La maestra de la pintura dominicana, cuya obra la trasciende por su alto valor estético y conceptual, falleció en una residencia de adultos mayores en Miami, este jueves 25, Día de la Navidad. Así era de especial: incluso para despedirse eligió una fecha singular.
Ada Balcácer no es solo una de las pintoras más importantes de la República Dominicana; es, además, una figura transformadora que utilizó el arte como herramienta de cambio social, de creación de conciencia —en especial de género— y de reafirmación cultural y productiva. Su impacto rebasa con amplitud el lienzo, para situarse en la dignificación de las raíces dominicanas y en el empoderamiento económico de los sectores históricamente marginados.
Danilo de los Santos, crítico y artista, destacó que la obra de Ada Balcácer se caracteriza por una búsqueda constante de la sensación y su expresión mediante un lenguaje visual incisivo, en el que el color se desintegra y se recompone en madejas luminosas de volumen. Subrayó, además, que su trabajo refleja con fuerza las raíces culturales dominicanas y el imaginario mágico-religioso, consolidándola como una figura clave del arte nacional.
Detrás de la impresionante maestría con la que concretó universos multicolores de abstracción expresiva tropical —lenguaje que dio forma a cientos de sus cuadros— estaba una mujer adelantada a su tiempo.
Pero antes que sus cuadros está su vida. No pertenecía al grupo de estrellas de la plástica recluidas exclusivamente en la estética, en el mercado, en la especulación caprichosa del precio de una obra convertida en mercancía. Su visión del arte iba mucho más allá del circuito del “merchandise” artístico.
Procedente de un hogar humilde, se propuso ser artista y comunicarse a través de su arte. Ningún obstáculo fue suficientemente fuerte para impedírselo, ni siquiera la pérdida de un brazo, experiencia traumática que a muchas personas habría marcado de manera paralizante. En ella, por el contrario, se convirtió en fuerza y determinación.
La gran obra social de compromiso de Ada Balcácer fue la Fundación Mujeres Aplicadas a la Industria (MAI), creada en 1979. A través de esta iniciativa alfabetizó visualmente a cientos de mujeres, fusionando la creación artística con la producción artesanal para mejorar su calidad de vida.
Fue visionaria y solidaria. No es casual que las siglas de la entidad, MAI, representen un vocablo de cercanía, afecto, solidaridad y reencuentro entre mujeres.
El lingüista Rafael Peralta Romero explica que “Mai” es una reducción fonética popular de “mamá” o “madre”, producto de la pérdida de la consonante inicial y de una simplificación silábica propia de la economía articulatoria del habla coloquial dominicana. Es un término cargado de afecto, más emocional que “madre” y más cotidiano que “mamá”. No se limita a la madre biológica: designa a la mujer protectora, consejera, solidaria y cuidadora dentro del entorno familiar o comunitario.
Ada definió como meta el desarrollo económico y la integración productiva de mujeres dominicanas, productoras y artesanas, especialmente mediante la capacitación y el apoyo a la producción artesanal e industrial. Las empoderó para elaborar artesanías y productos de calidad, destinados incluso al mercado internacional, con el propósito de mejorar la calidad de vida de mujeres de escasos recursos a través de oportunidades reales de trabajo y del desarrollo de habilidades productivas.
La artista procuraba fomentar la participación femenina en la industria artesanal y facilitar capacitación técnica y comercial, apoyando la generación de ingresos. Pero, en el marco de los talleres, lo más importante eran sus alocuciones: llamados a descubrir el poder interior de cada mujer, a encontrar caminos de emancipación de género a través del trabajo, ese trabajo que iguala en ingresos y en dignidad. Este es, quizá, el aspecto menos resaltado en las notas que han acompañado su partida.
Ada Balcácer estuvo al frente de MAI como presidenta hasta 1987, liderando el programa y orientándolo hacia el desarrollo integral de las mujeres a través del trabajo y de la industria artesanal.
Muchos años antes de los valiosos esfuerzos actuales de gobiernos y organizaciones no gubernamentales en favor de las mujeres, ella ya trabajaba en ese sentido, financiando la causa con los recursos obtenidos de la venta de sus propias obras.
Ada Balcácer fue pionera en la búsqueda de una estética propiamente dominicana, alejándose de los cánones europeos.
