Hace algún tiempo vi un documental sobre algunos hallazgos arqueológicos encontrados en antiguos cementerios, creo que, de las islas británicas, que datan de dos milenios atrás, en tiempos del Imperio Romano.

Algo que llamó la atención de los investigadores fue que unos pocos cadáveres habían sido sepultados boca abajo, contrario a lo normal. Pero lo más curioso fue que, en esos casos, se les había amputado la lengua y en su lugar se les había colocado algo así como una prótesis hecha de piedra.

Los historiadores que participaron en la investigación tienen la hipótesis de que, en algunas culturas del antiguo Imperio Romano, existía la práctica de colocarles una lengua de piedra, no sé si mientras vivían o después de muertos, a aquellas personas que hubieran ocasionado un daño muy grave a la reputación de otras mediante el delito de la difamación.

No conozco, o al menos no recuerdo, al comunicador Johnny Arrendel, sino que me enteré de su existencia porque hace algún tiempo vi un comunicado que publicó en redes sociales, mediante el cual pedía perdón a varios periodistas y presentadores de TV a los que había acusado de recibir miles de dólares de la agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).

Por esa vía me enteré, dado que él mismo así lo confesó, de que había sido por su medio que se había generado la cantaleta de los comunicadores supuestamente sobornados para servir a un poder extranjero. Y que en dicha cantaleta habían participado varios otros comunicadores cuyo propósito no se sabría, de no ser porque todos aquellos a los que se menciona, entre ellos Juan Bolívar Díaz, Huchi Lora, Altagracia Salazar, Marino Zapete, Edith Febles, Alicia Ortega y Mariasela Álvarez, son personas que han jugado un papel muy activo en la denuncia de la corrupción y la lucha contra la impunidad de los corruptos.

Gozan no solo de credibilidad, sino en mi caso de respeto y admiración por su gran trayectoria, además de algunos haber sido mis compañeros en Participación Ciudadana, organización de la que soy cofundador y militante, a cuya imagen, de paso, también se procuró empañar.

Como no soy adicto a las redes sociales ni suelo andar viendo todo lo que sale en programas de televisión o medios no controlados, de personas que dicen lo primero que se les ocurre sin pensar, o sí pensando, en el daño que pueden estar provocando, no me había enterado en ese momento de que el señor Arrendel parecía haber sido el iniciador de lo que se convirtió en una inmensa campaña, a la cual contribuyeron enormemente los likes y reenvíos de las plataformas digitales.

Ahora veo los nombres de algunos de los principales participantes al leer lo del valiente sometimiento judicial a que fueron sometidos por algunos de los injuriados. No sé qué decisión tomarán los tribunales, pero lo seguro es que ni siquiera sustituyéndoles las lenguas por la prótesis romana podrían pagar por el daño cometido.

Propicio es el momento para pensar en el inmenso poder destructivo que tienen hoy las redes sociales, en un mundo como el actual, en que la verdad y la mentira no se asocian con la posibilidad de demostración científica o la existencia de pruebas: verdad es aquello en lo que se quiere creer. Eso lo saben las grandes empresas tecnológicas, y para ello inventaron dos simples clics: me gusta y no me gusta.

La realidad es que los seres humanos tenemos una propensión natural a buscar información sobre lo que nos gusta, no tanto en procura de determinar la verdad, sino de reafirmar nuestras creencias. Como las grandes empresas tecnológicas conocen al dedillo lo que buscamos en la red, lo que opinamos y lo que nos gusta, a dónde nos movemos o cuáles películas o documentales vemos, eso les da una enorme capacidad para manipular los pensamientos, las emociones y “la verdad” que se construye.

Como también tendemos a buscar la aceptación de los demás, tendemos a compartir lo que nos gusta, pero también lo que sabemos que es del agrado de otros. Eso va moldeando lo que piensa cada cual sobre temas serios o baladíes, pero al mismo tiempo ha resultado un medio eficaz para alimentar la fobia hacia algunos grupos humanos, lo mismo que hacia las personas que piensan o actúan de manera diferente, y a otros para convertir la mentira y la injuria en jugosos negocios.

Mientras no se encuentre una forma de establecer controles institucionales a lo que allí se difunde, así como medio efectivo de información y progreso, las redes sociales pueden constituirse en armas de destrucción masiva.

Isidoro Santana

Economista

Ex Ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, agosto 2016-2019. Economista. Investigador y consultor económico en políticas macroeconómicas. Numerosos estudios sobre pobreza, distribución del ingreso y políticas de educación, salud y seguridad social. Miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Miembro fundador y ex Coordinador General del movimiento cívico Participación Ciudadana y ex representante ante la organización Transparencia Internacional.

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