600) Hay momentos en los que uno piensa que el vacío es la plenitud, o quizás lo que está más cerca de esta.

601) Largo es el camino, y a veces nos da por pensar que avanzamos. Pero, ¿se avanza o se retrocede? Muchas veces quisiéramos poner la carga a un lado con la idea de avanzar más ligero. Otras, quisiéramos tirarlo todo y retroceder lo andado, o sencillamente tirarnos a la orilla del camino hasta que venga sobre uno el hachazo salvador con su consecuente viaje hacia nuestra inminente condición de polvo y olvido.

602) Sé que hay un exquisito misterio en cada cosa, en cada hecho. Y sé que nada puede explicarse enteramente. El amor y el dolor me abrazan con fuerzas que no sé del todo repeler ni explicar. Ambos tiran de mí. El sufrimiento intenta hundirme sin retorno. El amor, en cambio, intenta retenerme y detenerme. Detenerme en su música aniñada, en su danza inocente, en sus aguas y sus sales al punto, en su aroma presentido.

603) No aspiro a la desacreditada “gloria” de los “cristianos”; cedo la ilusión de la “inmortalidad” a cualquiera. No tengo como meta la felicidad, a cuyos falsos encantos renuncié hace ya un largo trecho de mi corto camino. Solo aspiro a un pedazo de paz, a una mecedora fiel, a algunos libros, al aroma del café, y quizás a la compañía de algún perro que no se muera antes que yo.

Aspiro a un rincón con un pequeño huerto, con música de pájaros y sonrisa de flores, con tinta y papel para, como ahora, distraerme un poco de la amenazante llegada de la muerte. Aspiro a que no me falte la luz para seguir ordenando estas cifras.

604) Es de mañana. Leo poemas, escribo cantos o blasfemias, o quizás cantos blasfematorios. De repente acontece la lluvia y arrincono las blasfemias y las pestes. Entonces abro mi mente y mi alma a este otro canto húmedo, a esta sagrada oblación a la tierra, a las flores, a los árboles. De repente, el Sol se hace presente entre los transparentes hilos del agua, y los pájaros celebran este abrazo fraterno que se dan el Sol y la lluvia. Y yo, desde mi refugio, desde mi escondite al aire libre, agradezco al Misterio el privilegio de poder apuntar estas maravillas.

605) Mientras me esfuerzo en mantener el barco flotando, intentando evitar su descenso a los abismos, escucho la risa burlona del dios heredado. Pero tengo la esperanza de que, suceda lo que suceda, el dios fiel, el de mi fe, no me abandonará, por lo menos hasta que yo mismo diga: “He aquí mi obra. He terminado. Todo está consumado.”

606) Sean bienvenidas las molestias que me regalan palabras dignas de ser anotadas.

607) Escuchar a un poeta, a un ser que suponemos profundo y consciente, decir como una mujercilla cristiana cualquiera “la vida es bella”, no deja de producirme cierta molestia. Pero qué se puede esperar si el poeta testimonia con orgullo que es de izquierdas, y aún se atreve a profesar sin rubor esa otra religión.

608) Las ideologías políticas redentoristas y las denominaciones religiosas no son más que expresiones humanas que buscan consolar y dar esperanzas; son solo cortinajes sombríos para cubrir en lo posible la horrible cara de la verdad de las cosas.

609) Cómo no perdonar el exhibicionismo a un gran artista, a alguien que de forma sincera haya hecho voto de santidad (que quedan poquísimos); pero cómo perdonar el exhibicionismo burlón de un político ignorante, insensible, cínico, con sonrisa de hiena y gafas oscuras de gánster. Cómo controlar mi impulso de hacerle comer su asco narcisista.

610) No tiene nada de gracia estar predicando tristezas y amarguras, pero también siento como si fuera un deber no estar a gusto con tantos desastres que se producen en el mundo, a menos que no se sea un tonto egoísta, un ingenuo de atar, un inconsciente sin remedio, un fanático religioso, entre otros irresponsables. En el momento en que me proclamo dichoso, muchos puñales de odio están penetrando en corazones inocentes, no pocos despiadados están pisoteando tantas alegrías hijas del bien. En el momento en que proclamo a los cuatro vientos cuán generosa es la vida conmigo, muchas manos se extienden hambrientas y muchas bocas imploran llorosas por un poquito de agua. Sí, cuando cantaleteo hasta el asco que Dios tiene el control, que su tiempo es perfecto, en esa retórica que hiere la dignidad y la razón, ese Dios permanece sordo y ciego ante el grito desamparado de los niños que en ese mismo instante están siendo mancillados por los instintos bestiales de seres que alguna vez también fueron niños, que alguna vez fueron rosas de esperanza.

