A los actuales profesores de Literatura y a los que ahora están en formación
Punto de partida. El contenido
“El junco verde” es uno de los poemas que integran el poemario Fantasías indígenas, de José Joaquín Pérez. Son quince poemas que tratan sobre la vida de los primeros pobladores de nuestra isla: costumbres, cultos, rituales y otras expresiones culturales. Este libro fue publicado en el año 1877. Para los fines del presente artículo, utilizaremos la edición de Biblioteca de Clásicos Dominicanos, de 1989.
“El junco verde” es uno de los más difundidos de la colección y del autor. Está dividido en tres partes. Empieza con un epígrafe, el cual reproduce una cita del Diario de a bordo, de Cristóbal Colón, donde éste da cuenta del hallazgo de un junco verde, flotando sobre las aguas. Esta súbita aparición de un elemento vegetal en pleno mar se convirtió en un atisbo de esperanza, en medio de la incertidumbre que desde hacía varias semanas abatía el espíritu de los expedicionarios. Era el 11 de octubre de 1492.
A partir de ese hecho fortuito, real según el Diario, el poeta inserta sus propias fabulaciones para forjar una historia de ese primer contacto de los españoles con las tierras de América, y sobre el rol que desempeñó en la historia del Almirante el junco encontrado en las aguas del Caribe. El poema se inserta, pues, en la tradición de la ficción histórica. Unos hechos históricos básicos, y el escritor completa el relato añadiendo detalles a su gusto.
El poema está formado por serventesios, agrupados en un total de 29 estrofas. Se divide en tres partes o bloques: la primera parte consta de doce estrofas; la segunda, de nueve, y la tercera de ocho. ¿Qué trata cada una de las partes del poema?
La primera parte inicia con los marineros en alta mar, ya en plenas aguas del Caribe, y el hallazgo de un objeto verde, visto desde la distancia. Colón, lleno de nerviosismo y expectación, da la orden de hacer virar la carabela para ir tras aquel objeto apenas insinuado en la vasta extensión que tenían por delante. Animado por la visión del objeto, el espíritu del Almirante se reconforta después de tantos días de desconciertos y agravios.
Al acercarse al objeto, señal de tierra próxima, Colón, dando por sentado un feliz desenlace a su aventura, entona un cántico de gratitud: “¡Hosanna! ¡Gloria! (…) / ¡Oh, bendito el Señor por siempre sea!”. Impactados por el acontecimiento, sus compañeros de travesía, quienes devenidos en “turba insolente” habían estado a punto de lincharlo, ahora se postraban serviles en señal de arrepentimiento, pues tanto para el responsable de aquella odisea como para ellos, aquel hallazgo era una señal providencial de que ¡por fin! estaban tocando tierra. Era la luz al final del túnel. Si antes vituperaban al navegante por haberlos sacado de su tierra para embarcarlos en tan infortunada aventura, ahora le daban un voto de confianza y de apoyo.
Llegado al punto donde flotaba el pedazo de junco, el Almirante extiende la mano y lo recoge, lo muestra a sus compañeros y exclama: “Mirad, he aquí mi gloria”. Y a seguidas lo abraza y lo besa como si de una “santa reliquia” se tratara. Ese pedazo de planta fue, a partir de entonces, un símbolo y una recompensa al final de un ciclo de retos y desventuras. En calidad de tal lo llevaría consigo por el resto de su vida. En una de las estrofas de esta primera parte se lee: “Reliquia del amor que la ígnea zona / ofreciera al intrépido marino; / rico florón de la primer corona / que sonriendo le ciñe ya el destino”.
