Imagen reflejando el impacto en la cultura del fenómeno atmosférico en el Caribe. Fuente IA

El Caribe es un territorio moldeado por el riesgo. Desde su formación geológica hasta su presente histórico, ha sido escultura del viento, del mar, de la lluvia y del temblor. Las islas y costas del Caribe se han convertido en espacios de convivencia permanente con fenómenos meteorológicos extremos como por huracanes, tormentas tropicales, sequías y sismos. Sin embargo, en las últimas décadas la frecuencia e intensidad de los fenómenos climáticos ha aumentado de manera alarmante, convirtiéndose no solo en un desafío ambiental, sino también en una crisis cultural y social.

Lo que en otras latitudes aparece como “excepción”, aquí deviene en rutina. Sin embargo, lo que antes se entendía como parte del orden natural, hoy se inserta en un nuevo contexto: el del cambio climático global.

La tormenta Huracán Melissa no solo golpeó estructuras físicas; también frenó calendarios culturales, paralizó eventos comunitarios y suspendió la vida simbólica de los espacios caribeños. Pero más allá de los daños físicos, el huracán reveló algo más profundo: el cambio climático está alterando los ritmos culturales del Caribe, afectando los derechos de las comunidades a vivir, crear y compartir su patrimonio.

En República Dominicana, la gestión de riesgo del gobierno fue rápida y eficiente, lo que merece reconocimiento. Pero a la vez revela vacíos estructurales: la educación en gestión de riesgo desde la base comunitaria sigue ausente. Porque, al fin y al cabo, sin clima no hay cultura, y sin conciencia no hay futuro.

El Caribe territorio de riesgo y creación

Como cientista social tengo muy claro que nuestro Caribe no es solo paisaje: es experiencia humana del riesgo. Las poblaciones originarias como los taínos, siboney y caribes ya vivían sabiendo que los vientos podían barrer sus bohíos, y que los huracanes, las lluvias torrenciales o los sismos formaban parte de una cosmovisión donde la naturaleza era activa y simbólica. Deidades como Guabancex, la diosa taína del huracán, representan esa dualidad de destrucción y renovación cíclica en la región Caribe (Rouse, 1992). Nuestros primeros pobladores con sus viviendas circulares, techos de palma y las estrategias agrícolas ancestrales mostraban una sabiduría ecológica que hoy parece olvidada.

La colonización alteró ese equilibrio. El modelo extractivista impuesto en el siglo XVI transformó los ecosistemas del Caribe deforestación, monocultivos, urbanización y dejó tras de sí una profunda vulnerabilidad ambiental (Mintz, 1986). Lo que antes era adaptación, hoy es precariedad. Lo que antes era comunal, hoy es desigualdad estructural.

Vivir en el Caribe, por tanto, ha sido siempre un acto de resistencia climática y cultural. Pero el cambio climático global está llevando esa resistencia al límite, erosionando tanto los territorios como las prácticas simbólicas que los habitan.

El Caribe, entonces, es uno de los laboratorios históricos de la resiliencia: resistir tormentas, reconstruir comunidades, reiniciar tradiciones. Pero ese laboratorio se encuentra hoy bajo presión, pues la intensidad y frecuencia de los fenómenos extremos escalan con el cambio climático. La cultura caribeña que incluye música, rituales, fiestas, construcciones populares y memorias colectivas está en riesgo porque está asentada en un entorno vivo que cambia.

Imagen de Haití tras el paso de Melissa. Foto: EFE

Melissa y suspensión de la vida cultural y económica

Melissa sacudió el Caribe como recordatorio de que el clima no espera. Datos recientes señalan que más de medio millón de personas quedaron sin acceso a agua potable en la República Dominicana, luego de que 56 acuíferos fueran impactados: “entre los sistemas suspensión se vieron 405,000 usuarios afectados en Santo Domingo Oeste, Pedro Brand, Los Alcarrizos” (COE, oct. 2025).

