Preliminar
A Albert Einstein le atribuyen haber dicho “Es más fácil desintegrar un átomo que desintegrar un prejuicio, pero eso no quiere decir que no valga la pena intentarlo”. Por eso, cuando Ibeth me informó que había decido realizar su investigación doctoral sobre la imagen del personaje haitiano que se construye o se presenta en la narrativa dominicana, quedé perplejo: una mezcla de sorpresa, alegría y preocupación se agitó en mi interior. Sorpresa, porque no sabía de la sensibilidad social de Ibeth; alegría, porque es reconfortante que una intelectual de su calibre no sea indiferente al dolor de los más vulnerables; y preocupación, porque en este ambiente enrarecido, con solo mencionar la palabra haitiano, se disparan las alarmas “nacionalistas”. Temía que ella y su investigación fueran pastos del furor antihaitino. Pero se atrevió, y el resultado no pudo haber sido mejor.
A partir de ahora, me referiré a la autora de este libro como la Dra. Ibeth Guzmán, o como la investigadora. En cambio, usaré los términos autor o autora para referirme a los escritores y escritoras de los textos que forman el corpus de relatos que sirvieron de base a la investigación doctoral.
No voy a analizar los mismos textos que ella estudió rigurosamente. Ni siquiera los releí para no caer en la tentación de hacer ostentación de mis lecturas. Más bien mi estudio es metaanalítico, como debería ser toda presentación de un texto. Si asumimos que todo análisis textual es un metadiscurso, esta presentación lo es por partida doble.
Si se toma en cuenta el poder de los estereotipos en el pensamiento de las personas y sus acciones, se vería la extrema relevancia de este libro. Los estereotipos y los sesgos cognitivos son el punto de encuentro entre la psicología cognitiva, la filosofía y la lingüística del discurso, a la cual pertenece la literatura. Esos dos enunciados de por sí dan una idea de la trascendencia de este libro, y de la osadía intelectual de la Dra. Ibeth Guzmán. Mis comentarios se van a circunscribir a demostrar el rigor metodológico de la investigación que dio origen a este libro y a destacar relevancia que tiene el estudio de los estereotipos en la literatura y en la realidad fáctica o realidad real, como dice Paul Watslaick.
Todo personaje expresa en sí mismo la mismidad y la ipseidad, pero también supone la otredad y la alteridad, porque como explica Paul Ricoer, el yo se construye en relación con el otro, y en su propio relato. De ahí su carácter intersubjetivo. El proceso de construcción de la otredad pasa de la elaboración de estereotipos sobre el otro, al prejuicio; del prejuicio, a la discriminación; y de la discriminación, a la acción. Dicen los neurocientíficos que “como piensas, así actúa”. Imagínense cómo pueden actuar las personas cuyos estereotipos de la otredad (y nuestra otredad más obvia son los los haitianos) hayan sido construidos desde el rechazo y la satanización. Entonces estudiar un personaje es internarse en los terrenos movedizos de la identidad.
El poder de los prejuicios es tan fuerte que experimentos de la semiótica de la expresión corporal han revelado que nos formamos una representación de una persona en los primeros cinco segundos de verla actuar. Piensen en un profesor o en una profesora que entra al aula sonriendo, con pasos rítmicos y firmes, y mirada serena y segura. En menos de cinco segundos los estudiante se forman una idea de ese docente, porque se les activan estereotipos asociados a personas con esas cualidades. En la película Deseos cumplidos, se da una discusión muy simpática por un paqueo, entre una joven empleada que recién se había ganado una jeepeta de lujo y de alto consumo de combustibles fósiles, y un apuesto inversionista. En tres segundos (los conté) cada uno se formó una idea del OTRO.
Se desmontan ambos de sus vehículos:
El inversionista le dice en seguida indignado: “La gente como tu piensa que el mundo le pertenece”.
La joven le responde: “¡La gente como yo! ¿Crees que por el coche ya sabes quien soy? “
El inversionista reafirma su percepción: “Pues sí. Lo creo. Las cosas materiales te hacen feliz; la posición es lo mas importante para ti; y, obviamente, no te importa el medio ambiente”.
La joven le responde con ironia: “¡Vaya! No puedes tener una opinión mas equivocada sobre mí”.
Acto seguido, la joven expresa su opinión sobre el inversionista: Tú solo compras en tiendas de diseño, pagas demás a tu peluquero, y llevas un librito para aparentar que te preocupa el medio ambiente. Pero no es verdad”.
El inversionista cierra el dialogo con otra irania: “Dos de tres. No está mal”.
