Los centros educativos son espacios heterogéneos con variantes significativas en aspectos nodales de la calidad educativa como son:  metodologías, recursos, competencias, contenidos, según su ámbito social, territorial y de estratos sociales.

El contexto sociocultural del estudiantado y su diversidad rural y urbano-marginal tiende a excluirse del proceso educativo,  no se integra el dialogo de saberes en el mismo.

El personal docente y directivo de los centros no conoce la situación de la población estudiantil que tiene en las aulas, donde probablemente se encuentre con niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia de género, violencia intrafamiliar, abuso sexual, incesto, uniones tempranas, explotación sexual, discriminación racial o por orientación sexual diversa. Igualmente, la existencia de una población infantil y adolescente que vive en espacios donde el flujo de la venta de sustancias psicoactivas y el “toque de queda” de la policía nacional son parte de su cotidianidad con escenas frecuentes de violencia y críminalidad.

Reconocer esta realidad desde el diálogo con el estudiantado es fundamental para el proceso educativo. Igualmente, la existencia de expresiones culturales y artísticas en el contexto social de las comunidades donde está inserta la escuela para fortalecerlas e integrarlas en una relación estrecha entre escuela-comunidad que se hace necesario.

El aula y la escuela se han convertido en espacios cerrados (como fortalezas)  con grandes muros que impiden la interacción horizontal con el contexto social. Estos muros físicos se extienden a la vida y el clima social del aula y de la escuela. Muros en las relaciones entre actores educativos que no permiten que la escuela juegue el rol que le toca como espacio de dialogo de saberes socioculturales y agente de cambio.

Desarrollar procesos democráticos en el sistema educativo desde la consulta a sus actores, (estudiantes, docentes, directivos, orientadores, padres-madres y tutores) así como con las expresiones organizadas de la comunidad es urgente y necesario si se quiere lograr una educación de calidad orientada a la democracia, respeto a la diversidad y a los derechos de la población protagonista del proceso de aprendizaje.

Hay una gran ruptura de la relación entre escuela-comunidad que sirvió de sostén al surgimiento de muchos centros educativos en comunidades rurales y barrios urbano-marginales donde los centros educativos fueron fundados por las organizaciones comunitarias y por el liderazgo social muchas veces femenino que promovió la búsqueda de fondos para nombramientos de docentes, construcción y reparación de escuelas.

El reconocimiento del aporte de la comunidad a la escuela debe integrarse en las dinámicas educativas internas facilitando así relaciones horizontales y rupturas de barreras sociales y culturales que aíslan los centros educativos de su contexto comunitario.

Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY

Tahira Vargas García

Antropóloga social

Doctorado en Antropología Social y Profesora Especializada en Educación Musical. Investigadora en estudios etnográficos y cualitativos en temas como: pobreza- marginación social, movimientos sociales, género, violencia, migración, juventud y parentesco. Ha realizado un total de 66 estudios y evaluaciones en diversos temas en República Dominicana, Africa, México y Cuba.

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