Pareciese que en un gesto de inocencia nuestro autor pasa de conquistado a ser conquistador, pero esta vez no con la espada del odio de los venidos, si no, con la luminaria de las palabras del llegado. El colonizado en un vuelco de lirismo y hondante filosofía del decir coloniza la esencia de la disgregación de la prole…el circundar existencial, el rodar al revés de las microhistorias contadas con manchas blancas de espíritu dolido, reestrujado en las tardes grises ahogadas de espantos medievales.
José Sirís, es un escritor dominicano, ochentista, que nos trae un texto de viva muerte, titulado Crónicas de los pasos. Un libro donde él vuelca el silencio y lo arrastra en las palabras. Parece ser su voz la ahogada en la espera del huir mañana a la isla de los sentimientos. Pero igual que allí clama desde una poética de alto contenido social una angustia perenne, así lo deja expresado en el poema a la caída del Muro de Berlín, pero igual lo enrostra en Acrílica del día de los muertos y en casi todo su poemar sale a relucir el tufo social, pero de qué manera, con que guardada forma de elegancia y cruda filosofía no lo dosifica en cada verso, tan sutil que el leyente tiene que ser muy agudo para poder encontrar en este juego de silencio, dolor y angustia estes matiz.
Es que la poesía de J. Sirís es una manera de decirnos y de escucharnos al mismo tiempo. Es el ritual donde el dolor se convierte en dulzura imperecedera, tal y como no los narra en esta estrofa de su poema titulado:
Conversación con mi madre…
Busco una antorcha
para este estrecho margen de mis pasos
Un poco de alivio
Me acerco a mi madre
Hace mucho no la escucho
hace tanto no hablamos sobre
motivaciones inútiles quizás:
de las viejas maderas de la
casa
el aniversario del gato y sus misterios
simples
dichos que acaban poco a poco con la apatía del
yo
con la igualdad de lo mismo …
Meditación después del verano
En la poética Sirisiana hay una catarsis que atraviesa el lodo espiritual de los idos. Sí, en ella nos lleva al rincón de la infancia abandonado a la deriva de un nuevo destino; es el clamor a gritos del canto en agonía del regreso vilmente postergado por el látigo del exilio voluntario. En sus versos están las penas condenadas al abrazo indocumentado de risas y cercanías caribeñas. Hay atajos en su poética que nos llevan al río de dolor Vallejiano, como lo deja entre ver en esta estrofa…
Me iré profundamente
con mi rúbrica inútil
No importa si estoy solo
Alcanzo dos minutos de paz:
la vida y el sendero
aún me corresponden
Me iré
Se puede correr el riesgo de afirmar, porque no, que la de José Sirís es una poética del lamento patrio, del resentimiento tercermundista suicidado en el frío y amargo existir de los adelantados. Aunque no sabes a que, si a la muerte colectiva de sus almas o al ya enterrado aliento de sus vidas parcas e insípidas, así lo deja entre ver en otras estrofas del poema Conversación con mi madre ya antes citado cuando dice:
Todo espacio cabe en nuestras voces,
toda alegría.
No hablo jamás
del toldo sobre el agua,
de lacayos
venidos hasta mí con sus maceras.
Madre (estoy bien) —le digo—
la escarcha de esta
tumba no puede con mis gritos,
la esquiva
mirada de la suerte.
Después,
el teléfono describe
una lengua cortada por su centro:
no se escucha su voz.
El mundo se convierte
en muerte viscosa.
Voy llegando
a mis huellas consabidas,
al proscenio del humo.
Todo espacio
Sirís acude a las reservas del recuerdo como forma de sobrevivir a su largo verano de residente en ninguna parte y extranjero en cualquier lugar de las palabras. Hay mistura de sufrimientos y alegrías que destilan de sus versos, ahí están las melancolías existenciales, se siente el sol apagado de su aliento caribeño. Esto queda evidentemente retratado o pintado con colores auditivos cuando en su corto poema
Tránsito a lo lejos de Amsteg, veamos:
Hacia el Este la ciudad de Amsteg,
el túnel San
Gottardo: tránsito por donde voy.
