En otros momentos he escrito y publicado sobre la muerte como fenómeno cultural, pero tengo que reconocer que fue durante mis años de estudio de antropología en México cuando me enamoré profundamente de este tema. Desde entonces, forma parte de mis líneas de investigación y de mi participación en redes académicas internacionales dedicadas al estudio de la muerte como categoría antropológica y sociológica, por su amplitud simbólica, social y ritual. La muerte como advierte Philippe Ariès (1983) es una construcción histórica, cargada de sentidos cambiantes que expresan la forma en que cada sociedad comprende la vida y su fin.
Por eso hoy analizo a La Catrina como uno de los símbolos más significativos de la celebración del Día de Muertos, desde una mirada que combina la vivencia personal, la observación participante y la reflexión antropológica. A través de la Catrina, México materializa una visión de la muerte como continuidad, diálogo y memoria colectiva, una cosmovisión que, más que temerle a la muerte, la celebra y la convierte en un espejo de identidad nacional (Lomnitz, 2006).
Origen histórico y autoría de la Catrina
El personaje fue creado por el grabador José Guadalupe Posada entre 1910 y 1913, bajo el nombre de La Calavera Garbancera, en alusión a los “garbanceros”: personas que, según el lenguaje popular de la época, negaban su herencia indígena e imitaban las costumbres europeas. Posada considerado por Jean Charlot (1933) como el gran cronista gráfico del México popular utilizó la sátira como vehículo de crítica social. Décadas después, Diego Rivera inmortalizó a la figura en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947), dándole el aspecto elegante, con sombrero y atuendo aristocrático, que la consolidó como “La Catrina” (Rosas, 2012).
En la academia azteca aprendí, que Rivera y Posada, aunque separados por una generación, coinciden en usar el arte como documento social. Así, la Catrina pasó de la crítica a las clases privilegiadas a ser emblema del pueblo: una calavera que, como diría Octavio Paz (1950), “se ríe de la muerte porque la siente suya”.
La Catrina y la cosmovisión de la muerte en México
El Día de Muertos, reconocido por la UNESCO (2008) como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, sintetiza una visión indígena y católica sobre la muerte como tránsito y reencuentro. Según López Austin (1994), en el pensamiento mesoamericano el alma no desaparece, sino que se transforma, y el ritual establece comunicación entre los mundos. La Catrina simboliza esta continuidad: representa la igualdad en la muerte, la burla ante lo inevitable y la aceptación de la finitud como parte del ciclo vital.
Desde una perspectiva antropológica o desde los estudios de la antropología de la muerte, la Catrina puede entenderse como un “mediador simbólico” entre la vida y la muerte. Como señalan Turner (1969) y Leach (1976), los símbolos rituales condensan significados sociales y emociones colectivas. En los altares y desfiles, la Catrina no sólo adorna: materializa la idea de que la muerte convive con los vivos, que el tiempo no se rompe, sino que se transforma.
De las transformaciones a las resignificaciones contemporáneas
A lo largo del siglo XX, la Catrina ha experimentado un proceso de patrimonialización y globalización cultural, así lo llama un profesor español de la asignatura de semiótica de la antropología en mis estudios de maestría. Pasando del grabado de imprenta a las calles, las pasarelas, los festivales, las vestimentas, las exposiciones y el mercado turístico. Su imagen hoy decora tazas, camisetas, murales, maquillajes y arte callejero. Como advierte García Canclini (1990), la cultura popular se hibrida en los procesos urbanos y mediáticos, generando nuevas formas de consumo simbólico.
Sin embargo, esta expansión no anula su dimensión patrimonial. El patrimonio inmaterial, de acuerdo con la UNESCO (2003), implica transmisión viva y recreación constante. La Catrina cambia, pero mantiene el hilo de su significado esencial: recordar que la muerte es parte de la vida. Desde mi trabajo de campo en México, observé cómo en barrios y comunidades rurales la Catrina sigue siendo elemento de devoción, sátira y memoria, especialmente en los talleres donde se elaboran figuras de papel maché o barro.