En la segunda parte del poema, ya pasado el primer momento de euforia, con las bien ponderadas reacciones de Colón y sus acompañantes, las embarcaciones siguen navegando durante la noche, ahora fortalecidos por la inyección de fe que supuso el hallazgo del junco. Todos se mantenían en expectativa, atentos al menor indicio que pudiera sugerirles la proximidad de la costa. Colón es el primero, de quien el poeta dice que permanece en vela (“en dulce insomnio, el Almirante vela”). Subitáneamente, en medio de la expectación general, una voz firme, que deja a todos conmocionados, brota de la proa de la carabela La Pinta. Es la voz de Rodrigo de Triana, que grita “¡Tierra!”. Pero, ¿qué es lo que ha visto el capitán de La Pinta? “Allá –entre la infinita muchedumbre / de las galas que espléndida atesora, / tras la bruma lejana– enhiesta cumbre / surge al beso del rayo de la aurora”.
De inmediato, la voz poética da paso al discurso emocionado del Almirante: “¡Mundo de amor, risueño paraíso, / verde oasis de luz en mi desierto / yo te bendigo, porque en ti Dios quiso / brindarme al fin de salvación el puerto”. Después de este discurso, no nos resultará extraño que el navegante bautizara a esa primera isla avistada por él y sus compañeros con el significativo nombre de San Salvador. El nombre aborigen era Guanahaní y pertenece al archipiélago de las Lucayas o Bahamas, aunque actualmente no se tiene una idea precisa de cuál de las islas de ese archipiélago pudo haber sido la “agraciada”. Lo que sigue, finalizando la segunda parte, es el ritual de llegada: Ya en tierra, Colón tomó posesión del territorio en el nombre de Dios y de la reina Isabel, y colocó allí la bandera de Castilla. En términos simbólicos, la piedra fundacional de la conquista acababa de ser colocada.
El cierre de la segunda parte resulta particularmente interesante. La penúltima estrofa de ese bloque recrea el mito del buen salvaje, el cual presenta al hombre que vive en su estado natural, en las antípodas del mundo pretendidamente civilizado europeo, como un ser pacífico, bondadoso, desinteresado: “La hermosa Guanahaní, donde el lucayo / en su cabaña, que ceñía de flores, / viera pasar en lánguido desmayo / una vida de paz, dicha y amores”. Aquí el aborigen es presentado como un ser pasivo, que convive junto a sus hermanos de raza y de territorio, sin conflictos, amando a los suyos y en armonía con la naturaleza. Sólo el contacto con la “civilización” rompería ese esquema primario de relación armónica del hombre con su entorno y con sus coterráneos.
Y la última estrofa, con la que cierra el segundo bloque, donde lanza un dardo incriminatorio contra la masa de hombres que acompañaban a la tripulación de las carabelas, y la acción colonizadora que inició formalmente ese doce de octubre: “Fue la primera do la ruda planta / estampó esa falange triunfadora / que –al dulce amparo de la fe– levanta / suplicio vil junto a la cruz que adora”. De manera sutil el poeta denuncia la extraña relación de proximidad e intereses compartidos entre la Iglesia y la Corona en el Nuevo Mundo.
En la tercera parte se produce un salto temporal y espacial en la narración. La primera estrofa tiene como escenario nuestra isla, cuyo territorio ya ha sido conquistado y asimilado a la monarquía española. Para un lector no distraído es imposible dejar de percibir una veta de hispanofilia en este primer serventesio: “Después que de Colón y de Castilla / la fama el triunfo por doquier pregona, / y ya Quisqueya, conquistada, brilla / cual joya de la ibérica corona”. Hay un orgullo, no disimulado, en saberse parte del imperio español que por obra y gracia de la espada y la cruz impondrá un nuevo orden en el continente. Según esa concepción, el salvajismo tocaba a su fin para iniciar una edad gloriosa de civilización. Esta idea no parece compaginar con el cierre del apartado anterior, donde se fustiga la obra colonizadora por desestabilizar esa vida sosegada y pacífica, donde el indígena “viera pasar en lánguido desmayo / una vida de paz, dicha y amores”. Es contradictorio, pues el poeta parece estar a favor de la “no contaminación” de los pueblos originarios y, al mismo tiempo, celebra la obra colonizadora.
