«Yo Soy el fabulador/ el tejedor de dichas y desdicha/ vienen hasta mí las palabras que se dijeron/ y las que no se han dicho todavía». JEG

José Enrique García.

Para realizar una historia de la literatura contemporánea de Santiago de los Caballeros, de la República Dominicana del siglo XX, tenemos en el campo de la poesía los tres referentes más trascendentales: Tomás Hernández Franco (1904-1952), Manuel del Cabral (1907-1999) y José Enrique García (1946-). Estos son los poetas más significativos de nuestras letras e incluso representan la mejor tradición y renovación de la literatura nacional. Cada uno ha escrito no solo poesía, sino también en el género de la narrativa y el ensayo. Pero ha sido en el universo mágico de lo poético donde han sido más importantes por sus logros.  Comenzaremos, al revés, a hablar de ellos. Es decir, por José Enrique García, porque es el que está vivo.

Sin embargo, todavía sigue siendo marginado por la crítica tradicional, hasta el extremo de que le han negado el Premio Nacional de Literatura, el cual ya ha ganado por el mérito de sus obras publicadas; empero, se lo han otorgado a otros que podían esperar y que no tienen la estatura literaria que él ostenta.  El autor, desde sus libros iniciales, empezó a revelar su valiosa calidad poética. Cuando en el país la literatura dominicana estaba todavía imbuida en el costumbrismo, en el romanticismo tardío y en la poesía social, que era más un panfleto político que creación literaria, producto de la Guerra de Abril y, posteriormente, la Segunda Intervención Norteamericana del año 1965.

Cuando nos propusimos hacer la primera antología «La poesía contemporánea de Santiago: 1977-2005», tuvimos la certeza de empezarla con la figura de José Enrique García, como un justo reconocimiento. Este continuaba y afianzaba la tradición y la renovación de la poesía dominicana, como en otrora lo hicieran Tomás Hernández Franco y Manuel del Cabral. Otro hecho importante fue que en 1977 nuestro aeda publicó su primer poemario por estos lares: «Alrededor de una sospecha».  Una obra que, para la época, fue significativa por su frescura y su alto aliento estético. Para ese período, el discurso poético todavía estaba plagado de los remanentes de la poesía romántica, amatoria y social de posguerra.

José Enrique García tiene una trayectoria que ha producido ocho poemarios: «Meditaciones alrededor de una sospecha» (1977), «El fabulador»« (1979), Ritual del tiempo y los espacios» (1982), «Cuando la miraba pasar»(1987), «Huellas de la memoria» (1994), «Recodo» (2000) y «Diversos poemas» (2010). Estos libros fueron aglutinados en Poesía reunida, 1977-2002, publicado por el autor en el año 2010. El ejemplar tiene una particularidad, ya que incorpora notas de cada una de las ediciones realizadas hasta la fecha. Sobre el primer texto, el poeta notifica: «Los poemas que contiene este poemario, no son los primeros que escribí, más bien constituyen el resultado de un trabajo que va desde 1968 ̶ cuando publiqué mi primero poema, en el periódico Mural de la escuela Luis Napoleón Núñez, ubicada en Licey, Santiago ̶ hasta 1977, cuando se publica este libro». (García., 2002., pág. 389).

«Alrededor de una sospecha» (1977), primer libro.

Así surge, desde la provincia santiaguera, nuestro joven poeta José Enrique García. Una auténtica voz del nuevo poetizar dominicano, antes que la glorificada Generación de los 80, teniendo como mentor principal al distinguido poeta José Mármol, y una caterva de otros, proveniente del histórico Taller Literario César Vallejo, fundado por el poeta y gestor cultural Mateo Morrison. Ambos, reconocidos con el Premio Nacional de Literatura.  Una característica universal de la poesía, desde la antigüedad a la contemporaneidad, es la gracia de cómo transformar la realidad cotidiana en estados poéticos inconmensurables e imborrables.

«Salgo todos los días,
tarde llego a mi casa;
la oscuridad, el silencio,
los espacios vacíos
y los tiempos ya muertos
acogen mi llegada».

(Itinerario, op. cit., pág., 24).

No todos pueden hacerlo de manera adecuada y poética; solo se quedan rumiando en la simpleza, no así en su trascendencia profunda. Nuestro poeta se alimentó de lo cotidiano de su diario vivir para evidenciar en don de la poesía cuando sus manos se disponen a su realización:

«El día termina envejeciendo
y enterrándose, sin dejar nada como todos.
Y nosotros, habitantes de ese mismo día
lo recibimos en el mismo sitio,
con el mismo traje
y el saludo hecho de antemano.
Tiendo a los lejos la mirada busco,
más bien rebusco en derredor,
medito excusas para obviar el día,
trato de volcar la luz sobre la espera, nada.
El día está como el primero.
Veinte y cuatro horas que levanto
mi brazo y mi palabra
y sólo este poema que termino
recuerdo y reconozco». (Peña, 2005, pág. 51).

