“Si Pinochet estuviera vivo, votaría por mí”. Lo dijo José Antonio Kast hace ocho años, en el primero de sus tres intentos por llegar a la presidencia de Chile. Ahora, por primera vez desde el final de la dictadura militar, el país abraza a un líder que se ha declarado abiertamente pinochetista.
Kast se impuso a la izquierdista Jeannette Jara siguiendo el manual infalible que está propiciando el viraje a la derecha de muchos países del mundo, incluyendo latinoamericanos como Ecuador, El Salvador, Paraguay, Bolivia y Argentina.
El discurso antinmigración encontró terreno fértil en el aumento de la sensación de inseguridad en uno de los países con menos indicadores de criminalidad en América Latina.
Esa fue la punta de lanza de su campaña, que incluyó una cuenta regresiva para que se vayan del país cientos de miles de extranjeros indocumentados antes de su llegada al Palacio de la Moneda.
Kast se enfocó en la promesa de sacar a Chile del supuesto caos en el que lo sumió el gobierno de Gabriel Boric, y moderó su discurso para evitar la disonancia con un país que ha aprobado leyes de avanzada en los últimos años.
Pero el que dominó con casi 60% de los votos el balotaje del 14 de diciembre es el mismo José Antonio Kast que se opuso a la reforma que permitió introducir la figura del divorcio en el código civil chileno.
También es el mismo que rechazó la Ley de Identidad de Género, que está en contra del aborto, de la eutanasia y del matrimonio igualitario. De hecho, el mismo que le prohibió a su esposa, María Pía Adriasola, tomar pastillas anticonceptivas, como ella misma confesó en una entrevista en 2017.
“Es una maquinación intelectual decir que la mujer tiene derecho sobre su cuerpo”, había dicho un año antes, cuando se opuso a la despenalización del aborto y a la distribución de la píldora del día después.
En los últimos años, matizó su discurso, manteniendo sus posiciones ultraconservadoras, pero reconociendo que en una democracia las decisiones las marcan las mayorías, como dijo durante las discusiones de las leyes del matrimonio igualitario y la identidad de género.
Impulsado por el temor
Del mismo modo en que Donald Trump acusó a Venezuela de abrir las cárceles y las instituciones mentales para inundar a Estados Unidos con “lo peor de lo peor”, igual que los líderes de derecha de Europa denuncian la pérdida de la identidad y la inseguridad supuestamente provocada por migrantes musulmanes, Kast tuvo un blanco donde atinó sin problemas durante la campaña: el aumento de la criminalidad.
Chile vivió un pronunciado incremento de los crímenes violentos en los últimos años, con la llegada de bandas altamente organizadas como células del venezolano Tren de Aragua, o grupo delictivos de Colombia, Perú y Ecuador.
Según cifras oficiales, la violencia criminal se ha incrementado en 40%, mientras que la tasa de homicidios es hoy 50% mayor, de acuerdo con estadísticas de Naciones Unidas. Pero esos incrementos se han producido sobre puntos de partida bajísimos, por lo que resultan prácticamente irrelevantes.
Mientras que las encuestas señalan que 88% de los chilenos creen que su país es ahora más inseguro, lo cierto es que solo 6% de los participantes en esos sondeos han sufrido realmente delitos violentos.
A medida que esta tendencia se acentuaba, crecía también la cifra de inmigrantes indocumentados, que era de apenas 10.000 personas en 2018 y hoy se ha elevado a 330.000.
No hay datos concluyentes sobre la participación de los extranjeros en situación irregular en el crimen, y las cifras de la Defensoría del Pueblo indican que la población carcelaria incluye apenas un 5% de indocumentados.
Sin embargo, la correlación entre la creciente sensación de inseguridad y el incremento del número de migrantes sin papeles fue para Kast una plataforma a la medida para impulsar su candidatura.
"La única victoria que nos hará celebrar es cuando derrotemos al crimen organizado y al narcotráfico; la victoria real será cuando cerremos nuestras fronteras a la inmigración irregular", dijo luego de superar la primera vuelta el mes pasado.
Sus promesas de deportaciones masivas, eliminación de beneficios de salud y educación para los indocumentados y excavación de una zanja en la frontera para detener la migración irregular sonaron como soluciones razonables para un electorado sumido en el miedo.
“Crecí en un Chile tranquilo donde podías salir a la calle, no tenías preocupaciones, salías y nunca tenías problemas ni miedo, Ahora no puedes salir en paz”, comentó en declaraciones a la agencia Reuters Ignacio Segovia, un estudiante de ingeniería de 23 años que apoyó a Kast.
Disciplina fiscal: la otra pócima mágica
El otro bastión en el que Kast basó su estrategia electoral fue la economía, con la promesa de masivos recortes en el gasto público, comenzando por 6000 millones de dólares en los primeros 18 meses de su gobierno.
También prometió privatizar la industria del cobre, una de las más lucrativas para el país, y reducir el papel del Estado en la economía. Al mismo tiempo tendrá que encontrar un modelo para el aprovechamiento del litio, que todavía es un recurso cuya rentabilidad no ha sido completamente explotada en el país.
Kast deberá conciliar esos ofrecimientos con la realidad de un congreso dividido a partes iguales entre factores progresistas y conservadores, sobre todo de los partidos tradicionales.
Mientras tanto, Chile descubrirá qué tanto queda en ese Kast que hizo campaña detrás de un cristal blindado del otro Kast que buscó indultos para criminales de lesa humanidad recluidos en el penal de Punta Peuco, o del Kast hermano de un ministro de Pinochet e hijo de un militante del partido Nazi y la Juventudes Hitlerianas.
Con Reuters, EFE, AP, AFP y medios locales
Compartir esta nota