Fase 1
Diré que conocí a Lisette Vega de Purcell en una actividad donde fuimos parte del público. También diré, para esa fecha, verano de 2024, hablaban sus coordinadores, según nuestra interpretación, sobre la importancia y deleite que desprende el hecho de construir con palabras la existencia del sujeto objeto, bifurcada a cánones semánticos descodificados en lo unilateral abstracto de acuerdo con un suceder espacial místico, tema expuesto por el académico Bruno Rosario Candelier, dado en uno de los salones principales de la Fundación Global Democracia y Desarrollo, Funglode.
En la retahíla del decir, la impresión física que ella me causó, ese día, la comparo y comparto a la de estar frente a una baronesa cuya silueta espigada y pálida, de mirar profundo, dependiendo de alguna singularidad suya dentro del inmediato momento, emerge de salones y veladas en cortes palaciegas, recreadas por la invención de Sthendal o en aquellas novelas románticas de Walter Scott que aún prolongo en avatares de la imaginación y la conciencia.
Sin pretensión alguna se me acercó, coincidiendo ambas, finalizada la actividad, en platicar por breves momentos en torno a temas espirituales referentes al despertar cuando este se introduce hacia el éxtasis sensorial. Fue allí donde me di cuenta de su búsqueda ante aquello que científicamente no palpamos, no vemos, entonces, percibí su calidez y afabilidad, independientemente de su figura imponente.
Así la descubro, así la descubrí, pronunciada en un individual criterio en que afianza lo prudente toda vez que, de una manera sutil, brinda apoyo a lo que entiende, intelectualmente hablando, es trascendente.
No obstante, fuera de los ámbitos preliminares de su conducta solidaria conforme a su accionar para con otros escritores, sumergirnos en la prosa de Lisette Vega de Purcell es abstraerse, pues hallamos, por ejemplo, en uno de sus emblemáticos libros: El hoy de mi ayer, a una autora que prevalece por encima de caóticos tiempos, sus tiempos, emulando, dentro de la interioridad misma, un trayecto de experiencias densas, catatónicas, puestas al ojo de un lector sensible y cautivo. En ese aspecto, ve la cotidianidad creciente en su proyección filosófica natural, sustentada en una hipnótica textualidad ante escritores clásicos, contemporáneos y modernos dentro y fuera del cielo criollo, descollando en pensadores universales que, hoy por hoy, representan símbolos con los que se desarrolla el ser humano partiendo de su intransitable vivir.

Es allí donde Lisette Vega de Purcell adquiere, de forma estoica, amparada por la ficción, ese complemento o referentes constitutivos de la ciencia que constituye el acto objetivo de articular las palabras como elemento fundamental para explicar la creación humana, en consecuencia, su inagotable necesidad de decir lo que simplemente se es, advine, diría yo, de una fuerza celestial que la alimenta. En tal sentido, su pulso escritural desciende a unas escalas pragmáticas con que la vida duele, se agota, pero también se redime con frescura de juventud, se enaltece con el color brillante de la adultez y la sabiduría de caminar con simpleza de quien ya no es esclavo, escalva, de aparentar bondades o bajezas, sino que inhala y exhala cortando rosas para descorchar espinas, y luego se aleja de las espinas para apreciar en plenitud a las rosas con todas sus discrepancias y reverencias, algo así como el discurrir de las estaciones en el ciclo de la vida.
Fase 2
El 27 de septiembre, 2025, en el Salón Amelia Francasci, Auditorio Museo de Arte Moderno, se puso en circulación el poemario Eterno movimiento de Lisette Vega de Purcell bajo la publicación de Huerga y Fierro, una editorial española que contó con la presentación inicial de su fundadora, Charo Fierro, quien entre otras particularidades habló sobre la necesidad de que el mundo editorial, o de las grandes editoras se abra a otras opciones alejadas del mercantilismo para dar paso a la publicación de obras de autores con un concepto que se yergue y aleja de las simples estanterías de libros que solo pregonan, o exigen altas ventas.
La presentación formal de la obra Eterno movimiento estuvo a cargo de la escritora dominicana Ofelia Berrido, quien ponderó los aportes de Purcell en el ámbito de Las letras aplaudiendo de forma destacable el latir del poemario que contiene unas piezas que más allá de la técnica y técnicas cernidas a unas composiciones con olor y sabor al verso libre en torno a procedimientos de vanguardia, se inmiscuyen con la narrativa de un trayecto de vida anclado por bajadas y levantadas, pero también con la sinceridad de ofrecer al lector una experiencia de vida que obedece a adoptar la perseverancia por encima de diagnósticos, a veces, no factibles.