A lo lejos, Amsteg
no tiene torres en la luz,
trepa
todavía sus borras.
Es
(esta estación de disueltas moléculas de líneas)
la que confunde todo:
equitación con velos,
distintivos
fugaces.
Toda figuración salta
desde un grupo de puntas:
vértices de
tempestad,
extensión de celajes y vistillas
(hechos
inaprehensibles).
Pasar por este sitio
y perderse en su circunferencia.
Sirís canta su dolor como un cántico de piezas alusivas al cuadro de recuerdos colgado en la espalda de su alma redentora. En sus versos, hay la sensación de que el poeta se marchó con el sol en búsqueda de la noche perpetua de su enloquecido silencio con olores de viejo mundo.
La poética de Sirís es el bullicio interior de él entre todos. El delirio colectivo en su soledad maquillada de suicidio. Es el reloj filosófico circundando el anclaje del vivir. Es que saber que se existe con el alma apostillada de crudos recuerdos no es más que un lastimar el andar desnudo de la palabra. Sirís mata el silencio con la daga del verso. Asesina su entorno citadino con anudadas cuerdas de sentimientos metafórico y un ritmo poético que le da vida, aliento, pareciere como si fuera su poética la que le permitiera respirar la ciudad podrida de silencio…restos de evidencia lo deja este poema titulado Giro sobre otro retorno…poema que se duele en sí mismo, veamos:
Ayer me asaltó un nuevo aniversario,
una lejanía de
muchacho que no alcanzó jamás el orden de la
espiga,
tantos criterios conclusivos y vanos.
Pero la mocedad se marchó hace mucho
sin decirlo,
y este cinco de abril continúa sus galopes
por mis curvas.
Me encontró disuelto por la herida,
por cada
posición que no conozco.
He pensado que los años
son un suceso de
cosas al contrario,
o la misma vuelta repetida que avanza,
clarividencia de la muerte,
ese polvo que
somos sin regreso.
Es un poema demoledor, donante de aliento existencial, hiriente con la daga de Vallejo y la espada de Miguel Hernández
En su poética se siente la necesidad del olor a sol tropical, por ello uno medio siente que el autor embarra de lúcidos colores las grisees paredes citadinas que lo acorralan en búsqueda de exprimirle la alegría a esa Suiza pintada de agua.
Es entonces cuando el autor barre sus recuerdos hacia una esquina de su alma y la isla pasa hacer una nave existencial que bordea la escrituralidad de cada poema que asoma. En su poética, el dolor vivencial de las patrias lo agobian.
De la patria chica lo llaman los recuerdos de amigos, familiares y cercanos y de la patria grande la gloria del ruido y la exorcizada abundancia de risas de gentes por las calles tropezadas de lluvia, sol y merengue rosando entre piernas de multas sudorosas, pero su poesía alcanza para ser un tono de caderas murmuradas de bachata y son… residuos de esto lo encontramos en los trozos tomados del poema Cronología al intento de la ciudad:
Mucosa alegría
Navidad por pedazos
y colas de adjetivos
en la extroversión menuda de la gente,
vida que pasa como
transgresión de los filos
sobre la sacralización humana…
A esta hora
la ciudad es sólo cuestión de sílex,
panteón asqueante,
varillas y alambres
en la espina dorsal de esta horaria,
ejército de púas y tarántulas…
Hoy es navidad.
Quizás algo tendré para este día:
una agenda de teclas
o una porción de diálogo,
salir entre los márgenes
de esta inmensidad
que controla la luna como algo posible,
atrapar a la ciudad desde otro ángulo,
asegurarme un puesto en los anales
antes que el mundo empiece
a vivir de resacas…
Hay muerte en la vida de su cantar, hay un cantar que es declarada muerte en su hilar de versos. El poeta no quiso excomulgar los demonios entre aeropuertos y maletas, bien pensó que sus libros fueran los sepultadores de estos y aquí están atados y tejidos a ritmo y metáforas, a versos y estrofas… veamos un trozo del anterior poema donde nos dice:
Pero la mocedad se marchó hace mucho
sin decirlo,
y este cinco de abril
continúa sus galopes
por mis curvas.
