Perfil familiar
Salomé Ureña de Henríquez nació en Santo Domingo, el 21 de octubre de 1850. Fueron sus padres, Nicolás Ureña de Mendoza (1822-1875), definido por su hijo Pedro como un poeta discreto, maestro y abogado reputado; y Gregoria Díaz de León (1819-1914). Junto a la educación primaria, que era superior al límite de las primeras letras; recibió una formación esmerada de sus padres y de Ana Díaz, su tía; apoyada en la lectura de los clásicos españoles. En febrero de 1880 contrajo matrimonio con Francisco Henríquez y Carvajal. De esta unión nacieron Francisco Noel (1882-1961), Pedro Nicolás Federico (1884-1946), Maximiliano Adolfo (1885-1968) y Salomé Camila (1894-1973) Henríquez Ureña. Entre sus íntimos era apodada Memé.
En el cultivo de las letras, la familia Henríquez Ureña alcanzó un nivel quizá no igualado por otras de su época. Solo Francisco Noel, que a los 18 años de edad había presentado credenciales de calidad en el mundo literario, no se dedicó a esta labor. Su pasión fue la profesión de abogado, en la que logró notoriedad en Cuba como especialista en asuntos de seguros.
Los versos de Salomé
Pedro afirma que su madre no fue prolífica en sus inicios literarios, que sus primeros versos datan de 1865, lo cual la ubica en la literatura producida en el país luego de la restauración de la independencia. En 1867 debutó en el mundo de las publicaciones con el pseudónimo Herminia, hasta identificarse con su nombre en 1874. Sus primeros poemas, afirma Manuel Rueda, reflejan un tono claro, alto nivel e interés por la diversidad temática.
La primera versión de la compilación de su obra fue publicada en 1880, patrocinada por la Sociedad Amigos del País, y prologada por Fernando Arturo de Meriño. En 1920 fue reeditada en Madrid con omisiones e inclusiones hechas por Pedro Henríquez Ureña. Al cumplirse el centenario de su nacimiento, la Secretaría de Estado de Educación realizó una edición conmemorativa de su obra, y en 1960, con el título: Poesías Escogidas, Julio Postigo la incluyó en la Colección Pensamiento Dominicano. En 1975, año dedicado a la mujer, dicha Secretaría asumió la cuarta edición de sus obras completas. Una de las ediciones más conocidas es la auspiciada en 1989 por la Fundación Corripio, titulada: Salomé Ureña de Henríquez, poesías completas, presentada y comentada por Diógenes Céspedes.
En esta versión se retoman poemas obviados por Pedro y se incluyen otros de escasa difusión, por lo que su contenido ha sido ampliado a 58 poemas. De estos, 40 pertenecen al decenio 1870-1880, y 18 al periodo 1881-1896. Este descenso creativo se debió a su dedicación al hogar, y al desinterés por la escritura con fines de publicación. Dedicó a su familia casi todo lo que escribió desde 1881, salvo el poema Sombras que, según su esposo, fue inspirado por la decepción causada por el fracaso de Meriño como presidente del país.
El examen de los títulos, contenido y dedicatorias de sus versos revela que su obra fue concebida con sentido de compromiso, que interpretaba el tiempo de la colonia, estaba pendiente al día a día y contemplaba el pasado reciente. Como muestra, destaca la lectura de La gloria del progreso (1874), inspirado en el deseo de una patria mejor; Una esperanza (1875), que resume su rechazo a la inestabilidad que afectó el país entre 1866-1878; Ruinas (1876), o la añoranza del esplendor de la Española; La fe en el porvenir (1878), dedicado a la Sociedad Amigos del País; En horas de angustia (1884), reflejo de la gravedad que afectaba la salud de su hijo Pedro; Mi ofrenda a la patria (1887), su discurso de orden pronunciado en la primera investidura del Instituto de Señoritas; y Tristezas (1888), inspiración estimulada por la ausencia de su esposo, que cursaba estudios de Medicina en Francia.
Pedro distingue a su madre como una poetisa de entusiasmo civilizado, y figura importante de la tercera generación literaria de Santo Domingo. Para él, la crítica y la opinión pública de su época reconocieron que la poesía dominicana nunca había alcanzado tan altas notas como las de Joaquín Pérez y Salomé Ureña. Mientras que, para Menéndez y Pelayo, estos autores eran la vía para encontrar verdadera poesía en Santo Domingo. En cuanto a su orientación patriótica, quizá influida por tener independentistas y restauradores en la familia, Emilio Rodríguez Demorizi sostuvo que Salomé llegó a la más elevada cima, porque trata las glorias y las caídas, las luces y las sombras del devenir histórico dominicano.
