“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso ciertamente, no resulta sencillo”. (Aristóteles).
Cuando la tecnología asume un verdadero campo disruptivo, en todas las esferas de la vida social: economía, organizacional, geoeconomía, cultural, que logra cuasi desestructurar la naturaleza en la dimensión de espacio y tiempo, la asunción para el logro efectivo ha de ser la prominencia de un liderazgo con visión que articule la inteligencia emocional y la inteligencia social para obtener un talento humano productivo, motivado e inspirado.
Para ello, se requiere de personas que tengan las competencias del umbral y las competencias distintivas, esto es, las competencias técnicas y blandas, que vayan más allá de la simple descripción del puesto y la especificación del cargo. Las competencias del umbral y distintivas, al decir de Daniel Goleman, son las que todos necesitamos para obtener un empleo, esto es, en gran medida, lo que apuntala al cociente intelectual (CI). Es el efecto suelo de este. Las distintivas son “las que separan, en cualquier empleo, a las personas con desempeño excepcional de quienes tienen un desempeño promedio”. Las competencias distintivas expresan la clave de una persona con un liderazgo loable.
El cociente intelectual es la puerta de entrada que nos dará el perfil que acumula el currículo necesario, empero, no suficiente para el logro sobresaliente. Las personas: ejecutivos, gerentes o supervisores que dirigen a otros deben aprender a desarrollar la inteligencia emocional y la inteligencia social. Para Robert Cooper la inteligencia emocional es “la aptitud para captar, entender y aplicar eficazmente la fuerza y la perspicacia de las emociones en tanto que fuente de energía humana, información, relaciones, influencia. O, como el uso inteligente de nuestras emociones”
La inteligencia emocional se puede definir como la capacidad de responder de la mejor manera posible a las exigencias que el mundo nos presenta. La inteligencia emocional es el radar intrínseco y extrínseco que logra conectar nuestro mundo interior con el mundo exterior, como logra cimentarse. La inteligencia emocional, nos señala Martha Guerri, es “la capacidad humana de sentir, entender, controlar y modificar los estados emocionales de uno mismo y también de los demás”. Para Goleman, la inteligencia emocional “nos permite que nuestras emociones trabajen para nosotros, para guiar nuestro comportamiento y a pensar de manera que mejoren nuestros resultados”.
De ahí que Daniel Goleman nos hablaría de las cinco dimensiones de la inteligencia emocional:
- Autoconciencia emocional.
- Autocontrol emocional.
- Automotivación.
- Empatía.
- Habilidades sociales.
El conocimiento de las emociones no es para ahogarlas, sino para saber manejarlas en función del contexto y asumir respuestas proactivas para la eficiencia y eficacia de uno mismo y con los demás. Es “la capacidad para reconocer nuestros propios sentimientos y emociones, comprender como nos afectan y aprender a manejarlos de manera efectiva”. Como logramos ser capaces de reconocer e identificar las emociones, tanto las negativas como las positivas. Tenemos epigenéticamente seis emociones esenciales: miedo, sorpresa, aversión, ira, alegría y tristeza.
Por su parte, la inteligencia social es el radar social, creativo e innovador, que logra articular con los demás. Está mediado, fundamentalmente, en nuestras relaciones con los demás, en la interactuación social, en la sustancia con los demás. Solo la podemos medir en cómo nos aglutinamos a través de los otros y sinergizamos al mismo tiempo. Tanto la inteligencia emocional como la social posibilitan un alto desempeño y ambiente acogedor, las competencias de umbral y distintiva, las envuelven y las contienen.
Las competencias distintivas representan entre un 80 a un 90% para los puestos de dirección. Trascienden la inteligencia y han de contenerla. Como nos decía Aristóteles “La inteligencia consiste no solo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la práctica”. Es lo que llamamos talento. La suma de conocimientos, habilidades, experiencia y comportamiento. El comportamiento ha de constituir las neuronas espejos. Por eso los directivos tienen que aprender a:
- Detectar la emoción que los aborda.
- Controlar lo que piensan para controlar cómo se comportan.
- Buscar un porque al comportamiento de los demás.
- Expresar las emociones de forma asertiva.
Cómo logramos coadyuvar con calidad y eficacia, la articulación de un ambiente nutritivo que haga posible:
- La confianza.
- La persuasión.
- La conformación de grupos efectivos.
- Desarrollar armoniosamente los distintos intereses con el paraguas de los objetivos comunes.
Howard Gardner nos hablaba de las inteligencias múltiples, las que esbozaba en:
- Inteligencia lingüística.