Además, se informó que 183 hogares resultaron afectados, 915 personas desplazadas y 61 albergadas por el paso de la tormenta. Según otro reporte, en República Dominicana se contabilizaron más de 200 viviendas dañadas y varias comunidades aisladas. En Haití los reportes registraron al menos 23 muertes por inundaciones cuando el río La Digue se desbordó en Petit-Goâve.

En Jamaica, el huracán alcanzó categoría 5, y se estiman pérdidas de entre US$5,000 millones y US$16,000 millones, dependiendo de su duración y trayectoria. El caso de Cuba es desolador con los estragos dejados por Melissa.

Huracanes, vulnerabilidad y desigualdad cultural

El paso de huracanes como Georges (1998), Matthew (2016), María (2017), Dorian (2019) y recientemente Melissa (2025) ha dejado una huella imborrable en la región. No solo destruyen viviendas, sino también la infraestructura cultural que sostiene la identidad de los pueblos.

En República Dominicana, el huracán Melissa forzó la suspensión del Festival Nacional de Teatro, el cierre de museos y centros culturales del Ministerio de Cultura, la interrupción de clases y la posposición de la circulación de libros y exposiciones. La paralización de actividades fue severa, desde oficinas públicas y privadas hasta centros culturales y academias suspendieron sus operaciones. Estos eventos son más que actividades artísticas: son espacios de encuentro, memoria y expresión colectiva. Su cancelación implica la interrupción del derecho a la cultura, reconocido por la Convención de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural (2005).

En Haití, la crisis ambiental agrava la situación de las comunidades rurales, donde la sequía y la erosión del suelo amenazan las siembras y las pocas actividades culturales y religiosas que se organizan. En Jamaica, las tormentas y la subida del nivel del mar afectan los espacios donde se celebran los festivales de reggae, conciertos, eventos de danza y festivales rastafaris, patrimonio inmaterial reconocido por la UNESCO en 2018, debido al huracán.

En Cuba, los huracanes han obligado a posponer eventos internacionales de danza y teatro, como el Festival de Ballet de La Habana, mientras el gobierno destina sus recursos a la reconstrucción de infraestructuras básicas (Pérez, 2021). El resultado es un ciclo doloroso: cada huracán paraliza no solo la economía, sino también la vida cultural, dejando comunidades desorientadas entre el miedo, la espera y el silencio.

El informe “After the Rain: The Lasting Effects of Storms in the Caribbean” del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) señala que en el Caribe los países que enfrentan estos fenómenos sufren pérdidas equivalentes al 17 % de su PIB en años de tormentas mayores.

La suspensión de festivales, ferias del libro, conciertos y funciones de teatro no es un “detalle” menor: es un frenado de la continuidad simbólica de las comunidades. Las plazas culturales se silencian, los altares se vacían, las calles no se llenan de alegría, música ni rituales. Siendo este parón es parte del costo cultural de la emergencia ambiental.

Reconocimiento a la gestión de riesgos

La República Dominicana merece un reconocimiento por su respuesta ante la tormenta Melissa. El gobierno dominicano, a través del Centro de Operaciones de Emergencias (República Dominicana) (COE) y otras entidades, desplegó alertas tempranas, coordinó al sector público y privado, cerró centros educativos, oficinas gubernamentales y pidió evacuaciones obligatorias en zonas críticas. Miles de voluntarios de rescate fueron movilizados; sistemas de agua fueron protegidos; la comunicación con comunidades vulnerables fue inmediata.

Ciudadanos en las calles ante el paso de la tormenta Melissa, Fuente: https://listindiario.com/

Este nivel de articulación gubernamental permite que la respuesta a la emergencia no sólo sea técnica, sino social. Ello demuestra que cuando Estado, sector privado y ciudadanía trabajan juntos, los impactos pueden minimizarse. No obstante, y aquí está la enseñanza, la gestión de riesgo no puede limitarse a la emergencia.

Se requiere consolidar una cultura de riesgo desde la escuela, la comunidad y la familia. Es imprescindible que el alumnado caribeño aprenda desde su entorno que el huracán, la lluvia extrema o el temblor no son “temas técnicos”, sino componentes de su vida colectiva: que los altares se protegen, que los festivales dependen de la infraestructura, y sobre todo que los barrios periféricos por su vulnerabilidad son los más expuestos.