Muchos no me lo dicen de frente, pero sé que me odian por lo que entienden como maldad de mi parte: el hecho de expresar que no alcanzo a ver por ningún lado el supuesto amor y la generosidad de ese dios impuesto a fuerza de sangre y odio, a pulso de ceremonias, rituales y representaciones. Y esos que me desprecian con un odio que su dios no ha sabido sanar, probablemente nunca sepan que yo no soy solo yo, que soy mucho más, que soy también parte inseparable de mis congéneres, muchos de los cuales merecen que llevemos de la manera más silenciosa posible nuestras alegrías.

611) Entre otras cosas, la vida es una cosa condenada a muerte.

612) En esta actualidad apenas soportable, solo me queda tener paciencia con tantas desvergüenzas, con tantas mentiras e hipocresías, con tantas insensibilidades. Paciencia con los que viven predicando la necesidad de cambiar el mundo, pero son incapaces de mejorarse a sí mismos y de contribuir por lo menos con el mejoramiento de sus más cercanos.

Calma con esta legión de tontos que hacen vida en las redes sociales, principalmente en Facebook. Son incapaces de leer un libro de cien páginas completo, sin embargo, viven dándoselas de lectores y se las pasan subiendo frasecitas de autoayuda y hablando mucho de la “generosidad” de su dios, con la intención de hacerse graciosos a la multitud de sus iguales, es decir, de ignorantes redomados.

Tolerancia con aquellos que no quieren saber para nada de poesías y poetas y se dedican a enganchar en Facebook poemas falsos y, por demás, estúpidos atribuidos a grandes artistas que no pueden levantarse de sus tumbas para desmentir tales infamias.

Mantener la calma con esas manadas en las redes sociales a las que llamo reporteras de las desdichas, las que viven inmersas en el esfuerzo de ser las primeras en informar por estos medios, con un morbo que solo los tontos ignoran, las muertes de gente “importante”, o de gentes simples, si la forma de su deceso es o puede convertirse en noticia. Muchos de estos desaprensivos son los mismos a quienes les encanta subir fotos de enfermos en camas de moribundos, o ya reposando en sus ataúdes. Paciencia, paciencia con ellos, pero también conmigo, con lo peor de mí, que gasto tiempo, tinta y esfuerzos en lamentar estas estupideces.

613) Solo cuando hace acto de presencia la hecatombe, cuando suceden esas cosas irremediables, es que nos damos cuenta de cuán importante sería poder retornar al pasado y redireccionar esos tiempos que pudieron ser de paz y de alegría, pero que, sin embargo, nos empeñamos en malograr con nuestras sospechas y recelos, con nuestras constantes dudas, con nuestras miserables irresoluciones.

614) Los días transcurren monótonos, uniformes, pobres. Pero luego de eso están los libros, el café, la lluvia de vez en cuando, las flores y los frutos ofreciéndose en el patio, los pájaros en concierto casi permanente, el Sol que me saluda tímido en las mañanas y va imponiendo su dominio sobre las demás cosas. Fuera de estas y otras maravillas, los días son, como lo dijo Borges, “una red de triviales miserias”.

615) Dudo de todo, incluso de los libros, incluso de las palabras. Dudo de todo, pero no de la necesidad que tengo de escribir, de que debo escribir. ¿Por qué? ¿Para qué? A veces no lo tengo del todo claro. Solo sé que necesito hacerlo. ¿No será acaso porque con ello me distraigo en algo de la conciencia de la nada? ¿No será porque en lo más hondo de mi ser subyace la idea de vengarme de alguien, de algo, de la vida, y la única manera de hacerlo es por medio de la escritura? Qué voy yo a saberlo. De lo único que estoy seguro es de que lo necesito, porque tal vez sea mi única forma de, al tiempo que pienso y me aproximo con ello a mi verdad, también logro escurrirme, aunque sea un poquito, de la terrible verdad del sin sentido.

616) Facebook, que ha tenido tiempo suficiente para enterarse de la importancia que reviste para mí la literatura, el mundo de los libros, parece no ha tenido el necesario para darse cuenta, a pesar de mi no tan escasa participación en esta red social, de que no importan en lo más mínimo las cuestiones religiosas, y me hace saber que hay un sacerdote que va a dirigir un evento que puede interesarme. Entiendo que Facebook no tiene por qué estar enterado de que son suficientes para mí las cosas desagradables con las que tengo que convivir cada día para aceptar otra como la aludida. Vivo entre fábulas y ficciones literarias, y la fábula de la religión heredada la leí cuando era muy joven, y tal vez solo regresaría a ella para volver a rechazar su pretensión de veracidad, y de nuevo decirle no a esa inclinación de rebaño.

617) Bienaventurados los que tienen la almohada de Dios para recostar su cabeza. Bienaventurados aquellos que si, al hacerlo, los hieren cuatro espinas, proclaman con alegría casi llorosa la bondad de su dios que evitó que se le clavaran cinco o más espinas.

