Aquí estamos, tendidos en esta sábana sideral: somos los planetas. Quien habla es Sol, caliente como siempre, y hemos sabido que un extraño objeto se acerca para romper la armonía cósmica de la galaxia.
Como regente, debo hacer algo para evitar el cataclismo. Veré con qué contamos, porque he pasado mucho tiempo produciendo energía, y he dejado de convocar al Consejo de Planetas en los últimos milenios.
De aquel lado diviso a Marte, el guerrero que, un día lejano en el tiempo, sufrió una rabia y se puso rojo. Por mi parte, lo trato con mucho respeto, porque aunque consideren que está muerto, yo tengo mis dudas. A Mercurio lo tengo tan cerquita, que me molestan sus ronquidos cuando duerme. Sobre Venus, diré que es un amor, es hermana de Tierra y es la más brillante en todo el cielo. Todos quisieran ser como ella. Ella le habla a Tierra de sus pretendientes con mucha frecuencia.
Saturno no oculta su amor por Venus, y ha adquirido unos hermosos anillos. Ha dicho que se los entregará un día que se encuentren en el camino, o se lo hará llegar de planeta en planeta, en cualquier alineación.
Mientras tanto, Neptuno está vigilante. Él ha proclamado que armaría una conflagración, si le quitan el amor de Venus. Yo le he dicho que Venus nunca ha estado enamorada de él; pero no entiende razones. Parece que se ha vuelto loco. Si lo vieran dando vueltas, ufanándose y presumiendo más de lo debido.
A un tal Ptolomeo se le ocurrió propagar que Tierra era el centro del universo, para unirse a la creencia de los babilónicos y egipcios que lo vociferaban desde mucho tiempo atrás. Tierra tenía un matriarcado para entonces, se pavoneaba en el orbe y hacía gala de su pelo y su silueta azul y verde que se movía en su danza estelar.
Tierra es una señora mayor que ya nadie le hace caso, solo yo que le envío mis rayos diariamente para embarazarla. Ya tenemos muchos hijos, pero la maltratan mucho. Le han quitado su cabellera verde y se le agota la sangre en los manantiales.
A veces, Clima, que es el jefe del Tribunal de los Elementos, se rebela y hace soplar los vientos, alborota las aguas, convoca a Nube, a Rayo y a Centella, y les dan unos fuertes latigazos.
Frente a la casa de Tierra, vive la señorita Luna. ¡Esa sí que es coqueta! Se lleva el récord de horas seductoras. A Venus le llegan las noticias de su existencia, y sin conocerla, es provocada por los celos.
¡Un día iré a buscar a esa muchachita, y le daré su merecido! —Se le oyó decir mientras le echaba pétalos de rosas a su cama celestial.
Luna estaba allí, sufriendo sus propias metamorfosis. Unas veces se la veía renovada, otras, totalmente plena; y otras, como si menguara su apariencia. Mientras tanto, continuaba allí. Ella era bastante misteriosa. Unas veces se ponía a ladrar los perros, para anunciar los misterios de la noche. Podía transfigurarse en un viejo triste, para que le cogieran pena; podía zambullirse en el mar, bañarse y surgir renovada, visiblemente radiante.
Cuando explotó la noticia, por parte de un tal Copérnico, de que yo era el centro de todos los planetas de este Sistema, la reacción de Tierra fue de incredulidad y rebeldía. Se calmó después de sufrir un ataque de terremotos, y el fuego de varios volcanes en erupción. Muy lejos de aquí, Júpiter hace rabia conmigo, porque siempre ha sido mi adversario. Nadie sabe de sus celos, él está perdidamente enamorado de Tierra, y nunca lo ha dicho. Él sospechaba que era el más grande de todos los planetas; pero no tenía cómo comprobarlo. De ser, como dice, hace mucho tiempo que hubiera reclamado su liderazgo en el Sistema, y así podría declararle su amor a Tierra, y competir conmigo.
Júpiter cree que puede dominarlo todo, que los planetas deben estar bajo su mando. Sin embargo, se cuida de Marte y de mí; los comentarios sobre nuestra bravura corren grandes distancias, se pierden en lo infinito, después de pasar junto a Plutón.
Por cierto, ese Plutón es el más frío de todos. A veces parece que muere en sus congelamientos. Sus siete lunas, las cuales giran a su alrededor, poco pueden hacer para calentarlo, son frías de más. En algunas ocasiones quisiera ir hasta allá, así y darle un poco de calor; pero está demasiado lejos. Por más que extiendo mis rayos, no es suficiente.