En este último bloque también se relata el regreso de Colón a España. Éste se presenta ante los reyes para rendirles cuenta y, para hacer más creíbles sus hallazgos, lleva algunas muestras de ese mundo exótico que encontró en su travesía. El poeta no identifica las cosas que llevó, pero las crónicas de esos años dan cuenta de ellas: algodón, piedras sacadas de ríos, cera, plantas y animales, y varias decenas de aborígenes. Y en su pecho llevaba el Almirante un pedazo del junco verde que encontró en aquel memorable once de octubre, próximo a las costas de las islas Lucayas. “Recamado de oro” y decorado con perlas, lo llevaba colgado en el pecho como si se tratara de un talismán protector, de “una reliquia santa”.
Las estrofas finales del poema están reservadas a reafirmar el profundo significado que otorgó el navegante a ese símbolo. Como ya se ha dicho, con él se presentó ante sus Majestades, los Reyes Católicos, y con él anduvo donde quiera que las circunstancias lo dispusieran. Ese venerado objeto le había servido de consolación en los momentos de adversidad: “En la prisión, en el fatal camino / de su infortunio, lo llevó a sus labios; / con él lloró su singular destino: / la gloria que a la envidia causó agravios”. Finalmente, al morir Colón, el junco verde le acompañó hasta su última morada: “el reposo encontró que nunca hallara / en el seno radiante de su gloria, / fue su tumba del junco verde el ara / donde el mundo hoy venera su memoria”.
Aspectos ideológicos en “El junco verde”
Un atajo necesario
El lector novato suele ser un lector ingenuo. Rara vez se detiene a pensar que la literatura y el arte suelen estar entretejidos de elementos ideológicos. Quien escribe asume posiciones en torno al contenido que aborda. Pero el lector bisoño no repara en esto, a menos que el contenido ideológico sea bastante explícito. La falta de experiencia limita su atención a lo más obvio del contenido, aquello que flota en la superficie. La madurez lectora es fruto de una lenta evolución que, una vez alcanzada, nos hace comprender que todo discurso (literario o no literario) está sustentado en un soporte ideológico. Éste puede aparecer de manera explícita o apenas sugerido. El deber de todo lector es hurgar en lo que está más allá de lo obvio.
A fin de profundizar un poco más en este tema, es necesario hacer una parada en el concepto de ideología; concepto que ha sido tan llevado y traído, tan manido y desacreditado políticamente, pero al que siempre hay que acudir cuando entramos en los predios de las creaciones humanas. Eagleton (1997:26) define la ideología como un “conjunto de ideas por las que los hombres proponen, explican y justifican fines y significados de una acción social organizada y específicamente de una acción política, configura el margen de si tal acción se propone preservar, enmendar, desplazar o construir un orden social dado”. Hay una gran diversidad de definiciones de ideología, pero esta se ajusta perfectamente a los fines del presente trabajo. ¿Qué función desempeña la ideología? Veamos lo que nos dicen los siguientes autores:
El papel de la ideología es legitimar una autoridad, y, por lo tanto, el rol de ciertos actores sociales en la acción política cobra relevancia. El fundamento de la ideología como fuerza legítimamente persiste porque según Weber no existe ningún sistema de legitimidad absolutamente coercitivo. Así, con este pensador encontramos que la finalidad última de la ideología es legitimar una nueva situación política creada, o descomponer un orden dado (Nisbet, 2003:189-200, y Aron, 1976:235-329).
Es prudente no olvidar que las ideas con las que entramos en contacto en muchos casos penetran en la conciencia de manera sutil, sin que nos percatemos de ello, y acaban influyendo en nuestra manera de pensar y de actuar. No siempre nos resulta claro determinar por qué nos inclinamos hacia un lado u otro de las posiciones que rigen el accionar humano. A ese respecto, Michael Freeden (2024) afirma: “Nos pasamos la vida entera produciendo, diseminando y consumiendo ideologías, seamos o no conscientes de ello”.
Para un educador es esencial que esté consciente de los matices ideológicos que contienen los contenidos que imparte, sobre todo, cuando se trata de asignaturas como las Ciencias Sociales y la Literatura. La educación se presta para el adoctrinamiento tendencioso y la manipulación.
