Ofrenda floral de la Liga Hostosiana a los restos mortales de Eugenio María de Hostos en el Panteón de la Patria de la República Dominicana.

Eugenio María de Hostos, de raíces tanto cubanas como dominicanas, nació en Río Cañas Arriba de Mayagüez, Puerto Rico, 11 de enero de 1839. Fue un destacado intelectual que ejerció el magisterio en todos los niveles educativos, al tiempo que se destacó como filósofo, sociólogo y fino escritor.

Sus grandes aportes en el ámbito educativo tanto en la República Dominicana, en Chile, como en Venezuela, Colombia y otros países del continente americano, le valieron la denominación de “Ciudadano de América”. Su entrega por la causa de la independencia de Puerto Rico y Cuba, la lucha por la consolidación de la independencia de la República Dominicana, así como sus esfuerzos en pos de la unidad de las Antillas de habla hispana e Hispanoamérica, lo sitúan como uno de los abanderados de una Gran Confederación de las Antillas y de la Gran Colombia. De igual modo, ha sido considerado el precursor de la Bioética y fundador de la Sociología como ciencia en el continente americano.

Hostos realizó sus estudios primarios en el Liceo de San Juan en Mayagüez en 1847, donde obtuvo el premio al mejor estudiante en aritmética. A los 13 años, en 1852, sus padres, Eugenio de Hostos y Rodríguez de Velasco -escribano y secretario de la Reina Isabel II de España por Decreto Real del 24 de noviembre de 1848- e Hilaria María Bonilla y Cintrón, lo enviaron a estudiar a España, donde empezó su bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Bilbao, en la actual Comunidad Autónoma del País Vasco.

En 1855 regresó a Puerto Rico, donde estudió en el Seminario Conciliar de San Juan, para luego viajar de nuevo a España, esta vez a Madrid. En 1858 ingresó a la Universidad Central de Madrid, formándose en Derecho, Filosofía y Letras, siendo discípulo de Julián Sanz del Río, teórico del krausismo español, lo que marcará su pensamiento jurídico, y entró en contacto con Francisco Giner de los Ríos y otros estudiantes, con los que más tarde protagonizó la llamada Revolución de 1868.[1]

Óleo de Eugenio María de Hostos a los 19 años mientras estudiaba leyes en Madrid, España.

Hostos comenzó a interesarse por la política, al tomar partido decidido en favor del establecimiento en España de una República Federal. En 1862 muere su madre Hilaria María Bonilla y Cintrón en Madrid. En 1863 publicó su novela política “La peregrinación de Bayoán” para hacer entender en España la penosa situación colonial de Cuba y Puerto Rico. Se destacan en este periodo la denuncia de la represión militar y civil hacia los estudiantes durante la noche de San Daniel el 10 de abril de 1865 a través de una carta enviada al periódico La Iberia y con el discurso pronunciado contra el régimen de la metrópoli colonial española en el Ateneo de Madrid el 20 de diciembre de 1868. También pasó a ser miembro de la Sociedad Abolicionista de la Esclavitud.[2]

El Ateneo de Madrid, lugar donde Hostos comenzó su periplo por la libertad.

Durante su estancia en Madrid, tras la Revolución de septiembre de 1868, se produjo días más tarde la insurrección armada en Puerto Rico, denominada la Revolución del Grito de Lares, liderada por el hacendado venezolano Manuel Rojas, en el mes de octubre. Un grupo de puertorriqueños defendió a quienes estuvieron implicados en la revuelta, reuniéndose con el general Francisco Serrano, Presidente y Jefe del Gobierno Provisional español para reclamar autonomía para las Antillas, así como el perdón y la suspensión de la pena de muerte impuesta a los prisioneros que participaron en la acción de Lares. Serrano se mostró dispuesto a ofrecer una amnistía sólo para los nativos de Puerto Rico, excluyendo a los extranjeros. Hostos defendió la inclusión de Manuel Rojas en el grupo amnistiado, alegando que era un digno hijo adoptivo de Puerto Rico, y, por tanto, merecedor del mismo derecho que los demás.

