Resucitemos, primero, verdades sepultadas a golpe de repetición en los ámbitos comunicacionales para instalar en el imaginario de los públicos mentiras socialmente perniciosas, pero lucrativas para unos cuantos.
El caos de ruido mediático de los que muchos se asquean hoy en RD, no comenzó en las redes sociales (RRSS) como se discursea, sino que emigró de medios tradicionales.
El radicalismo en las posiciones, simulado, las bocanadas de vulgaridades, la bulla y el modelo de conflicto (A vs B) escenificados en medios como radio, televisión y, por imitación, en las RRSS, de un lado y de otro, representan la estrategia de un oneroso negocio que nunca repara en el derecho de la sociedad a recibir información veraz y a tiempo para adoptar decisiones oportunas, mucho menos en el fortalecimiento de democracia.
La exclusividad de pensar, significar y resignificar (comunicar) atribuida al ser humano no es ni por asomo una licencia que valida la persona como periodista y locutor con derecho a producir y realizar programas en medios de comunicación, como se ha vendido. El “derecho inalienable” de expresión y difusión del pensamiento cae en otro campo de discusión.
Entretanto, digámoslo duro y de una vez, el caos imperante en el ecosistema mediático tiene mucho que ver con el desdibujamiento intencional del periodismo para disfrazar una visión de negocio de relaciones públicas, propaganda y publicidad que rehúye a la responsabilidad social de informar con veracidad a la sociedad para que esta pueda adoptar decisiones oportunas en la cotidianeidad. Y esa aberración no nació de la base de la pirámide.
En el proceso de manipulación de la terminología discreta de la disciplina se ha desterrado el abarcador y cada vez más actual concepto desinformación para sobredimensionar e imponer dos con características reduccionistas que nos hacen ver al último grito, fake new y posverdad, pero ocultan todo el espectro de la verdad.
La desinformación periodística es tan vieja como la profesión, igual que el “enamoramiento y casamiento por la iglesia” de políticos y empresarios con el periodismo; sin embargo, nada de extemporáneo tiene.
Hay mil y una maneras de desinformar tan brutales como una declaración considerada mentirosa (fake new, posverdad).
En la construcción de la agenda setting, ¿acaso las posmodernas palabritas en boga contienen la manipulación de la inclusión-exclusión o selección del protagonista de la noticia (quien sí, quien no), o la visibilización sostenida de unos personajes y la invisibilización de otros? ¿O los silencios frente a temas vitales para la sociedad? ¿O documentos “muy importantes”, con medias verdades, filtrados para generar corrientes opinión a favor o en contra de alguien?
¿Abarcan el acto semiotizador de emplazamiento en páginas del impreso o el digital y lugares en los guiones informativos y de misceláneas en los electrónicos? ¿O la cantidad palabras positivas versus negativas en los contenidos? ¿O la banalización de la noticia por el lugar de colocación?
En cuanto a fotografía o vídeo, ¿se refieren a la decisión de colocación, tamaño, planos, angulaciones y ediciones de las fotografías que acompañan textos, o la publicity o publicidad disfrazada de periodismo?
Nada de eso. Se reducen a tildar de falsa o fuera de contexto una declaración de algún actor.
Se ha establecido que lo importante en estos tiempos no es el servicio público de la verdad verificada y la ética que orienta, sino las emociones provocadas en los prosumidores o preceptores porque generan rating y, por tanto, logran colocación publicitaria y otros pagos a menudo potentes.
La algarabía y la inyección masiva de banalidades apuestan al ocultamiento de los hilos de la manipulación. A la par, se superpone lo opinativo a lo informativo con el siniestro objetivo de formatear las mentes del colectivo y ponerlo a su merced.
Ha resultado una sentencia la socorrida frase del influyente autor de Apocalípticos e Integrados, La estructura ausente y Tratado de Semiótica General, filósofo y semiótico italiano Umberto Eco (fallecido 19 de febrero de 2016).
Poco antes de morir a los 84 años, él escribió: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a la legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino sin dañar a la comunidad. Entonces eran rápidamente silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho de hablar que un Premio Nobel”.
Sí, pero su parecer ha sido tomado por los pelos, acríticamente.
