Fue Puro Tejada que me enteró de la edición de este libro, en su última visita al país. Sentados en mi casa, pasando revista a los tiempos y pesando los caminos, me convencía de lo distante que había estado del Taller, como para no participar en esta edición.
Le escribí lacónicamente mis felicitaciones a Ubaldo y creo que por conmiseración me encargó este texto.
Llegué al Taller la tarde de un sábado. Casa de Arte todavía me resultaba ajena. Fue descubrir que, contrario al juicio de muchos, yo no estaba mal. Había otros que como yo sentían el mismo amor por ese algo que aún no explicaba bien. Encontré un espacio que no era hostil, que escuchaba, se interesaba y soportaba los balbuceos de quien empieza a decir lo que entiende le es importante.
No quería ser escritor (ni poeta, ni narrador). Me bastaba escuchar fragmentos de la novela larga, que nunca terminaba ni terminó Jim; las eternas remembranzas de Puro queriendo compararnos con el grupo Ideas; la temprana madurez de Máximo, líder del grupo a pesar de redargüir cargo alguno (único publicado como narrador) y a Ubaldo, el más entusiasta y apasionado lector, que por esos tiempos llevaba a cuesta la redacción de su novela Los Maskaros, y tenía fresco el anecdotario uasdiano con la veneración a un parnaso de dioses morenos y sudorosos aun en la resaca de los tiempos maximizados y duros de décadas anteriores.
No eran muchos más los que entraron y salieron en esa época, recuerdo a Juan, Melvin y un señor al que apodamos Candyman, porque llegaba repartiendo golosinas. En la mentalidad de estudiante me aprendía el programa y me apresuraba a llevar una biografía del autor a tratar. Entonces la expansión se hizo con una tímida animación cultural, que involucró los videos de entrevistas que por fragmento veíamos en Sala de Arte, el programa que producía Máximo y en el que aparecieron por primera vez nuestros rostros como escritores; vinieron los recitales, las reuniones con escritores publicados internacionalmente (un imposible para nosotros) como el español Bermejo, uno chileno y el haitiano Frank Etienne (Premio Príncipe Claus, del Reino de los Países Bajos, muerto este año) y la entonces loca idea de Ubaldo, de dedicar un volumen de la revista que editaba en la capital, Escritos, a las creaciones de los miembros del Taller.
Ese fue el germen de lo que luego vino a tomar forma bajo el verso de Manuel Valldeperes Para matar la soledad (2000), cuando ya habían llegado Yeni, Altagracia, las gemelas y como estrellas fugaces Rosa, quien nunca se animó a reconocerse como parte del grupo, pero que tanto se ha insistido en vincularla y Mito, que pasaba gran parte del año en el programa de estudiantes en Hyannis Port, pero se incorporaba inmediatamente llegaba al país.
Eran aquellos los años en que la visión del país estaba mucho menos articulada. El concepto de "turismo interno" no gozaba de la promoción actual, y el Ministerio correspondiente apenas se encargaba de proyectar el interior más allá de ser un simple "rincón".
Para nosotros, sin embargo, el viaje fue un acto de exploración narrativa. Salimos a recorrer el país, y cada destino se convirtió en una fuente inagotable de historias. Fuimos a Samaná, una geografía que inspiró un sinfín de relatos; exploramos Santo Domingo, Moca y La Vega, y en cada parada, sentíamos que estábamos descubriendo un mundo nuevo, todo visto a través de la lente de la sorpresa y la curiosidad del narrador. Esos encuentros quedan plasmados hoy en fotos donde, por el tiempo transcurrido, todos somos casi irreconocibles, pero cuyas memorias forjaron nuestra identidad colectiva.
La proyección del Taller no se limitó a las provincias del Cibao. Realizamos viajes formativos constantes a la capital y, lo que es más notable, fuimos el primer y único grupo literario de Santiago en realizar un recital en solitario en Santo Domingo, fuera del contexto de Ferias del Libro o eventos preestablecidos. Fue un hito que demostró la madurez y la autonomía de nuestra voz.
Además, nuestra narrativa trascendió las fronteras insulares. De forma no presencial, nuestros cuentos llegaron a Cuba, donde aún se respiraba una atmósfera de romanticismo y fervor izquierdoso que dialogaba con nuestra propia producción. Gracias a la solidez del trabajo, a la par de las antologías, llegaron también los premios literarios y las publicaciones independientes, consolidando a los miembros del Taller como voces ineludibles en la literatura dominicana.
Pero hablando de antologías… luego vinieron Y este era el principio (2010) y Caleidoscopio (2013), cada una con su historia para juntar las historias.
Hago este cuento porque del 3 de septiembre de 1996 a este diciembre del 2025, hay huellas y viajes, recuerdos, ausencias, llegadas y partidas.
El colectivo es adulto. Tanto como pensar que tiene la edad de uno de sus autores y que es, contemporáneo de otros. También se ha expandido y de los santiagueros soñadores, pasa a un balance prácticamente escaso con la inclusión de oriundos del Cibao, sobre todo el central y norcentral.
La antología que nos convoca esta noche, la cuarta insisto, tiene además de los visitantes asiduos a las reuniones, una selección de trabajos de compañeros que partieron temprano hacia la luz.
Altagracia Pérez, la tímida, pero militante amante de las letras, una personalidad compleja a la que recuerdo con ternura; Nelson Julio Minaya, cuya presencia fue como un centellazo, no solo para el Taller sino para los que hacían vida en la casona que nos acogía Casa de Arte, espacio del cual creo nunca debimos salir.
Nelson Julio se ocupó de pasar el cedazo con su proverbial cultura y su temprana sabiduría de maestro. Las tardes en las que los hermanos colombianos, jóvenes con una inmensa experiencia lectora, se pasaban horas con detalles hermosos de las lecturas y por supuesto en un lenguaje que no es, lamentablemente, el común de nuestro medio.