La figura de Colón en el poema
En lo que respecta al poema “El junco verde”, es importante que se haga una lectura detallada, teniendo en cuenta lo que sugieren determinadas líneas, ciertos sustantivos y adjetivos que no están colocados ahí de manera casual, sino para cumplir con un fin específico. Veamos.
Es oportuno advertir al entrar en este punto que estamos siguiendo la línea crítica que ya delineó el escritor José Alcántara Almánzar en la introducción de la obra. Alcántara Almánzar advierte sobre la ambivalencia en que se desenvuelve José Joaquín Pérez en Fantasías indígenas, al, por un lado, condenar la actitud ruda e implacable de los conquistadores y, por otro, incurrir en una constante exaltación de la figura del Almirante y de Bartolomé de las Casas. Sobre el poema objeto del presente artículo advierte: “Aunque El junco verde es sin duda una composición de lograda estructura, la atmósfera de grandeza que rodea al marino genovés niega precisamente la aspiración reivindicadora de las Fantasías” Alcántara A., J. (1989: 17). Y en líneas anteriores de esa misma página había citado varias líneas del poema en las que el marino es elevado poco menos que a la altura de un ser divino.
A Cristóbal Colón se le presenta como un predestinado, lleno de serenidad cristiana, devoto, visionario, un ser de espíritu superior a quien por disposición divina le cupo la sagrada misión de llegar por estos territorios de nadie para integrarlos a la civilización cristiana, arrebatándolos de las manos salvajes de los pueblos originarios. Comprobemos esta cuasi sacralización de la figura de Colón, deteniéndonos en cada una de las menciones que hace el poeta en diferentes estrofas:
En el cierre de la primera estrofa se le califica de “inmortal Colón”, adjetivo que lo coloca en una categoría humana de ilustre o en una dimensión propia de la divinidad. Unas líneas más adelante, al llegar al lugar donde aparece el junto flotando sobre las aguas, el personaje se pone de rodillas y entona un “¡Hosanna! ¡Gloria!”, y dirige una oración de gratitud a Dios. El adjetivo inmortal vuelve a aparecer: “aquel genio inmortal que un mundo crea”. Fíjense bien que ya no es sólo la paradoja del “descubrimiento” (como si el continente hubiera estado despoblado), sino que al navegante se le atribuye la condición de genio y más aún, la de haber creado un mundo. Eso lo eleva a un pedestal más alto, alcanzando la categoría de un dios. Esa estrofa es cónsona con otra que hay más adelante, la número diez: “Aquel junco, viajero solitario / en la vasta extensión del mar, encierra / el fiat fecundo, poderoso y vario: / la esperanza inmortal de luz: ¡la tierra!”. El vocablo fiat es un latinismo que significa “hágase”, y es aplicado en la frase fiat lux, utilizado en el Génesis para significar “hágase la luz” en el momento de la creación. Si Colón creó un mundo, según el verso citado más arriba, no es casual ni gratuito que aparezca el término fiat. Hágase la tierra, para que surgieran, como por arte de birlibirloque, los territorios americanos. Sólo que América ya estaba habitada, poblada por una diversidad de etnias. La idea que subyace a este respecto es que antes de la llegada de los españoles, América no existía.
A seguidas, el poeta narra la reacción de lo que él llama “turba insolente”, para referirse a los acompañantes de Colón, hombres fieros que en un arrebato de furor habían intentado sacrificarlo, en medio de la incertidumbre general causada por un viaje que se hacía largo y cuyos frutos aún estaban por verse. Estos, al ver el objeto que flotaba ante ellos cobraron esperanza y en un arrebato de entusiasmo y de contrición inclinaron su frente “ante el coloso que la guía”. Ahora el Almirante es puesto ante nuestros ojos como un coloso, o sea, una “persona o cosa que sobresale por sus cualidades grandiosas o excepcionales”, según la definición del Diccionario DEL, de la RAE; éste propone como sinónimos los siguientes: gigante, titán, hércules, cíclope. El marino devenía ya en un verdadero peso pesado de la humanidad.
