“Puesto que los humanos somos falibles, es necesario un Gobierno, pero, puesto que el Gobierno también es falible, se necesitan herramientas que demuestren y corrijan sus errores, como lo son la convocatoria regular de elecciones, la protección de la libertad de prensa y separar sus ramas ejecutiva, legislativa y judicial”. (James Madison).

La democracia, en el plano político y como régimen político, haciendo una analogía con la evolución humana, es su extensión, no en paralelo, sino, en alineación, como parte intrínseca y medular de su existencia. La democracia es confluencia de intereses divergentes en búsqueda del encuentro de un puente, de un camino, que es el equilibrio como piedra angular de la libertad y de la igualdad.
La democracia tiene como soporte nodal el puente de la conversación fluida y por ello, lleva sobre sus hombros el control, regulación y el espacio expedito de la libertad de hablar, de expresar sus ideas, sus intereses y la capacidad de escuchar. La fluidez de la información en la democracia es como la sangre que fluye en todo el cuerpo. Ella es la que le da el carácter de legitimación en la dominación, independientemente del torrente de votos obtenidos en unas elecciones.

Hay el mito, y un poco de falacia, en hacernos creer que democracia es equivalente a elecciones libres y competitivas. Es un eslabón necesario, empero, no suficiente. Hoy en día, merced a la degradación de la democracia y el auge del populismo más acérrimo, se puede llegar al poder vía unas elecciones y en el ejercicio del poder no ser democrático.

Sobre la democracia, en su interesante obra Qué es la democracia, Giovanni Sartori nos expresa “tenemos una democracia prescriptiva y descriptiva”, agregando que “Sin la verificación, la prescripción es “irreal”, pero sin el ideal, una democracia “no es tal”. Para el maestro, hay democracia “cuando existe una sociedad abierta en la que la relación entre gobernantes y gobernados es entendida en el sentido de que el estado está al servicio de los ciudadanos y no los ciudadanos al servicio del Estado, en la cual el gobierno existe para el pueblo y viceversa”.

De ahí que la democracia ha de contener un corpus político-económico y social tal y como planteaba Tocqueville. Subrayando siempre la democracia como estamento viable y fiable de legitimidad. Después de todo, es su campo de fertilidad, es su proceso de autocorrección. Por lo tanto, desde una acepción general, la democracia es la forma de gobierno en la cual la legitimación y selección la hace el demos, para diferenciar de la monarquía, de la aristocracia (oligarquía).

Robert A. Dahl nos aborda acerca de lo que ha de contener un gobierno democrático, a saber:
1) Participación efectiva.
2) Igualdad de voto.
3) Alcanzar una comprensión ilustrada.
4) Ejercitar el control final sobre la agenda.
5) Inclusión de los adultos.

Mas adelante, en su magistral obra La democracia nos lleva a la ruta ¿Por qué la democracia? Nos dice, la democracia produce consecuencias deseables. Miremos su categorización:

1) Evita la tiranía.
2) Derechos esenciales.
3) Libertad general.
4) Autodeterminación.
5) Autonomía moral.
6) Desarrollo humano.
7) Protección de intereses personales esenciales.
8) Igualdad política.
9) Búsqueda de la paz.
10) Prosperidad.

Para Yuval Noah Harari una de las características de la democracia “es que dan por sentado que todo el mundo es falible. Por lo tanto, pese a que las democracias conceden al centro la autoridad sobre la toma de algunas decisiones importantes, también cuentan con mecanismos sólidos capaces de cuestionar la autoridad central”. En otro lado del texto Nexus nos ilustra “una democracia no es un sistema en el que una mayoría, del tamaño que sea, puede decidir exterminar a las minorías impopulares, es un sistema en el que se ponen límites claros al poder del centro”.

Nuestra democracia está muy lejos entre la democracia prescriptiva y descriptiva, entre la normativa ideal y la “real”. Hay un abismo porque somos una democracia en la que, para la inmensa mayoría, ella es invisible. Tenemos una democracia defectuosa según Riesgo Político de América Latina 2024. Una democracia sin contenido social y económico para el 65% de los dominicanos y dominicanas. El diagnóstico, lo más cerca a la verdad, a la objetividad, es que somos una sociedad visceralmente anómica, que no asume en el siglo XXI la cesta de los derechos humanos ni la cesta fundamental de los derechos civiles que se insertan en una democracia de mayor intensidad, como Uruguay, Costa Rica y Chile.

En medio de tantas carencias, falencias, la sociedad dominicana no ha retrocedido en el plano político y económico y un tanto social. ¿Cuál sería la reflexibilidad sociológica en medio de un país pequeño con ciudadanos tan jerarquizados en la pirámide social, con agendas en las condiciones materiales de existencias tan diferenciadas?

La Revolución de Abril, 60 años después, es decir, cuasi 4 generaciones, otea en el horizonte imaginario colectivo como un acontecimiento histórico, el más importante del Siglo XX; más de 5,000 muertos y el significado de la intervención norteamericana nos convoca y nos invita, a menudo, a ponderar el grado de conflictividad que la objetividad alumbra, por los hechos y que la subjetividad nos llama a exaltar. El coloso brutal del norte propiciaría la hegemonía del más icónico representante de la derecha dominicana. La “revolución sin sangre, el camino de la paz”, construyendo la paz de los cementerios para los sectores más progresistas y beligerantes de los años 1966-1980.

