Ciudad abajo estuvo en febrero en San Francisco de Macorís, en el XIV Festival Internacional de Narradores. Un panel donde compartimos sobre la narrativa en la dramaturgia de Haffe Serulle, con Soraya Julián —tal si fuéramos dos personajes haffianos— y un grupo de estudiantes de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

Sí, Haffe otra vez.

Pero esta vez queremos ir de tríos. Como la Santa Trinidad, como los Reyes Mago, como las tres carabelas de Colón, como la Trinitaria, como los tres padres de la patria, como las hermanas Mirabal…

Esta vez, queremos ir más allá de Haffe. Nos gustaría realizar paralelismos en tres líneas. Esta vez queremos ir de tríos. Sí, tríos:

Teatro Pobre/teatro Documental/ teatro Acrobático, bélico y guerrero.

Jerzy Grotowski/ Peter Weiss/Bertolt Brecht.

El Che Guevara/ Francisco Alberto Caamaño/Juan Pablo Duarte.

El horno de la talega/Bianto y su señor/La danza de Mingó.

Mamá Tingó: pobre/campesina/negra. Mujer.

Haffe Serulle/Personaje/Juan Bosch.

Además, queremos ir al elemento más importante que tiene lo narrativo y lo dramático: el personaje.

Cara a cara, obra de Haffe Serulle.

Si el teatro es un campo de batalla, Haffe Serulle es uno de sus guerreros más tenaces. Pero no es un guerrero cualquiera: es un acróbata que se balancea entre la escena política, la docencia, la denuncia social y el imaginario popular. En su dramaturgia nos resuena el eco del teatro pobre de Jerzy Grotowski, la precisión del teatro documental de Peter Weiss y una esencia combativa que lo hace inconfundible. Pero, ¿qué aprendemos de su teatro hoy? ¿Qué queda por cuestionar? ¿Hasta dónde llega su fuerza y dónde se encuentran sus limitaciones narrativas?

Haffe Serulle no concibe el teatro como un simple espectáculo, sino como una herramienta ideológica y de combate, de transformación social; una barricada de lucha y transformación. En obras como El horno de la talega, Bianto y su señor y La danza de Mingó, explora las tensiones entre opresores y oprimidos, despojando la escena de artificios para dar protagonismo a la denuncia política. Su teatro acrobático, bélico y guerrero no solo busca conmover, sino sacudir las conciencias. Obliga a tomar acciones. En Bianto y su señor se refleja el conflicto de clases y el abuso de poder, presentando la relación entre un amo y su sirviente en contexto de dominio y sumisión. Desigualdad y control. En La danza de Mingó, el conflicto central no es individual, sino estructural: la lucha de los campesinos y trabajadores contra la opresión de un sistema político, económico y empresarial que los aplasta.

Aquí se conecta con Grotowski: ambos entienden la escena como un espacio de verdad. Mientras Grotowski despoja al teatro de todo lo innecesario en su “Teatro Pobre”, Haffe despoja la historia de ambigüedades para construir un relato de confrontación directa. Pero, a diferencia de Grotowski, quien centraba su exploración en la interioridad del actor, Haffe se enfoca en el choque externo: el campesino contra el terrateniente, el explotado contra el explotador, el pobre contra el rico, la mujer contra el opresor.

El teatro de Haffe Serulle tiene mucho que enseñarnos. De su proceso creador podemos rescatar su apertura a la creación colectiva: sus textos no están escritos en piedra, evolucionan con el aporte de los actores durante los ensayos.

Peter Weiss, en su Teatro Documental, defendía la idea de que el teatro debe testimoniar los hechos reales sin perder el rigor poético. Haffe Serulle toma esta premisa, pero la traduce a una clave épica y emocional. La danza de Mingó, basada en el asesinato de la líder campesina Mamá Tingó en el gobierno del asesino dictador Joaquín Balaguer, no es solo un homenaje, es una reconstrucción dramatizada de una injusticia histórica.