Lo curioso es que en el universo de la película, ambos son personas preocupadas por el medio ambiente. Pero ambos activaron sus estereotipos de las personas a las que no les interesa el medio ambiente. Y en menos de tres segundos, sacaron sus respectivas conclusiones. Ella, por la apariencia aventurara del inversionista; y él, por la jeepeta último modelo y de alta gana, de de la joven.
Para los empiristas, especialmente para John Locke, lo que no se expresa en la experiencia es como si no existiera. Ese enunciado implica que lo que se expresa en la experiencia existe, o sea es real, independientemente de que se ajuste a la verdad. Ese es el peligro de los estereotipos. Ni siquiera las evidencias hacen cambiar a las personas prejuiciadas. Por eso, develar los estereotipos en cualquier ámbito, es una obra de capital importancia. Pero mucho más en la literatura, por su carácter sugestivo, subjetivo y sugerente.
Cuando era un mozalbete solía escuchar decir a los adultos varones que a las mujeres no se les debe decir que las amamos, porque se engríen. Luego escuché con frecuencia un bolero de Roberto Llanés que reforzaba esta idea. Cito algunos versos:
No le debes tú nunca decir a una mujer, lo que la quieres/ Pues es muy difícil comprender, el corazón de las mujeres/ Si le tienes tú, veneración a una mujer, no se lo digas.
Ni jamás le formes un altar con tu querer, porque te olvida.
Mientras más, vea que la desprecias, más te querrá. Y nunca ya te olvidará.
Pero todo lo anterior no significa que los estereotipos sean negativos en sí mismos. De hecho, sin ellos el procesamiento de las percepciones sería lentísimo. Ellos son atajos que usa el cerebro para obviar la mayoría de los pasos en el procesamiento de las percepciones y de las informaciones. Sin la activación de estereotipos, no habríamos podido sobrevivir, y no lo podríamos hacer ahora. Hay muchas ocasiones en las que solo la respuesta automática del cerebro a la activación de estereotipos nos puede salvar. El problema surge cuando se llega a conclusiones basadas en prejuicios o en experiencias personarles sin verificar su consistencia. Lo que procede es tomar los estereotipos como hipótesis que en la mayoría de los contexto hay que confirmar, para evitar los sesgos cognitivos.
De todo lo dicho hasta aquí se infiere no solo la trascendencia como destaqué al principió, sino también la vigencia de la investigación que dio origen a este libro.
Creo que es de rigor presentarles la macroestructura semántica del libro que nos convoca, antes de pasar a comentar los resultados del estudio de los estereotipos en el personaje haitiano en la narrativa dominicana.
Macroestructura semántica y corpus de textos
El eje central de este libro está directamente relacionado con los estereotipos, y por tanto con la identidad. La investigación que le da origen constituyó una búsqueda de la presencia del personaje haitiano en los textos narrativos dominicanos, y de la imagen que del mismo se dibuja. Los personajes se construyen a sí mismos en el escenario de la ficción. A veces, incluido el personaje narrador.
El corpus de la investigación está constituido por once relatos de la literatura dominicana. Para conseguir el debido rigor metodológico, la autora tuvo que resolver dos situaciones espinosas en una investigación con objeto de estudio tan lábil: 1) ¿Qué es un texto literario dominicano? 2) ¿Cómo seleccionar la muestra? Para resolver la primera, procedió a elaborar una definición operativa plausible del concepto textos dominicanos: “He partido (…) de asumir como textos dominicanos aquellos publicados a partur de 1844, por razones más que obvias. (…). Partiendo de ese criterio, me propuse elegir solo los textos narrativos que incluyen personajes haitianos”.
Para seleccionar la muestra, siguió un procedimiento no probabilístico por conveniencia. No vayan a confundir lo de “por conveniencia” con facilidad. Sino que por ser una investigación cualitativa, lo más conveniente era asegurarse previamente que en los textos estudiados, por lo menos uno de los actantes pudiera considerarse un personaje haitiano; y que estos textos fueran representativos de la literatura dominicana.
En todo el texto se advierte el empeño de la investigadora en atenerse a las evidencias, que en el análisis textual será siempre la ilustración con ejemplos de los textos estudiados. Como la Dra. Ibeth Guzmán es consciente que en literatura estudiar un personaje es estudiar estereotipos, los cuales se construyen con un alto componte de subjetividad, evita su propio sesgo ciñéndose al rigor metodológico. En todo momento, evita tomar partido o expresar juicio de valor, para no caer en lo que podríamos llamar el sesgo del contrasesgo.
