El Barcelona ha conseguido el título de la Liga en la temporada más improbable para hacerlo: con su portero titular lesionado y dos sustitutos que nunca ofrecieron garantías, un sistema defensivo temerario y una generación de adolescentes encargados de asumir tareas para las que solo Hansi Flick creyó que estaban listos. Estas son las claves de una temporada imposible.

La victoria 2-0 en el derbi catalán sobre Espanyol ha hecho a los blaugrana ya inalcanzables en la cima de la tabla y ha sellado un triplete doméstico que incluyó triunfos en los cuatro clásicos contra los archirrivales merengues: Supercopa de España, Copa del Rey y los dos de la Liga.

Lo hicieron basados en la confianza en una idea de juego arriesgada de defensas adelantadas más cercanas a la temeridad que a la seguridad, como lo demuestra el hecho de que hasta la jornada de su consagración, el Barcelona había recibido más goles (36) que el tercero y el cuarto de la tabla, Atlético de Madrid (29) y Athletic Club de Bilbao (26), respectivamente.

En el mismo lapso, el Barça anotó 97 tantos, 23 más que su escolta de la tabla, el Real Madrid que reúne a varios de los mejores delanteros del mundo, y en promedio 39,7 más que los otros siete equipos de la Liga clasificados a competencias europeas.

Visto de otra manera, el desequilibrio de Lamine Yamal, los desbordes de Raphinha, la letalidad de Robert Lewandowski y Ferrán Torres y las contribuciones de un Dani Olmo asediado por las lesiones, que jugó menos de dos tercios de los partidos de la temporada, generaron 2,69 goles por partido, o un tanto cada 33,40 minutos.

El dominio tuvo un cómplice inesperado: la caótica temporada de su némesis, el Real Madrid, que perdió por lesiones a prácticamente toda su defensa y dejó escapar una ventaja que llegó a ser de siete puntos en la cima de la tabla.

Una lección aprendida

Antes del aluvión de este año, probablemente ningún club de Europa tenía una aproximación tan clara del volumen de juego y la compulsión goleadora de los equipos de Hansi Flick como el Barcelona.

La última vez que el cuadro azulgrana se encontró con el técnico alemán antes de tenerlo en su propio banquillo, el Bayern Munich del sextete, dirigido por Flick, le propinó la peor goleada de su historia en Champions, el fatídico 8-2 de los cuartos de final en la campaña 2019-2020, jugados a partido único en el estadio Da Luz durante la pandemia.

Con Lionel Messi y Luis Suárez en la cancha, el Barcelona había aprendido en carne propia lo que significaba quedar en el camino de Flick, un voraz ganador serial que en menos de dos temporadas con el Bayern consiguió siete de los nueve trofeos que disputó y ganó el 83% de sus partidos, con promedio de tres goles por encuentro.

En el Barça Flick encontró el caldo de cultivo perfecto para sus ideas: un elenco de hombres decepcionados por la escasa confianza recibida hasta entonces, como Raphinha o Íñigo Martínez, y de jovencitos ávidos por una oportunidad para consagrarse, como Yamal, Pau Cubarsí, Fermín López, Alejandro Balde, Pedri o Marc Casadó.

Barcelona había perdido por lesión a sus dos centrales titulares, Andreas Christensen y Ronald Araújo, y sin Jules Koundé disponible, porque se había transformado con éxito en lateral derecho bajo la guía de Xavi Hernández, los recambios naturales eran Eric García, Cubarsí, entonces de 17 años, y Martínez, un veterano de 33 años que no había logrado asentarse en su primer año en el equipo.

Fueron los dos últimos los que mejor entendieron la temeraria filosofía de las líneas defensivas altas, el molde donde se fragua la marca de fábrica del Barça de Flick: los fuera de juego que provoca entre sus rivales.

Han sido en promedio siete por partido, y eso es más que cualquier otro equipo de las cinco mayores ligas de Europa en los últimos ocho años, muy por encima de su más cercano seguidor en esa estadística, el Aston Villa de la temporada 2023-2024 (4,39).

Solo Kylian Mbappé quedó ocho veces en fuera de lugar en media hora de juego en la victoria 4-0 de los blaugrana en el primer Clásico de la temporada, con dos goles anulados por esa posición.

Por supuesto, para que un planteamiento como ese prosperara hacía falta un criterio objetivo para determinar la falta, y para Flick fue providencial la entrada en vigencia en la Liga del VAR semiautomático que ya se había puesto a prueba en el Mundial de Qatar 2022.

Ese sello, aunado a los laterales incisivos, que juegan cerca del último tercio y caen casi como extremos, fue también el punto de partida de una vocación casi suicida. Barcelona fue un piloto ‘kamikaze’ en su sobrevuelo por todos los torneos que ha disputado esta temporada.

La mayoría de las veces, la apuesta salió bien, y solo en la Liga se anotaron en promedio 2,69 goles por cada uno que se encajó. Otras no tanto, como en la vuelta de la semifinal de la Champions ante el Inter, donde el equipo fue incapaz de resistir seis minutos con un 3-2 a favor, y terminó perdiendo la oportunidad de seguir luchando por la ‘Orejona’. 