«El fabulador» (1979), escrito por José Enrique García, en Santiago.

Cómo podemos apreciar en este poema titulado «Repetición», incluido en su primer libro, es una demostración del nivel alcanzado, cosa que no es muy común en un texto primerizo. Cómo él se interna en la intensidad rutinaria de la cotidianidad para reconstruirse y reconocerse solo en el poema que acababa de escribir, a pesar de la eterna repetición de los días.

«No lejos de mí, en mi persona,
sin escándalo, está naciendo un hombre.
Aquí mismo, en mis testarudos huesos
echa raíces este hombre,
y con la sangre de mi propio barro
se levanta.
Después, lejos de mí,
tomo el cuerpo que alimenté temprano;
se pone mi camisa,
sin permiso toma mis pantalones
y sin permiso también
abre aquella ventana para verse vestido.
Acaba por ponerse mis compañeros zapatos
y echar a andar conmigo y mis vestidos.
Ya muy lejos de mí, oigo cuando se aleja
alegre, muy alegre de saberse nacido…
Espero que se quede con todos mis cansancios». (El otro, págs. 51-52).

El poeta auténtico transforma lo que nombra para crearle una realidad distinta, desde la esencia profunda de las cosas, con una transparencia asombrosa de lo que las circunda, desde las huellas de lo viviente. Sabe que en cada instante está «naciendo un hombre», que es él mismo, que escribe en la extensa memoria de los que nacieron antes, también cabalgado por el barro y el cansancio de los tiempos, donde solo queda lo que hicimos y fuimos, en su pasar:

«Pasa un hombre,
me lleva dos pasos de camino.
Uno viene detrás perdiendo igual distancia.
No sé a cuál hablarle, distantes están de mí
que yo veo útiles mis voces.

Me detengo,
dejo que me dé alcance el rezagado,
espero que me lleva espacio.

Es tan difícil forzar la compañía
en esta ciudad de tantos espacios ocupados;
que decido volver hecho pedazos
al centro de mi origen». (Uno, pág. 52).

En el otro y en el uno, se funden en uno solo para ir descubriendo el andar de sus pasos, dejando sus rastros testimoniales de su materialidad corporal, temporal y circunstancial. Plasma la realidad de su yo en un entorno profundamente humano y urbano, sin ningún barroquismo lingüístico ni un ocultamiento conceptual. Su poesía fluye de forma natural, como el agua del río Yaque del Norte que circunda la extensa ciudad que lo vio nacer.

«El fabulador y otros poemas» (1989), publicado en Madrid, España.

La poesía graciana asimismo levanta su vuelo hacia la teoría de la nada, esparcida en el espacio que mora entre nosotros, cómo existe el ser de las cosas, igual el no ser de ellas, que es el espacio de la nada:

«En el silencio
hay un espacio
que no lo ocupa nada.

En el espacio
está la nada como un huésped
perpetuo de la casa.

Y más allá
de la nada y del espacio
nosotros
hacemos el espacio y la nada».

Teorema, pág. 53).

Con la estética de la creación verbal, José hilvana una poética reflexiva amparada en la sencillez y profundidad de lo que designa, llevándola a otra dimensión, como hemos observado en los cuatro textos citados, hasta ahora. Poesía para hallar y disfrutar del encantamiento de la palabra. En su discurso no hay desvíos ni enredos retóricos que estorben la diafanidad poética. El escritor, desde que publicó «Alrededor de una sospecha», ya sabíamos que sería uno de nuestros maestros. Esto quedó claro cuando, en el año 1979, ganó el prestigioso Premio Siboney de Literatura con el poemario de gran aliento «El fabulador (1980)». Una obra que, por su riqueza de recursos y su variedad estructural, enriquece la renovación de la poesía dominicana. Siempre he pensado que dicha obra es merecedora de una tesis doctoral de literatura. No existe una igual en nuestro parnaso nacional que mejor conceptualice y defina la poesía en ella misma, o lo que se conoce como metapoesía. Desde la invocación impregnada en el título, sugiere que la poesía es el arte de la fabulación.