- Inteligencia lógica.
- Inteligencia musical.
- Inteligencia espacial, visual.
- Inteligencia kinestésica o corporal cinética.
- Inteligencia interpersonal.
- Inteligencia intrapersonal.
Estas dos últimas serían el puntal de desarrollo para David Goleman, conjuntamente con la de Peter Salavoy y John Mayer. Por ello, hoy estamos hablando que los directivos plenos, los ejecutivos, gerentes, líderes, han de desarrollar las doce competencias que contiene la inteligencia emocional. Ellas son:
a) Autoconciencia emocional.
b) Autocontrol emocional.
c) Adaptabilidad.
d) Orientación hacia el logro.
e) Actitud positiva.
f) Empatía.
g) Conciencia organizacional.
h) Influencia.
i) Entrenar y ser mentor.
j) Gestión de conflictos.
k) Trabajo en equipo.
l) Liderazgo inspirador.
Cuando contienes, resumes, en tu accionar, de 8 a 10 de estas dimensiones, eres, según Goleman, un líder visionario “que articula una misión compartida y dirige a largo plazo, del líder participativo, que obtiene opiniones y consenso para generar nuevas ideas y desarrollar el compromiso; del líder entrenador, quien fomenta el desarrollo personal profesional, y del líder afiliativo que fomenta la confianza y la armonía”.
Byung-Chul Han en su libro La Tonalidad del Pensamiento nos dice “La esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo salga”. Tenemos la certeza de que en la sociedad dominicana se requiere trabajar a todos los niveles, desde la niñez, con la inteligencia emocional, pues es la manera de saber interactuar con los demás, sin importar el grado o nivel de jerarquía de los puestos que ocupemos. Somos una sociedad muy violenta en todos los tramos de las dimensiones del poder.
No sabemos trabajar en equipo ni gestionar los conflictos, pues pesa de manera lacerante en el corpus social dominicano la ideología trujillista del poder. No desarrollamos la empatía ni aprendemos rápidamente a la adaptabilidad, merced a una resiliencia proactiva, construyendo siempre una actitud positiva. En la pirámide del poder organizacional, solemos avasallar y tratamos de derrotar a los demás para “desaparecer el conflicto”, sin darnos cuenta de la resonancia magnética que causa esa decisión en los colaboradores que se quedan. El miedo, la ira, la tristeza y la aversión nunca crean un clima organizacional positivo y, en consecuencia, no se puede crear una institución, una organización de 360 grados.
Cuando ocupamos puestos de mayor jerarquía en el seno de una empresa, de una institución, de una organización, inmediatamente se instala en nosotros la mentalidad tubular, la mentalidad psico rígida, desconociendo que trabajamos con empleados tan profesionales como el que más. No entendemos que la posición que ostentamos “es una suerte”, no un derecho. El derecho se sustancializa cuando desarrollamos un liderazgo horizontal, con persuasión, confianza y conformación de grupos productivos e inspirados.
La base del coeficiente emocional es propiciar el control de los impulsos como vehículo de la emoción. Es evitar carecer de autocontrol fortaleciendo la voluntad y el carácter. Es saber cómo reaccionar frente a acontecimientos que no controla y de cómo se maneja en su círculo de influencia. Lo que determina nuestra inteligencia no es lo que nos ocurre, sino como reaccionamos frente a lo que nos ocurre. Nuestra actitud, diría Covey, determinará nuestra altitud.
La falta de inteligencia emocional nos lleva a la rigidez, a no saber negociar, a no saber gestionar los conflictos, a crear relaciones tóxicas, a la arrogancia, agresividad, y a la incapacidad de crear redes de cooperación y relaciones provechosas para todos. La inteligencia emocional nos permite lograr con más efectividad la concertación, la necesaria cohesión social y no a la adhesión per se; nos permite cohabitar con más acierto y a evitar la ceguera periférica, coadyuva al fin, a un mayor desarrollo social, político, a yugular, cerrar el cuello de botella con que hoy nos acogota la depresión emocional en el cuerpo social dominicano.
Todo ello lo podemos alcanzar, aprender, desarrollar. Es cuestión de actitud, porque a final de cuentas, la felicidad no se consigue como signo de la historia con el mero logro individual. El verdadero éxito ha de cruzar la avenida siempre con los demás, con otros. Como nos decía Van Gogh “No olvidemos que las pequeñas emociones son los capitanes de nuestras vidas y las obedecemos sin siquiera darnos cuenta”.
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