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Facsímil de la primera obra de Eugenio María de Hostos.

Tras la proclamación de la Primera República Española, se concedió una amnistía general a todos los encarcelados por ese motivo. No obstante, Manuel Rojas, al igual que otros compañeros, fue enviado al exilio. España, en ese periodo, adoptó una nueva Constitución en 1869, rehusando extender a Puerto Rico y a Cuba los derechos ciudadanos propios de una república federada. La Revolución había logrado el destitución de la reina Isabel II, pero no la liberación de Cuba y Puerto Rico, por las que luchaba Hostos.

Decepcionado, abandona a España y tras regresar de Francia viaja a Nueva York con el propósito de continuar la lucha para la liberación de Cuba y Puerto Rico. Formó parte de la Junta Revolucionaria Cubana creada en Nueva York y dirigió su órgano periodístico, La Revolución. Frustrado por los resultados logrados, se trasladó a Sudamérica con la promesa de obtener apoyo para la causa antillana. Recorrió todos los países de América Latina, predicando la necesidad de la independencia de las últimas colonias y motivando la integración de la que llamó la Gran Colombia, desde México hasta la Patagonia y las Antillas. Estas ideas las expuso en España en el Ateneo de Madrid, tal como lo destaca Ocampo López.[3]

En 1870 inició su viaje a América del Sur donde visitó a Colombia, en la cual fundó la Sociedad de Inmigración Antillana en Cartagena, propuso convertir al canal de Panamá en un canal latinoamericano neutral, libre de las pretensiones del imperialismo norteamericano, al tiempo que se desplazó a El Callao y Lima, Perú, donde vivió por espacio de un año hasta 1871. En Perú fundó el periódico La Patria, donde publicó algunos de sus ensayos e importantes documentos sociológicos en que propone el concepto de mestizaje, donde el cholo pasó a ser el modelo de mestizo, tal como lo era el jíbaro para los borinqueños. En este país crea la Sociedad de Auxilios para Cuba y la Sociedad Amantes de Saber con Joaquín Capelo, para fomentar un ambiente intelectual en Lima.

En diciembre de 1871 llegó a Chile donde fue socio de la Academia de Bellas Letras de Santiago de Chile. En Chile continuó su labor literaria y social, donde fue más reconocida y admirada que en los demás lugares que hasta ahora había visitado. Allí compuso el famoso e innovador ensayo La Educación Científica de la Mujer, que originalmente fueron tres discursos leídos en la Academia de Bellas Letras de Santiago de Chile en 1873 sobre la educación científica de la mujer, su derecho a la educación plena y a la igualdad ante los hombres.

De Valparaíso viajó a Buenos Aires. José Manuel Estrada le ofreció la Cátedra de Filosofía o la de Literatura en la Universidad de Buenos Aires, pero Hostos declinó. En Argentina proyectó la creación de un Mercado Común Sudamericano y el ferrocarril trasandino, el cual sería construido tiempo después. Luego continuó su periplo por Brasil, pasando de Río de Janeiro a Nueva York, donde llegó a realizar varias publicaciones en La América Ilustrada y siguió su campaña en favor de la independencia de Cuba y Puerto Rico.[4]

En 1875, Hostos salió del Puerto de Boston en compañía del General Aguilera en una expedición armada hacia Cuba, la cual fracasó. Entonces se estableció en Puerto Plata, República Dominicana, donde fundó y dirigió los periódicos Las Tres Antillas y Los Antillanos y colaboró en el periódico Las Dos Antillas. En 1876 en República Dominicana fundó la Sociedad La Educadora. Tras una divergencia con el presidente Ignacio María González, se dirigió nuevamente a Nueva York y de allí viajó a Venezuela, donde se inició en la labor pedagógica.

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Retrato de Luisa y María, hijas de Eugenio María de Hostos.

