Al cerrar el año 2025, la República Dominicana se mira en el espejo de sus avances y de sus heridas. Y como todo pueblo que vive, no es una fotografía: es un camino. La vida nacional —política, social, económica y religiosa— ha sido un tejido de logros, tensiones y llamadas de conciencia. Leer este año no es solo enumerar hechos: es practicar un examen comunitario, preguntándonos qué hemos amado, qué hemos tolerado, qué hemos descuidado y qué debemos convertir.
1) Política: instituciones probadas, ciudadanía exigente
La política dominicana ha seguido marcada por la dinámica postelectoral iniciada en 2024, cuando el presidente Luis Abinader obtuvo la reelección en primera vuelta, consolidando un segundo mandato para el período 2024–2028. En 2025, el país ha continuado enfrentando el desafío esencial de toda democracia: que el poder sea verdadero servicio y que la institucionalidad sea más fuerte que la coyuntura.
Un hecho relevante del cierre de año fue la promulgación de la reforma al Código Procesal Penal, presentada como una modernización orientada a un modelo más ágil y garantista. Este tipo de reformas —bien implementadas y evaluadas con transparencia— toca el corazón de la justicia: el equilibrio entre la eficacia del Estado y la protección de la dignidad humana, especialmente del más vulnerable, tanto víctima como imputado.
En paralelo, el combate a la corrupción siguió ocupando un lugar en el debate público. El caso SeNaSa, denominado “Operación Cobra”, avanzó con judicializaciones, allanamientos y medidas de coerción, incluyendo prisión preventiva, bajo alegatos de un presunto entramado de desfalco de miles de millones de pesos. Estos procesos ponen a prueba el sistema: no basta investigar; hay que sostener el proceso, recuperar lo sustraído y reconstruir confianza.
2) Frontera y Haití: entre soberanía, seguridad y humanidad
La crisis haitiana siguió siendo una herida abierta en la isla, con efectos directos sobre nuestra seguridad, nuestra economía y nuestra convivencia. En 2025 continuaron los llamados internacionales para robustecer la respuesta ante la violencia de las pandillas y el colapso institucional en Haití.
Pero esta realidad nos coloca ante una pregunta moral y política a la vez: ¿cómo custodiar legítimamente la soberanía sin perder el alma? La Doctrina Social de la Iglesia recuerda que la dignidad humana no tiene pasaporte; y, a la vez, que el Estado tiene deberes de orden y protección del bien común. El reto es evitar dos tentaciones: la ingenuidad que niega riesgos reales y la deshumanización que convierte al migrante en problema y no en persona.
3) Vida social: dolores que interpelan, cultura que resiste
El año estuvo atravesado por acontecimientos que sacudieron la sensibilidad colectiva: tragedias, inseguridades y episodios que desnudan fragilidades en prevención, regulación y respuesta institucional. En el recuento público aparecieron hechos dolorosos —como el colapso del techo del Jet Set, la desaparición de una turista, feminicidios y otros sucesos de alto impacto— que tocaron fibras profundas de la sociedad.
A la vez, persistieron preocupaciones sobre violencia y seguridad, y se hizo visible —una vez más— que la cultura del cuidado no es un discurso: es una disciplina social. La nación no se mide solo por su PIB, sino por el valor efectivo de cada vida humana, especialmente la de quienes viven en mayor vulnerabilidad.
4) Economía: resiliencia con tareas pendientes
En lo económico, 2025 mostró señales de estabilidad y dinamismo financiero, aunque con retos en costo de vida, productividad y equidad. Un dato revelador fue el crecimiento de los activos del sistema financiero dominicano, que alcanzaron alrededor de RD$4.19 billones (52.6% del PIB), junto con la expansión del crédito e inversiones, y morosidad cercana al 1.9%. (Cfr. Cómo fue el desempeño del sistema financiero durante el 2025 | Acento)
En materia de precios, el Banco Central informó —según reportes difundidos— que el IPC tuvo una variación mensual de 0.71% en noviembre, y que la inflación interanual se ubicó en 4.81%, dentro del rango meta por 31 meses consecutivos, con incidencia importante de alimentos afectados por eventos climáticos. Esto recuerda una verdad sencilla: los fenómenos meteorológicos, la logística y la estructura productiva terminan llegando a la mesa de la familia.
