El pensador dominicano e hispanoamericano sostiene que el universo es caos, o enigma; el espíritu, que es ansia de perfección, crea luz para iluminarlo, armonía para imponérsela. Con los materiales toscos del caos universal, el espíritu crea el mundo perfecto. Unas veces aspira solo a poner paz entre los hombres, y crea la moral, los ideales de libertad y justicia: su cumbre son las utopías, magnas creaciones espirituales del Mediterráneo. Otras veces, crea el espíritu su mundo perfecto en simple representación: el arte. En otras, la religión define formas ideales de vida, que los más aceptan como realidades hasta concretas. Finalmente, existe la creación espiritual pura y perfecta de una vida humana, cuando esa vida se da toda al mundo en generosidad. Tales vidas realizan la plenitud espiritual, hacen que cobre sentido, momentáneo siquiera, la existencia de todos.
Pedro Henríquez Ureña, creador de la filosofía de la perfección espiritual
La Filosofía es una de las pocas esferas del saber que le permite al ser humano obtener al mismo tiempo una visión holística sobre los múltiples fenómenos que encierra el universo y un enfoque especializado sobre la realidad en sus ámbitos material, espiritual, metafísico, ético, moral, estético, científico, tecnológico, epistémico, lógico, ideológico, teológico, religioso, histórico, cultural, artístico, lingüístico y literario.
Algunos pensadores orientan su praxis teórica en una perspectiva totalizadora, mientras que otros la encauzan al estudio de determinados contornos de la realidad. Pero son pocos los que asumen de forma armónica una visión de conjunto que les permita iluminar el camino por donde transitan y una experticia con la cual puedan ahondar en el conocimiento efectivo de determinadas aristas del cosmos. Pedro Henríquez Ureña fue uno de esos intelectuales que logró combinar en un solo haz una perspectiva integral sobre el mundo y una direccionalidad concreta en el abordaje de los diferentes elementos vinculados a la cultura.
1-Contexto en que surge la Filosofía de la Perfección Espiritual de Henríquez Ureña
En su trayectoria intelectual, Henríquez Ureña fue forjando una concepción filosófica propia, que bien podríamos denominar filosofía de la perfección espiritual, la cual se pone de manifiesto en su amplia cosmovisión del mundo, de la cultura, de la historia, de la literatura y del lenguaje, pero donde el ansia infinita de perfección del espíritu se convierte en su brújula orientadora en el inmenso, ignoto y caótico piélago del universo plural.
Esta concepción de Henríquez Ureña es necesario enmarcarla en la errancia perpetua que le tocó vivir por razones políticas, económicas y formativas, desde Santo Domingo a Cabo Haitiano, La Habana y Santiago de Cuba, Veracruz y Distrito Federal de México, Nueva York, Washington, Minnesota, Chicago y Cambridge de los Estados Unidos de América, Buenos Aires y La Plata de Argentina, Santiago de Chile; Madrid, España, y en París, Francia, tal como revela uno de sus biógrafos intelectuales más autorizados, el destacado escritor dominicano, filólogo, diplomático y Premio Nacional de Literatura, Andrés L. Mateo. En la introducción del libro dedicado a estudiar la itinerancia de Henríquez Ureña, Mateo traza de una forma muy peculiar el itinerario de la fecunda vida intelectual de este personaje:
La biografía de Pedro Henríquez Ureña está en sus libros, quedó en las aulas, se desplegó en las miles de conferencias que dictó, tomó forma humana en sus alumnos, y saltó a ser leyenda, magisterio y paradigma del mundo americano. Este libro no es una biografía, esculpe una cartografía angustiosa de su vida itinerante, y deja en el aire la formidable verificación de una existencia enteramente dedicada al estudio, el trabajo, el engrandecimiento personal y la entrega a los demás. No son batallas, guerras o luchas por el poder las pinceladas heroicas que adornan sus cualidades, sino realizaciones espirituales, grandes bregas por desentrañar la especificidad de nuestra historia particular, infinitos mundos por descubrir desde las manifestaciones artísticas americanas, ansias inaguantables por darle una personalidad propia al continente. Este libro bordea, por lo tanto, los contornos de su propia vida, lo que es posible extraer de su peregrinaje intelectual por América, el desgarrón del suelo nativo, y el exilio interior, que lo marcó tanto como el desarraigo forzado. Antes hubiera sido imposible escribir estas notas; su vida de monje encerrado en el estudio y la investigación, su carácter reservado, no dejaban un resquicio por donde penetrar a su intimidad. Pero recientemente se han publicado sus Notas biográficas, su Diario y sus Notas de viaje; y antes habían salido a la luz Hermano y maestro, de Max Henríquez Ureña; el epistolario familiar y el Epistolario íntimo con Alfonso Reyes; así como las notas de su hija Sonia Henríquez, todo lo cual permite ordenar un itinerario más o menos apretado de su intensa y fértil vida.[1]
