Una de las debilidades nacionales más hondas es la mala práctica de la clase gobernante de solo mover la acción pública cuando el problema colectivo sembrado a golpe de indiferencia se generaliza amenazante y roza los intereses de la capa dominante (el poder fáctico) y los suyos.

Mientras no les afecta, viven su burbuja de felicidad contemplando el desgrane de la sociedad hasta lo irreversible creídos erróneamente en la impenetrabilidad de su bunker reforzado por una vocería abrumadora de discursos mediáticos preñados de silencios y loas según la circunstancia.

Pero realidad es realidad. Ella comienza por evidenciar la carencia de sentido común en gente que debería tener perspectiva aunque sea para su beneficio. Y pasar factura por cada milímetro de desatención a sus señales de fallas.

El desguañangue en el ecosistema mediático es un ejemplo. Ahora preocupa a los de arriba porque les impacta, pese a que no nació ayer ni cayó del cielo; es una construcción edificada por años ante un océano de desprecios por parte de los decisores.

Sobran los casos desatendidos como la campaña mediática sobre una supuesta relación lésbica con la exministra de Cultura y productora de TV, Milagros Germán, que ahora toca las fibras de la ministra de Interior y Policía y exsenadora Faride Raful y ha desatado un huracán de corrientes de opinión y una demanda en justicia.

Emblemático es el rapto, violación, homicidio y enterramiento en un solar baldío del cuerpo de Carla Massiel Cabrera, 10 años, el 25 de junio de 2015, por parte de los jóvenes Darwin Trinidad Infante y Juan Cabral Martínez, ahora condenados a 30 años, en el sector Los García, kilómetro 22 de la carretera Duarte, municipio Pedro Brand, provincia Santo Domingo. Las osamentas fueron halladas al año siguiente, 16 de agosto.

El crimen fue mediatizado con una falacia: el sensible tema de tráfico de órganos.

Las condiciones estaban dadas para el éxito del plan. La sociedad estaba vulnerable por las mil y una narrativas sobre raptos de menores para tráfico de órganos. La campaña electoral para las elecciones de mayo de 2016 ya hervía. Las emociones desbordadas la tenían a expensas de  la manipulación.

Los imputados “se inventaron” el relato sobre un médico dueño de una próspera finca vecina del suburbio y de una clínica en el municipio Santo Domingo Este, Hipólito Santana, quien sufría de cáncer y requería un trasplante de órganos.

Según el cuento, la hija del médico-empresario, Liliana, les habría contratado para raptar a la niña (a la salida de la iglesia evangélica donde participaba en un culto) y entregársela para extirparle los órganos para reinplantarlos a su padre. Dijeron que luego ella les devolvió el cadáver para su sepultura. Médicos especialistas argumentaron luego que se trató de un absurdo.

El montaje sirvió para que, al menos, un comentarista-político de radio urgido de la necesidad de visibilizarse en un nicho de votantes empobrecidos donde resultaba desconocido y de protagonismo mediático para construirse prestigio social y monetizar, articulara una leyenda urbana que fue multiplicada de manera sistemática como un hecho consumado por algunos medios impresos, televisuales y radiofónicos, y luego viralizada en las redes sociales con mayor dosis de sensacionalismo.

LA RUTA CRÍTICA

En el proceso de satanización, los emisores del drama nunca repararon en el daño permanente del pánico a la sociedad, ni en el impacto en la familia y la empresa citadas; tampoco en el descalabro del programa de trasplante de órganos que tanta brega dio instalar a un grupo de expertos médicos.

El centro médico, la finca y otros bienes estaban en la mira de vividores que habían identificado “un caso bueno” con una familia de dinero. Era lo más importante para ellos.

Los autores intelectuales y materiales del hecho, la familia de la niña y la niña misma, aun muerta, servirían a los propulsores de la leyenda urbana para lograr sus objetivos, sin importar engaño ni revictimización.

Pero las autoridades investigaron, el cadáver del galeno, exhumado y analizado por un equipo multidisciplinario  del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif). La verdad fue despejada; la trama, desmontada.

Habían adobado el crimen (rapto, violación, homicidio y enterramiento en solar fangoso abandonado) con una dosis fuerte de leyenda (trasplante de órganos) para incitar las emociones (posverdad, mentira) de los perceptores incautos y sin capacidad de análisis crítico de mensajes, que es la inmensa mayoría de los oyentes, televidentes y lecto-autores.

La escenificación comenzó en medios convencionales y la expandieron hacia las redes sociales.

El escándalo fue mayúsculo y largo. Y dejó secuelas imborrables. A nadie importó. Convenía la narrativa tan falsa, como socialmente perniciosa.