Posterior a la presentación de Berrido, la autora, con su característico estilo sobrio, habló a la audiencia agradeciendo el hecho de acompañarla en ese momento, toda vez que compartió, a través de la lectura, algunas de sus creaciones, subrayando que allí descansa gran parte de ella.
El libro, de atrayente cubierta e ilustraciones en el interior a cargo de Paula Bonnelly, contiene 41 poemas de una estimable intensidad, en los que se destaca la nostalgia, el amor, el pasado y presente ofertados y distribuidos entre la vida y la muerte.
Fase 3
Desde Laura Riding (1901, El viento sufre) Conrad Aiken (1889-1973, El cuarto) y Sylvia Plath, (1932-1963, Espejo), hasta Zhang Ye ( Paz en las afueras de Shanghái, del libro El brillo en las gavillas de arroz) la obra poética de Lisette Vega de Purcell, Eterno movimiento, tiene unos estamentos enmarcados, dentro de su fluir, en dos direcciones dimensionadas en contenido y forma según nombres de poetas trascendentales que en este punto citamos al inicio de esta tercera fase, nombrando lo siguiente: poesía de Occidente y de Oriente.
Nos parece oportuno fundir ambos hemisferios de la realidad global para declarar la impronta ecléctica y estructural del poemario Eterno movimiento en el que la parte oral, retórica, se ensimisma como un signo que subyace en cavidades perplejas de la palabra en la que se logra divinidad tras un resultado específico hacia el desgaste emocional que anteponen las circunstancias. Circunstancias que se disgregan en el aquí y el ahora hallando en el poema El tiempo, rasgos en que la memoria se abastece de equilibrio, un equilibrio restructurador que, desde el siglo XX, arrastró la poesía norteamericana de antes y después de La Segunda Guerra Mundial, cuando se le dio apertura, sus precursores, a desmontar el lenguaje colectivo para hacerlo individual y trasmitir una tonalidad que en Lisette Vega de Purcell señalamos de metafórica por conceptualizar precisamente la realidad dentro de lo que ya es:
El tiempo
Días que volaban como hojas de borrasca.
La ciudad aún dormía,
y yo con ella
soñaba que mis pies lamían el yerbajo que se erguía entre las grietas
de la tierra seca.
Era yo
en la circularidad del tiempo
todo regresa
a sus inicios,
Se nace
y con el nacimiento empieza el hálito
de la DUDA
Cogito ergo sum
el tiempo corre
para todo Aquel que
enfrenta la circularidad del tiempo.
Me despierto
Entre la polvareda de tormentas;
Violentos vientos provenientes de un desierto lejano.
Me he tragado el tiempo.

De manera que estamos frente a una escritora de inevitable versatilidad , pero esa versatilidad también se alarga a unos planos de conmiseración cuando abordando la temática de la vida y la muerte es Lisette una fuente de aguas que hallan su remanso en la temporalidad de cosas que fueron y que evidentemente se transforman en energía como todo lo que vive y muere, de ahí la afirmación de adueñarse de matices que navegan en una escritura visionaria ante lugares fermentados por la decrepitud y el olvido, que solo hallamos, además, en la cultura filosófica de Oriente:
La muerte
La muerte toca las lindes de mi locura
Demencia cruel
Roza la redondez…
Sin conocimiento de lo que objeta.
Siempre la quise
de un tiempo sin tiempo
de una vacuidad celeste.
Se acerca de la nada
La esencia…
Y desde un sendero cuadrante en lo ondeante de nuestro mirar, Eterno movimiento, de Lisette Vega de Purcell, amén de toda su producción literaria, es un trozo de bolígrafo y papiro en el que se pone y antepone a nuestros sentidos ancestrales el desvanecimiento de lo vivo para ser otro elemento centellante, que ella llamaría la ¨NADA¨ en un todo, desplazándonos a lo que entendemos por grandioso, habitando por encima del cosmos.
De regreso a la semilla
Había risas, amores y una choza.
Perdida en la montaña
No los oía
No la veía
Estaba yo ensimismada en un silencio
Congelado,
entre una multitud
entre los montes y altiplanos
en las nubes grises,
los cuerpos celestiales
los cuerpos de la tierra,
en el vapor del agua,
el agua se desliza
por un cuerpo sólido
el cuerpo evanescente
NADA
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