El laureado escritor y diplomático dominicano continúa sus palabras de exaltación al más universal de los intelectuales de la República Dominicana, destacando sus aportes éticos, humanísticos y de erudito en beneficio de la juventud dominicana y americana:
Estas notas son hijas de la admiración y el aprecio por el modelo de vida intelectual que él personifica, empinada siempre sobre un ideal ético. Persiguen presentarlo a la juventud dominicana y de América como un referente, en un momento de la humanidad en que estos paradigmas del saber se extinguen. Vida fértil, múltiple y plural, ningún libro podría atraparla, ninguna exégesis contenerla, ninguna época desbordarla. El sublime magisterio que encarna no lo ha degradado el tiempo, ha resistido todas las pruebas, y se refugia esplendente en la máxima que él mismo acuñó: “Afinar, definir, con ansia de perfección. El ansia de perfección es la única norma”. Su vida, su pensamiento, sus libros son la mejor muestra de que “el ansia de perfección” coronó sus desvelos.[2]
Henríquez Ureña también forjó su visión filosófica a partir de las experiencias vividas tanto en las luchas y guerras intestinas permanentes que vivieron República Dominicana, Haití, Cuba y México, desde las génesis de sus procesos independentistas a inicios del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX. En este periodo, los Estados Unidos de América procedieron a invadir los diferentes países latinoamericanos y caribeños para asegurarse el dominio de su traspatio con la puesta en práctica de las políticas de la Doctrina del Destino Manifiesto, la Doctrina Monroe, el Gran Garrote, la Diplomacia Cañonera y el Corolario Roosevelt, a las cuales criticó acremente. Asimismo, en la primera mitad del siglo XX, se produjeron dos hecatombes militares que estremecieron al globo terráqueo, la primera y la segunda guerra mundiales ocurridas entre 1914 y 1945, las cuales trajeron consigo la muerte de más de 70 millones de personas y más de 600 millones de heridos y mutilados.
Todas esas circunstancias motivaron en Henríquez Ureña la búsqueda de una filosofía espiritualista que le permitiera elevarse más allá del caos cósmico que se cernía para toda la humanidad en aquel contexto aciago y pesaroso. Por tales razones, Henríquez Ureña prefirió adscribirse a la metafísica, en lugar de vincularse a otras corrientes de pensamiento como el positivismo que prevalecía en México desde finales del siglo XIX e inicios del siglo XX y que sustentaron Eugenio María de Hostos y sus padres, Francisco Henríquez y Carvajal y Salomé Ureña, en la República Dominicana o el materialismo dialéctico e histórico, al que se adscribió su gran amigo, el pintor Diego Rivera, quien se integró al Partido Comunista de México en 1922, del que posteriormente sería precandidato a la Presidencia de la República de la nación mexicana, y sería impulsor, junto al político e intelectual ruso León Trotsky, de la creación de la IV Internacional de Trabajadores en México.
2-Valoración de varios pensadores sobre la reflexión filosófica pura de Henríquez Ureña
Algunos pensadores, como Eugenio Pucciarelli, Andrés Avelino y Juan Isidro Jimenes-Grullón, entre otros, opinan que Henríquez Ureña no fue un filósofo en el sentido técnico del término, por cuanto no se dedicó exclusivamente a la reflexión e investigación filosófica pura.
Sin duda alguna, Henríquez Ureña no se dedicó única y exclusivamente al ejercicio de la reflexión y la producción filosófica pura. Ahora bien, si se parte del supuesto de que la filosofía abarca una diversidad de saberes que arrojan luz sobre el cosmos, la sociedad y el espíritu, como las ciencias, las artes, las letras, la historia, las humanidades y la cultura en general, entonces sí se le podría considerar filósofo, cuando menos filósofo de la cultura. No es ocioso destacar que en cada uno de estos ámbitos de la realidad encontramos reflexiones sumamente originales y muy bien fundamentadas en la obra de este trascendente pensador dominicano e hispanoamericano.
