El trágico fallecimiento de la joven y prometedora estudiante Stephora Anne-Mircie Joseph durante un agasajo escolar organizada por el Instituto Integral Leonardo da Vinci el pasado 14 de noviembre de 2025 ha conmocionado al país. La familia de la joven merece respuestas claras y, si se determinara alguna negligencia, los responsables individuales deben asumir las consecuencias legales y éticas correspondientes. La justicia para la fallecida no es negociable, es un deber moral que incluso la propia institución docente debe respaldar sin reservas. No obstante, en medio de esta búsqueda de la verdad y la justicia, debemos actuar con prudencia. Son exageradas, a todas luces, las voces de los medios de comunicación y las redes sociales que buscan desacreditar a la institución y, aún más, la detención de profesores por un incidente que, aunque lamentable, parece totalmente involuntario. Si han de haber consecuencias, es obvio que no serán penales.

Ante estos clamores tipo Fuenteovejuna, como padre de dos hijos que ya se han graduado en el Instituto Leonardo Da Vinci, siento la necesidad de compartir mi perspectiva y experiencia, que es la de miles de padres orgullosos de la educación y el cuidado recibidas por sus vástagos. Mis hijos, Demian y Fernando José, pasaron casi tres lustros en el colegio, desde preescolar hasta graduarse, y mi experiencia personal como padre de familia ha sido, en términos generales, muy satisfactoria y positiva.

Muchos en la sociedad de Santiago hemos confiado durante décadas en el Da Vinci para la educación y el cuidado diario de nuestros hijos. En mi caso, esta confianza ha dado sus frutos. Desde el primer día de clase hasta la graduación, Demian y Fernando José recibieron un nivel de atención, dedicación y profesionalidad excelente por parte de profesores, personal administrativo y empleados de todos los niveles. El Da Vinci no solo se limitó a impartir conocimientos académicos, sino que también fomentó un ambiente seguro y estimulante. Mis hijos no solo asistían a clase, sino que participaban activamente en la vida del centro. Recuerdo con cariño su entusiasmo por las actividades extracurriculares, los proyectos científicos, las obras de teatro y los equipos deportivos. El colegio siempre promovió un desarrollo integral, fomentando las habilidades sociales y el liderazgo.

Además de las actividades dentro de las instalaciones, mis hijos participaban habitualmente en todas las excursiones y actividades organizadas por el colegio, incluidos los campamentos realizados en Estados Unidos en coordinación con otras instituciones. Estas experiencias, que requerían una logística y una supervisión meticulosas, siempre se gestionaron con un cuidado excepcional. Como padre, siempre me sentí tranquilo al saber que mis hijos estaban en manos de profesionales responsables que priorizaban su seguridad y bienestar en todo momento. La educación que recibieron les permitió acceder a excelentes universidades y desarrollarse como adultos jóvenes competentes y éticos. En gran medida, atribuyo su éxito a la formación integral y al ambiente de apoyo que encontraron en el Colegio Da Vinci.

Este tipo de sucesos lamentables pueden ocurrir en cualquier centro educativo público o privado. Este es el primero de esta naturaleza en la historia del colegio Da Vinci, que se ha labrado una reputación basada en la excelencia académica, la seguridad y la creación de un ambiente inclusivo y enriquecedor a lo largo de décadas. Cientos de testimonios de exalumnos y padres, como el mío, avalan su trayectoria de dedicación a la formación integral de los jóvenes. Este historial de excelencia es el contexto en el que debemos situar esta tragedia, no para minimizarla, sino para entenderla como la dolorosa excepción que es y no como la regla de esta institución.

El cierre o la desacreditación indiscriminada del Da Vinci no compensaría la pérdida sufrida ni contribuiría a hacer justicia. Por el contrario, penalizaría a los cientos de estudiantes actuales que confían en este excelente instituto para su educación y su futuro, y supondría el fin de sueños y trayectorias académicas que también son valiosos. Este doloroso incidente debe ser el catalizador de una revisión profunda y una mejora radical de todos los procedimientos de seguridad, supervisión y respuesta ante emergencias en todos los centros educativos del país.

El Instituto Leonardo da Vinci puede y debe salir de esta crisis como una institución más fuerte, más segura y plenamente consciente de su inquebrantable responsabilidad con cada vida que pasa por sus aulas.

Fernando Cabrera

Escritor

Graduado en: Doctorado (PHD) en Estudios de Español: Lingüística y Literatura, Maestría en Administración de Empresa e Ingeniería de Sistemas y Computación.

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