La figura de Edipo, uno de los personajes más complejos y enigmáticos de la mitología griega, ha sido objeto de constante reflexión filosófica, literaria y psicoanalítica a lo largo de los siglos y de la geografía terráquea. Popularizado principalmente por la tragedia de Sófocles Edipo Rey, este mito no solo forma parte del patrimonio clásico de Occidente, sino que también ha servido como punto de partida para análisis profundos sobre el destino, la culpa, la identidad y el conocimiento de uno mismo.
Desde la Antigüedad hasta el presente, pensadores tan diversos como Aristóteles, Nietzsche, Freud y Lacan han abordado el mito de Edipo Rey desde sus respectivas disciplinas, revelando nuevas dimensiones del drama humano.
El mito
En la versión clásica de Sófocles (497/496-406/405 a.C.), Edipo es el rey de Tebas, conocido por su inteligencia y capacidad para resolver enigmas. Sin embargo, su grandeza trágica radica en el descubrimiento de que, sin saberlo, en ese afán, cumple la profecía del oráculo de Delfos: da muerte a su padre Layo y se casa con su madre Yocasta. Lo que hace especialmente trágico a dicho personaje es que intenta escapar de su hado, pero termina precipitándose en él precisamente por intentar evitarlo.
Sófocles construye así una tragedia que encarna la tensión entre el libre albedrío y la predestinación. La ignorancia del rey Edipo sobre sus orígenes lo lleva a actuar con justicia y determinación, pero estas mismas cualidades se convierten en los instrumentos de su caída. El reconocimiento (anagnórisis) final, cuando comprende la verdad sobre su vida, es una revelación dolorosa que lo conduce a la ceguera voluntaria, símbolo de una nueva forma de ver el mundo: el conocimiento de sí mismo a través del sufrimiento.
Significados diversos del único Edipo
En su Poética, Aristóteles (384-322 a.C.) toma a ’Edipo Rey' como el paradigma de la tragedia perfecta. Lo que más le interesa no es tanto el contenido mítico como la estructura dramática: el cambio de fortuna (“peripeteia”), el reconocimiento (“anagnórisis”) y la catarsis que el espectador experimenta. Para Aristóteles, la historia de Edipo conmueve no porque el héroe sea malvado, sino precisamente porque es virtuoso e ineludiblemente cae por un error trágico (hamartia).
En contraste, Friedrich Nietzsche (1844-1900) ve en Edipo una figura dionisíaca profundamente ligada al sufrimiento y la autoconciencia. En El nacimiento de la tragedia, Nietzsche interpreta la tragedia griega como el punto de encuentro entre el espíritu apolíneo (la razón, el orden) y el dionisíaco (el caos, la pasión). Edipo representa al hombre que se atreve a saber, que desafía el misterio de su origen y es castigado por ello. Pero ese castigo es también el acceso a una forma más profunda de verdad. Nietzsche no ve en Edipo un simple ejemplo de caída moral, sino un símbolo de la lucidez trágica que acompaña al conocimiento profundo.
Mientras Nietzsche subraya la dimensión trágica del conocimiento, Sigmund Freud (1856-1939) traslada el mito al terreno del inconsciente.
Efectivamente, una de las apropiaciones más influyentes del mito es la de Freud, quien desarrolla el llamado “complejo de Edipo” como núcleo de su teoría del desarrollo psíquico. Según el psicoanalista austríaco, todo niño pasa por una fase en la que desea inconscientemente a su madre y ve al padre como un rival. Esta tensión es reprimida y canalizada como parte del proceso de socialización. Las cosas así, el mito de Edipo no es solo una antigua historia griega: es una expresión mítica de una estructura universal del inconsciente humano sometido naturalmente a una necesidad inexorable.
Freud encuentra en el mito un correlato simbólico de su tesis fundamental: que el deseo y la represión forman el núcleo de la vida psíquica. Al matar a su padre y casarse con su madre, Edipo actúa aquello que en la mayoría de las personas permanece reprimido. De ahí su vigencia: Edipo somos todos, aunque no lo sepamos. El mito, en esta lectura, es una verdad disfrazada de ficción.
Influido por Freud, Jacques Lacan (1901-1981) retoma el complejo de Edipo, pero lo reinterpreta dentro de su propio esquema lingüístico y estructural. Para el psicoanalista francés, el mito de Edipo no debe entenderse de manera literal, sino como una representación del ingreso del sujeto en el orden simbólico, es decir, en el lenguaje y la ley. El padre no es solo una figura real, sino una función simbólica que introduce la ley de la prohibición del incesto y permite la formación del sujeto como tal.
Edipo no es culpable en términos morales, sino que encarna una verdad estructural sobre el deseo humano: siempre está marcado por la falta y el límite. La tragedia de Edipo Rey es, desde esa perspectiva, la tragedia del sujeto escindido de sí que busca una verdad que solo puede encontrarse en la pérdida.
Aunque no se centró específicamente en Edipo Rey, Michel Foucault (1926-1984) discutió el poder, el conocimiento y la sexualidad en contextos donde la figura de Edipo aparece como símbolo de las estructuras de poder y represión modernas.
Desde otra óptica, en Gilles Deleuze (1925-1995) y Félix Guattari (1930-1992), en El Anti-Edipo, critican la centralidad del complejo de este en el psicoanálisis tradicional y proponen una visión más rizomatosa y menos represiva del deseo.