En Caracas dirigió el Colegio Nacional de Asunción y el 9 de julio de 1877 se casó con la cubana Belinda Otilia de Ayala Quintana (1862-1917),​ con quien tuvo cinco hijos e hijas. La poetisa y revolucionaria puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió, desterrada en Venezuela, fue la madrina de la boda. Durante su estancia en Venezuela fue Director de Colegios en la isla Margarita y en Puerto Cabello.[5]

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Hostos, Luperón y Betances tres paladines de la lucha por la libertad de Las Antillas.

De 1879 a 1888 vivió en la República Dominicana, donde fundó en 1880 la primera Escuela Normal de Santo Domingo, de filiación laica. Entre el 13 y 20 de mayo de 1879 el Congreso Nacional, presidido por los patriotas Francisco Gregorio Billini, como Presidente del Senado, y Federico Henríquez y Carvajal, como Secretario; Manuel Piña como Presidente de la Cámara de Diputados, y Augusto Franco Bidó, como Secretario, aprobó la Ley 1776 que estableció las Escuelas Normales en la República Dominicana, cuyo contenido había sido formulado por el maestro Eugenio María de Hostos. Esta ley fue promulgada el 26 de mayo de 1879 por el entonces presidente de la República, Cesáreo Guillermo, y refrendada por el Ministro de Hacienda y Comercio, para entonces también Encargado de la Cartera de Justicia e Instrucción Pública, Apolinar de Castro.[6]

No obstante, fue en el marco del gobierno provisional que presidió el general Gregorio Luperón desde Puerto Plata, cuando la Escuela Normal de Varones dirigida por Eugenio María de Hostos abrió sus puertas al público el 10 de Febrero de 1880, mediante una convocatoria a todos los alumnos que desearan inscribirse entre el 14 y el 18 de febrero de ese año para que tomaran un examen de admisión, en el local situado en la Calle de los Mártires (hoy Padre Billini) No. 34  esquina S.O. (hoy Avenida Duarte) de la Plaza del Convento de los Dominicos, Ciudad Colonial de Santo Domingo. Aunque la Ley de las Escuelas Normales establecía un máximo de 40 alumnos, fueron admitidos 58 estudiantes después de tomar los exámenes de admisión correspondientes. Hostos manifestó que diez se retiraron sin anunciar los motivos y seis faltaban con frecuencia, manteniéndose de forma constante únicamente los 40 alumnos que estipulaba la legislación, cuya primera graduación se produciría en el año 1884.[7]

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Escuela Normal de Santo Domingo dirigida por Hostos, situada en la Calle de Los Mártires (actual Padre Billini esquina S.O (actual Avenida Duarte).

Con esta legión de 40 alumnos se inició la Revolución Educativa capitaneada por el maestro Eugenio María de Hostos, que no solo se expresó en el campo pedagógico, sino que constituyó esencialmente una revolución total de la conciencia, una revolución humanística, una revolución intelectual, una revolución en los métodos de enseñanza-aprendizaje, una revolución en el plano ético-moral y una revolución racional, sin renunciar a los sentimientos y las emociones propios del diario vivir. Esto implicó una transformación integral de las formas tradicionales de enseñanza y de la conciencia dogmática que de la mano del escolasticismo habían prevalecido en el país desde finales del siglo XV hasta finales del siglo XIX, a las que tuvo que enfrentar con todos los medios persuasivos y disuasivos a su alcance, hasta a llegar a convencer a una parte considerable de ellas, a otras pudo neutralizarlas, mientras que a las demás, estrechamente vinculadas al poder estatal autoritario, las combatió hasta que sus fuerzas y posibilidades se lo permitieron.

Influenciado por el krausismo español y el positivismo de Comte y Spencer, el maestro Hostos implementó una nueva pedagogía dirigida a formar seres humanos integrales, capaces de construir en sus respectivos países sociedades libres, tal como hizo en Colombia, Venezuela, República Dominicana y Chile. Reivindicó la ciencia y la razón frente a la orientación religiosa como herencia colonial y una visión científica y ética que influyó enormemente en el campo de la moral, la jurisprudencia y la sociología. En la Escuela Normal y en el Instituto Profesional de la República Dominicana impartió las cátedras de derecho constitucional, derecho internacional, derecho penal, sociología y moral social.