La perspectiva teórica que sigue la investigadora para tipificar y clasificar el personaje haitiano dentro de la narrativa dominicana es el modelo de categorización de estructura actancial, de Algirdas Julien Greimas; así como las funciones propuestas por Vladimir Propp, en Morfología del cuento. (P. 25). En el marco de esta teoría, los actantes podrían ser los entes o las cosas que, “por cualquier razón y de una manera u otra -incluso a título de simples fulgurantes y del modo más pasivo- participan en el proceso.” ( P. 30). Es muy pertinente la aclaración que hace la investigadora: “El concepto actante tiene mayor extensión que el de personaje, sobre todo en semiótica literaria, pues no solo comprende a los seres humanos, si no también a los animales, los objetos y los conceptos”. P 31.
Para la investigadora la presencia del personaje haitiano en la literatura dominicana evoca indefectiblemente el personaje dominicano, como si ambos fueran las dos caras de una misma moneda. Es como si nos recordara que República Dominicana y Haití son hermanas siamesas con identidades propias. CITO: “Al hablar del personaje haitiano en la narrativa dominicana, estamos, obviamente planteando una vinculación de este con el personaje dominicano”.
Este libro está estructurado en seis bloques numerados de cero a cinco; y un epílogo titulado AL MARGEN. El bloque CERO contiene el contexto de la investigación; los bloques del UNO al CINCO contienen el corpus de textos estudiados, compuesto por once (11) relatos, organizados según la temática y la ambientación o contexto de la ficción; y el epílogo o AL MARGEN es una conclusión tan lógicamente derivada del cuerpo de datos obtenidos y explicados, que bien se podría hablar de un corolario.
Llama la atención el título de Al MARGEN. El lector acucioso debe preguntarse: ¿Al margen de qué? ¿De todo lo dicho? ¿De la polémica que suscita y concita el tema? ¿De la ideología de la misma investigadora y de sus propios perjuicios? Yo me quedo con la última posibilitad.
Estereotipo, prejuicio, discriminación (acción)
Ahora paso a comentar los estereotipos que retratan el personaje haitiano.
EN EL BLOQUE UNO, se estudian los relatos Rufinito, de Federico García Gody; y Las Vírgenes de Galindo, de César Nicolás Penson, textos de ficción anclados en hechos históricos. De los rasgos físicos (prosopografia) del personaje haitiano, solo se destacan que es negro y feo. Sin embargo, se describen abundantes rasgos psicológicos o interiores, o sea una etopeya prolija: déspota, criminal, vicioso, lascivo, salvaje, supersticioso, beodos, etc. La Dra. Ibeth Guzmán remata esta etopeya con esta afirmación contundente: “…se presenta la personalidad del haitiano con bajísimos niveles de humanidad y altísimo gajes de monstruosidad”. Para la Dra. Ibeth Guzmán, esto obedece a un fin propagandístico. Concluye el estudio de Las Vírgenes de Galindo con una frase cargada de pesar: “Y Cada haitiano es visto como un cúmulo de desgracias” ( 65).
PASAMOS AHORA AL BLQUE DOS. Los textos estudiados en el bloque DOS son Ceñas y bueyes, de Francisco Moscoso Puello; Óver; de Ramón Marrero Aristy; y Luis Pie, de Juan Bosch. Estos relatos están ambientados en los ingenios de caña. En ellos, el personaje haitiano se presenta como obrero, bracero, eficiente, infrahumano (se le compara con una mula), vulnerable, perseguido incomprendido y pestilente, Entre el olor corporal de los haitianos y el adjetivo pestilente media el estereotipo de los olores desagradables. Es probable que en su cultura no se perciba el olor corporal como parte de la pestilencia, así como casarse con una niña no es pedofilia, en algunas cultura; ni tener varias parejas es adulterio, otras.
EN EL BLOQUE TRES, se estudian relatos dedicado a la ficción anclada en masacres históricas. Pertenecen a este bloque, El degüello de Moca, de Bruno Rosario Candelier; y El Masacre se pasa a pie, de Freddy Prestol Castillo. Hay que destacar el acierto de la Dra. Ibeth Guzmán al elegir estas dos novelas para este bloque, puesto que presenta el intercambio de los roles presa-depredador, víctima-victimario, agresor-agredido que ha caracterizado las relaciones entre los nacionales de los dos Estados que comparten la isla de Santo Domingo.