También se incluyen trabajos de Napoleón Peña y Víctor Estrella, con quienes tuve un vínculo extra taller y el señor Miguel Ángel Cabrera, miembro distinguido de esa otra etapa del taller al que escasamente visité.
Siempre me ha parecido curioso que la palabra antología provenga de un origen tan poético: en el griego anthos significa "flor" y legein "recoger" o "coleccionar", una traducción simple puede asumirse como colección de flores.
Y, me dispensan si puede parecer cursi, pero la similitud le va bien: a algunos les gustarán a otros no, les parecerá buena, de calidad o no, les evocará recuerdos (alegres o dolorosos) y como un regalo de flor, marcará su memoria y corazón.
El volumen tiene una veintena de narraciones de diez autores. Y antes de los textos creo necesario señalar que a la selección le ha faltado el por qué están aquí y el cómo. Más allá de integrar el colectivo literario, urge la necesidad de explicar el proceso de selección, tanto de los miembros como de los trabajos. Es una oportunidad para elevar el rigor de antología, recordada esta como tal, aunque no sea una propiamente crítica o académica.
Pero vamos a las historias, aunque estoy decidido a evitar los spoilers, incito a la lectura. Son escritos forzosamente de este tiempo. Es notoria la voluntad de narrador por destacar la presencia de tecnologías en la vida cotidiana. En algunos casos inadvertidamente, como transcurre en nuestras vidas cotidianas; en otros, las menciones distraen la atmósfera de la narración.
Está presente la pasión descriptiva de narradores que todo lo saben y el uso, una sorpresa en relativamente noveles, del empleo de la segunda persona del singular para contar historias. Una influencia que tenemos con Aura de Carlos Fuentes, una de las lecturas iniciáticas de escritores latinoamericanos.
Las historias van de lo anecdótico y lo trágico a los abismos interiores de personales atormentados. Una de las señales características de este tiempo: la normalización de personajes con vidas de aparente calma, mientras los estragos de sus decisiones y la constante aparición de sus fantasmas persisten. Como dicen los clásicos, la procesión va por dentro.
También está la hondura filosófica, el bien que orienta y es redención, la paz que sobrepasará el entendimiento y hasta algo ético de que existe un malvado que es juzgado por el narrador. Así también la libertad del humor en algunos casos reescribiendo chistes cotidianos, lo que resulta interesante porque en la literatura dominicana, escritores que empleen el recurso de la “apropiación”, es muy escaso.
También como característica está la apuesta por el final sorpresa, se mantienen entre los elementos comunes de estos trabajos procurar un cierre redondo a la historia. Víctor Arcturus Estrella, Eudy Veras, Ynocencia Vega Ynoa, Sandra Tavárez, Eduard Tejada, Puro Tejada, Quibian Castillo Fernández, Abel Ventura Diloné, Marlon Anzellotti y Ubaldo Rosario, quienes además de sus trabajos presentan uno colectivo titulado “Incertidumbre”, se presentan en esta antología que no es sino un espejo de las inquietudes, estilos e inquietudes que se forjan en el Taller de Narradores de Santiago.
Es el resultado y principal importancia del trabajo colectivo, la crítica entre compañeros y el apoyo mutuo entre del fragor del creador en ebullición.
El espacio narrativo es tan diverso como su geografía: el lector transitará de la agonizante ruralidad o el barrio nostálgico, a la urbe neoyorquina, a espacios fantasmales y de alto vuelo creativo. Esta diversidad de voces y escenarios destaca la riqueza estilística de la compilación, que transita desde el realismo más crudo hasta la fantasía más desbordante, mostrando la inmensa versatilidad de nuestros autores.
Publicar, hoy más que en otros tiempos, es un acto de valentía. Ahora que vivimos los tiempos de la narratividad, de la instagrameabilidad, publicar una antología es un logro colectivo y una exposición a un medio cruel en juzgar e impersonal en premiar.

Es común hablar de la narrativa y lo narrativo. Si para Calderón de la Barca la vida es un todo onírico, hoy “toda la vida es cuento”.
Las redes tienen historias. Nos obligan a crear y consumir historias. Tu mensaje, aun en una conversación personal, debe tener engagement; las cosas deben suceder en un tiempo preciso, los primeros segundos son determinantes, la historia debe ser coherente y emotiva y debe tener un cierre de impacto o haber provocado la suficiente curiosidad para procurar más visualizaciones en el siguiente post.
¿Con cuáles criterios leerán los lectores presentes y futuros esta antología?
No creo que nadie tenga las respuestas. Ni una inteligencia artificial se atrevería a jugársela.
Finalmente, y ahora que cito esto de las IA´s, las ilustraciones han sido generadas por estas consultas. Aunque da un toque moderno pienso que en una obra artística debió pensarse más. Si recordamos de la primera antología el grabado que Leo Núñez nos proporcionó, estoy seguro que por originales y novedosas estas ilustraciones no trascenderán. Además de que tenemos en Santiago una impresionante cantidad de talento de ilustraciones que bien pueden ponderarse como lo hicieron algunos autores con trabajos propios de creadores no artificiales.
Ahora que estamos en navidad, que se buscan regalos oportunos, es la mejor inversión comprar y regalar libros como estos.
Invito a la lectura, en estos días en las actividades se relajan y tenemos tiempos hasta para excesos, a tomarse el tiempo de leer estas narraciones que transcurrirán con celeridad, con pasión y con entrega pues es lo que cada uno de estos autores provocó en mi como lector.
Celebro las huellas, los caminos, los viajes, la vida del Taller, a este libro y la vitalidad de la narrativa que se escribe hoy en Santiago.
¡Feliz lectura!
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