La historia ideológica del Movimiento Revolucionario 14 de Junio encuentra en la expedición de Luperón en 1949, un importante eslabón en la cadena de luchas antitrujillistas que se desarrollaron en el país desde antes de 1930. Sobre esta fascinante epopeya se conjugaron la solidaridad internacional y el ideal revolucionario por la liberación nacional apreciándose claramente los estrechos lazos que se tejieron en el Caribe de posguerra entre las nociones de democracia y justicia social.

Publicado originalmente en las páginas de El 1J4 del 21 de junio de 1962, el siguiente artículo rescata, por un lado, la hazaña de un grupo de patriotas que, desde el exilio, decidió no quedarse de brazos cruzados y enfrentar al aparato represivo y criminal de Trujillo. Por otro lado, el relato resalta la mirada de los expedicionarios quienes, procedentes de otros países, asumieron la visión martiana que nos enseña que “Patria es humanidad”, con la que comprendieron que sus luchas formaban parte de un amplio movimiento continental contra las dictaduras militares y las oligarquías criollas apoyadas por el imperialismo norteamericano.

Sobrevivientes del 19 de junio.

En ese orden, la heroica gesta que se sembró por siempre en la costa de Luperón, Puerto Plata, germinó en la juventud dominicana de aquellos años tal como la recogieron los principales fundadores del 14 de Junio, entre los que se destacan Manolo Tavárez Justo y Minerva Mirabal, los cuales en el plano político mantuvieron en alto aquella bandera que tenía por finalidad derrocar al tirano. En ese esfuerzo, se organizó todo un vasto movimiento a nivel nacional que tuvo entre sus momentos estelares, la histórica reunión del 10 de enero de 1960 en Mao, donde no solo se formalizó su directiva, sino que también se trazaron los principios ideológicos que albergaron los revolucionarios de 1949, caracterizados por un alto sentido del deber, la justicia social y el antiimperialismo.

Gesta de Luperón en 1949

Estamos en 1949. En Santo Domingo, “el Generalísimo Trujillo” se eleva a la categoría de símbolo de esta hora miserable que viven nuestros pueblos, en la que el gobierno corresponde a los coroneles con cuatro patas o a los generales con dos, a los doctores con honores o sin honoris, a los presidentes entreguistas cobardes, a los papagayos de la prensa, a los cipayos de la tropa, a los lacayos de la diplomacia continental.

El 18 de junio, en Puerto Barrios, Guatemala, un grupo de patriotas se reúne y embarca para derrocar la tiranía trujillista. Los planes no eran, al igual que la expedición de Cayo Confites, enfrentar al tirano con un potencial humano considerable. Ahora la estratagema era armar a la resistencia interna para luego producir el golpe antitrujillista.

En el lago Izabal se prepara la salida rumbo a la patria esclava. El 19, en un Catalina, llegan a Luperón, en la parte norte de la capital, el coronel Horacio Julio Ornes, jefe de operaciones; el capitán José Rolando Martínez Bonilla; el capitán Federico Horacio Enrique Vásquez Goico; el capitán Alejandro Selva, nicaragüense; el capitán nicaragüense Alberto Ramírez; el teniente costarricense Alfonso Leyton; el teniente ingeniero Hugo Kunhardt; el teniente Manuel Calderón; el teniente Salvador Reyes Valdés; José Félix Córdoba Boniche; el teniente doctor Tulio Hostilio Arvelo Delgado; y el teniente Miguel Feliú Arzeno.

El capitán John M. Chewing era el piloto del Catalina, Joseph Maroot copiloto y los ingenieros mecánicos George Raymond Scruggs y George Raymond Scruggs, todos norteamericanos. 

Planes de la operación

Hidroavion Catalina.

Los planes eran de que el general Juancito Rodríguez, jefe militar de la expedición, desembarcaría con dos aviones en el Cibao, posiblemente en el aeródromo de La Vega. El general Miguel A. Ramírez, con otros dos aviones desde Centroamérica, lo haría en la zona de San Juan de la Maguana. El tercer grupo, al mando de Ornes, tocaría por la costa norte.

