Spinoza habla de la seguridad, como un objetivo humano que no depende de la potencia esencial de que disfrute cada uno de los hombres.
Ante la fortuna, resultan igualmente afectados el ignorante y el intelectual y así Spinoza interpreta que Dios doto a todas las naciones de sistemas legales y que hizo Estados de diferentes grados de coherencia para todas las culturas y pueblos, según la coherencia interna de las poblaciones y según la potencia que se desprende de ese respeto interno que tengan los miembros de una determinada población por los otros ciudadanos.
Spinoza destaca que Dios dio profetas y leyes a todos los pueblos y siendo así habría que explicar porque unos pueblos viven mejor que otros y solucionan sus problemas locales de manera más efectiva que otros que se estancan en la historia sin que puedan dar pasos de progreso y alcanzar soluciones.
Así, a pesar de que todos los pueblos son hijos de Dios como individualidades colectivas y de segundo orden, solo los hebreos presumen de esa condición privilegiada y tienen la fe en el mesianismo político que considera que Dios está detrás de todas las empresas colectivas que inicien los hebreos y en que hace milagros para salvar al pueblo de Dios de todos los peligros en los que pudiera hallarse envuelto por la fortuna.
Tener esa fe, es tener una imaginación creativa; es saberse hijo predilecto de Dios y es pensar que la traición ciudadana es el peor de los pecados que se pueda cometer. Es entender a la religión como un lazo entre los individuos, en el que cada uno va a salir reforzado, y es haber superado el miedo que produce la traición ciudadana y el crimen de la sedición.
Es hacer parir la tierra para que produzca la satisfacción de todas nuestras necesidades y es haber superado el odio que orada la tierra para matar a traición al que está empeñado y comprometido con la vida.
Es saberse hijo de Dios porque, aunque todos lo somos sólo algunos pueblos lo saben, como por ejemplo el pueblo de Israel, que ha producido palabra activa como para secar la higuera del Estado que no da frutos de justicia para alimento del hombre.
En este sentido, Jesucristo, que maldijo la higuera estéril que representa el “Estado” que no funciona, exigió al Estado Político la satisfacción de todas las necesidades humanas y la promoción de todos los beneficios necesarios para la eliminación de la carencia y la miseria de los pueblos.
Aquella higuera no podía producir, naturalmente y los textos sagrados, advierten que no era tiempo de higos; pero, cuando el hombre tiene hambre y cuando los niños necesitan protección y el cariño necesario para su habilitación como seres humanos; esos anhelos han de ser satisfechos.
Así el Dios que pisó sobre la tierra de Israel un día, sugiere con su “maldición a la higuera improductiva”, la necesidad de la tecnología para la producción de alimentos y pone por encima de las leyes naturales, que son expresión de Él mismo; la satisfacción de las necesidades del hombre[5].
El pueblo judío es un pueblo que sabe secar el mar para asentarte como heredero de una promesa que asume, tal y como deberían hacer y no hacen todos los pueblos del mundo.
Spinoza considera que Dios asiste, especialmente a un pueblo, cuando lo dota de la energía necesaria para ser optimista y para no tener miedo, lo cual le permite depositar su confianza en legisladores adecuados para la construcción de su futuro. Esto hará que estos pueblos puedan llamarse, legítimamente, favorecidos por Dios; después de haber eliminado la miseria “que afea la cara de una gran parte de las poblaciones del mundo” y que tiene una dependencia directa con el odio.
Por otra parte, Baruch de Spinoza señala, en la Ética, que la máxima ignorancia consiste en el hecho de responsabilizar a otras personas o a otras culturas del fracaso propio, que se expresa en la injusticia o la miseria; cuando este problema se produce por el desgaste de las energías esenciales de cada individualidad política, por el egoísmo patológico, el odio ignorante, o cuando se “vende la progenitura por un plato de lentejas”.
Nuestro país, por ejemplo, no ha sido llamado a asumir su progenitura de manera institucional y educativa. Esta primogenitura consiste en la consciencia de que somos hijos de Dios y de que estamos amparados por él en la búsqueda de la justicia. Siendo así, hay que considerar a toda nuestra población como “sagrada” y adminis-trarle los cuidados y las asistencias necesarias para que cada uno pueda desarrollar su vida y sus talentos.
Estamos sentados sobre suelos bendecidos por “metales preciosos y tierras raras” y sin embargo no hemos sido capaces de negociar esas riquezas para beneficio general de nuestra nación.
En la filosofía de Spinoza se considera que la libertad del espíritu es la autonomía que representa una independencia con respecto a las cosas exteriores y que tiene su fundamento en el conocimiento de Dios. Por otra parte, esto no es nada difícil ni extraño puesto que todo lo que existe expresa la realidad de Dios de una manera plena y según la eternidad y la presencia del infinito actual, es decir de manera total[6].
