La semana pasada se celebró el XX Congreso de la Ciencia Dominicana, un evento internacional que he tenido el honor de seguir casi sin interrupciones desde 2010. Este año, sin embargo, tenía un significado especial: el país se encuentra a las puertas de una reorganización de su sistema científico, como consecuencia de la fusión de los dos ministerios responsables de la educación.
El cierre del Congreso representó una inyección de confianza en el futuro. El viceministro de Ciencia y Tecnología, Dr. Genaro Rodríguez, fue categórico al afirmar que la ciencia es una prioridad en los programas del Gobierno. Anunció además la inminente convocatoria de los proyectos Fondocyt e invitó oficialmente a participar en la próxima edición del evento. Emblemática y simbólica fue la foto del equipo del ministerio que, en colaboración con la Universidad O&M —como ya es costumbre en los últimos años, el Congreso se celebró en una universidad— hizo posible esta nueva edición.
Dos elementos dominaron el evento: por un lado, la certeza de que la iniciativa continuará; por otro, un análisis profundo de la situación actual de la ciencia dominicana y de sus perspectivas.
Entre las excelentes conferencias plenarias, dos abordaron de forma directa esta segunda dimensión. La primera, a cargo de la Dra. Giovanna Riggio, de Unibe, se centró en los indicadores clave para evaluar el estado de salud de nuestra ciencia. La segunda, del Dr. Fernando Martínez, de la Universidad de Salamanca, trató un tema estrechamente relacionado: el de una educación equitativa e inclusiva.
¿Cómo medimos el progreso científico?
¿Qué lecciones podemos extraer de este Congreso? Como suele suceder, las más relevantes surgen de reflexiones colaterales.
Una cuestión sigue abierta, y los análisis al respecto suelen ser ambiguos: ¿cómo medir el progreso científico de un país —el nuestro, como cualquier otro—? ¿Debemos conformarnos con un análisis diacrónico, reconociendo los avances evidentes respecto a hace veinte años? ¿O sería más adecuado un enfoque sincrónico, comparándonos con nuestros países vecinos y celebrando que, dentro del sistema del SICA, ocupamos una posición destacada?
Incluso ampliando la mirada a América Latina, podríamos encontrar motivos para cierta satisfacción. Pero ¿no estamos acaso corriendo el riesgo de mirar solo el dedo que apunta al cielo, cuando detrás está la luna —es decir, el mundo de primer nivel científico—, con su inteligencia artificial, su computación cuántica, su investigación espacial y sus farmacéuticas avanzadas? Fue particularmente elocuente, en este sentido, la conferencia del Dr. José Pedraz, de la UPV/EHU, sobre tecnologías farmacéuticas 3D. ¿Deben quedar como un sueño para nuestro país o pueden entrar en un programa de desarrollo y menor dependencia farmacéutica?
¿No deberíamos, más bien, observar el escenario global y preocuparnos por la creciente brecha entre el llamado primer mundo y nuestra región?
Cooperación internacional: ¿hacia dónde?
Durante el Congreso se mencionaron posibilidades concretas de cooperación internacional, particularmente con España y Estados Unidos. No obstante, en lo que respecta a este último país, es necesario ser conscientes de las incertidumbres que plantea el futuro inmediato. Un ejemplo aparentemente menor, pero revelador, es el reciente aumento en el costo de las visas, sin entrar en consideraciones más profundas sobre su política universitaria y científica interna.
Entonces, ¿qué tipo de cooperación necesitamos realmente? Un dato inquietante es la escasa cantidad de doctorados completados en el país: apenas unas pocas unidades, frente a cifras mucho mayores de dominicanos graduados en el extranjero. Esta realidad distorsiona el impacto potencial de las futuras cooperaciones. ¿Se trata de formar investigadores que no encontrarán perspectivas profesionales en el país y que acabarán emigrando o siendo subutilizados localmente, en una suerte de “fuga de cerebros interna”?
Los programas nacionales de doctorado requieren infraestructura científica. Y esa infraestructura es precisamente la que da sentido a una estrategia coherente, que articule la formación en el exterior con la reinserción y el desarrollo local.
En algunas áreas ya contamos con centros que pueden cumplir esa función. En otras, es necesario promover su creación.
Ciencia estratégica para el Caribe
Durante el simposio que el Congreso dedicó a programas de fuentes de luz para el Sur Global, el Dr. Krejcik, de la Universidad de Stanford, sugirió que, entre los primeros pasos —a corto plazo, de uno a cinco años— hacia la concreción del ambicioso proyecto de un sincrotrón regional en el Gran Caribe, se considere la instalación de pequeños aceleradores, con costos estimados entre uno y diez millones de dólares. Y no se trataría únicamente de instrumentos para la investigación científica: sus aplicaciones pueden extenderse a sectores estratégicos como la salud, la agricultura o la seguridad alimentaria, por citar solo algunos ejemplos.
¿Es esto demasiado costoso? No concluiré citando al primer Premio Nobel latinoamericano, Bernardo Houssay —“la ciencia no es cara; cara es la ignorancia”—, aunque sería tentador. Prefiero terminar con una observación. El país ya ha invertido, e invierte, en grandes infraestructuras. En una entrevista reciente, el vicepresidente ejecutivo del Consejo para el Cambio Climático, Dr. Max Puig, comparó el costo de un sincrotrón con lo que costó el proyecto de Punta Catalina. A la escala de los pequeños aceleradores, cabe recordar que un solo kilómetro de obras viales en la capital puede costar incluso más. Y si nuestra meta es la reducción de la pobreza, la creación de empleo o el fortalecimiento de la soberanía nacional, la inversión en ciencia debería ser aún menos postergable.
Ciencia invisible en los medios
El verdadero problema es que la sociedad aún no percibe que, al prescindir de la ciencia, estamos pagando otros costos —más altos, aunque distribuidos en partidas presupuestarias menos visibles. La ciencia es una función esencial que no se puede relegar.
Y, sin embargo, si uno busca en Google —o incluso en ChatGPT— la atención mediática que se ha prestado a este importante Congreso, la decepción es grande. No daré más detalles: los resultados están disponibles para quien quiera comprobarlo.
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