Desde que entró Jesús a Jerusalén siendo de día, en la mañana en la cual la cúpula del templo de Jerusalén resplandecía como el sol del mediodía, hasta el crepúsculo de sangre, en donde colgó en una cruz, nos atraviesa como un lanzazo en el corazón su pasión y su muerte, como un río inmenso de emociones, a partir de la alegría victoriosa del Domingo de Ramos hasta la agonía infinita del abandono y el desamparo del viernes santo.
Este universo de emociones lo sonoriza Johan Sebastián Bach en su oratorio, La pasión según San Mateo.
Una cruz crece, entre acordes y arpegios mayores y menores, mar sonoro, con la que Bach construye un templo hecho de cuerdas, voces y emociones. Dolor y alegría, pasión hecha música es este oratorio creado por Johan Sebastián Bach.
Un vastísimo estudio de las emociones humanas hecha música es este oratorio.
Emociones, como la ira de los discípulos al arrestar a Jesús, la burla de las autoridades, la piedad y la compasión frente al inocente cruelmente apaleado, el miedo y la traición de Pedro, y su arrepentimiento ante el cantar de los gallos, en esta aria en la que Bach personifica a Pedro, y así nos va sumergiendo en el drama. Es imposible escuchar esta aria sin conmoverse, sin sentir todo el peso de la amargura de la traición de Pedro.
Bach es un maestro de los afectos, sonoridades que van tejiéndose como lanzas, látigo, corona de espinas, sangre y vinagre convertidos en acordes, y con ellos cautiva la atención del oyente y nos obliga a vivir el drama de la pasión en primera persona.
La tristeza más absoluta reina; Jesús ha muerto en la cruz, tras penosas horas de martirio. Ahora que todo ha acabado, la tristeza es devastadora.
En sus apuntes, Bach confiesa que la estructura sonora de las emociones en su oratorio se fundamenta en el tratado del alma de René Descartes. Bach, conocedor del tratado, junto a los textos evangélicos, realiza un relato lineal de los evangelios, valiéndose de arias y coros que nos cuentan la historia.
La ética protestante y la fe luterana utilizaron la música para evangelizar, de ahí la estrecha relación de la música y la religión en la Alemania de Bach y la importancia que se le dio a la música para sostener la práctica y la fe cristiana.
Superado el tiempo de la tristeza más absoluta, vuelve la luz; tras padecer el sufrimiento más hondo, el espíritu emerge purificado, renaciendo en toda su pureza original.
Bach recrea este momento sublime y hace estallar la alegría en si bemol mayor, con un compás en 12 por 8.
La regeneración, la recreación y la resurrección del género humano aparecen aquí como consecuencia del sacrificio; el corazón debe purificarse dejando entrar al amor al hombre y el amor al Cristo.
Los oboes doblan a los violines, y los coros aportan la energía necesaria para el renacimiento espiritual; así nace un nuevo ser humano, transfigurado en la resurrección de Cristo en la cruz, sostenido por un solo de violín y un violonchelo que reza en sol menor.
Este oratorio, lo escribe para voces solistas doble coro y orquesta. La pasión fue interpretada por primera vez el 15 de abril de 1729, un viernes santo, en la iglesia Santo Tomás en Leipzig, bajo la propia dirección de Bach.
La obra está escrita para dos coros, cada uno formado por un grupo de cuatro voces: Soprano, contralto, tenor y bajo y un grupo de instrumentos: dos flautas, dos oboes, cuerdas y bajo continuo.
En este sentido se puede hablar de un coro y una orquesta doble, por lo cual la obra desarrolla una fantástica sensación de estereofonía, mediante su doble coro y orquesta que dialogan constantemente.
En un texto que Bach escribe para describir cómo debe ejecutarse su oratorio, El Ewernoff, publicado en el 1736, dispone de la plantilla musical que él propone como deben estar colocados los coros y los instrumentos de la orquesta para su mejor desempeño, siendo Bach el responsable de la orquestación y la creación de la música sacra en la iglesia de Leipzig. Esta disposición sigue siendo el mejor diseño orquestal que permite asomarse a la extraordinaria arquitectura dual del oratorio y a su estereofonía esencial.
El aria en si bemol con el que concluye la pasión según San Mateo es un equivalente al perfume que utiliza María de Magdala al ungir el cuerpo del Cristo en Bethania.
La melodía de la voz rompe en un bajo continuo, como si Magdalena acabara de romper el frasco de alabastro, como si esta acción fuera el adelanto del romperse el cuerpo del Cristo en la cruz: su cuerpo es como el recipiente de alabastro que contiene un perfume de infinito valor. Era necesario que se rompiera en mil pedazos, para que el espíritu que moraba en él pudiera derramarse sobre el mundo entero, aroma que se esparciría por el corazón y el alma de todos los hombres.
La música respira, vuela, flota; al mundo le crecen alas: la orquesta y su temblor, el hombre y la resurrección. Alabastro sonoro, perfume es esta música de Johan Sebastián Bach, música que rompe su melodía para que el perfume de voces, violines, oboes, cuerdas y bajo continuo una a todo el que la escuche, en un solo acorde, en un solo perfume, a nosotros, al país y al mundo.
Un relato lineal de los evangelios, valiéndose de arias y coros que nos cuentan la historia.
La ética protestante y la fe luterana utilizaron la música para evangelizar, de ahí la estrecha relación de la música y la religión en la Alemania de Bach y la importancia que se le dio a la música para sostener la práctica y la fe cristiana.
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