En Sabana Real, La Descubierta, se observa una recuperación silenciosa del paisaje transfronterizo. La reforestación trae esperanza frente a la desertificación, como hemos estado publicando en Acento.com.
Carlos Rondón, técnico responsable de la reforestación en la provincia Independencia, nos condujo al puesto militar fronterizo Cacique Enriquillo, donde se aprecia un paisaje único en ambos lados de la frontera: una relativa recuperación de la cobertura forestal y agroforestal, árboles dispersos y prácticas de conservación de suelos en medio del paisaje deforestado.
Del lado dominicano se destaca la parcela de una señora, quien plantó árboles en la línea divisoria para sustituir la agricultura tradicional que degradó el suelo. Para continuar con la repoblación forestal, necesita autorización para usar el certificado de plantación, lo que evidencia la importancia de acompañar la reforestación con permisos y asistencia técnica.
Aunque persiste la deforestación en la franja fronteriza, en el lado haitiano emergen manchones de bosques, parcelas agroforestales y árboles dispersos; avances que la rutina ha invisibilizado. Documentarlos con rigor es clave para mostrar este éxito transfronterizo, reflejado en miles de árboles creciendo en zonas críticas como Sabambobé y Palmè, además de “Matigué”.
Este cambio requiere apoyo técnico y regulatorio para motivar a las comunidades a seguir sembrando y cuidando lo plantado, para luego poder aprovecharlo de manera sostenible.
En esta zona transfronteriza del sur, donde la deforestación parecía irreversible, algo inesperado ocurre: el paisaje comienza a renacer. Durante una visita de seguimiento a los trabajos de reforestación en la provincia Independencia, observamos señales claras de recuperación en ambos lados. En medio de la aridez, brotan manchas verdes que cuentan una historia distinta a la que suelen dominar los titulares.
Desde el puesto militar Cacique Enriquillo, la vista sorprende: bosque en desarrollo, árboles dispersos y prácticas de conservación dibujan un contraste con siglos de degradación. “Esto no se veía antes”, comenta uno de los acompañantes, incrédulo ante el cambio.
Los datos confirman lo que los ojos perciben. En el otro lado, en las comunidades que hacen vida transfronteriza, donde viven aproximadamente 1200 familias, cerca de 200 han plantado árboles en sus propiedades, según registros de las diferentes acciones de reforestación, que no vamos a detallar porque serían muchas las páginas a escribir.
Del lado dominicano, ubicada en la línea divisoria, una señora decidió transformar su parcela. Durante años su familia cultivó habichuelas y guandules en suelos erosionados; hoy apuesta por la reforestación con fines económicos y sueña con expandir la siembra. “Ella quiere seguir plantando, pero necesita que le permitan usar el certificado de plantación que le dio Medio Ambiente”, según nos manifestó un vecino, confirmado por el técnico provincial, quién nos llevó a Ángel Félix, al terreno donde ella espera continuar plantando.
Este esfuerzo no es aislado. En comunidades como Sabambobé y Palmè, los rodales evidencian un cambio silencioso. Sin embargo, la transformación corre el riesgo de pasar desapercibida. La endocultura, esa invisibilidad de lo cotidiano hace que muchos lugareños no perciban la magnitud del avance. Por eso, la documentación rigurosa y las imágenes fotográficas son esenciales para contrarrestar el sensacionalismo que reduce la realidad a extremos: todo mal o todo bien.
El hallazgo de miles de árboles emergiendo en medio de la deforestación no es solo un indicador ecológico: es un éxito transfronterizo y binacional que merece ser difundido. Pero el reto sigue siendo enorme en ambos lados.
Sin manejo técnico y permisos de aprovechamiento, la motivación comunitaria podría desvanecerse. “Si nos apoyan, seguimos sembrando”, insisten muchos campesinos de la zona, incluyendo a la señora antes mencionada, conscientes de que el futuro del bosque depende tanto de la voluntad binacional, como de la cooperación institucional.
En esa zona de la frontera, donde la esperanza parecía seca, el verde vuelve a crecer. Y con él, la posibilidad de escribir una historia distinta para dos naciones que comparten más que una línea divisoria: comparten el desafío de recuperar la vida.
La cifra que cambia el relato: suelo, agua, captura de carbono y biodiversidad.
Impresionado por la evidencia visual de árboles sobrevivientes en territorio haitianos, decidí llamar a Nelson Montero, quien trabaja actualmente con grupos comunitarios y la Cooperativa La Bella Sabana Real, para contrastar mi escepticismo inicial con la realidad del terreno.
La cifra que yo consideraba un éxito —30,000 árboles en “Matigué”— quedó superada por la convicción de Nelson Montero. La conversación con él se convirtió en una revelación profesional: sumando áreas forestales, agroforestales y árboles dispersos, la supervivencia asciende a más de 600,000 árboles. Este dato desarmó mi prejuicio de pérdida total y transformó los “parches verdes” en un símbolo tangible de perseverancia ecológica.
En mi comunicación con Nelsón, en noviembre de 2025, lo cuestioné de nuevo: “¿Recuerdas el desafío sobre “Matigué”? Te dije que me conformaría con ver 30,000 árboles”. Él se adelantó: “Ponle 100,000”.
“¿Cómo va a ser?”, pregunté.
“Sí”, respondió categóricamente. “Y si sumo Sabambobé y Palmè, hay más de 600,000 árboles creciendo de aquel lado”. Esto nos dejó mudos, pues creíamos que quedaba poca cosa.
Sin embargo, los parches, líneas y puntos verdes que se observan son árboles en desarrollo; son como la esperanza.
Epílogo
Este logro merece análisis, especialmente para quienes estudian la cobertura vegetal. No se trata de evaluar la calidad productiva cuando los árboles crecen sin manejo técnico, sino de valorar su funcionalidad ecológica: creación de suelos, retención de humedad, captura de carbono y reducción de la erosion.
La masa arbórea es aproximadamente un 50 % carbono capturado. Estamos hablando de muchas toneladas si consideramos que la mitad del volumen de cada árbol en desarrollo es carbono procesado. Esto también es salud.
La reforestación del lado dominicano sigue un patrón similar, aunque con sus altas y bajas, ya que el país ha alcanzado un 44 % de cobertura arbórea nacional, algo impresionante en el ecosistema caribeño insular.
Este inesperado logro obliga a reorientar la métrica del éxito. Aunque la calidad maderable no sea óptima, el verdadero valor reside en la resiliencia ambiental transfronteriza y binacional, el cual debe continuar.
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