El Catalina dio dos vueltas sobre Luperón. El aparato cayó fuertemente sobre el agua, pero luego se deslizó hacia el pequeño muelle. Como el piloto no pudo hacer perder altura al Catalina sobre el agua, tuvo que planear sobre Luperón y esto alarmó al pueblo. La gente comenzó a reunirse en el muelle a fin de prestar auxilios a los patriotas, aunque no sabía quiénes eran los que habían llegado ni qué objeto tenía su inesperada aparición. Dos pescadores en una yola condujeron un cable hasta tierra, desde el Catalina.

Los patriotas, armas en mano, pusieron pie en suelo dominicano. Ornes, seguido de Vásquez Enríquez, Selva, el nicaragüense, Ramírez, Feliú, Leyton y Kunhardt, aparecieron primero ante los ojos de los pobladores. Ramírez ocupó la entrada del muelle, mientras los demás expedicionarios fueron a capturar a las autoridades.

Un grupo al mando de Ornes se dirigió hacia el destacamento policial. Allí encontraron al cabo Rafael Jáquez, quien, al ver a los expedicionarios uniformados de kaki, les ofreció ayuda, confundiéndolos con militares trujillistas y creyendo que se trataba de una de las tantas operaciones de masacre dispuestas por el tirano contra el pueblo.

El policía dijo a los expedicionarios que tenía ocho hombres bajo su mando y que uno de ellos había comunicado a los jefes militares de Puerto Plata la aparición del Catalina.

Feliú, quien luego se inmolaría en la expedición de junio de 1959, arrancó el arma que llevaba el cabo Jáquez, dándose cuenta este de la verdadera situación. Pronto afloró su cobardía, la cobardía de los militares trujillistas, y el cabo llegó hasta besar las botas del comandante Ornes, pidiendo que no lo mataran.

Derrocar la satrapía

A todo esto, la población captó lo que estaba realmente pasando. Que exiliados dominicanos habían llegado a ofrecer ayuda al movimiento de liberación interna, a fin de derrocar la satrapía trujillista.

Hugo Kunhardt se dirigió a las oficinas de Correos y Telégrafos. Cuando llegó a una explanada entre el muelle y la población, oyó en medio de la oscuridad una voz desconocida para él. Era la voz del capitán Ramírez, quien daba el alto a Kunhardt. El ingeniero puertoplateño disparó su ametralladora, ocasionando cuatro perforaciones en el estómago de Ramírez que hicieron brotar los intestinos de éste.

Antes de caer, Ramírez disparó su revólver e hirió a Kunhardt en el oído izquierdo y en el estómago. Los compañeros encontraron a Ramírez en agonía y se lo llevaron junto a Kunhardt hacia el desembarcadero.

Cuando los patriotas atendían a los heridos, unos francotiradores, desde detrás de un depósito en las cercanías del muelle, dispararon al grupo expedicionario. Pero luego se marcharon espantados. En un descuido, Leyton se colocó bajo un farol y el raso Leopoldo Puentes Rodríguez, parapetado en la cocina de una casa, disparó una sola vez al expedicionario y luego salió huyendo. Más nunca se le vió Trujillo lo ascendió a teniente por aquello que consideró “rasgo de hombría”. En el juicio que se siguió a los patriotas, estos lograron sutilmente destruir el supuesto heroísmo de Puentes, quien, aturdido y confundido, confesó que estuvo oculto hasta que “algunas personas le dijeron que ya los sediciosos se habían ido del muelle”.

Puentes Rodríguez permanece aún en las filas castrenses.

Los expedicionarios volvieron al aparato. Los desperfectos hicieron imposible mover el Catalina, encallado a pocos pasos de distancia de un canal por donde entran las embarcaciones a la bahía.

Asoma un guardacostas

El guardacostas número 9 de la Marina Dominicana se acercó al Catalina, mientras la tripulación lanzaba vivas al tirano.

Cautelosamente se dirigía la nave trujillista hacia el aparato de los patriotas hasta que se dieron cuenta que nadie ofrecería resistencia. Entonces, envalentonados, iniciaron el fuego contra el Catalina. Las explosiones de la gasolina y de las municiones estremecieron el lugar y el humo se elevó a gran altura. Kunhardt, Leyton y Reyes Valdés perecieron en el fuego.

Ornes y sus compañeros se internaron rumbo a la frontera. En el trayecto fueron capturados por nerviosos guardias trujillistas, muchos de ellos vestidos de campesinos. Pronto los expedicionarios estuvieron frente al comandante de las tropas perseguidoras, capitán Dominico Pérez, acompañado del gobernador de la provincia, Antonio Imbert, uno de los que luego ajusticiaría a Trujillo.

