Martín Lutero (1483-1546), entró por la puerta ancha de la historia como un monje agustino obsesionado por la salvación de su alma, y sobre todo por la intrepidez religiosa que manifestó al rebelarse contra la burocracia despótica y displicente en la que se había convertido la jerarquía de la iglesia católica. Las ventas de indulgencias mediante las cuales los ricos compraban un lugar en el paraíso y se hacían solemnemente perdonar sus pecados, para financiar la basílica San Pedro de Roma, eran para él, hipérboles de la perdición. Las procesiones, el ritualismo, la postración ante las imágenes convertidas en ídolos, el inconmensurable poder de los obispos y curas sobre los fieles o monjes, en un proceso cumulativo más bien opresivo, desencadenaron en Lutero una rebeldía de fino y profundo cariz teológico.
Estamos en 1517, y para difundir su nueva concepción de la religión, el reformador clavó con desafío y fervor sus 95 tesis en la iglesia del castillo de Wittenberg. Inicia la reforma protestante, pero en sus atinadas críticas contra la Iglesia católica no figura ninguna tesis cuestionando el culto idolátrico de las imágenes y estatuas. En su teología, impugna las creencias en la salvación a través de las obras de caridad, las procesiones, el culto a los santos, impugnaciones que llevaban ineluctablemente a cuestionar el culto de las imágenes.

Retrato de Lutero efectuado por Lucas Cranach el viejo (1527 )
Nadie puede salvarse persignándose frente a las imágenes, pero sí por la fe, declaró el monje rebelde. El renacimiento vio la eclosión del individuo cada vez más desvinculado de la estructura eclesial, y receloso frente a una jerarquía que transfigura la biblia en normativas despersonalizadas. Eso lleva a Lutero a pregonar su célebre frase en latín: fide sola, gracia sola, escriptura sola. La consecuencia lógica de esa disposición teológica es prescindir de los entes o personas que se interponen entre el creyente y Dios: obispos, curas, rituales, imágenes de santos, esculturas. En el difuso proceso de esta creencia reformada, está la libertad del creyente pecador frente a Dios, el libre examen de consciencia. En ningún momento se pronuncia sobre la pintura religiosa. Sin embargo, durante su corto exilio en Wartburg en 1521, surge una vertiente radical e incontrolable entre los reformadores, liderada por el fogoso Andreas Karlstadt, por lo demás rector de la Universidad de la ciudad de Lutero. Durante las navidades, sus seguidores enardecidos, se lanzan al asalto de las iglesias, y quiebran altares, estatuas de santos e imágenes religiosas, cuestionando asimismo la misa. Esa actitud de revuelta germinaría en otras regiones de Alemania.
A su regreso, Lutero perplejo y hasta colérico manifiesta su desacuerdo rotundo con Karsltadt y sus insurgentes. Sin congeniar con eso rebeldes ahítos de revancha, considera que, con la idolatría o el culto de las imágenes, los fieles le dan las espaldas a la fe y reniegan de dios, para adorar cosas perecederas. Sin embargo, a la diferencia de estos exaltados que harían perder con sus actos violentos miles de obras de arte, Lutero piensa en la riqueza pedagógica de las imágenes religiosas. Escoge realista y sagaz un justo medio, a la diferencia de los seguidores del francés Juan Calvino, cuyas turbas enardecidas estragan los lugares de culto del sur francés, damnificando miles de iglesias. El preclaro reformador alemán es táctico. ¿Acaso una ruptura sin miramientos con la cultura católica de las artes visuales no lo alejaría de la multitud, acostumbrada a las imágenes religiosas?

La adoración de los magos de Aldorfer Albrecht (1480-1538), convertido al luteranismo
Lutero y los príncipes alemanes que optaron por la reforma, coinciden políticamente con la iglesia católica para emprender una implacable represión de los fanatizados adeptos de Karsltadt y luego de los anabaptistas. Juzgaron que detrás del rechazo violento de las imágenes, se gestaba una negación del orden social y político, una suerte de tabula rasa de las “decadentes’’ sociedades renacentistas y sus fastos. La devastadora guerra de los campesinos se desarrolla de manera concomitante a la iconoclasia. Es también reprimida sin conmiseración.
A Lutero se le asocia erradamente al vandalismo, a la furia iconoclasta que recorrió las zonas protestantes de Francia (suroeste y sur) y la periferia de Suiza donde oficiaban Calvino (Ginebra) y Zuingli (Zurich), reformadores intransigentes que vindicaron la supresión violenta de las imágenes religiosas. Lutero fue más comedido. No confundió supresión de imágenes religiosas, con supresión de las practicas idolátricas.
Sin lanzarse en disquisiciones teológicas sobre la pintura religiosa, Lutero fue pragmático, y optó por la justa medianía que consistía en aclarar que ‘’ la pintura religiosa puede poseer virtudes pedagógicas’’ para manifestar una oposición tangencial a la iconoclasia o a la deriva idólatra. Educado entre imágenes, conocía la virtud persuasiva de la imagen religiosa, la mágica estupefacción suscitada por la belleza piadosa de esas formas cromáticas que le conferían vida artística a las creencias. Algunos pintores alemanes que crecieron en la Escuela pictórica del Danubio (río que nace en el sur de Alemania), se convierten a la nueva religiosidad: Aldorfer Albrecht, Lucas Cranach. El gran Durero, autor del emblemático grabado melancolía (1514), espíritu libérrimo que se hizo un autorretrato desnudo, abrazó la reforma luterana después de ver decenas de sus cuadros destruidos por los revolucionarios. Su vida libre, su individualismo renacentista compaginaba más con el luteranismo que con el comunitarismo jerárquico católico.
Lutero no teorizó a fondo el sitial que debían ocupar las imágenes religiosas. Se limitó a subrayar que esas imágenes debían estar inspiradas en las sagradas escrituras.
Lutero evitó a todo trance convertir la guerra religiosa en guerra de imágenes como fue el caso de los calvinistas en Francia, donde hasta hace poco se hallaron esculturas de la virgen escondidas por los fieles católicos hace cinco siglos a fin de preservarla de la destrucción. Aunque no se pueda argüir que existió una pintura luterana, sí se puede observar en Alemania un proceso de creación arquitectónica y plástica, en el que las regiones o poblaciones luteranas adhieren por ejemplo al barroco, movimiento estético-religioso más bien católico, con un matiz más sereno y hasta austero, pero bien presente.
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