La inserción en el sistema escolar de los niños con diagnóstico de autismo está siendo, cada vez más, un reto familiar lleno de intrincadas dificultades, en donde el principal escollo resulta ser la carencia de centros educativos con la debida capacidad técnica y humana para superar un conjunto de situaciones conductuales que requieren ser enfrentadas y atendidas con una visión alejada de la simple idea de autismo como un trastorno neurológico. De hecho, tenemos que el déficit de atención y la hiperactividad suelen ser visto como situaciones conductuales de la persona y nunca como eventos que le ocurren a la persona.

En el primer caso, y según el siquiatra Gabor Maté, se trata de una acción involuntaria de la persona para controlar un dolor emocional interno. Y, en el caso de la Hiperactvidad, ya se ha demostrado que estamos frente a un típico evento de naturaleza metabólica; en efecto, la Hiperactvidad tiene su explicación en un exceso de glutamato (neurotransmisor excitatorio) sobre el GABA (neurotransmisor inhibitorio) y, eso sucede independientemente de la intención del niño.

De lo anterior se desprende la ansiedad manifiesta de las familias de niños con Autismo al momento de su inserción escolar, pues al margen de las dificultades que suelen argumentar los centros educativos para rechazar estos niños debido al diagnóstico, se agregan ciertos costos auxiliares al pago de la matrícula: maestra sombra, sicóloga y hasta un siquiatra como vigilante para neutralizar ciertos comportamientos considerados autistas. Obviamente, las familias se enfrentan a un restrictivo marco de opciones, dado que necesitan enviar los niños a un centro educativo porque no sólo se trata del niño, sino de una necesidad familiar para cumplir con las rutinas impuestas de la actividad económica que realicen como fuentes generadoras de ingresos.

Bajo ese marco de referencia, la idea y el deseo de inclusión educativa no tiene posibilidad de prosperar: estamos frente a una deficiencia de centros educativos con una correcta comprensión del Autismo y cómo proceder de manera efectiva para atender la demanda de atención que requieren los niños; de igual manera, existe muy poco interés sobre cómo proceder para superar ciertas conductas consideradas autistas o cierta deficiencia en el desarrollo, como es el caso del habla.

Por tanto, la idea de educar niños con Autismo utilizando la tecnología tradicional de escolaridad resulta un completo contrasentido; se trata de una trampa invertida en contra de las familias que aceptaron, sin reparar en consecuencias futuras, la separación neurológica entre los niños con Autismo y sin ese fatídico diagnóstico; por un lado, se tiene el conjunto de niños atípicos (aplicadas a niños con Autismo) y  niños típicos (sin diagnóstico de Autismo), sin ninguna prueba científicamente válida respecto a procesamientos de información de manera divergentes; ahora, la realidad de esa separación tiene una doble perturbación: (i) la imposibilidad de la inclusión (bajo la incorrecta idea de todos en un aula) y, (ii) elevados costos de aceptación por concepto de colegiatura y otras atenciones educativas colaterales.

Además, por el lado de la oferta educativa, existe la convicción de imposibilidad de ser asertivos en ejecutar un programa educativo que sea eficaz con los niños diagnosticados con Autismo; la razón estriba en la idea que se trata de niños que requieren mucha atención personalizada y, por tanto, desbordan la capacidad de los recursos humanos disponibles para dicha tarea en los centros educativos; se asume y se propaga que la preferencia por actividades muy restringidas y repetitivas, carencia de lenguaje, así como cierta incapacidad para entender mandatos, imposibilita la debida atención para cada caso; en tal sentido, se elevan los costos de colegiatura como una forma de restricción; estamos, pues, frente a una postura teórica que frena cualquier estrategia educativa en el marco del actual sistema de creencias sobre el Autismo.

Pero, existe una contradicción mucho más relevante: si cada niño con Autismo presenta características únicas y, necesidades perfectamente diferenciales (incluyendo tanto la forma de aprender, procesamiento de la información y percepción sensorial), entonces la demanda de las familias en lo relativo al legítimo derecho de educación de sus hijos debería respetar esa diferenciación humana; por tanto, la única opción válida, y muy difícil de acometer, es el hogar como la vía más expedita en la aplicación de un programa educativo personalizado, sobretodo, en las situaciones de niños no verbales.

En tal sentido, sólo cuando el niño recupere el lenguaje estará mejor dotado para ser aceptado en los centros educativos tradicionales y en mejores condiciones sobre la posibilidad de éxito en el aprendizaje; la razón debe verse en que, el lenguaje es el instrumento clave para identificar (o expresar) emociones, entender y cumplir normas sociales en un determinado contexto, así como para una mejor adaptación ante cambios sorpresivos en la rutina y hasta para expresar cualquier necesidad de apoyo.

Evidentemente, sustituir a la escuela se plantea como una opción muy difícil de aceptar debido a los retos que plantea su ejecución: requiere dejar de lado algún tipo de actividad económica (en caso de ser ejecutada por alguno de los padres) o pagar a un especialista en el tema para que ejecute dicha tarea bajo la supervisión de los padres (algo poco probable porque dichos “especialistas” están entrenados en la misma lógica de la oferta de terapias sicológicas que abunda en el mercado escolar).

De seguro, la pregunta a responder es: ¿qué hacer entonces? Para la cual no existe una respuesta para toda la comunidad, a pesar que cada familia enfrenta el mismo reto: educar un niño con Autismo; sin embargo, existe una diferencia notable: la dotación de recursos de cada familia es exclusiva y, en consecuencia, eso condiciona cómo abordar el tema de la educación en cada niño. Así que, ya sea que la educación se esté ejecutando en un centro escolar o en el hogar, cada familia es responsable de aplicar un enfoque nutricional acorde a la situación metabólica del niño; por tanto, el rechazo en los centros escolares debido al diagnóstico (o la imposibilidad de financiar un centro escolar), puede favorecer el proceso de revertir el diagnóstico, siempre que la familia entienda que el Autismo es una respuesta adaptativa del cuerpo humano ante un déficit de energía que impide ejecutar ciertos procesos metabólicos de manera efectiva.

Esa comprensión metabólica representa un importante paso de avance que permite establecer un programa in house en consistencia con la situación específica de cada niño, puesto que los mejores conocedores de la realidad del niño son justamente los padres. La educación formal no es la necesidad inmediata de un niño con Autismo: lo urgente y necesario, aun cuando parezca un contrasentido, es restablecer la normalidad funcional de su metabolismo. Además, en la rutina escolar, resulta muy probable la ocurrencia de eventos que exacerban la situación del diagnóstico: tal es el caso de agresividad física, autolesiones, resistirse a mandatos, llantos, ruidos excesivos, dar vueltas e intentos de escapar del aula.

Estamos, pues, ante una situación con categoría de tragedia familiar; no obstante, la decisión más favorable para el niño suele estar del lado de la salud; y eso requiere superar en el hogar ciertas conductas consideradas disruptivas y el tema del habla, puesto que dichos eventos están fuera de la atención y alcance de los centros educativos. Una vez verbal, el niño estará en capacidad de aprovechar las enseñanzas del sistema escolar y arribar a la adultez con dominio de sus facultades y plena independencia para la vida en sociedad.

Fausto J. Hernández

Economista INTEC 1987. Doctorado en Economía, Bilbao 1995. Postgrado Matemáticas Puras, INTEC 2002. Máster Neurosicologia Educativa, CEUPE 2022. Profesor Economía Matemática INTEC 2009. Director Regulación y Defensa de la Competencia, Indotel 2005-2010.

Ver más