En el año 1881, con el apoyo del Gobierno Central y del ayuntamiento de la ciudad, Hostos fundó la Escuela Normal de Santiago de los Caballeros, también en la República Dominicana, y publicó el opúsculo “Los frutos de la Normal” (exposición de pedagogía práctica y científica), escrito por encargo del Gobierno Dominicano. Dos años más tarde, hacia el año 1883 dictó a sus alumnos las lecciones de sociología, que años después formarían parte del Tratado de Sociología.

Eugenio María de Hostos junto a sus alumnos de la Escuela Normal de Santo Domingo.

En septiembre de 1884 se gradúan los primeros maestros normalistas, los cuales fueron: Francisco José Peynado, Félix Evaristo Mejía, Arturo Grullón, Lucas T. Gibbes, José María Alejandro Pichardo y Agustín Fernandez.  En el acto de graduación, Hostos pronunció su discurso Apología de la Verdad, donde señaló los retos que tenían los maestros recién graduados de combatir la ignorancia por todos los medios a su alcance para a la par que alcanzar el amor a la verdad y a la justicia, inculcar en el espíritu de las generaciones educadas el sentimiento poderoso de la libertad, el conocimiento a fondo de la potencia creadora de la virtud, y el  hondo, positivo e inconmovible conocimiento del deber de amar a la patria en todos los sentidos. Estas fueron las palabras exactas dichas por el gran maestro Hostos:

Para que la República convaleciera, era absolutamente indispensable establecer un orden racional en los estudios, un método razonado en la enseñanza, la influencia de un principio armonizador en el profesorado, y el ideal de un sistema superior a todo otro, en el propósito mismo de la educación común. Era indispensable formar un ejército de maestros que, en toda la República, militara contra la ignorancia, contra la superstición, contra el cretinismo, contra la barbarie. Era indispensable, para que esos soldados de la verdad pudieran prevalecer en sus combates, que llevaran en la mente una noción tan clara, y en la voluntad una resolución tan firme, que cuanto más combatieran, tanto más los iluminara la noción, tanto más estoica resolución los impulsara.

Ni el amor a la verdad, ni aun el amor a la justicia, bastan para que un sistema de educación obtenga del hombre lo que ha de hacer del hombre, si a la par de esos dos santos amores no desenvuelve la noción del derecho y del deber: la noción del derecho para hacerle conocer y practicar la libertad; la del deber, para extender prácticamente los principios naturales de la moral desde el ciudadano hasta la patria, desde la patria obtenida hasta la pensada, desde los hermanos en la patria hasta los hermanos en la humanidad. Junto, por tanto, con el amor a la verdad y a la justicia, había de inculcarse en el espíritu de las generaciones educadas un sentimiento poderoso de la libertad, un conocimiento concienzudo y radical de la potencia constructora de la virtud, y un tan hondo, positivo e inconmovible conocimiento del deber de amar a la patria, en todo bien, por todo bien y para todo bien, que nunca jamás resultara posible que la patria dejara de ser la madre alma de los hijos nacidos en su regazo santo o de los hijos adoptivos que trajera a su seno el trabajo, la proscripción o el perseguimiento tenaz de un ideal. Todos y cada uno de estos propósitos parciales estaban subordinados a un propósito total; o, en otros términos, era imposible realizar parcialmente varios o uno de estos propósitos, si se desconocía o se descuidaba el propósito esencial; el de formar hombres en toda la excelsa plenitud de la naturaleza humana.[8]

El 29 de agosto del año 1884 fue aprobada la Ley General de Estudios, donde se recogieron todas las legislaciones educativas que se habían producido para los diferentes niveles educativos, desde el preuniversitario hasta el universitario. El 2 de febrero de 1886 se graduó la segunda cohorte de la Escuela Normal de Santo Domingo, integrada por J. Arismendy Robiou, Jesús María Peña, Barón Coiscou y Rodolfo Coiscou, con lo cual se ofrecieron nuevos frutos a la anhelante sociedad dominicana de entonces, a quienes Hostos les manifestó:

El arma de la verdad no lastima las creencias, como lastima la fe dogmática la conciencia imbuida en otra fe. El arma de la verdad ni hiere ni mata ni extermina como el ejemplo del mundo, cuando nos abandonamos a él sin otro guía que la fe. La verdad es un arma, porque nos protege contra el error, nos defiende contra la duda que no nace en la razón, sino que es sugerida a la razón por la voluntad o las pasiones, y nos salva del mundo y sus insidias, y nos alienta y nos sostiene en nuestras vacilaciones y caídas. Armados de la verdad desde temprano, contemplamos el mundo como el escenario de las fuerzas activas de la naturaleza; la vida, como una resultante de esas fuerzas; el hombre, como último miembro de una serie; la sociedad, como un medio necesario; trabajo, libertad y progreso, como leyes de nuestro desarrollo; el deber, como un fin de nuestra naturaleza; el bien, como una justificación de nuestra vida.[9]

Salomé Ureña, una aliada estratégica del proyecto educativo de Eugenio María de Hostos.

El 17 de abril de 1887 se graduaron las primeras maestras normalistas Leonor María Feltz, Luisa Ozema Pellerano, quien posteriormente fundaría el Instituto “Salomé Ureña”, Mercedes Laura Aguiar, Ana Josefa Puello, Altagracia Henríquez Perdomo y Catalina Pou, alumnas del Instituto de Señoritas, dirigido por la poeta y educadora dominicana Salomé Ureña de Henríquez, en cuyo discurso Hostos expresó:

Sois las primeras representantes de vuestro sexo que venís en vuestra patria a reclamar de la sociedad el derecho de serle útil fuera del hogar, y venís preparadas por esfuerzos de la razón hacia lo verdadero, por esfuerzos de la sensibilidad hacia lo bello, por esfuerzos de la voluntad hacia lo bueno, por esfuerzos de la conciencia hacia lo justo. No vais a ser la antigua institutora de la infancia, que se acomodaba a la sociedad en que vivía, y, devolviendo lo que había recibido, daba inocentemente a la pobre sociedad los mismos elementos de perturbación que siempre han sido y serán la ignorancia, la indiferencia por la verdad y la justicia, la deferencia con el mal poderoso y la complacencia con la autoridad del vicio. Vais a ser institutrices de la verdad demostrable y demostrada, formadoras de razón sana y completa, escultoras de espíritus sinceros, educadoras de la sensibilidad, para enseñarla a sólo amar lo bello cuando es bueno; educadoras de la voluntad para fortalecerla en la lucha por el bien; educadoras de la conciencia para doctrinarla en la doctrina de la equidad y la justicia, que es la doctrina de la tolerancia y la benevolencia universal en cuanto somos hechuras del error, y la doctrina del derecho y de la libertad en cuanto somos entidades responsables.

Lo que hay, de lo que vais a enseñar a lo que antes enseñaban, es abismo. Os lo repito: no os salvareis de la caída. Pero os lo repito para alentaros, no para disuadiros. Soy como el peregrino probado por la fatiga y el dolor, que, al ver caminar por su camino al inexperto. “¡Adelante, ¡espíritu valeroso!” le grita alborozado; “¡Adelante, pero trae los ojos bien abiertos, que donde quiera hay abrojos y espinas y derriscaderos y precipicios!” Pero no soy yo, no el yo aborrendo, quien os amonesta; es la doctrina de verdad quien os aconseja, quien no puede mentiros ni engañaros, quien sabe que debe alertaros enérgicamente para hacer más pronto victoriosa la resistencia que desde el primer paso por vuestra nueva senda vais a tener que oponer…Hasta ayer, hasta hoy, hasta este instante, brillaba en vosotras en su luz incontaminada, porque hasta ayer, hasta hoy, hasta este instante, el medio que lo recibía era igual al medio de donde procedía; pero en lo sucesivo, ya no sois cerebros y corazones sedientos: sois mujeres que formáis parte integrante de una sociedad, y la luz moral e intelectual que de vosotras parta, por fuerza ha de encontrar obstáculo en el medio social que nos envuelve…Nunca tengáis miedo a la verdad: si la veis, deparadla; si otro la ve por vosotras, acatadla. Por aviesa, por repulsiva, por aterradora que sea la verdad, siempre es un bien. Cuando menos, es el bien diametralmente opuesto al mal del error. Quien ve lo que es, ya está en camino de averiguar por qué es como es lo que así es. Y entonces, en vez de cerrar los ojos para no ver, dilatadlos para penetrar en el fondo de la realidad. Entonces, en vez de esclavos del mal, sois sus señores, y podéis mandarle imperativamente: “¡cesa, mal!” Y cesará.[10]