Por su parte, Max veía en su madre a una mujer santa, modelo de virtud, distinguida como la dulce Cantora del Ozama, cuyos versos nunca se cansaría de oír ni de leer. Por sus méritos, la consideraba digna del trato conferido a la proceridad de los grandes dominicanos. Quedo en deuda respecto de las valoraciones de Camila.
Obra pedagógica
Si, a pesar de las grandes limitaciones que afectaban al país, logró excelentes resultados al tomar la poesía como medio de expresión de sus sentimientos patrióticos, sus avances como forjadora de conciencia fueron mayores desde la práctica pedagógica. Gracias a su talento, venció los obstáculos de una sociedad patriarcal en defensa del posicionamiento social femenino, consideraba la superación de limitaciones impuestas a la mujer como una meta impostergable, pero, inalcanzable sin la educación. Esta posición de vanguardia coincidió con la llegada al país de Eugenio María de Hostos, puertorriqueño ilustre que pronto hizo suya la condición de dominicano. El maestro vino con la idea de instalar la Escuela Normal en Santo Domingo, para lo cual contó con la colaboración de Francisco Henríquez y Carvajal, por su experiencia en la Escuela Preparatoria, fundada en 1879 para el nivel primario.
La coincidencia con Hostos en ciertos asuntos filosóficos de la educación, como el rol que en ella debía jugar la religión, y el apoyo recibido de su esposo, facilitaron a Salomé la fundación del Instituto de Señoritas en noviembre de 1881. Sus primeras tareas fueron cumplidas en su casa materna, ubicada en la calle 19 de Marzo (antigua San José), esquina La Cruz (hoy Salomé Ureña), en la Ciudad Colonial. Se trataba del primer plantel femenino en la República Dominicana, cuyos objetivos iban contra el esquema de la época, pues, con plena conciencia, cuestionaba el estatus que se reconocía a la mujer y, con el Instituto, la colocaba en el primer plano de la educación. Estas ideas tuvieron continuidad en su hija Camila, autora, entre muchos, de los ensayos: “Feminismo” y “La Mujer y la Cultura”.
El Instituto ofrecía cursos infantiles dirigidos por Salomé, quien, recreando la experiencia vivida con sus padres, ofreció a Pedro y a Max algunas de las sesiones que impartía. Al ser particular, o privado, este funcionaba con muchas dificultades. Una de ellas era que las alumnas pagaban poco, o simplemente, algunas no pagaban.
Su primera investidura fue celebrada en abril de 1887 con el apoyo entusiasta de Hostos. Las graduadas fueron Leonor Feltz, su discípula predilecta; Luisa Ozema Pellerano, Ana Josefa Puello, Mercedes Laura Aguilar, Altagracia Henríquez Perdomo y Catalina Pou. Estas se convirtieron en pilares de la educación normalista en el país. Como precedente, en 1884, la Escuela Normal había graduado los primeros maestros: Félix Evaristo Mejía, Arturo Grullón, Francisco J. Peynado, Lucas T. Gibbes, José María Alejandro Pichardo y Agustín Fernández.
La segunda investidura del Instituto fue celebrada en diciembre de 1888. Como en la primera, otras seis mujeres lograron el grado de Maestra Normal, estas fueron: Eva Pellerano, Mercedes Echenique Peláez, Encarnación Suazo, Altagracia Peguero Acevedo, Carmen Julia Henríquez Perdomo y Altagracia Henríquez Bello.
Al no poder cumplir las jornadas de trabajo del Instituto, debido al tiempo que debía dedicar a la familia y a los problemas de salud que padecía, Salomé decidió el cierre de sus operaciones a mediados de 1894. De modo que, para cerrar el ciclo, su última promoción fue acogida por Hostos en la Escuela Normal de Maestros.
Como primera muestra de la importancia de la obra pedagógica de Salomé destaca el ejemplo de su discipulado, compuesto por unas veinte maestras normales, que sin reparos continuaron con la formación de maestras. Esa fue la experiencia de Luisa Ozema Pellerano y su hermana Eva María, fundadoras en Santo Domingo del Instituto de Señoritas Salomé Ureña (1896), cuyas labores se extendieron hasta 1934, cerrando de manera definitiva dos años después. A esta iniciativa siguieron, entre otros, el Instituto de Señoritas Salomé Ureña, fundado en San Pedro de Macorís por Anacaona Moscoso (1897); y la Escuela Perseverancia, fundada el mismo año en Azua por Emilio Prud´Homme. En esta, la incidencia femenina era importante.
Salomé en Puerto Plata
Por decisión de su esposo, Salomé visitó Puerto Plata por primera vez en 1892 con el objetivo de que disfrutara del aire fresco que demandaba su debilitada salud. En esa ocasión fue reconocida por los intelectuales de la comunidad, destacando la iniciativa de José Dubeau de recomendar que la sociedad recreativa en gestación en Puerto Plata fuera denominada Fe en el Porvenir, nombre de uno de los poemas más leídos de la educadora y poeta.
