La observación es un ver comprensivo…cierta clase de ojo despierto al mundo.” Di Marco-Pendzik.

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“Érase una vez una golondrina. Había nacido un día fresco de primavera, en un nido bien mullido, en el hueco de un muro de un jardín”. De esta forma, visual y acogedora, la escritora Layla Nabulsi inicia su historia. 

La golondrina, a la que la autora sugiere nombrarla como queramos, pero que ella llamó “Renata”, era como las demás cuando son pequeñas: “abría el pico para recibir los gusanos frescos” e “intentaba aprender a volar”; sin embargo, prefería permanecer esperando que las cosas pasaran, hasta que un día su madre le dijo que era tiempo de irse a otro lugar. Todas las golondrinas de la comarca se colocaron sobre un cable, pero a la protagonista le molestaba tanto “gentío”. Una a una, fueron lanzándose desde el tendido eléctrico, pero Renata decía que no podía concentrarse por el bullicio y solo se quedaba sostenida de sus patas, boca abajo. Preguntó cómo lo hacían en el pasado y su abuela le respondió que desde los árboles. Ni las palabras alentadoras de ella, ni las de sus padres, lograron que se atreviera a intentar volar.

De pronto, una nube gris apareció y le ofreció ayuda. Luego de un divertido diálogo, la avecilla se subió sobre la espalda de su nueva amiga, cual si fuera una alfombra de vapor.  Juntas emprendieron el vuelo sobre praderas y montañas, ríos y lagos, ciudades y campos. Renata, absorta, exclamó:

__“¡Qué bien no atreverse a volar y dejarse llevar!”

Sus compañeras, un poco irritadas, le respondieron:

__ “el que ríe último, ríe mejor”.

Pero las nuevas amigas solo cantaban:

“Aquí está África y sus músicas

su desierto magnífico…

con tan grande y bella historia.” 

Los días pasaban, nube y golondrina eran inseparables, pero Renata no aprendía a volar. Llegó el verano y una fuerte sequía. Animales y plantas desfallecían. La nubecilla, preocupada por la golondrina, pensó que si quería salvarla debía “estallar”. Renata estaba triste por perderla, pero la nube le dijo que al tomar de su agua, ella permanecería en su interior, y desde allí la enseñaría a volar. Entonces la nube se hinchó, explotó y deshizo en miles de cristalinas gotas, saciando la sed de todos los que abajo estaban.

Renata, entre triste y esperanzada, se colocó en las ramas de un eucalipto y al fin “se lanzó”, mientras escuchaba en su cabeza la voz de la nube que le decía: “aletea bonita”. Ella entonces se dio cuenta que podía volar y las demás, al ver su agilidad, le pidieron que fuera su guía. Puso en práctica lo que su amiga le enseñó: a usar su instinto, a atreverse y a perseverar. Todas volaron hacia un lugar seguro y, llegado el tiempo, formaron su propia familia. Pero nuestra golondrina no dejó a la suerte el proteger a sus crías: “Cuando estuvieron preparados, les enseñó a volar.”

Layla Nabulsi.

La historia de Layla Nabulsi, es como su protagonista: fresca, ágil, entusiasta, y con mucha personalidad. Transmite, entre otras cosas, el amor por la vida, la comunidad, el buen uso de los instintos y el valor de lo cotidiano, en balance con la búsqueda de nuevas y mejores acciones para satisfacer las necesidades de todos.

Es un verdadero ejemplo de cómo a través de la observación detallada del entorno y de las experiencias, surgen las mejores, más entretenidas e inspiradoras historias. Es una invitación a ver y conocer el mundo “con los ojos muy despiertos”.

Nabulsi, Layla. Lire c’est partir. Francia. 2006.

Ilustrado por: Véronique Lefèvre

Traducción por: Ángeles Testera

* Di Marco, Pendzik. (2013). Atreverse a escribir: Prácticas y claves para arrancar de una vez por todas.