Escena de una de las obras de Haffe Serulle.

Sin embargo, a diferencia del teatro documental más estricto, que se sostiene en archivos, documentos y testimonios, Haffe trabaja desde la fábula. Es decir, ficcionaliza y simplifica los conflictos para hacerlos más accesibles a las emociones. Aquí surge una tensión importante: ¿al simplificar los personajes en buenos o malos, pierde la complejidad de las relaciones humanas?

Creemos que en la dramaturgia de Haffe Serulle se construyen personajes planos. No hay matices: los opresores son siempre villanos despiadados, y los oprimidos, víctimas inocentes. Este enfoque lo acerca a la tradición de las fábulas morales y, si nos ponemos provocadores, a los superhéroes de Marvel o incluso a los arquetipos bíblicos: el bien y el mal están definidos con claridad, sin zonas grises.

Autores como Bertolt Brecht, quien defendía el distanciamiento crítico en el Teatro Épico, creían que el espectador debía reflexionar, no solo sentir. La complejidad sicológica y el cambio de los personajes eran esenciales para esa reflexión. Haffe, en cambio, opta por un teatro emocionalmente contundente pero narrativamente rígido en la evolución de sus figuras.

En la narrativa moderna, el arco de transformación de un personaje es clave para generar conflicto interno y crecimiento dramático. Sin embargo, en las obras de Serulle, los personajes no experimentan cambios profundos. Como dice Soraya Julián: en las obras de Haffe los buenos siempre ganan. Algo que sabemos que en la vida real no es así. En las obras de Haffe, los opresores siguen siendo opresores hasta el final, los oprimidos resisten y sufren, pero rara vez tienen contradicciones internas o dilemas morales.

Aquí surge una pregunta incómoda: ¿Qué pierde el teatro cuando los personajes no dudan, no vacilan, no cambian? La vida es ambigua, contradictoria; los personajes de Haffe no lo son. Quizás esto responde a una tradición más cercana al realismo socialista, donde el arte debía ser una herramienta de propaganda.

Escena de Cara a cara, de Haffe Serulle.

El teatro de Haffe Serulle tiene mucho que enseñarnos. De su proceso creador podemos rescatar su apertura a la creación colectiva: sus textos no están escritos en piedra, evolucionan con el aporte de los actores durante los ensayos. Esta flexibilidad es una lección valiosa para cualquier creador contemporáneo. Pero también es necesario preguntar: ¿Cómo podemos romper la rigidez moral de los personajes sin perder la fuerza política? ¿Es posible hacer un teatro combativo donde los opresores no sean caricaturas y los oprimidos no sean mártires impecables? Haffe abre la puerta a estas preguntas, pero corresponde a las nuevas generaciones de dramaturgos y narradores cruzarla.

Si nos fijamos en la historia, el poder siempre simplifica la narrativa para manipular. Cuentan al Caamaño del 65 como un héroe nacional, pero nos esconden al Caamaño de Palma Sola. Hemos convertido al Che Guevara en un símbolo de revolución, sin embargo, hay miles de familias cubanas que se quejan del Che asesino. Y a Juan Pablo Duarte lo han convertido en un ser inmaculado imposible de imitar. Son seres humanos que tienen un valor tan grande que no se le permite lo oscuro. ¿Deja Haffe que sus personajes se rediman o se les enfrenten?

Una vez le mostré un ejercicio a un profesor en La Escuela de Escritores de Madrid. En ese momento decidí escribir sobre los aborígenes. En ese texto los mostraba como ángeles enviados de algún dios lunar. Seres bondadosos que se dejaban someter así, sin más. El profesor me preguntó que, si yo sabía que entre los aborígenes que habitaban las islas en ese momento, eran despiadados en las guerras entre ellos… recordé al Guacanagarix traidor, pero le dije que no, que me había quedado con lo lindo que me había enseñado en la escuela dominicana de lo que era ser taíno: seres pacíficos y temerosos. Ese profesor me enseñó que no, que la vida no iba de blanco o negro, de bueno o malo y que en narrativa teníamos que plantear los matices y las ambigüedades humanas para liberarla.

