[En este homenaje, la Fundación Lasallistas honra la trayectoria del Dr. Miguel José Escala, maestro fundador, humanista y educador dominicano que marcó a generaciones desde las aulas del Colegio La Salle y más allá.]
El primero de julio, cuando el día apenas abría los ojos y el corazón aún guardaba la tibieza de los sueños, la Fundación Lasallistas Dominicanos decidió detener el tiempo para rendir homenaje no solo a un académico, sino a un hombre que ha hecho de la educación una forma silenciosa y profunda de amar.
Reconocer a Miguel José Escala Figueredo fue más que un acto institucional.
Fue un acto de gratitud honda y colectiva, un gesto de reencuentro con lo mejor de nosotros mismos.
Porque al agradecerle, fue él quien nos regaló más:
con voz emocionada y sin artificio, nos dijo:
“Me estrené como profesor con la promoción de ustedes…
Y eso, créanme, nunca se olvida.
Perdón por los errores que pude haber cometido.”
¡Cuánta grandeza en esa humildad sincera!
Sus palabras fueron una ventana abierta al alma.
Y por ella entraron de nuevo los recuerdos, los hermanos, los patios, las voces queridas de aquellos días en el Colegio Dominicano de La Salle, cuando la promoción del 73 todavía caminaba con uniforme, y los Hermanos Lasallistas eran faro y disciplina, ternura y exigencia, legado y destino.
Escucharte, Miguel, fue abrir juntos esa puerta.
Y sentir otra vez el olor a tiza y a cuaderno nuevo.
El eco del timbre que marcaba la fila.
El murmullo reverente de un aula llena de sueños.
Allí resonaba cada mañana nuestra oración compartida:
“Acordémonos que estamos en la santa presencia de Dios.”
Y en cada página de cuaderno, con inocente solemnidad, escribíamos en la esquina superior: J.M.J. — Jesús, María y José.
Miramos —aunque solo por un instante— al joven profesor que entonces comenzaba a enseñar y, sin saberlo, ya estaba cultivando para siempre.
Aprendimos, como tú nos enseñaste, que la esperanza no es algo que viene… la esperanza está.
Al nombrar al Hermano Pablo, al Hermano Alfredo, a Max, a Cabeza, a Evaristo, a Antonio… sus voces resonaron en nosotros como campanadas sagradas.
Porque en ellos —y en ti— aprendimos no solo a conjugar verbos, sino a conjugar la vida con sentido y con esperanza.
Reconocerlo hoy es afirmar que aún existen hombres que unen la ciencia con la vocación, el pensamiento con el alma, la ética con la ternura del que enseña desde el amor.
Doctor en Educación, maestro de generaciones, Escala, primer Profesor Emérito del INTEC, inició su labor magisterial hace más de cinco décadas en el Colegio Dominicano de La Salle.
Desde las aulas del Colegio La Salle hasta las más altas responsabilidades académicas en INTEC, su trayectoria ha sido faro para generaciones.
Gestor universitario, humanista y creyente, pero sobre todo, hermano de camino.
Tu andar no ha sido solo académico, sino peregrinaje de ideas, de liderazgo que acompaña sin imponerse, como quien enciende una lámpara en la noche y la sostiene hasta que todos encuentren su rumbo.
Más allá de los títulos, hoy nos convoca el hombre: el que escucha. El sembrador que no se cansa. El profesor fiel al espíritu de La Salle, que ha vivido —y aún vive— la fe con rigor, la fraternidad con hechos, y el servicio como opción sagrada de vida.
En estos tiempos líquidos, donde todo parece desvanecerse, tú permaneces: silencioso como un roble, profundo como un río que nunca se agota, coherente como una lección bien vivida.
Y al recibir este reconocimiento, no alzaste la voz ni buscaste el centro.
Solo dejaste caer una frase, como quien entrega una brújula a quienes seguimos enseñando:
“Que tus ejemplos instruyan a tus alumnos mucho más que tus palabras.”
Así lo dijiste, citando a San Juan Bautista de La Salle.
Y así lo has vivido, día a día, sin estridencias.
Gracias, querido Miguel, por tu fidelidad sin estruendo, por tu magisterio firme, por tu entrega limpia, y por recordarnos que educar aún puede —y debe— ser una forma de redimirnos.
Hoy, al reconocerte, también nos reconocimos a nosotros mismos: esos jóvenes inquietos que fuimos, moldeados por tu ejemplo, por tu voz, por tu presencia serena.
Gracias por ser memoria que ilumina, por demostrar que educar es sembrar en tierra sagrada.
Que tu lámpara siga ardiendo.
Y que nosotros, tus alumnos y compañeros, sigamos llevando esa luz por los caminos que aún faltan por recorrer.
La Fundación Lasallistas, en nombre de todos los que hemos sido tocados por tu paso, te abraza con gratitud honda, con alegría compartida, y con la certeza de que tu siembra siempre ha florecido… y seguirá floreciendo.
¡Gracias eternas!
Compartir esta nota