El que conoce a Dios ve en cada uno de los acontecimientos la efectividad de sus palabras y sabe que cada hecho es expresión de Dios por mas duro que parezca en un determinado momento. Sabe que nada diferente pudo haber pasado de manera alternativa a lo que ocurrió porque la potencia infinita de Dios no permite aleatoriedad.
Por lo tanto, el que conoce a Dios conociendo los seres naturales en los que se expresa, sabe que sus leyes fijas no pueden variar y es precisamente esta constancia la que nos permite cambiar la secuencia de los acontecimientos que nos han sido incómodos o duros de superar.
El desarrollo de la tecnología es una puesta en escena del conocimiento de Dios que puede utilizarse para cambiar las cosas que perjudican al hombre, desde la comprensión de la realidad y que nos permite actuar.
Así, con el conocimiento de Dios se pone fin a la superstición en la que pueblos enteros y personas aisladas se acercan a un Dios que no conocen y que les permite culpar a otras naciones o personas de sus desgracias coyunturales.
Spinoza explica que cuando los pueblos son gobernados por legisladores vulgares y sin instinto social, caen en idolatría y superstición de manera natural, puesto que resulta milagrosa la subsistencia cuando hay que enfrentar cada día a la fortuna y el azar.
Las pasiones se desarrollan a sus anchas y la vida se convierte en supervivencia forzada y difícil. El filósofo escribió el TTP para denunciar el peligro de la idolatría que surge naturalmente del sujeto aislado que no tienen instinto social y que evade los lazos con los otros hombres en el marco de la nación.
Hay que aclarar que no podemos ser amantes de la humanidad si primero no somos solidarios con nuestra propia familia y con los conciudadanos de una misma nación que como individuo compuesto establece sus límites de manera legitima y reclamando su individualidad integrada por la lengua y la tradición.
El hombre libre, que ha superado las pasiones y ha desarrollado sus acciones a la sombra de la racionalidad, sabe que toda acción está determinada por ley.
Sabe también, que los agentes morales capaces de hacerle daño a otras personas no han sido libres en absoluto para determinarse por su acción y que cualquier individuo o Estado afectado por las mismas condiciones históricas realizaría, exactamente, las mismas acciones, por lo cual el hombre se ve necesitado a prevenir las acciones delictivas con una educación pertinente.
El hombre libre no hace daño a nadie, cuando busca sus intereses, porque sus intereses se pueden colectivizar sin incoherencia. Por lo tanto, sólo los hombres pasionales luchan unos contra otros, produciendo el espectáculo sangriento de la guerra. Es en este sentido que odiar implica ignorancia, a razón de que el vacío de conocimiento nos lleva a culpar al que obstaculiza nuestros objetivos, como si hubiera sido libre sin saber que cualquiera, en las mismas condiciones, hubiera hecho lo mismo en los brazos de la determinación legal.[7]
De modo que, en la filosofía de Spinoza se pone en claro que los individuos son diferentes y que algunos tienen más potencia que otros para entender y actuar, pero esa potencia se aumenta, políticamente, con la protección que cada Estado está llamado a administrar a su población.
Sólo la democracia constituye un Estado verdadero y a plena potencia metafísica, mientras que las dictaduras son situaciones disfrazadas de guerra natural de todos contra todos. En las dictaduras se genera la traición y la hipocresía que ahuyenta a la democracia y que sólo puede curarse en una escuela adecuada para la liberación.
Así, la potencia de Dios o de la realidad está presente en todas las personas y en todos los pueblos, pero crece con la consciencia de esa presencia y son los pueblos que reconocen su propia potencia los que alcanzan el desarrollo, a través de la solución de sus problemas.
En ese sentido Spinoza nos advierte que cuando vemos un pueblo que se desarrolla en justicia y en el que no hay miseria, estamos viendo un hijo de Dios que asume su progenitura, porque todos los hombres y todos los pueblos son hijos de Dios, pero no todos saben que lo son, mientras que algunos saben que están trabajando y viviendo bajo el amparo de su poder infinito y de su protección.
Israel sabia, a partir de la fe de Abraham, que estaba bajo la protección de Dios, porque el conocimiento de fe es el preámbulo y la base del conocimiento racional y constituye el punto de partida de la vida y por eso Israel alcanzó el legislador ideal que todos merecemos, pero no llega, porque no lo buscamos a través de nuestras acciones y de la fe positiva que se necesita para celebrar el triunfo de los esfuerzos, cuando todavía estamos inmersos en el calor del trabajo.
Spinoza apunta que para alcanzar este estado de situación integral hay que tener cuidado de no desmoralizar a los ciudadanos y a los niños, criticando la historia de manera ignorante y sin saber que todo lo que ha ocurrido ha sido determinado por las leyes de la naturaleza en la que está incluida la naturaleza humana.
