El pasado viernes 7 de marzo se presentó por primera vez al público general la intrigante puesta en escena “Cuerpos de barro”, dirigida por el maestro Haffe Serulle, uno de los más influyentes representantes del teatro dominicano. La obra fue interpretada por Stuart Ortiz, Liseette Jiménez y Saúl J. Rodríguez, quienes dieron vida y sustancia al escenario a través de sus actuaciones.

La obra –cargada de simbolismo– cuenta los momentos finales de un anciano que entró en una relación amorosa con una mujer más joven. Durante el transcurso de la escena, podemos apreciar la ansiedad y el miedo que siente el anciano, interpretado por Stuart Ortiz, a raíz de su edad. La joven esposa, interpretada por Lissette Jimenez, lucha por mantener viva la llama que le atrajo a su esposo años atrás. Finalmente, la Sombra, interpretada por Saul Rodriguez, otorga a la puesta en escena una dimensión simbólica que suplica ser analizada.

La obra presenta temas como el amor, la dignidad de la mujer, la vejez, y la muerte. Los actores utilizan una escenografía minimalista para interactuar con estos conceptos de forma física.

Desde el primer momento de la obra–que tomó lugar fuera de la sala–, los actores asombran y confunden al público con sus habilidades, utilizando sus voces y cuerpos para crear momentos de tensión inesperada. Recuerdo sentir como se me erizaba la piel cuando escuché un sonido largo y agudo, que inundó el silencio una vez el maestro Serulle terminó su introducción. Al principio, pensé que era una alarma distante, o un instrumento. Fue un sonido espectral, que pintó el salón con un aire fantasmagórico. Este chillido de ultratumba, hecho por los mismos actores, nos acompañó durante el resto de la puesta en escena, convirtiéndola en una experiencia visual y auditiva como ninguna otra. Mis palabras no hacen justicia al efecto que tuvieron en el público los movimientos y vocalizaciones de los actores.

Me gustaría centrar esta reseña en el tema de la vejez. Confío en que otros temas como el amor y la mujer, serán tratados por otras voces.

Al principio, el esposo está desesperado por consumar su amor, pero la joven esposa se muestra algo indispuesta. En un punto más avanzado de la obra, esta quiere caer ante sus avances, pero él ya no quiere. No puede. Le suplica “no me avergüences de esta manera.” Él quiere satisfacer a su esposa, pero es incapaz, debido a las realidades de la vejez. Su cuerpo ya no funciona de la misma manera. Su aparato no es el mismo de antes. Su disfunción no es solo una fuente de vergüenza, ya que esta retracta su hombría, parte de su identidad. Es también un elemento que afecta cómo se relaciona con la persona que más ama. Esto nos muestra una realidad que espera a la gran mayoría de hombres. A pesar de ser algo que ocurre naturalmente, es visto como una mancha, como una falta personal. En su libro, “Against Technoableism”, Ashley Shew nos dice que el tiempo es el último ecualizador. Al acercarnos al ocaso de nuestras vidas, todos sufriremos alguna clase de discapacidad, y aun así, estas condiciones son vistas como innaturales, fuentes de dolor y vergüenza.

El esposo fue abandonado por sus hijos. O tal vez fue él mismo quien los corrió de la casa. No está claro qué sucedió exactamente. Lo que es indiscutible es el efecto que esto tiene en el anciano. “¿Quieres que vaya a servirte el trago de ron?” le pregunta la esposa. “Sí, pero no me dejes solo. No me abandones.” él responde, suplicando. Suplica una y otra vez, no me dejes solo, no me abandones. La soledad es uno de los problemas de salud mental más comunes en la tercera edad.