En virtud de que su visita coincidió con la fecha del cuarto centenario del “Descubrimiento de América”, Salomé escribió el poema: Tierra, el cual leyó el 12 de octubre en la sociedad Fe en el Porvenir, en medio de entusiasmo y aplausos.
En artículo publicado en el Listín Diario en octubre de 1964, Max afirma que su madre visitó Puerto Plata por última vez a finales de 1896, buscando el ambiente natural favorable a sus padecimientos de neumonía. Viajó acompañada de sus cuatro hijos, quizá hasta que su padre se estableciera como médico en Cabo Haitiano, donde pensaba permanecer como rechazo al régimen de Ulises Heureaux. En Puerto Plata, Salomé fundó la sociedad literaria El Siglo, cuyas veladas congregaban a intelectuales como Carlos Alberto Zafra, José Dubeau, Virginia Elena Ortea, Carmen Lovatón, y las hermanas Antera y Mercedes Mota. Avanzado su quebranto, regresó a Santo Domingo en enero de 1897, donde murió dos meses después.
Reconocimiento de su obra
Ángel Pérez Herrero, destacado maestro e historiador cubano, sitúa a Salomé entre las figuras más importantes de la historia de la cultura dominicana. Este criterio se confirma con el reconocimiento de su obra desde el tiempo de su gestación. Tan temprano como en 1877, por ejemplo, fue designada socia facultativa y honoraria de la Sociedad Amigos del País, y al año siguiente, la comunidad literaria de la Capital la distinguió con una medalla. Otra distinción consistió en la reiteración de su designación por prestigiosas instituciones extranjeras como parte del jurado conformado para la selección de prestantes literatos dominicanos.
La llegada del centenario del natalicio de Salomé provocó una mayor visibilidad de su obra en el país y en el extranjero. En ese sentido, en 1948, Emilio Gómez Abreu, jefe de la División de Filosofía, Letras y Ciencias de la OEA, solicitó a Max el Canto épico, extenso poema dedicado por su madre a la cacica Anacaona. Entendía que por su rareza y calidad merecía ocupar un espacio en la Colección de Escritores de América, adscrita a la Unión Panamericana.
De igual modo, a mediados de 1950, la Comisión Interamericana de Mujeres, por considerar a Salomé Ureña de Henríquez como parte de la más alta representación femenina de América, compartió con su hijo Max la idea de participar en la celebración del centenario de su nacimiento. Con tales fines, se contempló la publicación de una biografía detallada. En adición, como órgano de esta Comisión, la Unión de Mujeres Americanas, asumió un programa conmemorativo en el que la dominicana Minerva Minervino tuvo a cargo la apología de la poetisa y maestra.
Asimismo, a finales del año citado, el centenario llamó la atención del Instituto de Lenguas y Lingüística de la Universidad de Georgetown. En esta se llevó a cabo una conferencia a cargo del profesor Roberto Esquenazi Mayo, redactor en español de la revista American, y comentada por Max Henríquez Ureña. Esta actividad precedió al homenaje ofrecido por esta Universidad en honor de Gabriela Mistral, poeta chilena galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 1945.
La conmemoración en el país del centenario de Salomé estuvo a cargo de la Escuela Normal Salomé Ureña, que dirigía Urania Montás. Por la ocasión, fueron consultados Mercedes Laura Aguilar y Fernando Abel Henríquez, quienes compartieron con Max los detalles de la celebración. Para la maestra Aguilar, los actos fueron una semana de gloria, pero expresó la queja en el sentido de que el Ateneo ni las asociaciones culturales estuvieron a su altura. El punto culminante del centenario fue la publicación del libro: Obras Completas de Salomé Ureña de Henríquez, cuyo prólogo consiste en un ensayo minucioso escrito por Joaquín Balaguer. Para este, Salomé fue la primera en Santo Domingo en tener el sentimiento de la gran poesía, la musa de la civilización que despertaba entre los hombres ambiciones y sueños colectivos. Sin dudas, su fuerte personalidad lírica la distingue del vulgo de los poetas dominicanos. Es que, destacaba, su poesía educa el sentido moral y da forma a la fantasía y al sentimiento.
Finalmente, por sus versos y labor educativa por la patria, reconozcamos el espacio que debe ocupar Salomé en las aulas, en la conducta cívica y en los lectores de las bibliotecas de los clásicos dominicanos. Esto, sin dejar de hacer nuestra la última estrofa de su poema La fe en el porvenir:
Atleta infatigable,
del bien y el mal en la contienda ruda,
te alzarás invencible, formidable,
si el entusiasmo, si la fe te escuda.
Que atraviese tu voz el aire vago
las almas convocando a la victoria:
tuya es la lucha del presente aciago,
tuya será del porvenir la gloria.
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