El cielo estaba despejado y se registraban escasos vientos en el aeródromo de Cabo Rojo, provincia Pedernales, a las 9 de la mañana del lunes 25 de noviembre de 1980. El sol ya picaba. Cinco pasajeros tenían pase para abordar el avión Cessna 707 de nueve pasajeros de la aerolínea Avianca, listo para el abordaje.

Aeródromo de Cabo Rojo, Pedernales. Foto de archivo.

El piloto Sánchez sólo esperaba la hora del despegue con destino al aeropuerto doméstico de Herrera, en el noroeste de la capital dominicana. Había llegado temprano con ejecutivos de la minera estadounidense Alcoa Exploration Company, que explotaba la bauxita y la caliza y las exportaba por el muelle (ahora terminal turística en construcción) hasta las plantas de aluminio de Estados Unidos.

Cinco pasajeros tenían boleto de ida: la recia jueza Fior Corniel, el ingeniero Rafael Reyes Prida, alto ejecutivo de la empresa; Dominga Peña Moreta, 28 años, preñada de 4 meses, su hijo Abel, de 2 años; y Juan Rafael Maldonado (Cuchy), también de 28.

Más temprano, 21 kilómetros hacia el sudoeste, en el municipio cabecera Pedernales, en la bomba de Luis Pérez (Casquito), a la salida de la ciudad, Rafael Pérez Terrero (Nandó o Rafael La Cucuca) echaba unos cuantos pesos de gasolina al Subarú 600 rojo de dos cilindros que había “cogido fiao” en Bonanza Dominicana, por RD$5,000. Lo sacó con 1,200 pesos y pagos mensuales de 36 pesos.

Abel toca para Los Rosario. Tenía dos años cuando estaba a bordo del avión secuestrado.

Quería llevar a su mujer y a su hijo hasta el aeródromo. Había conseguido un boleto para viajar gratis aprovechando que gerentes de la poderosa minera no regresaban porque les tocaba faenar durante la semana.

Alcoero, chofer de vehículo liviano que hoy, a sus 80, sigue ufanándose de haber ascendido hasta la categoría de chófer de mina o conductor de los camiones gigantes que cargaban el mineral desde Aceitillar, en Sierra de Baoruco, por una amplia carretera de 34 kilómetros hasta el muelle de embarque. Podía ganar cada miércoles hasta 500 pesos, “que era mucho dinero”.

Rafael Pérez Terrero (Nandó o La Cucuca). Hoy tiene 80 años.

En la bomba, se encontró con Cuchy, quien compraba unos cheles de gasolina en una botellita. Le preguntó qué haría con el combustible y él respondió con el silencio. Cuchy se enteró allí de los preparativos de Nandó o La Cucuca para llevar a sus parientes hasta Cabo Rojo y le pidió “una bola” (trasportarle gratis) porque también viajaría hasta el Distrito Nacional (D.N.).

Hijo de otro alcoero, Juan Maldonado Rivera, y de Muñeca Méndez, dos personas conocidas en la comarca, fue un tipo excéntrico, con toques anarquistas, amante de la lectura hasta su muerte a los 72 años, vencido por la diabetes crónica y el uso de drogas legalizadas y prohibidas.

“De repente veo que Cuchy se me desaparece. ¡Ese desgraciaooo! Encuentro eso raro, pero decidí irme pa Cabo Rojo con mi mujer, que estaba embarazada y mi hijo de 2 años, Abel, ese que ahora es güirero de  Los Rosario. Y allá me encuentro a Cuchy muy sentado, tranquilo”.

Nandó o La Cucuca relata con lucidez asombrosa. Exhibe memoria de elefante. En el diálogo no disfraza sus travesuras del pasado “porque no soy hipócrita y, para que me  lo diga otro, lo digo yo”. Pese a los años, el otrora controvertido hombre luce la fortaleza de uno de 30. Su piel negra sigue lisa y se yergue con un ímpetu poco común a esa edad. Campechano, con un cantar a lo  “barraco”, asureñado, derrocha humor por bocanadas en cada frase.

