Dedicatoria

A Miri Robiou,
por su fe inquebrantable y su forma de amar que abraza, sostiene y espera.
Y a los padres dominicanos,
que en medio de las dudas, los silencios y las cargas,
siguen buscando a Dios -a veces sin palabras- con el corazón en vela
y el alma despierta.

Entre el sueño y la sed 
Desperté en la madrugada.
No sé si fue por mis mortificaciones
o por las que otros -a quienes amo-llevan en silencio.

El mundo parecía detenido,
como si hasta el aire guardara algún secreto.
Y yo, flotando en ese filo entre el sueño y la vigilia,
no sabía si aún dormía o si había despertado dentro de mí.

Era esa hora incierta en que uno no
distingue si habla con Dios o con su conciencia cansada.
No abrí los ojos.
No quise moverme.
Solo me dejé llevar por una pregunta ardiente, sin rostro:
¿Estás ahí?
¿O soy yo quien te inventa para no destrozarme por completo?

Así comenzó esta conversación.
No como una oración perfecta.
No como un tratado de fe.
Sino como el desahogo de un alma
que ya no sabe si sueña o si espera.

Y luego me pregunté:
¿Por qué, mientras duermo, hablo con mis muertos?
Con aquellos que amé y el tiempo no pudo borrar.
¿Eres tú quien los trae,
o es mi alma resistiéndose a soltarlos?

¿Eres real… o una palabra que aprendimos por miedo?

No quiero ofenderte. Tú sabes que te busco.
Pero hay noches —como esta— en que la fe se escapa por mis poros,
y se me quedan en los labios las preguntas que aprendí a callar.

¿Eres real, mi Dios?
¿O te hemos tallado con los siglos,
como quien esculpe un refugio para no sentirse solo en el universo?

¿Cómo se prueba a un Dios que no se deja  ver, que no sangra en laboratorios ni cabe en ecuaciones?
¿Puede la ciencia confirmarte? ¿Negarte? ¿Tocarte siquiera?
¿Podría una partícula diminuta revelarnos si hay amor detrás del caos, o  propósito detrás de la expansión del cosmos?
A veces leo a quienes te niegan.
No los juzgo. Los entiendo.
Buscan pruebas. Desean certezas.
Pero yo…
Ya no te busco en los mapas del universo. Te busco en las grietas.
En ese vacío que no llenan libros,
ni cuerpos, ni aplausos.

Te busco en el rostro de mi hija cuando el  silencio la habita, en el llanto silencioso del arrepentido, en los pasillos de  un hospital, donde solo queda esperar.
¿Cuenta eso como evidencia?
¿O son apenas emociones disfrazadas de fe?
Dicen que no existes.
Que el mundo no te necesita para explicarse.
Pero yo me pregunto:
¿Y el alma?
¿Y el amor que perdona sin razones?
¿Y esa fuerza invisible que impulsa a hacer el bien, aunque nadie mire?

¿Eres tú
respirando detrás del telón de nuestra conciencia?
No lo sé.
Pero si tú no estás,
¿quién sostiene esta esperanza que no muere?
¿Quién mantiene esta bondad testaruda, esta ternura que insiste en nacer, a  pesar de tanto dolor?

Yo no sé cómo probar que existes.
Pero cada vez que amo sin pedir nada, que resisto sin orgullo, que callo para  no herir, algo en mí
susurra tu nombre  como quien recuerda a quien nunca ha visto, pero sabe que está.

¿Y si no existes? 
Lo he pensado, Dios mío.
Perdóname si te duele.
Pero es justo que lo sepas.
Hay días en que dudo.
No de tu bondad.
Sino de tu presencia.
Dudo cuando un niño muere sin haber vivido, cuando una madre no tiene leche,  cuando un abusador reza antes de golpear.

Y entonces pregunto:
Si existes, ¿por qué guardas silencio?
¿O es tu silencio otra forma de fe?
A veces escucho a quienes afirman que no estás,  y asiento calladamente.
Porque también me duele. También me canso.
Pero una voz, un susurro apenas,
insiste en decirme:
“A pesar de todo… espera.”
No me das pruebas. Me das esperanza.

¿Y si los textos sagrados son espejos?