Sin embargo, frente a la dignidad y proceridad de Colón, el poeta nombra a sus acompañantes como un colectivo, una masa de hombres rudos, despiadados, fieros; no los individualiza, excepto cuando menciona a Rodrigo de Triana. Esa masa difusa de hombres homogeneizados en la visión poética sólo son meros acompañantes. La figura importante es la del cabecilla del viaje. La mirada poética siempre está suspendida sobre él, observando sus movimientos y pendiente de sus palabras.
Por otra parte, la ficción poética de José Joaquín Pérez nos presenta a un Colón muy consciente de su papel histórico, tomándose a sí mismo por un predestinado. Al extender su mano para sacar el junco exclama: “¡Mirad, he aquí mi gloria!”. Y la voz narrativa toma esa expresión auto-glorificante del marinero para continuar su labor de exaltación. Veamos la estrofa íntegramente: “Reliquia del amor que la ígnea zona / ofreciera al intrépido marino; / rico florón de la primer corona / que sonriendo le ciñe ya el destino”. Aquí, la zona tropical donde se hallan los expedicionarios, asume una conducta típicamente humana; una actitud de profunda admiración ante la proeza del nuevo héroe: le hace un guiño auspicioso a través del junco colocado en su ruta. La corona que alude es de igual naturaleza a la que honra a los campeones en las grandes hazañas humanas. Desde ese momento, Colón ya comienza a transitar la senda de la inmortalidad, según la entusiasta voz poética.
En la segunda parte, la estrofa dos lo describe en vela, a la espera de la tierra salvadora que, a pesar del junco verde, aún no ha dado señales de su presencia. “Cada celaje que fulgura… /–débil reflejo de la luz del cielo– /el nuevo mundo que soñó le augura”.
No obstante, los seres predestinados siempre padecen grandes males, muchos de ellos ocasionados por la ingratitud humana. Colón es presentado como un ejemplo más de ello. Así, al tender la mano para asir el junco, lo comprimió contra su pecho, lo besó y a partir de ese momento lo llevará como consuelo en los momentos de angustia, cuando “el pesar profundizó su huella”.
El poema está cargado de elementos cristianos: invocaciones a Dios, arrodillamiento…
Contiene un vocabulario propio de la cristiandad, no necesariamente exclusivo, pero sí de uso frecuente: hosanna, gloria, paraíso, salvación, Dios, éxtasis, fervor, fe, martirio, alma, arcano, fiat, luz, cielo, suplicio, reliquia santa, Omnipotencia… Algunos términos recuerdan los agravios padecidos por algunas figuras de la Iglesia. Precisamente, el poeta se refiere a Colón como una víctima de la envidia, la incomprensión y de un destino adverso. Es una especie de héroe trágico, muy propio de la literatura romántica. Así, abundan los términos relacionados con el sufrimiento del héroe: prisión, fatal camino, infortunio, adversidad…
Pero la visión de José Joaquín Pérez respecto a la figura de Colón no es exclusiva. Era una concepción casi generalizada durante el siglo XIX. En el poema “Colón”, de Salomé Ureña, se refiere al Almirante con palabras tan encomiásticas como las que emplea el autor de Fantasías indígenas.
¡Colón, genio preclaro,
de la ciencia y la fe mártir sublime!
¿Qué destino fatal, qué numen raro
persigue tu memoria,
y se complace en abatir tu gloria,
y el polvo mismo de tu ser oprime?
Estos versos son apenas una muestrilla para establecer una comparación mínima. Hay varios poemas de Salomé Ureña que están profundamente penetrados del espíritu ditirámbico que hemos ido verificando en “El junco verde”. Ese espíritu es consustancial a las Fantasías indígenas, del que procede. Ureña de Henríquez como Pérez imprimen idéntico entusiasmo a sus versos cuando tratan sobre la figura de Colón. Queda pendiente para otros artículos profundizar sobre ese tema en la producción lírica de la poeta y maestra.