Ahora, cuando hablamos de personajes en nuestras clases de literatura, ponemos el ejemplo del sicario que habita en Ciudad Abajo. Ese que tiene que matar, digamos que, a un político, uno de los malos y corruptos. Si quien escribe no lleva experiencia, puede confundirse y crear un personaje malo, malo. Pantalón en la rodilla, gorra y cadenas doradas, su Yamaha 115 y su pistola. Pero si quien escribe coloca a ese personaje pidiendo bendición a su madre, besando a su novia, jugando con su hija, regalando mil pesos a su amigo, persignándose, montándose en su motor; si lo pone a esperar en la esquina y luego lo muestra detonando el alma en la cabeza del político corrupto, tendríamos un universo más amplio y profundo. Si está claro desde el inicio quién es el bueno, quién es el malo, quién sufre y quién oprime, ¿qué espacio queda para las dudas, las contradicciones y el crecimiento del espectador/lector?

Esto, lejos de ser un defecto casual, es una elección estética y política que bebe de varias fuentes: la Biblia, con sus arquetipos morales claros; las telenovelas latinoamericanas, donde el villano es caricaturescamente perverso; y la tradición boschista de cuentos como “Los amo”, donde los personajes representan valores absolutos. Es algo cercano al agitprop (teatro de agitación y propaganda). Mientras Brecht y Weiss comprendieron que la complejidad humana reside en las contradicciones, en Serulle los personajes permanecen estáticos: no hay viaje del héroe, no hay transformación sicológica. Busca movilizar con emociones, pero no para hacerlo reflexionar desde la contradicción. Lo de Haffe es generar conciencia. Conciencia de clases.

Haffe Serulle

¿Un teatro de propaganda o una herramienta de transformación? A Haffe no le interesa el cambio en los personajes, Haffe busca cambiar la conciencia del espectador para que tome partido, para que asuma la lucha. ¿Es posible que su intención no sea la de matizar, sino amplificar una lucha?

Quizás el que debe cambiar es el espectador. Tal vez el problema no es que sus personajes sean planos, sino que su teatro nos exige tomar partido. ¿Estamos dispuestos a hacerlo?

Si el teatro es un espejo, Haffe nos muestra un reflejo claro, casi cristalino, de las luchas sociales. Tal vez sea el momento de agitar ese espejo, romperlo un poco, para que refleje también las contradicciones, las dudas y las zonas oscuras de la condición humana.

Entonces, ¿qué puede aprender un joven dramaturgo de la obra de Haffe Serulle? Primero, su valentía para abordar las heridas sociales abiertas del país. Segundo, su compromiso con un teatro que no se rinde ante la indiferencia ni la complacencia. Pero también puede aprender de sus limitaciones: la urgencia política no debería ahogar la complejidad humana. En un mundo donde las certezas se desmoronan, los personajes que dudan, que cambian, que se contradicen, resultan más creíbles y, paradójicamente, más subversivos.

Quizás el desafío para las nuevas generaciones no sea repetir el teatro de Haffe, sino expandirlo. Tomar su espíritu guerrero, pero permitir que sus personajes se equivoquen, fracasen, se rediman. En definitiva, humanizarlos. Porque el teatro —como la vida— es mucho más interesante cuando dejamos de dividirlo en blancos y negros, y nos atrevemos a explorar los matices del gris.

Vladimir Tatis Pérez

Vladimir Tatis Pérez, nacido en Santo Domingo, Distrito Nacional en el año 1968, es escritor de novelas y cuentos, además de dramaturgo y ensayista. Estudió publicidad en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) e hizo en Madrid, España, un curso de administración de empresas culturales. Autor de la novela "Mátalo", y de los libros de cuentos "La herida de Eva" y "De castigo en la azotea".

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