Colores, arte, lenguaje visual y semiótica de la muerte
Los colores de la Catrina expresan la vitalidad de la muerte en la cosmovisión mexicana. El negro remite al misterio y la noche, el blanco a la pureza y el espíritu, el amarillo al cempasúchil que guía a las almas, y el rojo a la sangre y la pasión. En el arte popular si lo analizamos desde la mirada semiótica cada trazo tiene significado: las flores, las telas, las joyas son metáforas de la dignidad del alma. Como explica González Torres (2010), el arte funerario mexicano busca reconciliar los contrarios: el cuerpo y el alma, la tristeza y la risa, el recuerdo y el olvido. En esa tensión estética, la Catrina es espejo del pueblo mexicano que, frente a la muerte, se adorna y baila.
Otros símbolos del Día de Muertos y su cosmovisión
El Día de Muertos en la cultura mexicana se celebra del 28 de octubre al 2 de noviembre, con días dedicados a distintas almas: el 28 para quienes murieron en accidentes o de forma trágica, el 29 para los olvidados o sin familia, el 30 para los niños que murieron sin bautizo, el 31 para los infantes conocidos como “angelitos”, el 1 de noviembre para los adultos y el 2 de noviembre para todos los difuntos. Esta estructura ritual demuestra la organización simbólica del tiempo y la muerte en la cosmovisión mexicana (Brandes, 2006).
Entre los símbolos más poderosos de esta celebración ancestral y patrimonio cultural de la humanidad se destacan: El pan de muerto, cuyo origen se remonta a prácticas prehispánicas de ofrenda de corazones y a la panadería colonial. Su forma circular y sus huesos de masa representan el ciclo de la vida y la muerte (De Oleo, 2019).
Las flores de cempasúchil, cuyo color dorado simboliza el sol y la guía espiritual de los difuntos hacia el altar. Las velas, que iluminan el retorno y purifican el camino. Los perros Xoloitzcuintles, guardianes de las almas, que según el Popol Vuh guían a los muertos por el río hacia el Mictlán, el inframundo. La relación con los animales, especialmente el perro, muestra la profundidad de la cosmovisión animista mesoamericana, donde la naturaleza y los seres humanos forman parte del mismo ciclo.
Los mexicanos visitan los panteones, limpian las tumbas, colocan comida y música. En la observación participante que realicé en 2017, vi cómo las familias pasaban la noche entera cantando, comiendo y conversando con sus muertos. Esta práctica expresa lo que Lomnitz (2006) denomina “muerte viva”: un modo de estar con los que partieron.
Travesía transnacional: de México al mundo y la resignificación en el Caribe
El impacto cultural del Día de Muertos ha traspasado fronteras. Películas como “Coco” (2017), producida por Disney-Pixar, internacionalizaron la cosmovisión mexicana de la muerte, mostrando con respeto los valores familiares, la música y la tradición del reencuentro. Aun con las críticas sobre apropiación cultural que siguen el debate, el reconocido filme ha contribuido a un reconocimiento global de la estética mexicana y a una renovación del orgullo local (Sánchez, 2018).
Hoy, el Día de Muertos desde esta perspectiva se celebra en Estados Unidos, Canadá, España, Francia, Reino Unido y varios países de América Latina. Universidades europeas incluyen seminarios sobre patrimonio intangible mexicano, y museos realizan exposiciones sobre la Catrina y las ofrendas. Esta expansión revela lo que Ortiz (1940) llamó “transculturación”: el proceso por el cual las culturas se transforman mutuamente.
En la República Dominicana, estas expresiones también han comenzado a integrarse en espacios académicos y artísticos. En universidades, se realizan altares, exposiciones y charlas sobre el Día de Muertos, la Catrina y la memoria colectiva. Esta apropiación no es copia, sino reinterpretación cultural: la muerte, como categoría universal, se adapta a nuevos contextos. Sobre todo, entendiendo que la antropología caribeña es abierta a los cruces y mestizajes y por eso esta manifestación como otras encuentra en nuestros territorios sincréticos un campo fértil para el diálogo entre el Caribe y Mesoamérica. Los investigadores de estos temas de eso estamos muy claros.