En realidad, “las legiones de idiotas” provienen de arriba, del medio y de abajo. A ratos más de arriba que de abajo. Y las culpas sobre la autoría de la perversión, por tanto, hay que repartirlas entre las redes (que llaman estercoleros) y los santuarios donde habita “la perfección”.
En el caso de RD, el uso del discurso mediático soez (que no nivel de lengua popular), el hablar duro, el descalificar y el ensalzamiento de funcionarios y empresarios hasta convertirlos en dioses, incluso el hasta pedir “patrocinio” públicamente, anteceden al auge del submundo digital.
Tienen como marco de referencia al muy leído y versátil periodista Álvaro Arvelo hijo (fallecido en 2023, 82 años), en el talk show El Gobierno de la Mañana, en la emisora Z-101 (1986).
Dada su credibilidad, él fue asumido como referente. Su puesta en escena ruidosa, extravagante, descarnada y conflictiva en la emisora capitalina se esparció por todo el país a través de la radio y la televisión, solo que en voces de actores muy a menudo sin su valía intelectual, con tinte caricaturesco, pero con el mismo objetivo: monetizar.
Otro caso simbólico. En la radio y luego en algunos medios convencionales, ante el silencio cómplice de notables, obtuvo categoría de verdad el relato sobre tráfico de órganos humanos inventado para evadir condena por dos jóvenes que, en 2015, raptaron, violaron, mataron y sepultaron en un solar baldío a la niña Carla Massiel Cabrera, 10 años, tras ella salir de un culto de una iglesita en el barrio donde vivía, en el occidental municipio Pedro Brand, provincia Santo Domingo.
Multiplicada sin cesar, la leyenda urbana provocó un estado de paranoia en la sociedad, lesionó gravemente el programa nacional de trasplantes de órganos, erosionó la imagen de un centro médico, obligó a grandes gastos en abogacía y llevó la tragedia a la familia usada como objeto de la trama.
El principal propulsor de la “novela” viralizada al extremo durante meses, sin el contrapeso de voces críticas, fue el político en campaña (luego diputado por el PLD) y comentarista de radio y televisión Jose Laluz, quien ahora se ufana de decir que “yo no soy periodista sino un político que habla en los medios”.
El tribunal liberó de culpas a las víctimas de la campaña de descrédito y condenó a los autores del crimen. Pero es imposible limpiar el embarre, y menos con rectificaciones a medias, tímidas y sin el peso que tuvieron las sostenidas imputaciones mediáticas.
A la vuelta de casi diez años, ha conmovido los cimientos del sistema mediático la publicación en X (viejo Tuíter) de una secuencia de fotos de periodistas reconocidos con montos de dólares supuestamente por concepto de pagos de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid).
Tras la viralización del rafagazo en X y las reacciones ácidas a favor y en contra, el periodista Johnny Arrendel, autor de la publicación que cita a Juan Bolívar Díaz, Altagracia Salazar, Huchi Lora, Marino Zapete, Edith Febles y la realizadora de televisión Mariasela Álvarez, ha emitido una comunicación pública en la que, dice, fue sorprendido por una fuente que entendía muy confiable, desligó de la autoría intelectual a alguna organización política, pidió excusas y expresó arrepentimiento.
Pero ha observado que esos profesionales han cometido los mismos errores, acusando injustamente a través de sus medios a empresarios y políticos, pero nunca se han disculpado. Arrendel, quien ahora vive en Estados Unidos, confirmó que ha recibido presión.
El gobierno de esa nación norteamericana no ha reaccionado aún sobre el conflicto local abonado por el inesperado desmantelamiento de la Usaid ordenado por el nuevo presidente Donald Trump. Al menos, dos de los afectados, Díaz y Zapete, han dicho que actuarán en justicia.
Ya el vendaval mediático comienza a diluirse. Pero vendrán otros cada vez más potentes. La moda es el radicalismo verbal, el hablar duro y descarnado, la apelación a las emociones, la descalificación del otro, el enmascaramiento de la propaganda, la publicidad y las relaciones públicas con ropaje de periodismo ético…
Nada importan la verdad y la sociedad; importan el pandillerismo, el relativizar la ética y don dinero. No es Arrendel, es el sistema y la falta de voluntad para repensarlo.
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