Su obra y su compromiso
Desarrolló una técnica singular para capturar la luz del Caribe, no como un elemento que ilumina los objetos desde fuera, sino como una energía que emana de ellos. Paralelamente, construyó una expresión que integra la flora, la fauna y la mística popular, generando un profundo sentido de pertenencia basado en la observación atenta de nuestra realidad geográfica y cultural.
Como artista, nunca temió asumir posturas definidas y rupturistas, enfrentándose a tabúes y prejuicios. En una época en que la herencia africana era con frecuencia invisibilizada en el arte académico dominicano, Balcácer la colocó en el centro de su discurso visual.
Desde el punto de vista estético, la importancia de su obra pictórica radica en haber construido una imagen ética de la dominicanidad: socialmente consciente, racialmente inclusiva y gráficamente moderna. Su legado no solo amplió el repertorio temático del arte nacional, sino que contribuyó a sanar silencios históricos, ofreciendo una representación digna, bella y firme del pueblo dominicano en toda su complejidad.
Como creadora, popularizó, democratizó y normalizó la estética de la negritud y de la afrodescendencia en la pintura dominicana moderna. Sus figuras negras y mestizas no aparecen exotizadas ni subordinadas al folclor decorativo; son sujetos plenos, integrados al paisaje humano y simbólico del país. Su pintura afirma lo cotidiano como territorio simbólico: desde los años sesenta se nutre de escenas rurales y urbanas, mercados, fiestas populares, maternidades, labores domésticas y rituales comunitarios, tratados no como simples estampas costumbristas, sino como espacios de dignificación del sujeto popular, en especial de la mujer y de las clases trabajadoras.
Balcácer aporta una modernidad sobria, en diálogo con corrientes internacionales, sin renunciar a lo local. Su pintura es legible, directa y profundamente comunicativa, cualidades que la convierten en una obra de alto impacto visual y pedagógico.
La crítica Marianne de Tolentino afirmó: “A través de sus series sobre los ‘Bacás’ y otras figuras del folclore, no solo pintaba leyendas, sino que dignificaba la herencia africana presente en la religiosidad popular. Su arte fue un grito de orgullo que celebraba la piel oscura, los rasgos y la herencia mulata de la isla, ayudando a romper prejuicios estéticos de la época”.
La partida física de Ada Balcácer llega acompañada del dolor inherente a la pérdida de un ser humano de altos merecimientos y de una artista de estándares únicos. Sin embargo, reducir su legado a esos factores sería un error.
La maestra Ada Balcácer es ejemplo en múltiples sentidos y direcciones, de tal magnitud que no puede reducirse a una tabla de indicadores.
Su obra, que la consagra como presencia viva y permanente, permanece en galerías, colecciones privadas y fondos sociales: una producción abstracta y tropical, vinculada a la identidad y a lo afrodescendiente, de una fuerza suficiente para situarla en el pedestal más alto del arte dominicano.
Ada se propuso ser ejemplo y estímulo. Por eso creó una fundación para apoyar a mujeres artesanas, objetivo que alcanzó con notable éxito.
Era, además, su amplia sonrisa de mujer negra, con el optimismo como fuente vital para todo y para todos. Quienes la conocimos en persona, quienes la escuchamos reiteradamente hablar de su experiencia en la potenciación de mujeres vulnerables, supimos que estábamos ante una mujer adelantada a su tiempo.
Con toda justicia, en 2017 el Centro Cultural Banreservas designó con su nombre su sala de exposiciones. Ella asistió al acto y expresó entonces: “No soy yo la merecedora de este honor. Para mí es un reconocimiento a la mujer dominicana que construye cada día el futuro con su arte o su artesanía creativa”.
En ese sentido, su pintura es a la vez memoria visual y proyecto cultural.
Balcácer construyó una ética visual que reconoce la resistencia cultural de los sectores históricamente marginados y subraya la continuidad de la vida pese a la precariedad. En un contexto marcado por el blanqueamiento cultural y la negación de la herencia africana, contribuyó decisivamente a redefinir la identidad dominicana desde la visualidad. Fue una militante de ideas claras, definidas y, si se quiere, radicales.
La piel oscura, los rasgos afroantillanos y los cuerpos robustos y expresivos ocupan el centro de la composición, no la periferia. Su obra propone una aceptación serena y profunda de la diversidad racial como fundamento de la nación.
Ella, como todos los artistas cuya obra se inscribe en la trascendencia, no se ha ido. Vive en cada cuadro, en cada recuerdo y en cada mujer que ayudó a reivindicarse socialmente.
¡Vaya en paz, maestra!
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