La minificción se ha erigido como uno de los géneros literarios más emblemáticos de las últimas décadas. Al principio se le tenía como un subgénero, pero con el tiempo se le ha ido dando el lugar que merece. Porque sin duda la minificción es un arte.  Es evidente que en la literatura de los países de habla hispana este género goza de muy buena salud, y la literatura dominicana no es la excepción, pues son innumerables los brillantes cultores dominicanos de este género. Inclusive, si hay un género literario en el cual la literatura dominicana está muy a la par de lo mejor de otras literaturas de la lengua española, es en la minificción, pues si revisamos lo que en este género se está haciendo en otros países y lo comparamos con lo que se está haciendo en nuestro país —aunque en materia de arte las comparaciones no siempre son buenas— nos daremos cuenta de que los trabajos de los microficcionalistas dominicanos poseen un valor literario equiparable al de los mejores microficcionalistas hispanoamericanos del momento. Y generalmente son los novísimos escritores dominicanos los que, con más ahínco y pasión, están cultivando este género, aunque también hay escritores consagrados que se han rendido a la bondad de este género, lo que parece indicar que el futuro de la minificción puede ser bastante prometedor. Es uno de los géneros del momento, y, de hecho, son varias las razones que obligan a conjeturar que éste será, acaso, el género del futuro. Por tal razón, en la República Dominicana es indispensable la creación de un Premio Anual de Minificción, como bien se hace, año tras año, con otros géneros.

Sabido es que el Ministerio de Cultura celebró por tercera vez consecutiva —en 2011, 2012 y 2013— un Concurso Nacional de Minificción, pero éste, aunque de connotación nacional, no era uno de los premios anuales a que me refiero, ni volvió a ser celebrado en los años subsiguientes. De todos modos, este concurso fue todo un éxito, pero lamentablemente no se le dio continuidad. Es tiempo ya de reanudarlo o, lo que es mejor todavía, crear el Premio Anual de Minificción. Ciertamente, conjeturo que no pocos escritores jóvenes o noveles (e inclusive otros consagrados) recibirían con beneplácito la incorporación de un Premio Nacional de Minificción. Sin duda, los tiempos actuales demandan la creación de este premio, y, además, el género lo merece y la literatura dominicana lo agradecería con creces porque esto puede motivar y enriquecer el cultivo del género en el país, que, como dije, goza de buena salud (pero los resultados serían acaso más fructíferos si crearan el premio), tanto es así que acaso a los jurados del Premio Anual de Minificción les resultaría harto difícil seleccionar al ganador, puesto que muy posiblemente la variedad y la cantidad de trabajos participantes serían inmensas, pues ya he dicho que este género cuenta en nuestro país con numerosísimos cultores de primer orden y, en consecuencia, éstos probablemente se animarían a participar.

Pero es preciso que, una vez creado, el Premio Anual de Minificción sea bautizado con el nombre de un buen cultor de este género, como por ejemplo el de ensayo, que lleva el nombre de Pedro Henríquez Ureña, o el de novela, que lleva el de Manuel de Jesús Galván. Ni que decir tiene que la minificción cuenta en nuestro país con representantes cuyas piezas son modelos del género. Tal es el caso de los siguientes autores fallecidos: Virgilio Díaz Grullón, autor de Ícaro, Doble personalidad y La verdadera pesadilla; Pedro Peix, autor de La selva y El paracaidista; Marcio Veloz Maggiolo, autor de El soldado, Verbo y El escritor; Manuel del Cabral, autor de El centavo y El caballo; o Arturo Rodríguez Fernández, autor de El Oscar y En el valle de Josafat. Sin duda son numerosas las piezas de estos autores que pueden ser vistas como joyas del género. Y, por ello mismo, no hay nada de malo en que semejante premio de minificción lleve el nombre de uno de ellos. Sin embargo, hay un nombre que, como cultor de este género, sobresale por encima de estos autores: es René Rodríguez Soriano; sus ficciones mínimas dan muestra de la libertad, la frescura, la profundidad, la gran imaginación y el gran poder de síntesis de que era dueño este magnífico narrador. Sin duda, le debemos algunos de los mejores cuentos de la historia de la literatura dominicana, pero es en la minificción donde su genio poético alcanza su máximo esplendor. La creatividad y la originalidad que mostró en este género son sorprendentes.

No cabe duda de que, sin embargo, René Rodríguez Soriano ha sido ignorado como cultor de la minificción. Y esto no puede ser posible, puesto que él es, si no el más libre y original, al menos uno de los máximos exponentes del género en el país. La variedad de registros que tienen lugar en sus minificciones es sorprendente. Y una buena muestra de ello son los libros Todos los juegos el juego y, sobre todo, ese libro excepcional que es Solo de flauta, el cual, aunque contiene algunos cuentos, está formado por una amplia gama de minificciones de primer orden. Solo de flauta es un libro singular que merece ser tomado más en cuenta por la crítica especializada, además la prosa poética de las minificciones incluidas en este libro no tiene igual en la historia del género en nuestro país. Pero, si no es el nombre de René Rodríguez Soriano, el Premio Nacional de Minificción puede llevar el nombre de cualquiera de los microficcionalistas que ya mencioné, o, en su defecto, el nombre de uno que no haya sido mencionado en estas líneas, y puede también llevar como nombre no necesariamente el de minificción, sino cualquiera de las denominaciones del género (ya sea microcuento, o minicuento, o ya sea minificción, o microficción). Pero es el nombre de minificción el que mejor lo define por la variedad de registros que parece abarcar. De todos modos, lo importante es la creación del referido premio, independientemente del nombre de autor que lleve y, como dije, sin importar que se le llame minificción o microrrelato o como fuere.

José Agustín Grullón

Abogado y escritor

José Agustín Grullón Nació en La Vega, República Dominicana, pero reside en Santiago de los Caballeros desde hace más de una década. Es licenciado en Derecho por la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA) y agrimensor por la Universidad Abierta para Adultos (UAPA). Cursa además un postgrado en Legislación de Tierras. Ha cursado algunos diplomados sobre Derecho Inmobiliario, Bienes Raíces, Topografía y Derecho Sucesoral. Como escritor ha publicado el libro de cuentos Las ironías del destino (2010).

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