TERROR DE LOS NUEVOS TIEMPOS

Ahora brotan a borbotones las quejas sobre la debacle en las redes sociales y se plantea la urgencia de regulación mediante una actualización del marco legal.

Los contenidos descarnados han sobrepasado los límites permitidos por el poder. Dañan su buen nombre y el de sus familias.

Pero todo comenzó hace mucho rato en medios tradicionales como la radio y la televisión tras la desaparición de los principales noticiarios radiofónicos (Radio Mil Informando, Noti Tiempo, Noticiario Popular) a inicios del nuevo milenio.

Aprovecharon el vacío los programas radiofónicos kilométricos de reciente creación, como El Gobierno de la Mañana, de Z-101, donde el legendario periodista Álvaro Arvelo hijo instauró un estilo de comentarios estridentes con uso de un nivel de lengua soez e insultante, muy lejos del popular, sin importar que los oyentes fueran mujeres u hombres, niños o niñas. Mientras, exaltaba a funcionarios de primer nivel y, en broma y en serio, les pedía regalos.

El programa concitó gran audiencia con el apoyo económico de las gestiones de gobierno del PLD, PRD y PRM.

El estilo Alvarito se propagó por todo el país como una plaga. En la capital y las provincias una mina de productores de programas lo imitaban, a ratos con más crudeza, y ya no solo en la radio; también en la TV, donde Guillermo Gómez, identificado como perremeista, en su programa le ha gritado ladrón, corrupto y abusador al expresidente Leonel Fernández e improperios similar a otros exfuncionarios peledeistas.

ARRABALIZACIÓN MEDIÁTICA

En la República Dominicana de hoy cualquiera puede rentar un programa de radio y televisión, si posee dinero para pagar la mensualidad, agallas para ofender, difamar e injuriar y servir de portavoz de quienes temen dar la cara.

Nada importan la corrección en el hablar, el respeto a las personas en rol de perceptoras, el destino de la sociedad. Nada importan las sanciones prescritas por los delitos de ofensa, injuria, difamación. Importa el rating y el dinero. Y para lograr esos objetivos, el chantaje, la extorsión y el escándalo siempre están en la punta de la lengua.

El problema grave, hoy, es de crisis de información veraz por ausencia de ética en medios tradicionales y en la Web. La verdad está en crisis, solo importan las emociones creadas con fines manipuladores.

Se ha impuesto el reino de la desinformación; es decir, de la mentira, con sus múltiples caras ocultadas y obvias estructurada mediante el proceso de semantización o semiotización de la información periodística con operaciones de relaciones públicas, propaganda, publicity, exclusión-inclusión, exageración-subestimación, manejo de verbos, emplazamiento en los espacios, falsedades, verdades a media.

El conflicto en torno a la ministra Raful es solo un eslabón de una vieja cadena que ha crecido geométricamente porque -como escribió el filósofo y político irlandés Edmund Burke- “lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada”.

Nada se hizo con el sonado caso Carla Massiel y otros importantes referidos a políticos, empresarios y otros profesionales.

LOS INDIFERENTES

El silencio frente a la desinformación ha sido largo y atisbado de complicidades, pero también los aplausos cuando la conveniencia personal ha asomado, pese a que enferma la mente colectiva e impide a ciudadanos adoptar buenas decisiones en el diario vivir.

La indiferencia ha permitido el gigantismo de la maldad informativa en los medios masivos y en el ciberespacio.

La coyuntura ardiente en la caldera mediática podría ser una oportunidad para ir al grano con el tema ahora que tiene coyuntura, sin exclusión ni estigmatización, porque el cáncer no está de un solo lado. Parte de la perversión anidada en You Tube, Fb, Ig, Tuíter o X y demás llegó desde la TV y la radio locales donde la regla es la irreverencia y los disparates.

Seguir en modo insensible no exculpa, ni exime de ser víctimas mañana. Alguien debería vigilar y regular la comunicación mediática como pasa en todo el mundo y con todas las instituciones por las implicaciones sociales que tiene, y ese es el Estado a través de algún órgano, pero un órgano que sea funcional, que tenga la conversación como arma y extienda sus brazos hacia la capacitación de los actores del ecosistema mediático.

Ante el ardiente panorama de la coyuntura, cae como el anillo al dedo el poema sobre los indiferentes del pastor luterano Martin Niemoller, dedicado a los intelectuales alemanes y todos los sectores de la sociedad por su cobardía ante la llegada de los nazis al poder y las previsibles consecuencias nefastas, como el holocausto o genocidio contra los judíos de europeos por parte del régimen de Adolfo Hitler durante la segunda guerra mundial.

El último verso reza: “…Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí”.

Tony Pérez

Periodista

Periodista y locutor, catedrático de comunicación. Fue director y locutor de Radio Mil Informando y de Noticiario Popular.

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