Los rasgos estereotípicos del personaje haitiano en las dos novelas de este bloque son contradictorios. En El degüello de Moca, se presente el personaje haitiano con los siguientes estereotipos: brutal, sanguinario, cruel, grosero, supersticioso.. vengativo, una amenaza para la integridad del país, victimario, despiadado y negro, etc. Exceptuando la negritud, todos los demás rasgos son etopéyicos, lo que favorece la apreciación subjetiva del narrador.
En la novela El Masacre se pasa a pie, en cambio, se recrea una etopeya de un personaje desvalido, devaluado y perseguido. Una cita que nos ofrece Dra. Guzmán retrata de cuerpo entero el personaje haitiano en este novela, CITO: “Una res vale más que un preso; un haitiano vale menos que un mango. “Haití es un personaje que habla, camina y penetra silencioso hacia la oscuridad”. TERMINA LA CITA P. 133.
EL BLOQUE CUATRO está dedicado a la ficción ambientada en la ciudad. Los textos estudiados son: La avalancha, de Manuel Matos Moquete, y Payaso al caer la tarde, de Nan Chevalier.
En los relatos de este bloque, se presenta un personaje haitiano optimista, discriminado y sexualmente privilegiado. En la novela, Payaso al caer la tarde, las referencias al personaje haitiano giran de lo social a lo sexual. Aquí el personaje haitiano es un atleta sexual bien dotado de material colgante (basado en mitos de la cultura popular que compara a los negros con los sátiros). Curiosamente, en esta novela, el poder sexual corre parejo con holgura económica.
En las dos novelas de este bloque, el personaje haitiano no es pobre ni feo ni corporalmente maloliente. La investigadora se hace una pregunta retórica: ¨¿Será por eso que no lo rechazan?” Es interesante el señalamiento de la Dra. Ibeth Guzmán, en el sentido de que la discriminación se disipa cuando el personaje haitiano no es pobre. Sutilmente, sugiere que más que racismo, en RD hay aporofobia, eso que hasta hace muy poco los intelectuales llamaban clasismo.
EL BLOQUE CINCO está dedicado a lo que se podría llamar ficción vicaria. Los textos estudiados son: Una boda en Haití, de Julia Álvarez; y Nombres y animales, de Rita Indiana. La representación que se hace del personaje haitiano en las dos novelas de este bloque es positiva: un amigo cercano, alguien en apuro, un héroe de la alegría, una víctima de la pobreza, de color variopinto; un ser humano maltratado, deportado, trabajador, subalterno, venerado, apegado a RD y heroico.
Distinto a lo que acontece en todas las demás narraciones, en los relatos de este bloque, se presenta el personaje haitiano de color variopinto. Tal vez las autoras quieran subvertir el imaginario popular de que todos los haitianos son prietos. Esa variedad de color del personaje haitiano sirve a las autora de las novela, para determinar la diferencia racial. Así se borran las diferencias raciales entre dominicanos y haitianos, ya que entre los dominicanos también lo que hay es diferencia en la cantidad de melanina en la piel.
A la Dra. Ibeth Guzmán, esta representación positiva del persoanje haitiano no le pasa desapercibida: “Hemos visto que Nombres y animales, escrita desde la diáspora, coincide con Una boda en Haití en presentar una misma imagen del personaje haitiano: la de una victima que debe ser salvada por un héroe… por una heroína”.
La imagen del personaje haitiano que se construye a partir de las dos novelas de este bloque CINCO contrasta con la imagen o retrato que se pinta en los anteriores bloques, exceptuando a Luis Pie. Se puede afirmar que en cuanto a la imagen del personaje haitiano, las novelas Una boda en Haití y Nombres y animales constituyen un contradiscurso literario.
Las visiones y convicciones de las autores y de los autores de los once relatos estudiados por al Dra. Ibeth Guzmán se colaron entre los intersticio de los retratos de los personajes: Juan Bosch, Manuel Matos Moquete, Rita Indiana y Julia Álvarez, muestran un retrato del personaje haitiano desde el respeto a la diversidad y a los vulnerables. Su mecanismo de narración favorito es presentarlo en la voz del mismo narrador. En ellos, las cualidades negativas tienen un intención ilocucionaria dirigida a la denuncia. No a detractarlo. En el contexto de los textos, parecen neutrales. Eso lo advierte la investigadora: “En La avalancha se aprecia claramente una postura neutral del autor frente a las actuaciones de los personajes. El narrador no se inmiscuye ni toma partido.” Yo diría que en estos relatos, el narrador evade emitir juicio de valor sobre el personaje haitiano. Y eso es de por sí relevante. Pero en las demás narraciones predominan estereotipos negativos.