Considera que hay que propagar los aspectos positivos del pasado con el fin de estimular la potencia de los individuos de una nación y este simple escrúpulo fabricará verdades mas felices en las que puedan cristalizar hechos mas favorables para las distintas culturas en las que se realiza la humanidad de manera necesaria.
Spinoza habla de los afectos que son contrarios a nuestra naturaleza y dice que los podemos conocer por cuanto impiden a nuestra alma que conozca y que se conozca a ella misma. El conocimiento de la realidad ha sido puesto como el principio de la sabiduría y la puerta de entrada a la alegría metafísica en la que somos más nosotros mismos.
Los odios y los sentimientos de ira, venganza o envidia, surgen del desconocimiento del hecho de que ningún agente moral pudo haber actuado de manera diferente a como de hecho lo hizo y de que cualquier agente incluyéndonos a nosotros mismos hubiéramos actuado exactamente igual en las mismas condiciones y circunstancias.
De aquí el filósofo deduce que necesitamos del ejercicio de la imaginación positiva en la que construyamos una forma de vida en la que podamos actuar en consonancia con una realidad que desconocemos por nuestra impotencia común e intrínseca. Aconseja entonces principios cristianos como, por ejemplo, vencer el odio con el amor y la generosidad y no compensarlo con otros odios.
Cuando pensamos que los hombres actúan al igual que los otros seres de la naturaleza, por la necesidad de las leyes naturales; el odio y la ira que se han generado en nosotros por su actuación, pasa a ocupar una parte muy pequeña de nuestra imaginación.
Cuando consideramos que los hombres tienen deseos e intenciones, pero que estos deseos están también determinados por leyes que el sujeto humano desconoce; evitaremos la ira y el conjunto de pasiones que desgastan las energías propias de nuestra esencia natural, y que nos lleva a hundirnos en la tristeza y en empobrecimiento espiritual.
Spinoza piensa que debemos crear el hábito de pensar en lo que cada uno tiene de bueno, a fin de poder actuar con alegría y convertirnos en seres cada vez más activos y capaces de desarrollar la panacea de la amistad y de la vida en cordialidad con los otros seres humanos y con otras naciones, y habla de la morbosidad de los espíritus que piensan en los aspectos negativos de las realidades individuales, ya sean personas o naciones y habla de que cuando la fortuna es adversa es porque se tiene el ánimo impotente.
Así, el hombre libre se esforzará por ponderar las virtudes de los hombres y no hablará de los vicios de los demás para complacerse en una pretendida superioridad que muestra una libertad fingida.
En la ética el filósofo Spinoza habla de que el que se arrepiente de lo que ha hecho es dos veces impotente y explica que la primera vez fue débil para realizar algo que no le convenía a su naturaleza y su impotencia inicial le impidió ver la realidad de los efectos que esa realización iba a producir en su naturaleza, pero al arrepentirse el sujeto muestra un segundo nivel de impotencia, porque no tiene poder para comprender que lo que hizo lo hizo bajo las leyes de su propia condición y sujeto a las leyes de la naturaleza en general.
Sin embargo, advierte que, en el ejercicio del arrepentimiento y el afecto de la humildad, la humanidad puede sacar más beneficios que problemas. De no cultivarse, la gente impotente se dedicaría a toda clase de acciones sin ningún reparo y no podrían ser mantenidos unidos por ningún medio.
Esto provocaría el desgaste de las energías humanas que se agotarían en una lucha de individualidades aisladas o de pandillas como individuos de segundo orden sin que pudieran salvarse las características humanas más específicas y valiosas.
Spinoza habla entonces de los profetas de Israel y dice que, por su conducta pulcra y respetuosa, promovieron el cultivo de la humildad y el arrepentimiento a fin de que no se aislaran grupos poderosos sobre la multitud atomizada y de que todo el pueblo se uniera para aumentar su cantidad de potencia y obtener la satisfacción de sus necesidades.
Así, en la filosofía de Spinoza se destaca la importancia de la moralidad, y la importancia de los principios cristianos básicos para lograr el respeto ciudadano, que se necesita para alcanzar la solución política de los problemas locales, y el filósofo rechaza la ignorancia que implica culpar a otras naciones de las propias desgracias, ya que en el plano internacional la guerra es a muerte y en ella cada nación busca, necesariamente, sus propias ventajas que se pueden realizar en el universo de las individualidades nacionales, si cada pueblo se respeta, se ama y se valora como hijo de Dios, para entonces poder gozar de su primogenitura.
Notas:
[5] Nuevo Testamento. Mateo 21,18
[6] Spinoza, B. TTP., opus cit., p.64. Mientras más conocemos las cosas singulares, más conocemos a Dios.
[7] Spinoza, B. Ética, Editora Nacional, Madrid, España. 1975, p.360.
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