Es un poema total, porque conjuga todas las esperas del universo del hecho poético, hasta llegar a las entrañas profundas del ser y del hombre en su naturaleza multívoca. Está rodeado de una variada forma, enfatizando las grandes vanguardias de la mejor poesía del siglo XX, desde el creacionismo, el concretismo, el letrismo, el vedrinismo, la poesía sorprendida y el pluralismo. Sobre este formidable poema, único en la literatura dominicana, el renombrado escritor español Rafael Morales lo valora de la siguiente manera: «El fabulador es, en realidad, un único poema, quizá concebido en su unidad como un poliedro de muchas  caras, porque lo que el poeta canta o sueña no es ya sólo su propia vida, sino, a la vez, la de todos los hombres pasados, presentes y futuros, espejo de todos, porque un hombre es y será siempre para el poeta lo singular y plural humano (3-8-88)».[1]

Desde sus primeras estrofas, el poema comienza invocando que el poeta es un gran fabulador de las palabras, donde debe ser «el tejedor de dichas y desdichas», pero eso implica una extremada complejidad: «las palabras que se dijeron / y las que no se han dicho todavía», sin negar nada de lo que existe a su alrededor. El oficio no era tan fácil, por lo que muchos lo rechazan. Entonces, nuestro bardo se llena de valentía y lo asume: «(…) nadie quiso tomar este trabajo / o no tuvieron tiempo para hacerlo / me lo echaron a los pies y a los hombros / alguien tenía que ser, dijo la multitud / uno bastaba y ése era yo de cuerpo». Aunque requería una condición especial: «La exigencia era simple / ser hombre de sueño / soñar aun despierto era lo necesario (…)».  El sueño no solo era en él, sino que bebería hacerlo también por otros y a toda hora: «(…) soñar por mí y por otros/ construir sueños en medio de la noche/ a pleno sol en el canto del alba en todos los crepúsculos/ en cada instante soñar/ soñar». (Págs. 67-68).

Poesía reunida.

Soñar despierto a todas las horas es la plena conciencia de lo poético. Mientras que para el maravilloso chileno Vicente Huidobro es solo creación, creación, creación. Así concluyó el aeda su conferencia, dándole inicio a su movimiento, el Creacionismo. Si Dios creó el mundo a partir de la nada, entonces los grandes poetas lo hacen, desde las palabras, pero deben cuidarlas para poder inventar nuevas posibilidades expresivas, como lo dijo el propio poeta chileno en su «Arte poética». Veamos algunos fragmentos: «(…) Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; / El adjetivo, cuando no da vida, mata / (…) El vigor verdadero / Reside en la cabeza. / ¿Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! / Hacedla florecer en el poema; / Solo para nosotros / Viven todas las cosas bajo el Sol. / El Poeta es un pequeño Dios». (Jiménez, 1995, pág. 130). Otro texto que podemos nombrar, del mismo autor, es el paradigmático poema «Altazor», para decir que el de la literatura dominicana es «El fabulador».

Aunque las primeras huellas que podemos rastrear de dicho poemario, con la misma temática, intensidad y grandeza en algunos de los poemas de Franklin Mieses Burgos: «Canción de la voz florecida», «Esta canción estaba tirada por el suelo», «Canción de los ojos que se fueron» y «Canción del sembrador de voces», no hay un poeta significativo en la historia de la literatura que no haya escrito un metapoema. Ahora bien, son muy pocos los que han hecho un poemario tan intenso, amplio y variado sobre el arte poético en la República Dominicana como El fabulador, que, según la antología personal del autor ya citada, contiene 86 páginas.

Sus dos primeros mejores poemarios fueron realizados y publicados en la «Ciudad Corazón», lo que realmente le agrega un elemento especial para nosotros. Veamos el caso de la obra El fabulador: «Este poema lo escribí en Santiago, en el apartamento de la calle España donde vivía. Fue una labor nocturna que me tomó unos tres meses. Corría el año 1978. Se publicó tal como brotó del pulso. Todavía conservo la mascota con la grafía original (Ob. cit., pág. 360). Por la complicidad que surgió, el autor se lo dedica a sus dos apreciados amigos: a Juan Alberto Peña Lebrón y Rafael Castillo. Continúa señalando: «Leí por primera vez este largo poema en la casa de Alberto Peña Lebrón, en Moca. Allí, además de Juan Alberto, estaban Rafael Castillo, Rodolfo Fuentes y Pedro Pompeyo. Cuando terminé la lectura, Juan Alberto me animó a enviarlo al concurso Siboney: “Estoy seguro de que ganarás y si no ganas, pago la edición”. Y conseguí el premio, que era el más importante en ese entonces». (Ob. cit.).