Detrás de todo esto, la Sombra se mueve, le da una segunda voz al esposo, una voz monstruosa. No es difícil hacer la conexión entre esta cualidad de ser demoniaco y la tercera edad. Esto puede representar como el esposo se ve a sí mismo. Apunta a cómo muchos ven a los ancianos. Como una clase inferior, que ha perdido su dignidad como humano, para convertirse en una extraña criatura, objeto de repudio. Al pensar en esto no puedo evitar recordar La Metamorfosis de Kafka. Como Gregorio Samsa, al no poder trabajar y mantener a su familia, se convierte no solo físicamente, sino socialmente, en un ser asqueroso, que debe ser escondido, un monstruo. Este libro puede ser fácilmente una alegoría para la vejez. Cuando se arruga la piel, se pierde la agilidad, se encorva la columna, el anciano es visto menos como una persona, y más como una cosa, y por esto es abandonado, repudiado, ignorado. Pero sigue siendo un humano, y como cualquier otro, necesita sentir amor, compañía, cuidado. Pero la esposa le dice que sus hijos no lo han abandonado, que aún intentan conectar con él, y es él quien los rechaza. ¿Cuál es la verdad? ¿Han abandonado los hijos a su padre en su vejez? ¿O ha sido él quien se ha distanciado de ellos a raíz de su propia vergüenza? El anciano ha internalizado los miedos en contra de la vejez, que su cuerpo, su rostro, su salud, son abominaciones hacia la naturaleza.

En sus últimos momentos, el esposo suplica tener a una mujer que existe en sus sueños. Su esposa, desesperada por complacerlo, hacerlo feliz y mantenerlo con vida, en vez de indignarse por el engaño, busca desesperadamente una mujer que cumpla con sus requisitos, con tal de mantenerlo con ella aunque sea un minuto más. “No morirás,” le dice. “Yo te mantendré con vida”. A pesar de esto, su final es el mismo que nos espera a todos. No importan los sacrificios ni los medicamentos, la Parca nos lleva a todos por igual.

La vejez no es un dragón impecable, ni un depredador acechante. No es un peligro que se pueda evitar. El tiempo es un tren constante, paciente, que llegará a su estación, queramos o no. A veces creemos que el amor puede parar este tren, ser el engranaje que detenga el reloj, así como la esposa creyó que con su vitalidad, su amor, su esfuerzo, podría evitar lo inevitable. Pero no es así. Las realidades del tiempo son las realidades de la vida, y la muerte es parte inseparable de esta. Muchos filósofos argumentan que sin la muerte, la vida no es vida. El paso del tiempo tiene un sinnúmero de efectos sobre cada persona, efectos que muchos intentamos evitar de forma desesperada. Vivimos en una sociedad en la cual ser viejo es –para muchos– una fuente de vergüenza. ¿Por qué? ¿Se siente uno avergonzado de ser un niño o un adulto? ¿Por qué temer tan profundamente a algo que es tan natural como respirar? ¿Será por el prospecto de la muerte? ¿O por el miedo a ser una carga?

Toda esta sustancia y más es comunicada en el tiempo de alrededor de hora y media que toma la obra. Los actores, con sus interpretaciones, cuerpos, y voces hipnotizan al espectador quien no puede hacer más que quedar paralizado, su atención raptada por cada movimiento de la tela que cubre sus vergüenzas, y descubre sus intimidades.

“Cuerpos de barro” volverá al escenario en Agosto, en el Teatro Nacional. Es una obra que suplica ser observada, apreciada, y analizada, cuyos temas corren profundo en las realidades que todos enfrentaremos en algún momento. No puedo hacer mas que agradecer a los actores y al maestro Serulle por permitirnos ser parte de esta experiencia, y pedirle a usted, querido lector, que recuerde amar a aquellos que tiene cerca, porque en el ocaso de la vida, cada minuto cuenta.

 

Lessing Abdías Pérez

Licenciado en lengua y literatura

Lessing Abdías Pérez es un egresado de la Licenciatura en Lengua y Literatura orientada a la Educación Secundaria en la Pontificia Universidad Madre y Maestra. Ha demostrado un alto interés por el arte, educación, urbanismo, y las ciencias.

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