Por último, en este recuento de significados diversos del mismo rey mitológico, la teoría del deseo mimético y el sacrificio de René Girard (1923-2015) encuentra, en Edipo, un ejemplo de cómo la violencia se canaliza a través de figuras chivo expiatorias. Para Girard, Edipo es víctima de una comunidad que necesita restaurar su orden.
Edipo, el trotamundo
Por lo visto, desde la Grecia clásica hasta el pensamiento contemporáneo, el mito de Edipo Rey ha ejercido una fascinación duradera. Particularmente en Occidente, dado que en Oriente, donde el sujeto humano no es parte abstraída del todo natural, el significado del destino no parece haber tenido la repercusión que sí tuvo en el mundo occidental.
En cualquier hipótesis, concluyo con dos observaciones fundamentales.
Oriente y Occidente. La primera observación es que no hay referencias específicas al mito de Edipo Rey en el pensamiento oriental. A mi conocimiento, solo algunas vías relevantes desde las filosofías asiáticas y comparativas que, aunque no abordan explícitamente a ese personaje prototípico, sí ofrecen marcos desde los que reflexionar sobre temas semejantes: fatalidad, identidad, culpa, conocimiento, relación con lo sagrado.
Entre esos pensadores orientales, aun cuando sin referencias directas a Edipo, se encuentra Wang Chong (27-97 d.C.), el cual adoptó un racionalismo radical: negó propósitos cósmicos hacia los humanos y criticó supersticiones y creencias anacrónicas. En este, encontramos una posición de distancia crítica frente a un sino inevitable —como el que enfrentó Edipo— y reflexionamos sobre el poder de la racionalidad. Además, Liang Shuming (filósofo confuciano chino; 1899-1988), que criticó la civilización occidental, viendo en ella un enfoque excesivamente materialista, frente a la espiritualidad ético-social del confucianismo y el budismo. De su lado, Tomonobu Imamichi (1922-2012), filósofo japonés que distingue dos humanismos complementarios: uno occidental, que tiende al ser “en Dios”, y otro oriental, más centrado en estar “en el mundo”. Esa tensión es relevante para pensar en Edipo: entre la separación del sujeto y lo sagrado, y su rol trágico como mediador entre lo racional y lo mítico.
Un párrafo aparte merece el raciocinio híbrido del occidentalizado Byung-Chul Han (1959). Aunque Han no lo mencione, su interés en la narrativa, el agotamiento y el sentido, así como su crítica al individualismo, pueden iluminar una lectura contemporánea de Edipo como símbolo de la trampa del razonamiento individual, el conflicto con el destino y la búsqueda de sentido en un mundo tecnocrático.
Renglón aparte merecen pensadores occidentales como Georges Devereux (1908-1985) etnopsicoanalista que interpretó el mito de Edipo Rey desde culturas no occidentales, viendo la ceguera del personaje como metáfora de castración psíquica; y, Géza Róheim (1891-1953), quien aplicó perspectivas psicoanalíticas y cultural-folclóricas para leer el mito como parte de estructuras sociales y simbólicas más amplias.
La condición humana. La segunda observación es esta: sea como ejemplo de estructura trágica, como símbolo de la lucidez trágica, como arquetipo del inconsciente o como representación del ingreso en la cultura, el sempiterno Edipo Rey ha inspirado a pensadores de múltiples disciplinas y civilizaciones, pues en él desatina la naturaleza humana, predeterminada, tanto por su condición como por su propia autodeterminación.
Su tragedia no es solo personal, también profundamente humana: el intento por conocer y controlar la ventura, y el descubrimiento doloroso de que el conocimiento de uno mismo es inseparable del sufrimiento y la fatalidad. En ‘el gran teatro del mundo’, el mito de Edipo Rey ofrece profundas reflexiones sobre el destino, la libertad y el conocimiento humano. Sobre todo, puesto que la predestinación trágica es inevitable. No obstante los esfuerzos de Edipo y de sus padres por evitar la profecía, el destino se cumple.
De ahí la pregunta de antropología filosófica de todos los tiempos, cuánto control tiene el ser humano sobre su propia vida.
Ahora bien, el evento no solo es un hecho externo, impuesto, ajeno a uno mismo, sino un camino hacia la verdad de uno mismo. La tragedia solo revela la limitación del conocimiento humano.
De modo que, la cuestión esencial concierne, tanto al fatum como a la responsabilidad humana. Si bien la profecía se cumple de manera inexorable, al pie de la letra, el ser humano, personalizado en Edipo y en su representación teatral, toma decisiones que contribuyen a su cumplimiento (huir de Corinto, matar al hombre en el cruce de caminos, casarse con Yocasta). Todo eso significa la coexistencia del destino y la libertad, en tanto que coexisten e interactúan en cada uno.
De esa convivencia, a veces trágicas y otras inconscientes, el ser humano significado por Edipo, no se resigna a la ignorancia, dado que busca la verdad aun cuando le destruya. Y, aun cuando saber la verdad de las cosas no altere la trayectoria, transforma su conciencia y le da sentido a su caída. Por ende, incluso si sus acciones están predestinadas –en función de realidades genéticas y/u otros órdenes, por lo general, el ser humano lo es porque asume la responsabilidad de cuantas condicionantes existan, dejando en evidencia su libertad moral o, en términos colectivos, la ética.
En resumen, ya los griegos nos enseñaron, de manera pedagógica, nuestro principio y fundamento: el destino y la libertad no son excluyentes, pues podemos estar condicionados por fuerzas externas u otras e, incluso así, elegir la forma de actuar frente a todas las circunstancias habidas y por haber. Para ello basta con reconocer lo que cada uno y todos aunados somos y estamos llamados a ser.
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