Eugenio María de Hostos junto al claustro del Liceo Miguel Luis Amunátegui en Santiago de Chile, 1897.

Eugenio María de Hostos junto al claustro del Liceo Miguel Luis Amunátegui en Santiago de Chile, 1897.

En el mes de agosto del año 1888, Hostos fundó en la ciudad de Santo Domingo la Escuela Nocturna para la clase obrera y publicó su obra filosófica Moral Social. El gobierno chileno le propuso a Hostos trabajar en la reforma de la enseñanza de ese país sudamericano, propuesta que aceptó por sus diferencias políticas con el gobierno dictatorial que encabezaba el general Ulises Heureaux. El 18 de diciembre de 1888 Hostos se trasladó a Chile, donde vivió y trabajó entre 1889 y 1898. En 1889 llegó a Valparaíso y fue nombrado Rector del Liceo de Chillán (1889-1890) y posteriormente fue el primer rector del Liceo Miguel Luis Amunátegui (1890-1898). Escribió Reforma de la enseñanza en la República de Chile y la Reforma del Plan de Estudios de la Facultad de Leyes en Santiago de Chile y fue profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile.[11]

El reinicio de la guerra de independencia que lideraron José Martí y Máximo Gómez en Cuba a partir de 1895 colocó a Hostos nuevamente en campaña. Regresó a Puerto Rico en 1898, a propósito de la Guerra Hispano-Estadounidense, donde fue nombrado jefe de la Comisión encargada de reclamar en los Estados Unidos la independencia de Puerto Rico, como parte de una Confederación de las Tres Grandes Islas Antillanas.

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Eugenio María de Hostos junto a los miembros de la Comisión con que viajó a Washington.

En el año 1899, junto a los Patriotas Julio Henna y Manuel Zeno Gandía, Hostos viajó a Washington para tener, desde la perspectiva el derecho internacional, una entrevista histórica con el presidente norteamericano William McKinley sobre los intereses y necesidades de Puerto Rico. Posteriormente Hostos fundó la Liga de Patriotas con la esperanza de educar al pueblo puertorriqueño sobre sus nuevos derechos bajo la Constitución Federal de los Estados Unidos, particularmente el derecho a reclamar un plebiscito. Pero su esperanza de un Puerto Rico independiente se esfumó cuando el Gobierno norteamericano decidió, con la ley Foraker del año 1900, convertir a la isla en una colonia norteamericana.

La Hacienda Las Marías donde vivió sus últimos días y falleció en Santo Domingo Eugenio María de Hostos.

En el año 1900 el Gobierno de la República Dominicana, encabezado por el presidente Juan Isidro Jimenes Pereyra, le propuso a Hostos reorganizar la enseñanza pública del país y regresó a Santo Domingo en compañía de su familia, siendo nombrado Inspector General de Enseñanza Pública. Un año después dictaría a sus discípulos nuevas lecciones de Sociología, las cuales se publicarían junto a las que había pronunciado en las últimas décadas del siglo XIX, bajo el nombre de Tratado de Sociología. En 1902 fue nombrado Director General de Enseñanza a la vez que se desempeñaba Director de la Escuela Normal de Santo Domingo.