Neptuno dispone de fuertes vientos y es capaz de arrasarlo todo. A él y Plutón, los vamos a necesitar. Creo que hemos estado muy aislados… Es hora de dialogar, para formar un bloque interestelar y enfrentar las amenazas al Sistema.
Desde hace mucho tiempo se ha anunciado el fin de esta galaxia. Ya llevamos millones de años de existencia; se pierde en los abismos del tiempo toda nuestra historia. Hemos vivido bajo gélidas y quemantes temperaturas, de vientos y polvos cósmicos destructores.
El mensaje para la reunión del Consejo de Planetas, se debe difundir por todo el espacio. Yo sé que es un estado de emergencia, dado que, en cualquier momento, va a suceder la hecatombe.
A la hora convenida, todos los planetas estamos presentes. Como era de esperarse, yo he abierto la reunión. Las palabras salen quemantes de mi boca, y los planetas fríos se sienten reconfortados. Tenían mucho tiempo que no disfrutaban de un calorcito similar. Explico a todos las tácticas de guerra. Tierra está temerosa, pero decidida a participar en la pelea. Venus está saliendo de su mundo amoroso, y se ha presentado algo tímida a la puerta de Tierra.
Por primera vez, Júpiter se muestra colaborador conmigo. Ha depuesto su arrogancia, sus apetencias políticas por dirigir el Sistema, aunque le sigue teniendo un odio feroz a Copérnico, a ese no lo perdonaría nunca.
¡Un extraño objeto galáctico viene a destruirnos y tenemos que enfrentarlo! —les dije, con voz de mando.
Venus y Tierra se miran como si confirmaran lo inevitable. Luna quiere agazaparse en Tierra, como en aquellos momentos en que se sumerge en sus aguas azules. Mantiene la postura, quiere ser la muchacha inspiradora de siempre, no una niña de cuna.
No se puede negar que hay muchas dudas en el Sistema. Nadie sabe con certeza lo que viene. Ni siquiera yo lo sé. En toda la historia del universo se registran hechos extraños, aunque el más sonado es este, el que supuestamente nos ha dado origen a todos: el llamado Big Bang. Todos los presentes sabemos la historia y nos consideramos dichosos; pero ha debido ser un parto galáctico difícil, para que muchos lo creyeran.
Saturno me pregunta que si debe despojarse de sus anillos para actuar en la contienda. Tierra se adelanta y le dice que sus anillos son una gran ventaja, que servirán de escudo para repeler cualquier agresión. Yo asiento inmediatamente. Lo que dice Tierra es razonable. Venus se queda callada, sabe que Saturno solo quiere llamar su atención. Seguro se los daría, para que los guardara, y luego propagar en el Sistema un supuesto estado de compromiso con ella. Miró a Júpiter de reojo para evadir la mirada lasciva de Saturno.
Júpiter cree que Venus se siente seducida por él. Y alza la voz como si fuera comandante en jefe del Sistema. A esto yo no puedo quedarme callado, y lo llamo al orden.
¡Aquí nadie va a suplantar mi autoridad! ¡Presten atención! —le expresó, con tono militar. Al instante, todos se concentran en la reunión. Júpiter ha puesto la cara de piedra, al notarme encolerizado.
Les explico sobre el fenómeno que se avecina. Los avisos han sido dados por los cometas que han entrado al Sistema en los últimos siglos, y no cabe duda: es así.
Nunca habíamos pasado por esta situación. Lo difícil es crear una estrategia, y sobrevivir al impacto, sin que salgamos de nuestras órbitas. Lo primero que debemos hacer es alinearnos, aunque corremos el riesgo de que ese monstruo nos arrase juntos. No conocemos nada de él, y eso nos pone en desventaja. Lo peor de todo es que Luna empieza a llorar. Tierra la acuna en su regazo, para calmarla. Venus le regala unas canciones de cuna.
Plutón argumenta que él está muy lejos, y posiblemente, el impacto no lo alcanzará. Dice eso, porque en su interior, tiene un miedo atroz de morir. Esto contagia a Mercurio, quien está al ladito de mí. Le susurro que mantenga la calma, que yo también estaba nervioso, como el que más.
Todos seguiremos a la expectativa. Hasta el momento no se ha presentado el extraño objeto para destruirnos. Yo estoy tranquilo, y los planetas están en sus órbitas girando, muy dispuestos. Solo Saturno, a veces, cierra los ojos soñando con entregarle a Venus sus anillos de compromiso.
Fin
Nota: Espere el próximo domingo la segunda parte del tema “Silencios y abismos en el lenguaje”.
Domingo 2 de marzo de 2025
Publicación para Acento No. 140
Virgilio López Azuán en Acento.com.do
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