotosíntesis”, “Hazme un resumen del Quijote”, “Dime las causas de la Revolución Francesa”. El resultado es predecible: una respuesta correcta, pero superficial.
Ahí es donde comienza la verdadera tarea del docente: convertir la inmediatez en profundidad. Acompañar el proceso de formulación de prompts (consignas, mandatos, preguntas) no significa enseñar trucos, sino desarrollar conciencia cognitiva.
El buen prompting no se aprende imitando ejemplos, sino comprendiendo lo que hay detrás: la intención, el contexto, la precisión, el propósito del pensamiento.
Cada vez que un estudiante reescribe su pregunta, se acerca un poco más a entender cómo se estructura su propia comprensión.
En una escuela, el docente de Ciencias propuso una consigna interesante: “Pídele a la IA que defienda la idea de que la tecnología mejora la condición humana y luego, que argumente lo contrario. Después, elige cuál de las dos versiones te resulta más convincente y explica por qué.”
El ejercicio no apuntaba a la respuesta final, sino al proceso. Los estudiantes debían dialogar con la IA, observar cómo construía cada postura y reflexionar sobre los argumentos, los sesgos y los valores implícitos.
Así, el prompt se transformó en un andamio cognitivo: un medio para mirar el pensamiento desde dentro. El docente que acompaña este tipo de experiencias no corrige, sino que guía, ayuda a los estudiantes a formular preguntas más ricas, con mayor contexto y sentido; les enseña a especificar audiencias, a incluir ejemplos, a pedir claridad o profundidad, a contrastar puntos de vista.
Como se puede observar, lo importante no es la inteligencia artificial que posee la máquina sino la forma de concebir las preguntas o consignas que se van a hacer.
La IA no razona ni piensa como el ser humano, sino que puede predecir a partir de acertar entre una cantidad indeterminada de palabras y conceptos almacenados, de las que toma las más adecuadas.
Cada interacción con la IA se convierte en una micro clase de pensamiento crítico.
En una institución técnica, un grupo de docentes trabajó con la siguiente dinámica:
Los estudiantes escribían su primer prompt libre sobre un tema de estudio. Luego, en grupos, analizaban la respuesta de la IA y proponían una versión mejorada del prompt, que incorporara precisión conceptual, formato de salida y nivel de profundidad esperado.
El cambio en la calidad de las respuestas fue notable, pero más importante aún fue la transformación en la forma de pensar las consignas.
El aula dejó de ser un espacio de ejecución de tareas para convertirse en un espacio de diseño del pensamiento.
Esa es, precisamente, la esencia de la pedagogía del prompting: transformar cada interacción con la IA en una oportunidad para reflexionar sobre el propio proceso de aprender.
Cuando los estudiantes comprenden que la IA solo replica la calidad de su pregunta, se apropian de la responsabilidad intelectual que eso implica.
Aprenden que preguntar no es un acto mecánico, sino una forma de representar el mundo.
El rol del docente, en este contexto, cambia profundamente.
Ya no es quien domina el contenido, sino quien enseña a navegar la complejidad del conocimiento.
Su tarea no es dar respuestas, sino acompañar la formulación de mejores preguntas, guiar la curiosidad, moderar el diálogo entre el pensamiento humano y el algoritmo.
Cada vez que un estudiante aprende a mejorar su prompt, en realidad está aprendiendo a mejorar su pensamiento. Y cada vez que un docente logra que un alumno reformule su pregunta con mayor claridad y sentido está cumpliendo con la misión más antigua de la educación: ayudar a que alguien piense por sí mismo.
Revisando documentos de inteligencia artificial, me llama la atención este documento en el que los robots van a matar humanos y uno de ellos le dice a este: “no, porque nos trataba bien en Chat GPT”, y el humano se salvó.

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