Ella, pues, fluye como fuente fluvial para una estabilidad política y una paz social aparente, que no encuentra todavía la necesaria innovación de nuestra formación social. El resultado trae consigo un alto en el camino para la reflexión cívica, ética, de si podemos seguir como nos ha ido, si la autocomplacencia nos debe llevar a trillar las mismas rutas y caminos para extender un modelo económico-social-institucional frágil, excluyente y enteramente vulnerable.

Nuestra democracia, a la luz de las definiciones contenidas en estas glosas, no está revestida de los elementos sustantivos, de lo económico y social. De los 33 países de América Latina y el Caribe, siendo la séptima economía, tenemos una movilidad social que no guarda relación con el crecimiento, lo que expresa la singularidad de la enorme desigualdad. ¿Qué mide el Índice Global de Movilidad Social? Evalúa los factores de: atención sanitaria, la educación, la protección social, el acceso a la tecnología, los salarios justos y las oportunidades de empleo.

En el año 2014 el Banco Mundial escribió un enjundioso estudio acerca de la realidad social dominicana denominado Cuando la prosperidad no es compartida: Los vínculos débiles entre el crecimiento y la equidad en la República Dominicana. En ese informe nuestro país salió con una movilidad social muy ralentizada. Recientemente, Kantar Talks, una firma privada, acaba de señalar que “4/10 hogares dominicanos batallan para salir adelante con su economía familiar”. El 10% más rico tiene en ingresos y rentas el 90% de las riquezas del país. De ese 10%, 2% acapara el 70%. ¡Las barandas establecidas en el corpus social dominicano no deben de seguir! Urge una más significativa moderación institucional, que atraviese por un sistema de controles y equilibrios funcionales.

Como nos dirían Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro Como mueren las democracias, “La democracia es una empresa compartida. Su destino depende de todos nosotros”. En nuestra sociedad todavía no existe la crispación de la polarización, ni por el lado del populismo más abyecto (Derecha-Izquierda), en la apariencia y opacidad de tres partidos y un solo objetivo: el poder. La democracia como conversación fluida, no existe en la realidad política dominicana, en la búsqueda de la verdad y del bien común, del bienestar colectivo, de la agenda país, de la guía societal.

Somos el país más clientelar del mundo, donde impera el tráfico de influencia, allí donde las relaciones primarias son bosquejadas como el aliciente para buscar ventajas y encontrar el camino del bajadero en detrimento de lo institucional, de lo correcto, de lo ético. Porque la democracia “no significa el gobierno de la mayoría, más bien, significa libertad e igualdad para todos. La democracia es un sistema que garantiza una serie de libertades para todos que ni siquiera la mayoría puede requisar”.

¿Dónde estamos? Hoy, somos mejor que ayer, con respecto a los últimos 30 años. Nuestra fisonomía económica, social e institucional acusa un avance que nadie puede desconocer, obviar ni mucho menos soslayar. Todos los indicadores económicos así lo confirman, incluyendo algunos sociales e institucionales. Tenemos que asumir, parafraseando la frase de Albert Einstein, “Si queremos resultados diferentes, no podemos seguir haciendo lo mismo”, vale decir “Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”.

El sistema de salud tiene que cambiar. La Ley de Seguridad social reclama su revisión, donde el peso de los intereses financieros no guarde la mayor cuota en detrimento de la nación. No podemos seguir con un 1.9% de inversión en salud. No debemos seguir con la pésima modorra de una sociedad de ingreso medio, horridamente aporofóbica. Debemos invertir más y mejor en el capital humano. Lograr que nuestra competitividad, en gran medida, no sea a merced de una súper explotación de la fuerza de trabajo, allí donde los salarios son pírricos, estando entre los líderes en sueldos y remuneraciones más bajos de la región.

Alguien dijo una vez que “La cura para los males de la democracia, es más democracia”, y ello significa dejar atrás la democracia de papel, del cascarón vacío, de la retórica de las elites política y empresarial. Mirar, como Joseph E. Stiglitz en su libro Camino de Libertad, la conexión que ha de imbricarse entre la libertad, la economía competitiva y la justicia social. Se precisa de una mejor gobernanza (se refiere a las reglas que determinan quien toma que decisiones y cuáles son los objetivos).

El laureado economista, Premio Nobel, nos llama a reequilibrar las relaciones de poder “Reequilibrar las relaciones de poder en todos los aspectos de nuestra sociedad (el hogar, la empresa, la economía, la política), es esencial para que la prosperidad sea compartida y para crear una sociedad buena y decente”.

Cándido Mercedes

Sociólogo

Sociologo. Experto en Gerencia. Especialidad en Gestion del Talento Humano; Desarrollo Organizacional y Gerencia Social y Sociología Organizacional. Consultor e Instructor Organizacional. Catedrático universitario.

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