Mi abuela Tatá murió a finales de los años sesenta pensando que Trujillo estaba vivo. Que el Jefe había sido cocido a tiros y su cuerpo tirado como un chivo en el baúl de un carro, nunca tuvo cabida en su greñuda cabeza de color sal y pimienta.

Imposible que alguien se atreviera a hacer semejante cosa. El Jefe era demasiado poderoso. Dios lo había encargado de gobernar en la tierra para él solo tener que ocuparse de los asuntos del cielo.

Cuentos de camino –decía– el Jefe se ha ausentado por un tiempo para ver cuáles son sus verdaderos amigos, pero cuando vuelva, y vea la vagabundería que hay ahora, ya verán, las cabezas van a rodar como piedras por despeñadero. Se acordarán de mí…

En la casa todos nos reíamos con las ocurrencias de la abuela. La vieja ha perdido el juicio, nos decíamos. Pero no, sesenta y tantos años más tarde, tengo que admitir que tenía razón la abuela Tatá, Truillo no e’ muerto na’.

Reencarnado en un hombre perteneciente a la generación X, Chapita continúa dictando órdenes en el palacio que hizo construir en 1947. Estas ya no son tan sangrientas como la masacre de 1937, pero sí totalmente disparatadas, cacerías de haitianos de un extremo a otro de la media isla, palas mecánicas que reducen a escombros viviendas y bienes de haitianos que, tras su fuga, dejan construcciones a medio construir, cultivos abandonados, condominios sin guachimanes, familias sin servicio doméstico, y hasta simples transeúntes sin el aguacate oportuno cuando regresan a la casa a la hora del almuerzo.

Chapita, por el contrario, bien asesorado por antihaitanos viscerales, como Joaquín Balaguer y Manuel Arturo Peña Batlle, pero con sus cabezas muy bien amuebladas, nunca tocó la presencia haitiana en las plantaciones de caña y los ingenios, motor de la economía nacional en ese momento.

Hoy los cazadores de haitianos irrumpen en los hogares, derriban puertas, entran en las alcobas, levantan sábanas y los forzados a coitus interruptus terminan tras los fríos hierros de infernales camionas, como si detrás del placer, el único que pueden darse, les tocara el infierno.

Quedan niños y ancianos abandonados, vidas truncadas, esperanzas rotas.

Parturientas y gente enferma comienzan a morir en sus mugrientos lechos, resistidas a presentarse a un hospital donde la clasificación de enfermos ya no está a cargo de un enfermero que toma signos vitales y pregunta síntomas, sino de guardias que piden papeles.

Una denominada Antigua Orden, compuesta por paramilitares ultranacionalistas y sembradores de odio, reedición de las pandillas 42 y 44, Milicia de San Cristóbal, Jinetes del Este, Paleros de Balá, irrumpe en calles y plazas, amenaza, atropella y golpea, empecinada en silenciar voces que se alzan contra tanta xenofobia y desprecio al otro.

En fin, tres grandes lacras de la vida republicana que Chapita heredó de quienes le antecedieron en el poder: tradición política autoritaria y antidemocrática, concepción elitista del ejercicio del poder y populismo de derecha, han sido integralmente transferidas a las nuevas generaciones de políticos que con sus actos y discursos me martillan una y otra vez al oído la sentencia de la abuela Tatá: Trujillo no e’ muerto na’.

Carlos Segura

Sociólogo

Master en sociología, Université du Québec à Montréal, estudios doctorales, Université de Montréal. Ha publicado decenas de artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras, sobre inmigración, identidad y relaciones interétnicas. Es coautor de tres obras sociológicas, La nueva inmigración haitiana, 2001, Una isla para dos, 2002 y Hacia una nueva visión de la frontera y de las relaciones fronterizas, 2002. También es autor de tres obras literarias, Una vida en tiempos revueltos (autobiografía) 2018, Cuentos pueblerinos, 2020 y El retorno generacional (novela), 2023.

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