“¿En qué basas tu creencia?”, preguntan.
Y a veces quisiera responder:
“En nada. En todo. En algo que no cabe en papel ni en dogma.
En esa llama que no deja apagar el alma.”

¿Tienes rostro, forma, género… o eres más que eso?
Siempre te hemos pintado con barba,  voz de trueno,  mano poderosa.
Pero… ¿tienes rostro, mi Dios?
¿Tienes cuerpo?
¿Tienes género?
¿O eres el rostro ausente en cada espejo,  la voz sin dueño,
la luz que no cabe en ninguna forma?

Se dice que el hombre fue hecho a tu imagen y semejanza.
¿Y si esa imagen no es un dibujo,
sino un alma capaz de amar,
de crear, de compadecer?
¿Y si lo que se parece a ti
no está en los huesos,  sino en esa chispa interior que resiste,  que perdona,  que espera?

Tú eres Espíritu,
y solo se te puede adorar desde la verdad y desde lo invisible.
No estás en una estatua,  ni en una fórmula,  ni en una doctrina impuesta.
Estás donde el corazón se abre sin teatro.
Donde la verdad no necesita aplausos.

El Espíritu que sopla donde quiere
A veces no siento nada.
Ni consuelo.
Ni señales.
Ni la certeza de que me escuchas.

Y sin embargo, es en ese silencio sin milagros donde algo en mí se mueve.
Y eso basta.

Hay quien cuenta que una vez dijiste: “Yo Soy el que Soy.”
Y ese nombre sin forma me rompe por dentro.
Eres el que es,  el que fue,  el que será, el que no necesita permiso para existir.
El que no cabe en definiciones.
El que no se presenta con títulos humanos.
El que simplemente… es.

Ciencia, cultura y creencia
Nos enseñaron que fe y ciencia son enemigas:  una con su luz,
otra con su microscopio.

Pero ambas preguntan.
Ambas buscan lo invisible.
Ambas reconocen lo mucho que ignoramos.

La ciencia pregunta cómo.
La fe pregunta por qué.
Y yo no creo en una religión que niegue el pensamiento,  ni en una ciencia que niegue el alma.
Porque hay verdades que se ven con los ojos abiertos, y otras que solo se  sienten con el alma.
¿Y la cultura? ¿Y la tradición?
Un niño en la India ora distinto al de Santo Domingo.
Pero ambos cierran los ojos para hablarte.
La cultura es un lente.
La tradición, una herencia.
Pero creer…
creer es elegir.
No repetir.
Elegir.
Y esa fe elegida, no nace del miedo, sino del desvelo ante el misterio.

Es la fe que despierta cuando el alma se  rompe y, aun así, elige continuar.

El Dios que también pregunta
Y si al final,  el que me busca
eres tú…
Si toda esta conversación no es mía,
sino tu manera de tocarme el alma sin ruido…
Tal vez me despiertas en la madrugada  no para que ore,
sino para que escuche.
Para que recuerde que no estoy solo.
Y mientras te lanzo preguntas,
tú también me preguntas a mí:
¿Amas?
¿Perdonas?
¿Confías?
¿Me buscas a pesar del silencio?
Y yo, sin respuestas, te respondo como un niño:
Aquí estoy.
No sé mucho.
Pero te busco.
Te nombro.
Te espero.
Aunque no te vea.
Aunque no sienta.
Aunque no entienda.
Te espero.
Porque quizá, tu existencia se demuestre en ese acto simple y feroz que  llamamos fe.

Creer es esperar que se haga tu
voluntad, aunque duela, aunque tarde,  aunque no entienda el plan.
Y si creer no es ver, sino esperar en el silencio…
entonces aquí estoy, de pie en el umbral del misterio,  con los ojos cerrados y el alma despierta.
Porque si la fe es esa pasión de esperar sin pruebas, entonces te espero,  aunque no te vea,
aunque no te oiga, aunque no entienda.
Te espero.
Porque algo en mí -invisible, pero vivo-
te evoca.

EN ESTA NOTA

Danilo Ginebra

Publicista y director de teatro

Danilo Ginebra. Director de teatro, publicista y gestor cultural, reconocido por su innovación y compromiso con los valores patrióticos y sociales. Su dedicación al arte, la publicidad y la política refleja su incansable esfuerzo por el bienestar colectivo. Se distingue por su trato afable y su solidaridad.

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