Hace unos meses escribí un artículo sobre él. Destaqué su trayectoria y confesé cómo muchas de sus canciones se han anclado en mi memoria emocional. Entonces propugné por hacerle un tributo. Con el tiempo —como un milagro del alma— descubrí que un amigo y su esposa, del Distrito Nacional, también eran seguidores suyos y lo conocían muy bien. Y así, casi sin proponérnoslo, comenzamos a dibujar la manera de hacer realidad aquel sueño.
Durante este otoño vencimos múltiples obstáculos, pero el pasado viernes lo logramos. El bar Moisés Zouain del Gran Teatro del Cibao fue el escenario. Titulamos la actividad Concierto-encuentro de amigos con Amaury Pérez. Estuvo acompañado por tres músicos de primera: el guitarrista cubano Abelito Acosta y, de la casa, el maestro Rafelito Mirabal y el intérprete Paín Bencosme.
La primera parte de la velada la agotaron magistralmente Rafelito y Paín, con una selección musical de lujo. Cerca de las diez y media de la noche, con el salón a casa llena y una luz tenue, entró Amaury por el pasillo de acceso. Vestía un sobrio atuendo azul-gris-negro que contrastaba con sus tenis blanco-azules. Entre aplausos, caminando y frente a su público, interpretó a capela El vino triste. Se robó la atención de todos desde su primera estrofa:
Ese hombre que entra al bar,
sin sombra que le ladre
este que pisa y pasa sin rostro
y sin señales.
Luego, desde el escenario, siguió embrujándonos con un himno al amor: Con 2 que se quieran. “Con dos que se quieran, basta”. Una aureola de magia se tejió entonces con Amaury en aquel íntimo lugar. Su fuerza, su talento y su cercanía fueron creciendo y marcaron la ruta de todas las canciones que nos regaló. Entre juegos de luces, narró historias de algunos temas, compartió chistes, rió y lloró.
También estuvieron sus clásicos: Murmullos, Olvídame muchacha, Vuela pena, Dicen, etc. Y, por supuesto, no podían faltar Hacerte venir y No lo van a impedir. Cantó a dúo Amigos como tú y yo con la voz aguardientosa de Abelito. Y, con Rafelito al piano, interpretó la eterna Dame el otoño. Varias interpretaciones concitaron el coro espontáneo del público.
La mayoría de los asistentes éramos de la generación del sesenta y pico, contemporáneos y seguidores de Amaury desde hacía décadas. Algunos habían presenciado su primer concierto en Santiago, en 1986, cercano a los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Pero resultó sorprendente que los más jóvenes que se dieron cita no se desconectaran: descubrieron el ángel que acompaña a Amaury. Uno de ellos, que inicialmente pretendía ir al concierto de Bad Bunny, nos dijo gozoso, en medio de la función: “Gracias por invitarme; de lo que yo me iba a perder”. Y remató, con su propia jerga: “Este tipo es un monstruo”.
Cuando concluyó de cantar Acuérdate de abril tomé la palabra y, en mi nombre, en el de Miguel Ángel —el otro coorganizador— y en el de todos los amigos presentes, destaqué la trascendencia de Amaury y lo emotiva que había sido la velada. Le entregamos una placa de reconocimiento que reza:
“Tributo a un extraordinario cantautor, músico, poeta, escritor y duende que le ha dado alas al amor, a la alegría, a la libertad, a la amistad… en fin, a la vida, y que nos ha convidado siempre a soñar.”
De inmediato, la amiga Eridania, en representación del Voluntariado de Jesús con los Niños —institución que realiza un formidable trabajo filantrópico con los niños de escasos recursos que acuden al Hospital Arturo Grullón y a la cual se destinaron los fondos recaudados por boletería— les obsequió a él, a los músicos y al infrascrito ramilletes de bellísimas flores de un amarillo primavera.
De pie, todo el público lo ovacionó con un cerrado y prolongado aplauso. Amaury correspondió con palabras de agradecimiento. Confesó lo difícil que era ese momento, pues uno de sus hijos enfrenta una afección de salud. Al decirlo, sus ojos brillaron más intensamente y dejaron ver lágrimas por derramarse.
Se repuso, tomó aire y nos obsequió varias canciones más. Una de ellas, Encuentros, la interpretó de nuevo a capela, con mayor fuerza aún. Su voz melodiosa hacía dúo con los acordes de sus tenis al tocar el piso y quebrar el silencio. Después, a pesar de que su vuelo de regreso —junto a su fascinante esposa, Peti, y Abelito— saldría de madrugada, se quedó un buen rato compartiendo afablemente con los presentes. Ya al final, cantó también a dúo dos temas abrazado con la prodigiosa Patricia Pereyra, quien asistía como público.
Sin duda, Amaury no solo nos regaló un manojo de canciones —dieciocho, en total—, sino que hizo algo más: nos entregó su corazón en el escenario. Por eso, una amiga que asistió, Awilda, nos envió al día siguiente este mensaje: “Imposible no escribir un poco de todo lo vivido anoche. Nos hacen muchos regalos a lo largo de nuestras vidas, pero anoche el amigo ‘Lorenzo’ nos regaló a un ‘Amaury’ distinto… profundo y lleno de una emotividad que nos llegó al alma”. Y el amigo Juan Manuel, también entre los convidados, nos compartió este otro: “Repasar un repertorio cuasi infinito de historia de amor y de desamor… revolotearon endorfinas, oxitocinas, dopaminas y otros estimulantes del bienestar; surgió desde la magia”. Otras impresiones similares me llegaron sobre el fascinante encuentro.
Solo el talento, la autenticidad y la energía de Amaury, en complicidad con el público allí presente, hicieron posible esta quimera.
Gracias, Amaury, por lo felizmente vivido. Desde aquí elevamos una plegaria por la salud de tu hijo. ¡Hasta pronto!
Compartir esta nota