Conclusión reflexiva
Cuando leemos a un determinado autor, es necesario preguntarnos cuál es su posición ideológica, qué ideales defiende, si coincide o no con nuestro punto de vista respecto a los temas que plantea en su escritura, sobre todo cuando se trata de asuntos sujetos a controversia. Pero –ojo– tampoco es que haya que ser demasiado rígidos al escoger nuestras lecturas, pues no hay por qué coincidir de manera absoluta con la ideología de un escritor para disfrutar de sus creaciones. Renunciar a leer a un determinado autor por no “contaminarnos” de sus ideas, como si de una lepra se tratara, es lo peor que le puede pasar a un lector. Nos hacemos conscientes de las posiciones políticas de un escritor para saber a qué nos atenemos en este aspecto, pero no para para rechazarlo, si la calidad de su escritura amerita un acercamiento a ella. Borges cuenta con una legión de lectores en todo el mundo y seguramente una buena cantidad de ellos no coincide con sus posiciones políticas conservadoras. ¿Y qué decir del Vargas Llosa que dio un brusco giro de la militancia izquierdista a posiciones mucho más conservadoras?
No hay que renunciar a acercarse a ciertos textos por el hecho de que no están en una línea ideológica afín a nuestras íntimas convicciones y a lo que consideramos es conveniente para el interés público, sobre todo cando se trata de obras estéticas. sólo que si somos maestros debemos enseñar a los estudiantes a leer entre líneas. A leer con la debida atención para no asimilar de forma acrítica ideas que puedan resultar inadecuadas o erróneas para quienes están construyendo su proyecto de vida, del que formará parte un particular sentido de identidad personal y social, una visión del mundo. No podemos olvidar que la forma en que nos vemos como individuos y como parte de un conglomerado social tiene mucho que ver con las concepciones que hemos ido asumiendo, ya sea de un modo consciente o por asimilación espontánea. En ese sentido, la educación académica tiene mucho que aportar.
Es aconsejable que “El junco verde” se lea, se recite y se divulgue. Pero seamos prudentes al trabajarlo en las aulas. Que cada alumno que lo lea sepa que ese Colón que nos presenta Pérez no se corresponde con el personaje que dirigió, al menos en los primeros años, la empresa de conquista y colonización de América. El que sometió a los aborígenes a trabajos forzados, a pagar enormes tributos en oro y especias. El de la sed insaciable de oro, para las arcas españolas y para la propia, el responsable del genocidio que exterminó la población aborigen de nuestra isla y de otras islas del Caribe.
La clave está en fomentar el sentido crítico a través de la enseñanza de la literatura. Indagar sobre el trasfondo ideológico que hay en todo texto y sacarlo a la luz. El Colón de “El Junco verde” sobrepasa la categoría humana para entrar a la dimensión de la leyenda o el mito. Desmitificar su figura e indagar en los efectos catastróficos ocasionados por su proyecto de conquista y colonización debe acompañar su lectura y posterior discusión.
Bibliografía
Alcántara Almánzar, José. (1989). Introducción a Fantasías indígenas y otros poemas. Santo Domingo: Sociedad de Clásicos Dominicanos.
Aron, Raymond. 1976. Las etapas del pensamiento sociológico. vol. 2, Buenos Aires, Siglo XX.
Eagleton, T. (1997) Ideología: una introducción. Barcelona: Paidós.
Freeden, Michael (2013). Ideología: Una breve introducción. Madrid: Alianza Editorial.
López N. Jaime Alberto. “Del descubrimiento de América: Los "tesoros" llevados a España después del primer viaje”. Revista de Museología Kóot, 2010, año 1, N.º 2. Universidad Tecnológica de El Salvador.
Nisbet, Robert. 2003. La formación del pensamiento sociológico. Buenos Aires, Amorrortu.
Pérez, José Joaquín (1989). Fantasías indígenas y otros poemas. Santo Domingo: Biblioteca de Clásicos Dominicanos.
Real Academia de la Lengua (2025). Diccionario en línea. https://dle.rae.es/
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