Traslado de los restos mortales de Eugenio María de Hostos al Panteón de la Patria.

Eugenio María de Hostos falleció en Santo Domingo, capital de la República Dominicana, en su residencia “Las Marías”, el 11 de agosto de 1903, a la edad de 64 años. Sus restos mortales yacen el Panteón de la Patria de la República Dominicana, en la ciudad de Santo Domingo, al ser trasladados el 19 de junio de 1985 mediante el decreto 3070, emitido por el entonces presidente Salvador Jorge Blanco. Hasta el presente, Eugenio María de Hostos es el único extranjero que tiene un espacio en el Panteón de la Patria. Su último deseo fue que sus restos permanecieran en Santo Domingo y que solo fueran llevados a Puerto Rico cuando su patria se convierta en una república, libre, independiente y soberana.

[1] Gotay-Morales, Michelle. “Acerca de Eugenio María de Hostos y Bonilla”. Claridad, En Rojo 7 al 13 de enero de 2016. San Juan, 2016, p. 7.

[2] Gotay-Morales, Michelle. “Acerca de Eugenio María de Hostos y Bonilla”. Claridad, En Rojo 7 al 13 de enero de 2016. San Juan, 2016, p. 9;  Bosch, Juan. “Hostos, el sembrador”. Obras Completas, Tomo VI: Biografías. Santo Domingo: Comisión Permanente de Efemérides Patrias, 2009, pp. 90-91.

[3] Ocampo López, Javier. Eugenio María de Hostos (1839-1903). Sus ideas americanistas y educativas para la formación de los Maestros. Revista Historia de la Educación Latinoamericana, vol. 6, No. 6, 2004. Boyacá: Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 2004, p. 137.

[4] Ibidem, pp. 238-239.

[5]  Bosch, Juan. “Mujeres en la Vida de Hostos”. Obras Completas, Tomo VI: Biografías. Santo Domingo: Comisión Permanente de Efemérides Patrias, 2009; Ricardo, Yolanda (2011). Hostos y la Mujer. Río Piedras: Publicaciones Gaviota; Caballero Wangüemert, María. Cronología de Eugenio María de Hostos, 2011.

[6] González, Raymundo (Compilador). Documentos para la Historia de la Educación Moderna en la República Dominicana (1879-1894). Tomo I. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia/Archivo General de la Nación, 2007, pp.39-43.

[7] González, Raymundo (Compilador). Documentos para la Historia de la Educación Moderna en la República Dominicana (1879-1894). Tomo II. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia/Archivo General de la Nación, 2007, pp. 3-5.

[8] Rodríguez Demorizi, Emilio. Hostos en Santo Domingo, Volumen I. Santo Domingo: Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 2004, p. 158.

[9] Ibidem, p. 196.

[10] Ibidem, pp. 209-211.

[11] Riveros Cornejo, Luis. Eugenio María de Hostos: Educador y Político. Discurso del Rector de la Universidad de Chile con motivo del homenaje al educador. Salón de Honor de la Universidad de Chile, el 11 de agosto de 2003. Organizado por la Sociedad de Escritores y el Liceo Eugenio María de Hostos de Santiago de Chile, 2003, p. 5.

Juan De la Cruz

Historiador y profesor universitario

Juan de la Cruz. Doctor en Historia Contemporánea y Máster Universitario en Filosofía en el Mundo Global, Universidad del País Vasco, España. Doctorado en Ciencias de la Educación, Universidad de Ciencias Pedagógicas “Enrique José Varona” de Cuba y Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Maestría en Educación Superior, Universidad Iberoamericana (UNIBE). Licenciado en Historia, Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Docente de la Escuela de Historia y Antropología de la UASD. Comunicador Social. Premio Anual de Historia 2017 “José Gabriel García”, Ministerio de Cultura de la República Dominicana. Miembro de Número de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Autor de más de una docena obras de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía. delacruzjuan508@gmail.com

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