Me encontró disuelto por la herida,
por cada
posición que no conozco.
Pero cuando decimos que: hay un cantar que es declarada muerte en su hilar de versos es porque sus versos así lo confirman cuando dice…
Me encontró disuelto por la herida por cada / posición que no conozco.
Es un discurso poético el de J. Sirís, cargado de giros e imágenes trascendentes que habilitaran al leyente en ese acompañar del atrapar escritural del autor, quien con un lenguaje de potencialidad estética hurga el deleite del lector como buscando significar un patrón del decir que lo paralele en esas magias que encuentran las palabras para asaltar la vida y celebrarla. O quizás un convidar a que viajen juntos por el desequilibrio extremo de lo inaudito.
Aquí donde la expresividad lleva un toque de musicalidad navegadora en el embriscamiento poético que hace metástasis en el esplendor de los sentimientos desnudos en su apuesta ante el imaginario colectivo de los leyentes. Sirís se ve asimismo en el espejo de sus versos, pero también refleja a los demás desde la palabra sagrada del poemar, desde el santuario de su autohistoria… seguro estoy que este Poema de tránsito y soledad deja bien en claro el referente a lo ya dicho:
Vierto un poco de mí por estas piedras,
un perfil errabundo,
una constante búsqueda.
En mis pocos viajes
encontré la integridad de la palabra muda,
enclíticos realengos,
la jactancia de paroleros y roedores.
Las ciudades fueron casi cuartillas en blanco,
ventosas y carteles de los diarios,
torceduras de vientos y timones,
vectores incontestables,
soledad que entró en mí
(como a su casa)
con malaria de perros.
No pude contra esta actividad necrótica de la soledad:
única corpulencia que respiro.
De este ser yo y una búsqueda
(no queda) evidencia de mí.
Nadie me nombra,
hago escaramuzas cuando hablo,
pienso, sin embargo,
en el contraste de una salida que no cambia:
un naufragio más sobre mi carga,
otra perpetración de la cuerda
que hunde sus milímetros
hasta mi cuello.
En el hacer de este libro, la voz poetizante de Sirís, es un remar de adrenalina que catapulta el don de historiar su visión del universo simbólico en que vive y vivió, el cual es también a él también literal y doloroso. En el hacer poético de este autor, cuando uno asume un análisis contextual desde la impronta del sujeto creador en que desanda Sirís, nos damos cuenta de que su poética deambula por los cuartos vacíos del pensamiento único buscando la otredad sin cesar.
Hay un cataclismo espiritual que desde un poemar en el que se siente el barroquismo sin que este nuble por completo la situacionalidad textual discursiva. Pero ciertamente es un poeta difícil, incómodo, siempre y cuando no se le aborde desde una lectura de la filosofía existencial y es que la poesía en él es una estación especie de salvavidas…se siente desde sus lamentos y quejumbroso palpitar poética, que es a él la poesía su fortaleza para ganar la batalla a la sociedad gris que le acogió.
Se avizora en la poética de Sirís un talante perdurable, busca hacer fundante su espacio poético logrando importantes matices que hacen repetimos sea un poeta difícil, incómodo siempre y cuando no se le aborde desde una lectura de la filosofía existencial…
La poesía en él es una estación equilibrante, una especie de salvavidas así lo ha de sentir el lector agudo desde sus lamentos y quejumbroso palpitar que atraviesa su poética, misma que es a él, está, la poesía, su fortaleza para ganar la batalla a la sociedad gris que le acogió un dulce día de amargada miel de ruines hosquedades suizas.
El universo poético de J. Sirís es un cuadrante-circular donde vive desalojado por los dioses, lo que navega en él, como alegría desmemoriada. Se siente que, va su aliento en cada letra buscando solfear las altas olas embravecidas de tristezas en cada letra y se hunden de miedo los derrotados escombros de la que fueran alegrías virginales. Pedante es la soberbia que lo atrapa en el hilo de frío con que se teje el crudo invierno ausente de soles pueblerinos que lo acompañaron en sus viajes con boleto de regreso.
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