5) Vida religiosa: una esperanza que ilumina y sostiene el camino
En el horizonte eclesial, el Jubileo 2025 —convocado por el Papa Francisco bajo el signo de la esperanza— ofreció a la Iglesia un marco espiritual para leer el presente, no desde el fatalismo, sino desde la responsabilidad creyente. En la República Dominicana, diversas voces pastorales insistieron en la paz, la convivencia y el compromiso social, recordando que la fe cristiana no es un refugio para evadirse, sino una lámpara para caminar y una fuerza para servir.
La esperanza cristiana no es optimismo superficial. Es virtud teologal: brota del misterio del Crucificado-Resucitado y, precisamente por eso, no permite que el discípulo se acostumbre al mal ni se resigne ante la injusticia. La esperanza verdadera despierta la conciencia: obliga a preguntar qué debe ser sanado, qué debe ser reparado y qué debe ser protegido para que la vida —especialmente la más frágil— sea respetada.
En este mismo marco, 2025 dejó signos luminosos que merecen gratitud. Entre ellos, la erección de la nueva Diócesis de Stella Maris, creada por el Papa León XIV el 27 de agosto de 2025, con sede en Santo Domingo Este: un gesto de reorganización eclesial orientado a acercar la acción pastoral, acompañar mejor a un pueblo numeroso y hacer más fecunda la presencia evangelizadora. Es justo reconocer que este paso se inserta en un proceso de reconfiguración pastoral impulsado en la Arquidiócesis de Santo Domingo, acompañado con dedicación por su arzobispo metropolitano, Mons. Francisco Ozoria Acosta, cuyo servicio ha favorecido dinámicas de renovación y ordenamiento pastoral. En esa misma línea de esperanza, se percibe el florecimiento vocacional: la nueva diócesis nace ya con presencia de seminaristas y vida consagrada, y en la Iglesia local se celebraron ordenaciones sacerdotales y episcopales, signo de que el Señor sigue llamando y la Iglesia sigue respondiendo.
Sin embargo, también emergió un signo doloroso: una auténtica crisis de opinión en torno al nombramiento de un arzobispo coadjutor para la Arquidiócesis de Santo Domingo, con derecho de sucesión. Diversas lecturas públicas —unas serenas, otras marcadas por polarización— interpretaron el hecho en clave disciplinar o correctiva, alimentando debates en medios y redes, y provocando desconcierto en sectores del pueblo fiel. En clave evangélica, este episodio recuerda que la Iglesia —santa y siempre necesitada de purificación— está llamada a caminar en verdad, comunión y caridad: cuando falta la comunión, el testimonio se debilita; cuando falta la transparencia prudente, crece la sospecha; cuando falta la caridad, la crítica se vuelve herida. Por eso, el desafío no es negar la tensión, sino convertirla en ocasión de madurez eclesial, para que la unidad no sea uniformidad, sino concordia en la verdad y en el amor.
Algunas propuestas para superar los desafíos en 2026.
- Un pacto ético por el bien común: menos propaganda y más verdad; menos polarización y más escucha. Sin confianza, la nación se fragmenta.
- Instituciones que funcionen “para todos”: justicia oportuna, transparencia sostenida y sanción real de la corrupción, con respeto estricto al debido proceso.
- Economía con rostro humano: crecimiento que se traduzca en empleo digno, mejora salarial posible y políticas que protejan a los hogares ante choques de precios, especialmente en alimentos.
- Seguridad ciudadana integral: prevención, educación, oportunidades para jóvenes, salud mental y una policía fortalecida en profesionalidad y respeto a derechos.
- Frontera y migración con firmeza y humanidad: control ordenado, combate a redes ilícitas, cooperación internacional y un lenguaje público que no humille la dignidad del migrante.
- Cultura del cuidado y de la prevención: infraestructura segura, supervisión responsable y rendición de cuentas cuando la negligencia mata.
- Mejorar la estrategia de comunicación de la Iglesia: fortalecer una cultura eclesial de comunión —sinodalidad real, comunicación pastoral responsable y formación de la conciencia— para que las tensiones no se conviertan en fractura, sino en ocasión de conversión y madurez eclesial.
- Renovación espiritual y social: parroquias y comunidades como “escuelas de fraternidad”, capaces de acompañar familias, sostener esperanza y formar conciencia cívica (solidaridad, subsidiariedad y destino universal de los bienes).
Si 2025 nos deja una lección, es esta: la República Dominicana no necesita solo “resolver problemas”, sino convertir estilos de vida. Cuando un pueblo aprende a mirar la realidad con verdad, a proteger al débil, a exigir integridad y a sembrar esperanza, entonces el futuro deja de ser amenaza y se vuelve misión.
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