Dominga Peña Moreta, 72 años, y su hijo Abel, de 44.

Avispado, pero ni se imaginó el plan en curso. Regresó al pueblo en su Subarú tan pronto la nave cogió pista.

A la vuelta de casi cuatro décadas y media,  Dominga Peña Moreta, 72 años, su esposa, poco expresiva, ante la insistencia suelta trozos de aquella odisea a bordo del Cessna 707.

“Estaba ahí y me quedé tranquila, no sé de dónde saqué fuerzas… Tal vez por mi hijo, que estaba chiquito, y por el que tenía en la barriga. Realmente el gran susto lo tuve después, cuando estaba en casa”, relata en voz baja a cuentagotas.

DE PELÍCULA

Rafael Maldonado (Cuchy).

Han pasado cinco minutos del despegue. El Cessna de Avianca apenas se estabiliza en el aire. De repente, Cuchy saca la botella con la gasolina que había comprado en la única estación del pueblo y en la mano derecha, un encendedor. Y grita: ¡Están secuestrados! Amenaza al piloto y le manda a desviarse hacia Cuba, si no quiere que explote el aparato.

El piloto gira y comienza a dar vueltas sobre el área, en espacio aéreo dominicano, mientras trata infructuosamente de persuadirle sobre la imposibilidad del cambio de vuelo. Le advierte: “Nos vamos a caer en el charco (mar)”. Cuchy está renuente. Exige acatar su orden.

Dominga abraza a su bebé. Le acurruca en su barriga preñada. La jueza Corniel, de carácter fuerte, vecina de Cuchy en la calle Libertad, en silencio. No es la mejor interlocutora. Dicen que el secuestrador y ella chispeaban en una relación de vecinos hostil.

El piloto insiste que el combustible no alcanza para llegar a la nación caribeña, la isla más grande del Caribe gobernada por el legendario Fidel Castro.

Reyes Prida logra que Cuchy le responda sin soltar la botella con gasolina y el encendedor.

Documento.

Ante la terquedad del pirata aéreo, el conductor de la nave idea una estrategia: para llegar a Cuba hay que recargar combustible en Puerto Príncipe, Haití, “si no, nos caeremos todos”.  Y él accede. El aeropuerto internacional Toussaint Louverture, en Puerto Príncipe, es ahora el puerto intermedio.

El piloto Matos enfila hacia la capital haitiana. Reyes Prida comienza un diálogo fluido con la torre de control del país que comparte la isla con República Dominicana. Cuenta Dominga que hablan “como en francés, hablan muchas cosas que nosotros no entendemos”.

El dominicano Ponciano Matos.

Cuchy sigue esquivo. En pocos minutos, el avión aterriza en un área solitaria de la pista. Desde los matorrales, armado con fusiles de asalto, brota un comando de “tonton macoutes”, la policía y milicia que servía al tirano haitiano Francois Duvalier (Papa Doc) y luego al sucesor, su hijo Jean Claude Duvalier (Baby Doc), quien reina al momento del secuestro.

Ahora están rodeados. Cuchy se altera. Se siente engañado y se ha colocado justo detrás del piloto. El niño, muy ajeno a las angustias de los adultos, urge orinar. Pero -relata Dominga- el secuestrador se opone rabiosamente a que alguien baje por los estribos. Continúa con la jueza Corniel como rehén. Reyes Prida se ofrece como garantía a cambio de que dejara salir a las mujeres y al niño. A regañadientes, él accede. Luego, en un descuido, el mismo Reyes Prida y el piloto Matos logran desembarcar. Un “tonton mocoute” neutraliza a Cuchy.

Dominga aún se pregunta “cómo el ingeniero Reyes pudo salir con tanta velocidad, si es cojo”.

Luego de los arreglos correspondientes entre autoridades de los dos países fronterizos, el Cessna regresó en la tarde hasta el Aeropuerto Internacional de las Américas y luego al doméstico de Herrera, en la avenida Luperón, en Santo Domingo, luego cerrado definitivamente para abrir la pista del Joaquín en El Higüero, Villa Mella.