La tradición del poema de largo aliento ya había sido iniciada por Tomás Hernández Franco con su inconmensurable «Yelidá» en el año 1942. Manuel del Cabral, en cambio, escribió dos: «Compare Mon», en 1943, convirtiéndolo en el primer poemario auténticamente épico del país. Luego, uno de los más hermosos poemas sobre la muerte de una hija, «Chinchina busca el tiempo», en 1940. Seis años antes, en 1934, el príncipe del Postumismo, Domingo Moreno Jimenes, ya había publicado en Santiago también «La hija reintegrada», otra obra de vasto aliento sobre la muerte de su hija. Uno y otro se han convertido en las dos obras más portentosas que se han escrito en la literatura nacional sobre el tema.  Enrique cristaliza a través de las palabras su potencial poético, con «El fabulador», es un poema único que enaltece nuestras letras, no solo del país, sino también de nuestra lengua. Es un texto que fue diseñado y elaborado para poetas; no cualquier lector puede ahondar en el formidable universo expresivo, estético y su estructura versística y formal. Este tipo de texto se escribe una vez en la vida. El poema es un mapa, tanto verbal como arquitectónico en su forma, lo que ofrece una mayor diversidad en su lectura y en su grafía. Aunque también tiene otro que me conmocionó, titulado «Recodo», que tuvimos el privilegio de otorgarle el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña a Enrique, en el año 2002, junto al jurado compuesto por Chiqui Vicioso, Pedro José Gris y quien suscribe.

José Enrique García.

En «El fabulador» hay de todo: poesía, prosa poética y el dueño absoluto que es el poema, donde el único mundo verdadero es el de las palabras. Estas las convierte en forma de las formas, como lo hace desde las páginas 98-102 y la 118. Se desplaza por los temas más vitales de la raza y la conciencia humana: el sueño, el hombre, el tiempo, el espacio, la muerte, el agua, el fuego, el vacío y la nada. Veamos algunos versos: «(…) Construir sobre lo edificado por el tiempo / es recuperar la primitiva forma / que se deshace con los vientos / y luego adquiere plenitud de imagen / con el agua, con el barro, con el fuego». (Pág. 80).  1) «[…] hacia el barro del sueño me fui / a darle claridad a la imaginación / asombro al sueño […] (Pág. 69). «[…] yo el fabulador viendo mis sombras y mis luces / compañeras de tantos viajes / tantos sueños / yo el viejo fabulador que agotó su tiempo / en construir los sueños de otros / me dispongo a contar mi sueño […] (Pág. 71). «Nadie está solo. / Aún en sueños alguien nos vigila». (Pág. 92).

García es el Calderón de la Barca de nuestra literatura dominicana. 2). Como hombre soñador, solo le bastaban sus manos para escribir la historia de él y de otros: «De mis manos habrá de surgir el milagro». (Pág. 77). Para luego proclamar: «[…] ya conocía de mi oficio/ La espera fue tan solo un ejercicio de la carne, / de la imaginación / y de la muerte/ de aquel que hacía mi trabajo/ Yo conocí temprano mi destino/ sólo tenía que descender al centro de la tierra/ y al corazón del hombre». (Pág. 76).  3). Pero el hombre se esparce en un tiempo y se sienta sabiendo que no es el dueño de ella: «Porque nadie es dueño de la vida / es que se nace en tiempo y espacio / que alguien por nosotros escoge». (Pág. 72). «[…] los tiempos / las estaciones puras / los espacios / las vidas ya gastadas en los días. / –Naufragio de sombras húmedas y cenizas–». (Pág. 83). Entonces: «[…] adquiere plenitud de imagen / con el agua, con el barro, con el fuego». (Pág. 80). «Sólo las formas idénticas se prolongan». (Pág. 94).

«El fabulador» es un poema circular, porque como comienza, termina: «[…] el infinito vacío que hicimos perpetuo/ en los actos que engendramos en nuestros propios músculos/ y palabras/ y en la hora en el instante en el siglo/ en procura del verdadero mundo que soñamos» (pág. 150). Su cuerpo está lleno de palabras que son de la mejor poesía dominicana, igual que de un grafismo multiforme, que hacen de él un texto multívoco, intertextual y multicultural. La trascendencia de dicha obra es tan significativa que el libro fue publicado en Madrid en el año 1989. Por Ediciones de Cultura Hispánica, con el título «El fabulador y otros poemas».

Fuentes bibliográficas:

Jiménez, J. O. (1995). Antología de la poesía contemporánea: 1914-1987. Madrid, España: El Libro de Bolsillo.

García., J. E. (2002.). El fabulador. Poesía reunida, 1977-2002. Santo Domingo.: Búho.

Peña, E. (2005). La poesía contemporánea de Santiago: 1977-2005. Santo Domingo: Ferilibro, número 74.

Enegildo Peña

Poeta

Enegildo Peña nació en Santiago de los Caballeros, República Dominicana. Es poeta, escritor, antólogo, periodista, gestor y especialista cultural. Licenciado en Comunicación Social mención Periodismo, Universidad Autónomo de Santo Domingo (UASD). Realizó un Postgrado en Gestión Cultural, conjuntamente con los ministerios de cultura de Cuba y República Dominicana, igualmente concluyó sus estudios de Maestría en Lingüística Aplicada en la Enseñanza del Español.

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