Reflexión personal y vivencia etnográfica
Durante mis años de formación en México viví unas experiencias extraordinarias, participé en talleres artesanales, desfiles y montajes de altares donde la Catrina era el eje estético y simbólico. Recuerdo que, mientras nosotros como estudiantes pintábamos los rostros con calaveras, los maestros nos explicaban que la muerte no era tristeza, sino memoria.
Esa convivencia ritual me permitió comprender la muerte como categoría cultural viva, como “hecho social total”, en términos de Mauss (1950), donde convergen arte, religión, economía y política. Todo esto proceso también me sirvió de ayuda para vivir mi proceso de duelo con el fallecimiento de mi madre, que se fue a destiempo de este plano terrenal pero convertida en alma ancestral mayor que guía mi caminar.
Para mí, y ya lo he planteado en otros trabajos, la Catrina dejó de ser un simple ícono artístico y se convirtió en una llave etnográfica que abre la comprensión de la relación del mexicano y del mundo con su historia, su cuerpo y sus muertos.
La Catrina, el pan de muerto, las flores de cempasúchil y el Xoloitzcuintle son hilos de un mismo tejido simbólico que une al pueblo mexicano con sus ancestros. En este entramado, la muerte no es ruptura sino diálogo, comunión y pertenencia. La cosmovisión mexicana ha sabido transformar la pérdida en arte, la nostalgia en fiesta y la memoria en patrimonio.
Hoy, el Día de Muertos y la figura de la Catrina trascienden las fronteras, inspirando a otras culturas como la dominicana que también tenemos nuestras cosmovisiones sobre la muerte a reflexionar sobre nuestros propios modos de recordar. Es importante establecer que esta expansión cultural de la catrina no significa pérdida, sino renovación de la vida simbólica, porque cada nueva mirada, cada altar erigido fuera de México, es una manera de afirmar que los muertos siguen caminando con nosotros.
Como antropólogo social y cultural y especialista en PCI, afirmo que en la Catrina y en los rituales del Día de Muertos se revela una de las lecciones más hondas de la humanidad: morir es también un acto de memoria colectiva y como me dijo un sacerdote dominicano amigo en funeral de mi madre, quien comprende la muerte como continuidad, celebra la vida con más profundidad. Hasta la próxima semana.
Referencias
-Ariès, P. (1983). El hombre ante la muerte. Madrid: Taurus.
-Brandes, S. (2006). Skulls to the Living, Bread to the Dead: The Day of the Dead in Mexico and Beyond. Malden, MA: Blackwell.
-De Oleo, Jonathan. (2019). El pan de muerto: historia, simbolismo y mestizaje. Revista de Estudios Gastronómicos, 14 (2), 45–62.
-García Canclini, N. (1990). Culturas híbridas. México: Grijalbo.
-González Torres, Y. (2010). La estética de la muerte en el arte popular mexicano. México: INAH.
-Hobsbawm, E., & Ranger, T. (1983). The Invention of Tradition. Cambridge University.
-Leach, E. (1976). Cultura y comunicación. Barcelona: Anagrama.
-Lomnitz, C. (2006). Idea de la muerte en México. México: FCE.
-López Austin, A. (1994). Tamoanchan, Tlalocan: lugares míticos. México: FCE.
-Mauss, M. (1950). Sociología y antropología. París: PUF.
-Ortiz, F. (1940). Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. La Habana: J. Montero.
-Paz, O. (1950). El laberinto de la soledad. México: FCE.
-Rivera, D. (1947). Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. Museo Diego Rivera.
-Rosas, C. (2012). “Posada, Rivera y la invención de La Catrina”. Revista de Estudios Mexicanos,
-Sánchez, L. (2018). “Coco y la globalización del Día de Muertos: entre la memoria y la industria cultural”. Revista de Antropología Contemporánea, 10(1), 22–39.
-Turner, V. (1969). The Ritual Process: Structure and Anti-Structure. Chicago: Aldine.
-UNESCO. (2008). Indigenous festivity dedicated to the dead. Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Compartir esta nota