Un aluvión inagotable

La verticalidad y el volumen de juego del Barcelona han sido tales que, con la única excepción del descalabro del 4-2 ante Osasuna, no ha habido desventaja suficientemente preocupante.

El equipo blaugrana fue capaz de levantar un 1-3 y luego un 2-4 en contra frente al Benfica para terminar dominando 5-4 en la Champions, se recuperó dos veces de un 0-2 ante Atlético de Madrid, uno en la Liga y otro en la Copa del Rey (donde pagó los riesgos defensivos y dejó que un 4-2 a favor terminara en empate 4-4), y el 0-2 del último Clásico ante Real Madrid.

Está tan expuesto al peligro y a la vez genera un aluvión ofensivo de tal calibre -con un promedio de posesión de 68% en la Liga- que ha encajado cuatro hat tricks esta temporada (de Borja Iglesias y Kylian Mbappé en la Liga, y Vangelis Pavlidis y Serhoy Guirassy en la Champions) y solo una vez ha perdido el juego, aunque no la eliminatoria, ante el Borussia Dortmund del franco-guineano.

Los cuatro goles en 26 minutos con los que sentenció el último Clásico ante Real Madrid -y con ello también el título de Liga- representaron la novena vez en la campaña que el cuadro catalán conseguía el póker en una misma mitad. En el caso de las victorias 7-0 sobre Valladolid y 7-1 sobre Valencia, los cuatro tantos se alcanzaron en 22 minutos.

En más de dos tercios de los partidos disputados en la zafra 2024-2025 (23 de 58) el Barcelona ha dominado por cuatro goles o más.

Eso se refleja en el dominio individual de sus hombres en todas las competencias: Raphinha es el goleador de la Champions, empatado con 13 con Guirassy, dos de los cinco artilleros más prolíficos de la Liga son azulgrana (Robert Lewandowski con 25 y Raphinha con 18) y Ferrán Torres fue líder de anotadores de la Copa del Rey, con seis tantos.

Los ingredientes perfectos para el festín

Una receta tan exigente como la de Flick no podía hacerse sin ingredientes muy específicos y la huerta del Barcelona tenía muchos de ellos.

El más exquisito, sin duda, ha sido Yamal, que a sus 17 años llegó a 100 partidos con algunos números que superan a los de Lionel Messi en su primer centenar vestido de azulgrana, como sus 28 asistencias, 13 más que el capitán argentino en el mismo periodo.

Probablemente sus 17 goles y 25 pases para anotación en todas las competencias de esta campaña no hablen con tanta contundencia como la producción de Raphinha (que marcó 34 y dio 25 pases para anotación) o Lewandowski, pero el peso de su aporte debe ser visto con un criterio más cualitativo que cuantitativo.

Su regate, su control de balón, su creatividad, su visión de juego, su capacidad para asociarse y encontrar espacios, su velocidad, el daño que su juego sin balón inflige en las líneas rivales, la efectividad de su presión en situaciones defensivas, probablemente no puedan ser medidos con números, pero sí a través de las opciones que crea para el Barcelona.

Esta temporada esas opciones fueron la clave de los tres títulos y de una aventura que tuvo a los suyos a seis minutos de la final de la Champions.

Un mediocentro, Pedri, fue el héroe a la sombra de la gesta blaugrana. Un excelso director de orquesta como Toni Kroos lo ha destacado como “el mejor del mundo en su posición”, agregando que “no solo anota goles o da asistencias: él ofrece soluciones”.

Libre de las lesiones que lo limitaron en el pasado, Pedri se convirtió en el conducto por el que pasan todos los balones del Barcelona, un sacrificado colaborador en la recuperación (con promedio de siete por juego y un increíble tope de 18 en un solo partido, la victoria 1-0 sobre Mallorca), un visionario en el camino hacia el arco rival y hasta un oportunista del gol en momentos de apremio.

El Barcelona de Flick logró sacar la mejor versión de hombres que se creían acabados. Raphinha anotó más del triple de goles que en sus dos años precedentes (34 en todos los torneos, luego de terminar con 10 en cada una de las otras dos campañas vestido de blaugrana), y Ferrán Torres, jugando como suplente la mayoría de sus partidos, terminó con 19 tantos y siete asistencias, incluyendo tres en el último Clásico.

Pero en el camino Flick encontró otros tesoros inesperados, como Alejandro Balde, Marc Casadó, Eric García (un hombre que comenzó la campaña como central, jugó de pivote cuando fue necesario y terminó de lateral derecho cuando Koundé se lesionó) o Gerard Martín, que borró la mala impresión de sus primeras apariciones en lugar de Balde y se convirtió en una alternativa válida por la izquierda.

Y así, sustituyendo a su portero titular por uno que sacó del retiro, sin contar de manera estable con su principal fichaje, Dani Olmo (que pasó buena parte de la campaña lesionado), con una de las plantillas más jóvenes de la Liga, jugando fuera del Camp Nou, en medio de una insólita crisis financiera, Hansi Flick encontró la forma de que Barcelona no solo ganara, sino también emocionara.

France24

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