Educación, derechos culturales y futuro del Caribe

Los derechos culturales, tal como enuncia la convención de la UNESCO (2005), implican el derecho a participar en la vida cultural, a proteger las tradiciones, a vivir en un entorno saludable. Cuando el clima destruye centros culturales, algarabías comunitarias, históricas edificaciones populares o simplemente aplaza festivales, esos derechos quedan suspendidos.

Para que el Caribe avance hacia la justicia climática y cultural es necesario que la educación asuma un papel central. Los planes de estudio deben incorporar la gestión del riesgo, la adaptación ecológica, la memoria de tormentas pasadas, la arquitectura tradicional sometida al viento y la cultura comunitaria como parte del sistema de protección. Sólo así las futuras generaciones asumirán que vivir en el Caribe implica una alianza entre cultura y naturaleza.

Jamaica, Haití, Cuba y República Dominicana comparten vulnerabilidades: zonas costeras, comunidades afrodescendientes y de la periferia que viven con menos protección. Estas comunidades también son portadoras de la memoria cultural del Caribe. Su exposición al riesgo climático tiene un doble efecto: destrucción del entorno y pérdida de la cultura viva. En un contexto donde los gobiernos caribeños parecen más ocupados en asistir a cumbres internacionales que en fortalecer políticas locales de prevención y apoyo cultural, urge una reflexión seria sobre el vínculo entre cultura, clima y justicia social.

Cumbres, discursos y ausencia de resultados

Los gobiernos del Caribe han participado activamente en cumbres como la COP28 o la Cumbre del Clima del Caribe (2024), en estos momentos se lleva a cabo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2025 (COP 30 de la CMNUCC), celebrada en la ciudad de Belém, Brasil. En ella se incluye el 30.º período de sesiones de la Conferencia de las Partes (COP 30), la 20.ª reunión de la COP en calidad de Reunión de las Partes del Protocolo de Kioto (CMP 20) y la séptima reunión de la COP en calidad de Reunión de las Partes del Acuerdo de París (CMA 7), así como los 63.º períodos de sesiones del Órgano Subsidiario de Asesoramiento Científico y Tecnológico (SBSTA 63) y del Órgano Subsidiario de Ejecución (SBI 63).

Muchas cumbres, muchos protocolos y discursos, muchos viajes y muchos representantes de países llamados expertos, pero sus declaraciones se diluyen entre la retórica y la falta de ejecución. Mientras se firman acuerdos sobre reducción de emisiones o financiamiento verde, las comunidades siguen sin planes de adaptación cultural ni infraestructuras resilientes. Una cosa es el discurso y otra es la solución.

Por ejemplo, si estudiamos la Declaración de Bridgetown (2023) ya advertía sobre la necesidad de considerar la cultura y el patrimonio como componentes de la adaptación climática. Sin embargo, pocos países han implementado políticas concretas. Por eso la gestión del cambio climático en el Caribe sigue siendo tecnocrática y centralizada, ignorando que sin clima no hay cultura, y sin cultura no hay cohesión social. El Caribe necesita replantear su narrativa política: pasar del discurso de las pérdidas al discurso del cuidado. No basta con reconstruir carreteras; hay que reconstruir también los vínculos culturales, espirituales y comunitarios que dan sentido a la vida tras cada tormenta.

El huracán Melissa no es una historia leve que olvidaremos al pasar. Es una advertencia: el Caribe está en su era del desorden climático, donde los calendarios culturales se detienen, los barrios se vacían, los tambores callan, los festivales se aplazan. Pero también es una oportunidad para pensar que la cultura no es un lujo añadido, sino el tejido que vincula comunidad, territorio y naturaleza.