618) Si bien, como ya lo he dicho en varias ocasiones en estos apuntes, la literatura ha sido una forma de liberación y hasta de venganza, no es menos cierto que también ha sido una manera de dar gracias. ¿A qué o a quién? No lo sé del todo bien. Quizás a mi guía interior, como decía Marco Aurelio, es decir, a lo que él denominaba su Daimon.

618) Sí, es verdad, saber es poder. Pero, ¿acaso muchas veces la ignorancia no actúa como una forma más eficaz para adquirir o ejercer poder? Sí, es verdad: saber es poder, pero ¿no es cierto que a veces saber se constituye en un freno para procurar o hacer valer el poder? ¿O no es verdad que mientras la ignorancia suele operar como licencia a favor de la temeridad, como patente de corso para imponer su poder? Para comprobar esto es más que suficiente observar el ejemplo que da la mayoría de la clase gobernante de nuestro país.

619) Es verdad que hay muchos sacerdotes que se identifican con importantes y justos reclamos sociales, que se pronuncian a favor de los derechos de los más vulnerables de la sociedad y en contra de los excesos y abusos del poder. Es cierto que muchos de estos han marchado en pro de la preservación de los recursos naturales, que han estado de frente y en primera línea en el esfuerzo social en contra de la corrupción y la impunidad.

Todo esto está muy bien y hay que aplaudirlo. Pero lo que no está bien y merece el repudio de la ciudadanía consciente, es el hecho de que estos sacerdotes en el púlpito le vayan con las mismas fabulillas bíblicas de siempre a su feligresía, a esas gentes a las que ellos quieren hacer conscientes de sus derechos inalienables, solo por el hecho de no poner en riesgo su sobrevivencia material. Actuar así es coincidir con la mayoría del clero conservador que, en su visión empresarial de la fe, prioriza, por encima de cualquier otra cosa, esas leyendas, que no solo son garantías de la preservación de los dogmas sino también mecanismos de chantaje y manipulación al poder político, ya que tienen bien claro que este se alimenta básicamente de esas oscuridades.

620) Poniendo aparte lo que tiene que ver para mí con el valor irrenunciable del discurso artístico, uno siente por momentos que los hechos o las acciones son más importantes que las palabras. Que un ejemplo concreto, material, seduce más que un discurso agradable y bien escrito, pero también me da por creer en aquello de Sartre de que “tu decir es tu hacer”.

Recuerdo que, ante ciertas vacilaciones mías en relación a si valía la pena seguir escribiendo sobre un determinado asunto, mi hijo Enmanuel, a quien le expresé esta inquietud, me dijo: “Papi, debes seguir escribiendo, porque tu escritura es tu acción”.

621) Si Cervantes hubiera escrito un diario en el que hubiese compilado sus desdichas, de seguro que esos apuntes se habrían leído mucho más que su extraordinario Don Quijote de La Mancha. Más que las genialidades de este libro único en la literatura española y en todas las literaturas, la mercadotecnia literaria de estos tiempos hubiera hecho más atractivo para el mercado del libro las revelaciones de un Cervantes adolorido, humillado por mil diabluras propias de su abrumadora realidad moral, económica, emocional, etc., tal vez solo compensada con el goce que uno supone experimentaba con las ocurrencias de aquellos dos sujetos geniales, puro invento de su fantasía de arte mayor.

622) ¡Oh, Dios, cuánta vitalidad tiene la muerte!

623) Sabemos desde hace tiempo que la fe suele ser traidora por naturaleza, pero también sabemos que es casi imposible vivir sin algún tipo de fe. Es verdad que la fe mueve montañas, pero solo de forma metafórica.

624) Sigo en mi niebla como Lacay. Sigo entre puñales, al margen, buscando el punto de apoyo. Extiendo mis manos intentando apartar el manto del desamparo que se empeña en cubrirme. Fuera de mí, pero dentro de mí, el amor y la muerte tiran de mi alma y mi carne con pareja tortura. Estoy en mi madriguera, entre tinta y papel, herido de muerte, herido de amor.

625) Quiero tan pocas y sencillas cosas, sin embargo, resulta tan oneroso conseguirlas. Solo quiero que no falte el pan en mi mesa, como me aseguraba mi amigo “Vitamina” que sería. Que no me falte vino y café, libros y tiempo para leerlos y para escribir los míos. Quiero un humilde rincón, aún ciertas celebraciones del cuerpo y del alma, un trozo de paz suficiente, vista y rodilla como también quería mi abuelo. Quiero música de pájaros, vista hacia el verde y la abundancia floral, vista hacia la noche con luna y estrellas, o con lluvia y sin ella. Solo eso, esas cosas simples deseo. Fíjense que no pido felicidad. Hace tantos años que renuncié a tal imposible.

José Martín Paulino

Escritor

Abogado, escritor y crítico literario.

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