La vida humana es una convivencia incesante entre fuerzas que no escogemos y que, sin embargo, nos constituyen. En lo que denominamos nuestra anatomía oculta, palpitan compulsiones que nos empujan a repetir lo que duele; y obsesiones, que a veces iluminan sentidos profundos, aunque otras veces sólo agravan el desconcierto. Estas fuerzas internas no son ajenas a lo que somos: son, más bien, los ríos subterráneos que dan forma a nuestro carácter, a nuestros deseos, a la textura de nuestra conciencia. Vivimos entre lo que controlamos y lo que nos controla; entre lo que abrazamos y lo que nos enfrenta.
En esta convivencia, el ser humano descubre el dramatismo y la belleza de su propia condición. Y allí, justamente, un poema puede convertirse en un instrumento de revelación, en una expresión de verdades de vida, o una forma de conocimiento. No un conocimiento lógico —aunque lo toque—, sino uno más esencial: la verdad poética, que no se demuestra, sino que se reconoce como se reconoce un espejo. Hay poemas que abren puertas que ninguna teoría abre; que iluminan un recoveco de la psique; donde la ciencia, por precisar demasiado, pierde alcance.
Tal es el caso del poema de Noé Zayas, “Mi sombra”. Es este la manifestación de la poesía esencial, de lo que debe ser manifiesto mediante el poema; un decir serio, responsable en cuanto a lo que todo gran poema debe decir. Su hondura psicológica, su intuición filosófica, su estremecimiento de certeza emocional y el conocimiento de los múltiples estamentos de la conciencia humana lo convierten en una obra que dialoga simultáneamente con Jung, con el mito del minotauro, y con la tradición lírica universal. Porque aquí, la sombra —esa parte negada de nuestra psique que contiene lo reprimido, lo animal, lo no domesticado— aparece no como metáfora ligera, sino como la criatura del laberinto interior, el minotauro o sombra que todos llevamos dentro, y que cada quien debe enfrentar para no destruirse.

AQUÍ EL POEMA ÍNTEGRO:
“Ahora mi sombra y yo nos sentamos en un banco vacío de la plaza. Los dos estamos solos. Tú y tu sombra acarician el satín rojo que cubre tu cama, el cálido placer de los refugios. Yo y mi sombra sentiremos el frío hierro y la espantosa espera, no hay lugar para nosotros que no sea la grotesca noche y la sobria espesura del día, el hueco atardecer en que toda acción humana se hace amarga. Tu sombra y tú despertarán mañana, irán a jugar como cachorros sobre el tapiz de flores de cerezos. Luego, tu sombra se refugiará en ti; y lamiendo tus manos prometerá obediencia. Mi sombra, perra maldita y sin consuelo, morderá mis dos manos si intento explicarle tu ausencia. Irá corriendo como loca, maltratando a mis amigos, a los objetos que encuentre a su paso. ¿Qué hago yo sin sombra –me pregunto– y sentado en la plaza?”
La apertura del poema instala inmediatamente una escena existencial: la sombra como alteridad bestial y destino interior. No es simplemente una imagen: es una declaración de que el sujeto reconoce a su sombra como un otro con quien se convive. En la psicología profunda, esta separación indica conciencia: quien puede sentarse con su sombra ya la ha descubierto. Y no se trata de la suerte de un golpe de intuición: Noé Zayas, como psicólogo y oficiante de un conocimiento que orilla la sabiduría y prevalido de una luminosa poética de la naturaleza humana, arriba a realidades que operan en los niveles ahondados de la psique, en sintonía con los postulados jungnianos.
De manera que, en el escenario del poema de Zayas, la soledad no es sólo externa: es la soledad del que enfrenta sus fuerzas internas sin testigos, en un banco que hace de altar, alta alcoba a la que se asciende para el encuentro consigo mismo, como un espejo que se curva en cóncava geometría para mirarse en pleno reconocimiento de su real identidad. El “tú” contratante, introduce dos sujetos, dos sombras: una domesticada y la otra salvaje. En el “tú”, la sombra es dócil, entreteje el orden emocional. Esta parte habla de los que viven en armonía relativa consigo mismos. Su sombra no amenaza la convivencia. Sin embargo, hay momentos en los que lo emocional trenza cadenas, rigidez interior, por las compulsiones duras que no se calman con ternura. En este caso la sombra no es aliada, sino la parte que nos arrastra hacia zonas donde la existencia cobra el frío del banco de una desolada plaza en el gris de la tarde, grotesca, ahuyentándose aun de su realidad. Y esto está en cercanía al decir de Jung; y en cuanto a tal, la sombra puede volverse tiránica si no se le integra. El poema mapea la psique en sombras temporales, en desnuda interperie. Esta mirada del poeta Noé Zayas evidencia un conocimiento profundo del ciclo emocional humano, que no es lineal, sino fluctuante entre intensidades. Es una visión filosófica cercana al existencialismo: el mundo se experimenta según la sombra que lo habita.

Mucho hay en el texto que podría considerarse paradójico; pero no, es esa la mecánica de la existencia del hombre: el “tú” tiene futuro. El “yo”, no. Esta parte fluctuante señala una verdad psicológica poderosa: cada ser humano tiene una relación distinta con su sombra, y esa relación determina la posibilidad de alegría o de ruina emocional. La sombra no es lo malo, sino lo reprimido; y esto está sujeto a lo cultural y lo temporal, por lo que ella es una parte nuestra que sufre sin que el “yo” pueda aliviarla. Es la parte de nosotros que reacciona con violencia ante el abandono, el miedo y el dolor. Y en todo ello, Noé Zayas demuestra un dominio profundo de su psique, al describir como la sombra hiere al mismo “yo” que intenta apaciguarla; y que sin ella tampoco hay identidad. Esa es la paradoja del humano, del animal cultural; y no de la criatura biológica que no se da a reprimir los impulsos, las necesaria la reacciones de supervivencia.
“Mi sombra”, de Noé Zayas, no es solo un extraordinario poema, sino que también es un paisaje abierto hacia la compresión del proceso de interacción entrañada en nuestros planos interiores. Su profundidad psicológica, su lectura junguiana de la operatividad de la psique ponen de relieve a un poeta que busca conocerse a sí mismo, y con ello crear cercanía con la naturaleza de sus iguales; y así hacer de la poesía el modo inmediato para testimoniar sus vivencias y lo que le revela todo cuanto le apela. Con esto, “Mi sombra”, como interpretación del minotauro interior, revela verdades esenciales propias de lo que hemos venido a ser.
Aquí, en “Mi sombra, de Noé Zayas, no hay imaginería, ni intuición momentánea, sino una comprensión lúcida de la naturaleza humana, de la convivencia inevitable con nuestras fuerzas internas, y del modo en que el dolor puede enseñarnos a mirarnos con honestidad, de alguien que ha descendido a su propio laberinto y ha regresado con la sombra nombrada, reconocida y abrazada. La obra da fe de un proceso de reconciliación interior que no es teórico, sino vívido: una experiencia poética que alivia, hiere y revela.
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