El grito de la memoria y la indignidad
En este país no puede seguir muriendo un maestro en silencio, ni un bailarín con los pies gastados, ni una actriz del Teatro de Bellas Artes apagada en la penumbra.
Ya es demasiado: artistas que entregaron su vida entera al escenario han tenido que morir dos veces: primero en el cruel olvido, luego en la humillación de una sepultura mendigada, costeada a medias por la solidaridad de amigos y colegas que lloran la miseria de un sistema que nunca los reconoció.
Brecht lo advirtió: hay quienes luchan un día, otros un año, otros muchos años… pero los imprescindibles son los que luchan toda la vida.
Y, sin embargo, cada vez que muere uno de esos imprescindibles del arte y la escena, nos queda el mismo sabor amargo: su vejez fue una condena indigna. Actores y bailarines que lo dieron todo a la luz de los reflectores, que sostuvieron con su cuerpo y su voz la memoria de un pueblo, terminaron viviendo en la penumbra de las carencias: sin seguro médico, con pensiones humillantes, sostenidos apenas por favores de vecinos y familiares.
Y al final, cuando el telón de la vida cayó, hubo que pasar el sombrero o publicar un número de cuenta para pedir lo más elemental: el costo de su entierro.
¡Qué ironía tan cruel!
El que llenó teatros en vida, en muerte depende de una recolecta improvisada.
No podemos aceptar que esta tragedia se repita como destino.
No podemos esperar a envejecer para sentir en carne propia la fragilidad de un salario injusto.
Si no luchamos ahora, seremos nosotros mismos quienes mañana vivamos esa misma indignidad.
¿Hasta cuándo?
¿Hasta cuándo un actor tendrá que buscarse una cuña en el gobierno para sobrevivir cuando enferme?
¿Hasta cuándo un bailarín tendrá que resignarse a morir como pordiosero?
¿Hasta cuándo seguiremos aceptando esta humillación en silencio?
Primero fue
, el martes pasado, gloria nacional del teatro, obligado a enfrentar la misma indignidad que tantos maestros antes que él.
Y este viernes 29 de agosto, Marquis Leguizamón, actriz del Teatro de Bellas Artes, partió tras más de dos años postrada en cama por un ACV, pensionada en la pobreza extrema y sostenida apenas por la memoria de su entrega.
¿Cómo podemos permitir que quienes nos regalaron escenario, palabra y memoria terminen abandonados en su enfermedad y en su vejez?
¿Qué más hace falta para que nos unamos todos y reclamemos salarios dignos y pensiones justas, como se reconocen a médicos, ingenieros o agrónomos?
La respuesta: unidad, acción y futuro
La solución no vendrá sola. La respuesta está en nosotros.
Debemos dejar de lado intereses individuales y aprender a ser solidarios. Sólo unidos podremos exigir lo que nos corresponde como trabajadores del arte.
Porque el arte no es un adorno: tiene un valor social y económico que la sociedad dominicana debe aprender a respetar, como ya lo hacen muchos países.
Por eso le decimos directamente a nuestro sindicato, SITEARD: este es el momento de plantarse con firmeza, de dejar atrás discursos tibios y convertirse en el brazo fuerte que convoque, organice y presione hasta lograr respeto para todos los artistas dominicanos.
Lo que exigimos
- Salarios justos para actores, bailarines, músicos, técnicos, directores y dramaturgos.
- 2. Seguridad social y pensiones dignas para los artistas envejecientes.
- 3. Mejora inmediata de los salarios de planta en instituciones nacionales: Compañía Nacional de Teatro, Ballet Nacional, Escuelas de Bellas Artes, Coros.
- Respeto salarial equiparable al de otros profesionales .
- 5. Una cooperativa nacional de artistas para sostenernos en enfermedad y vejez.
- Un fondo solidario del arte, para que ningún maestro imprescindible muera en abandono.
El arte como pacto de memoria
El arte no es un aplauso fugaz ni un galardón de temporada: es un río secreto que arrastra memorias, un hilo de fuego que enlaza generaciones.
Cada uno de nosotros es chispa, pero juntos somos hoguera.
Si caminamos dispersos, el viento nos apaga; si nos abrazamos, iluminamos la escena y la vida.
Que nunca falte el pan en la mesa del actor envejecido, ni en la del bailarín agotado.
Que el arte dominicano se sostenga en la solidaridad y no en el abandono; que no sea recordado solo en el último aplauso ni en la flor marchita de un adiós.
Hagamos de nuestra voz un coro, de nuestras manos un puente, de nuestra lucha un pacto de dignidad.
Que cada joven que hoy pisa un escenario comprenda que su futuro depende de la siembra que hagamos ahora, en este presente que nos reclama.
Y cuando llegue la hora de bajar el telón de nuestras vidas, que sea entre aplausos compartidos y no entre silencios.
Que podamos decir con serenidad y orgullo:
no fuimos sombra, fuimos llama;
no fuimos olvido, fuimos semilla.
Porque en cada gesto de resistencia encendimos esperanza,
y en cada acto de arte dejamos un país más humano, más nuestro, más lleno de luz.
Compartir esta nota