El 22 de junio de 1981, Juan Rafael Maldonado (Cuchy), según reporte de la época, fue sentenciado en a 11 años de prisión por el delito de piratería aérea.

REPORTE OFICIAL DE EE.UU.

En la leyenda el secuestrador ordena al piloto a transportarlo a Cuba.

En mayo de 1983, Aircraft Hijackings and Other Criminal Acts Against Civil Aviation Statistical and Narrative Report US Department of Transportation Federal Aviation Administration, expresa:

“Un hombre armado con una botella de gasolina amenazó al piloto y exigió volar a Cuba. El avión aterrizó en Port –au- Prince para reabastecerse de combustible. Los haitianos retrasaron el reabastecimiento varias horas y después de varias horas el secuestrador liberó a dos pasajeras y a un niño. Casi al mismo tiempo, el piloto y el único pasajero que quedaba, un hombre, lograron desembarcar. Luego, las autoridades haitianas abordaron y detuvieron al secuestrador”.

Fecha: 25 de noviembre de 1980.

Secuestrador: Juan R. Maldonado.

Avión: Cessna 707.

Plan de vuelo: Cabo Rojo-Santo Domingo.

Aerolínea: Avianca (G/A).

 DÉJA VU

Todo pareció como algo vivido. En los años 1968, 1970 y 1971 ocurrieron secuestros en una República Dominicana de alta efervescencia política y ataques mortales contra quienes sustentaran ideas contrarias al poder establecido.

Una nota publicada por El Caribe del 27 de enero de 1971 bajo la firma de Álvaro Arvelo hijo destaca que tres secuestros han operado desde territorio dominicano, pero el de ayer (26 de junio) fue el  primero en no lograr su objetivo.

Especifica que en junio de 1968, Radhamés Méndez Vargas forzó al piloto Harry Gibson a desviar hacia Santiago de Cuba un DC-9 de la línea Viasa (venezolana) que tenía como destino Curazao.

El 25 de enero de 1970, ocho hombres armados de ametralladoras modernas integrantes de un Comando Unido Antirreleccionista (Joaquín Balaguer era presidente desde 1966), desvió hacia la isla caribeña un avión de la Antillana Holandesa de Aviación (ALM).

El 26 de enero de 1971, el español Enrique Jiménez, pasajero, amenazó al piloto del cuatrimotor Constellation, capitán Nelton González, a desviarse de su ruta original (San Juan, Puerto Rico) hacia Cuba.

Con 58 pasajeros (44 dominicanos, 12 estadounidenses y un canadiense), el avión despegó de la terminal de Las Américas a las 9:29 de la mañana de aquel martes en su ruta regular. Once minutos después, el secuestrador envió una nota manuscrita en una hoja de libreta rayada en la cual conminaba al piloto que ya sobrevolaba entre San Pedro de Macorís y La Romana. Insistía en que explotaría la nave con nitroglicerina que contenía en un frasco. “Llévenme a  Cuba. No hagan preguntas. Tengo nitroglicerina. No me hagan hacer un disparate”, especificaba la nota.

Al desviarse, debieron aterrizar en el aeródromo de Cabo Rojo, Pedernales, para reabastecer combustible

El periodista  Rafael Rodríguez Gómez narra las peripecias de Ponciano Matos, un dominicano antiguo miembro de la Marina de Estados Unidos, y del boricua Enrique Jiménez para neutralizar al secuestrador mientras la nave era cargada de combustible en Cabo Rojo, Pedernales. El líquido que contenía el frasco resultó agua con colorante.

Frustrado el secuestro, Jiménez fue trasladado en un avión militar P-51 hasta la base aérea de San Isidro. El rudo jefe de la Policía, Enrique Pérez y Pérez, confirmó que el ciudadano estaba en sus manos para interrogatorio y ponerle a disposición de la justicia civil.