Visto el riguroso estudio que hace la Dra. Ibeth Guzmán del personaje haitiano cada uno de ustedes podrían crear su propio retrato o representación de los haitianos en general, recogiendo las piezas, (adjetivos y acciones que relatan y delatan a los narradores). Esa imagen que ustedes se formaron o se formarán, dice la dora. Ibeth Guzmán: “…surge en una primera etapa como un sujeto invasor contra el que se desencadena una propaganda negativa; y en una segunda etapa, la de un hombre joven portador de fuerza de trabajo vigorosa”.
Yo resumí las conclusiones de la Dra. Ibeth Guzmán así: El personaje haitiano es configurado más como peligro que como posible aliado; es presentado en el punto más cercano al salvajismo y la malignidad; es agresor, intruso, cruel e indigente. Hay un fragmento del penúltimo párrafo de la conclusión tan perfecto, para mí, que adquiere la categoría de corolario: “Cuando se estudia el personaje haitiano, hay que considerar que además de una historia de conflictos y de enfrentamientos, también existe una condición de pobreza extrema. Esa es la carta de presentación a través de la que se mide su aceptación. Aspectos como la nacionalidad, el color de la piel, la contextura física, la religiosidad, la lengua, o el olor corporal, sin perder peso, constituirán sobre todo rasgos de un armazón funcional: el de la pobreza”. (P. 200).
Conclusión
La investigación sobre el personaje haitiano y la publicación de este libro es una obra de amor y solidaridad. Amor al conocimiento y a la humanidad. A Antoine Saint Exupery se le atribuye la frase: “Si queremos un mundo de paz y justicia, hay que poner la inteligencia al servicio del amor”. Es precisamente lo que ha hecho Ibeth. Desentrañar los estereotipos que priman en los relatos de la literatura dominicana es un alerta para evitar prejuicios que pueden dañar a otros. Alguien podría pensar que la literatura y la realidad son ámbitos bien diferenciados. Podría ofrecer varios ejemplos que falsarían esa aserción. Pero solo daré uno, por razones obvias. Les pregunté a diez jóvenes maestrantes que cuáles fueron las causas por las que Enriquillo se sublevó en la escarpada sierra de Bahoruco. Ocho adujaron como primera causa, el supuesto abuso de un encomendero contra Mencía, la mujer de Enriquillo. Sin embargo son escasos los historiadores que si quiera mencionen esa causa real o inventada. ¿Por qué sucede esto? Porque en la novela Enriquillo, Manuel de Js. Galván enfatiza esa causa. Nótese cómo los estereotipos pueden ir de la realidad a la ficción y de la ficción a la realidad.
Otro ejemplo contundente del poder de los estereotipos es el de la película Tiburón y del libro del mismo nombre, el cual recrea la película. Después del rodaje y estreno de la película, la fobia contra los tiburones, y por vía de consecuencia la persecución contra los mismos, se dispararon de manera alarmante. En esta semana, tanto el autor del libro, Peter Benchley, como el director de la película, Seven Spielberg han declarado que están arrepentidos de la publicación del libro y del rodaje de la película.
Me parece extraño que en un ambiente tan enrarecido por los discursos de odio, la exacerbación de la aporofobia y el antihaitianismo, un libro herético como este (y yo amo las herejías) no haya sido despedazado, vilipendiado y demonizado. Para mí, la respuesta se halla en que está sustentado en evidencias sólidas y consistentes.
UNA NOTA AL MARGEN: Creo que este libro es pionero en su género. Además es pionero en las publicaciones de tesis doctorales de programas netamente dominicanos. Su publicación fue otra osadía de la Dra. Ibeth Guzmán, porque es exponer sus hallazgos a un público amplio constituido mayoritariamente por personas que no admiten ninguna alusión a la haitianidad que no sea para denostarla. Pero hasta donde yo sé, todavía este libro no ha sido quemado en público. Al contrario, ya tiene dos ediciones en un año, y amenazando con una tercera.
La puesta en circulación de este libro constituye en primer término una re-validación de la investigación doctoral que le dio origen, y por supuesto, una visualización sin prejuicio de la presencia haitiana en nuestra literatura. Y eso duele. Pero también mueve.
Concluyo con esta hermosa frase de Juan Gervasio, un pensador crítico y promotor de las ideas con sentido: “En el libro El personaje haitiano en la literatura dominicana, la Dra. Ibeth Guzmán nos recuerda que la literatura no es un espejo neutro: es una herramienta de poder, capaz de sembrar conciencia, o perpetuar desprecios”.
Muchas gracias.
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