El capitán Pérez no perdió la oportunidad para insultar a los patriotas y trató de echar el caballo sobre Ornes. Este respondió valientemente y ello, al parecer, hizo que el oficial frenara sus impulsos bestiales. Los expedicionarios fueron trasladados al guardacostas. Allí, el capitán Armando Díaz y Díaz, oficial casi analfabeto, preguntó a Ornes y a sus compañeros: ¿dónde están los 200,000 dólares? El jefe de los expedicionarios contestó extrañado: ¿A qué 200,000 dólares se refieren usted? Y el oficial respondió: Oh, a los que ustedes traían para comprarnos. Esa es la única forma de conseguir que nos pongamos en contra de Trujillo. El alférez Díaz y Díaz había estado buscando el dinero en los escombros del Catalina.

Mientras tanto, en Puerto Plata fue decretada la ley marcial. El jefe militar de esa ciudad, comandante Segundo Imbert, quien formaba parte del frente interno de la conspiración, al tener conocimiento del fracaso militar de la operación, ametralló la casa donde estaban Fabio Spignolo, Nando Suárez y demás compañeros, a fin de resguardarse de la ira trujillista y aparecer como héroe de la situación. Los patriotas hicieron frente con valor a las fuerzas que comandaba Imbert.

Ante el tirano

En la Fortaleza San Luis de Santiago, los expedicionarios fueron interrogados por el propio Trujillo, quien vestía su traje militar y condecoraciones que le colgaban hasta el cuello. No llevaba su acostumbrado bicornio de plumas de avestruz. La luz de una lámpara, en lugar de estar dirigida sobre los expedicionarios, caía sobre el tirano.

Trujillo hizo varias preguntas: inquirió sobre los aviones que venían en las expediciones, qué gobiernos proporcionaron las armas, si venían a luchar para establecer un gobierno presidido por Juan Rodríguez o Bosch, si consideraban su régimen antidemocrático, si Arévalo era comunista.

El procurador general de la República, el licenciado José García Aybar, estaba junto a Trujillo. Cuando Ornes dijo que en el país no había democracia y explicó que no existía el libre juego de las ideas políticas, el obeso magistrado judicial le espetó: ¿Qué entiende usted por libre juego de las ideas políticas y de los partidos? Ornes no pudo contestar porque Trujillo volvió a reanudar el interrogatorio. Más tarde, el procurador García Aybar interrogaría a Ornes dirigiendo afiladas preguntas propias de los funcionarios judiciales trujillistas. La justicia se arrastraba. El símbolo de aquella degradación era el procurador García Aybar.

Henríquez, Selva, Calderón y los tres norteamericanos fueron capturados y pasados por las armas. Trujillo no quería más prisioneros.

El traidor

El hombre que traicionó al frente interno fue Antonio Jorge Estévez, ex capitán del Ejército Trujillista, quien se puso en contacto con Espínola y Suárez con el propósito de ofrecer ayuda. Estévez pasó los más mínimos detalles del plan a Trujillo, quien no detuvo a los integrantes del movimiento clandestino, sino que, a través del traidor, les dio informes falsos de los embarcos y les tendió un cerco, impidiendo que pudieran informar al exterior. Máximo López Molina, actual dirigente del Movimiento Popular Dominicano, y Felipe de la Oz cayeron en prisión y fueron bárbaramente maltratados por los esbirros trujillistas.

En la justicia

Los expedicionarios fueron llevados a la justicia trujillista. El juez era Homero Enríquez, el fiscal, Juan Tomás Mejía Feliú.  El abogado de oficio, defensor de los expedicionarios, era Eurípides Roques Román. 30 años de trabajos públicos fue la condena para los expedicionarios. La burla judicial se había consumado. Hasta el fiscal Mejía Feliú y el abogado defensor entonaron cálidas loas al tirano.

A principios del año 1950, los expedicionarios fueron puestos en libertad y se encaminaron al exterior. Así terminaba la gesta del primer reto abierto a la tiranía trujillista

Centro de Estudios Histórico Sociales 14 de Junio

Centro de Estudios

El Centro de Estudios Histórico-Sociales 14 de Junio, adscrito al Museo de la Dignidad de la República Dominicana.

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