La República Dominicana ha dado pasos importantes en materia de gestión de riesgo y eso debemos reconocerlo, pero la región aún debe recorrer un camino más profundo. Este camino tiene que incluir escuelas que enseñen a prepararse, familias que conversen sobre ciclones como parte de su historia, comunidades que reconozcan su patrimonio bajo el riesgo, y gobiernos que inviertan en políticas que lo comprendan así.

Cuidar la tierra, cuidar la cultura

El huracán Melissa no fue solo un evento meteorológico, fue una advertencia a nuestra caribeña que vive ya su era del desorden climático, donde el tiempo se ha vuelto impredecible y los calendarios culturales deben rehacerse cada año. Pero también es una oportunidad para pensar de otro modo: para hacer de la cultura un espacio de resistencia, conciencia y acción.

Los gobiernos del Caribe deben dejar de hablar en los foros y comenzar a actuar en los barrios, en las costas, en las montañas, allí donde la gente reconstruye la vida día tras día. Porque el clima no es un tema técnico: es una cuestión de humanidad, de justicia y de cultura. Defender el clima es defender la memoria, la música, la palabra, el altar y el pan. Por eso para finalizar reiteramos, “Si la tierra se enferma, la cultura se apaga”, teniendo claro que sin clima no hay cultura, y en este rincón del mundo, donde viento y mar han dado forma a la creatividad humana, no podemos permitir que lo hagan también con el silencio.

Referencias

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Escobar, A. (2016). Sentipensar con la Tierra: Nuevas lecturas sobre desarrollo, territorio y diferencia. ICANH.

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“Storm Melissa leaves little damage in the South, according to report”. (2025, octubre 28). Latin American News.

“The Annual Cecelin Gayle Foundation Legacy Gala postponed due to Hurricane Melissa”. (2025, octubre 27). Caribbean National Weekly.

Williams, W. (2025, octubre 25). Four dead as Melissa inches through the Caribbean. Weather.com.

Captives Insure. (2025). Hurricane Melissa: Historic storm threatens the Caribbean. Recuperado de https://captives.insure/insights/hurricane-melissa-total-economic-impact-and-projected-damage

Mintz, S. (1986). Sweetness and Power: The Place of Sugar in Modern History. Penguin Books.

Hurbon, L. (2020). El alma haitiana: sociedad, cultura y religión. CLACSO.

Pérez, M. (2021). Patrimonio, naturaleza y justicia climática en el Caribe insular. Revista Caribeña de Ciencias Sociales, 12(4), 45–61.

Rouse, I. (1992). The Tainos: Rise and Decline of the People Who Greeted Columbus. Yale University Press.

UNESCO. (2005). Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales. París: UNESCO.

UNESCO. (2018). Informe Mundial sobre la Cultura y el Desarrollo Sostenible. París: UNESCO.

UNFCCC. (2024). Declaración de Bridgetown sobre Cambio Climático y Desarrollo Sostenible en el Caribe. Naciones Unidas.

Jonathan De Oleo Ramos

Antropólogo Social, Investigador, Gestor Cultural,

Jonathan De Oleo Ramos. Correos: jonathan.deoleoramos@gmail.com jdeoleoramos@ccny.cuny.edu Académico e investigador dominicano, doctorando en Educación con orientado a la Investigación, Docencia y Liderazgo. Antropólogo y Cientista Social. Especializado en Antropología de la Alimentación; Políticas Culturales; Ciencias del Folklore; Estudios Afrolatinoamericanos; Derechos Humanos; Periodismo Cultural; Masculinidades y Pedagogía Sistémica. Becario Mellon del Dominican Studies Institute the City College New York, CUNY DSI, como académico, investigador y docente de Studies Afro-Dominican Cultural Manifestations of the Colin Powell School for Civic and Global Leadership. Experiencia en proyectos vinculados a su línea de investigación. Miembro Comisión de Historia, Instituto Panamericano de Geografía e Historia; Federación Mundial de Estudios Culturales y Asociación Internacional de Cultura Tradicional. Autor: Cofradías Dominicanas del Espíritu y Antropología del Plátano, Coautor: La muerte y el día de los Muertos: Una Mirada Antropológica en América Latina.

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