La filosofía de Pedro Henríquez Ureña, en lo fundamental, está orientada a la perfección del espíritu humano, a la definición de un perfil identitario histórico-cultural propio para las naciones hispanoamericanas y a la construcción de una patria de la justicia, donde se logre de forma plena la emancipación del brazo y la inteligencia, la democracia participativa, la libertad de pensamiento y la equidad social.
Ahora se procederá a examinar la visión que sobre Henríquez Ureña tenían varios pensadores hispanoamericanos, donde resaltan los atributos y puntos débiles de la producción intelectual de este dominicano de trascendencia universal en el ámbito de la filosofía y las humanidades.
El filósofo argentino Eugenio Pucciarelli, uno de sus más notables discípulos, nos presenta a Pedro Henríquez Ureña como el pensador de una visión integral en torno a la cultura y sus diferentes manifestaciones, en las cuales ocupan un lugar importante sus reflexiones sobre el mundo de la filosofía, tomando como referente a las más grandes figuras del pensamiento clásico, moderno y contemporáneo, como son: Platón, Kant y Hegel. Observemos:
Pedro Henríquez Ureña, que no perteneció al gremio de los filósofos, no disimulaba, sin embargo, sus intereses filosóficos. Los exteriorizaba en su actitud ante la vida y ante la cultura; en la atención que prestaba a los problemas estéticos y en su clara y bien razonada posición moral. Sus posiciones minuciosas en los dominios de la literatura y de la lengua –que siempre marcaron sus preferencias- no le habían adormecido el gusto por las ideas generales, que concebía como caminos de acceso al corazón de la realidad. Enseñaba a afrontar los problemas con criterio independiente y a pensar las cosas desde la raíz. No ocultaba su gusto por la especulación y, en una época en que la metafísica padecía aún el desdén de los positivistas devotos de la ciencia, proclamaba en alta voz el derecho inalienable de la metafísica. Sin restar valor a lo empírico, asignaba a la metafísica la misión de unificar las concepciones humanas, de lograr la ‘totalización de la experiencia’, de ‘pensar las cosas en conjunto’, y, con certero conocimiento de la historia de la filosofía, ponía la primera caracterización bajo el signo de Kant y reclamaba, para la segunda, el alto padrinazgo de Hegel. No ocultaba sus simpatías por uno y otro, en la medida en que, hasta ambos, y con acentos diferentes, llega el aliento de Platón.[3]
En torno a Henríquez Ureña también nos dice el físico, novelista y destacado ensayista argentino, Ernesto Sábato, que no era un filósofo puro, pero que toda su producción intelectual estuvo orientada por una preclara concepción del mundo. Al tiempo de señalar su gran vinculación con el platonismo, destaca en Henríquez Ureña una postura muy personalista, la que le permitió aquilatar en su justa dimensión tanto el pensamiento abstracto, relacionado con la lógica y la matemática, como los más intrincados versos de la poesía parnasiana y surrealista. Es por ello por lo que visualizaba en el pensador dominicano una especie de espíritu de síntesis, que lograba armonizar el pensamiento racional con el mundo de las emociones estéticas. Veamos lo que plantea Sábato al respecto:
Si bien Henríquez Ureña no era un filósofo en sentido estricto, todas sus ideas literarias o sociales, estéticas o políticas, emanaban de una bien definida concepción del mundo…Concepción del mundo que se iba desplegando e integrando con aquel diálogo perpetuo y con aquella invariable cortesía, que le hacía admitir hasta las preguntas más chocantes de un alumno que estimaba…Aunque de estirpe platónica, yo me inclinaría a afirmar que su pensamiento estaba muy cerca del personalismo. Así lo señalan su encarnizada defensa del hombre concreto, su posición contra la tecnolatría y, al mismo tiempo, su fe en las ideas y en la razón vital. De modo que, si era un enemigo del cientificismo, también era un enemigo del puro irracionalismo. Fue el suyo un equilibrio muy feliz y muy adecuado a su temperamento, tan propenso a sentir la emoción intelectual de una demostración matemática bien hecha como conmoverse ante los poemas más ininteligibles de Rimbaud. Fue un espíritu de síntesis, que ansiaba armonizar el mundo de la razón con el de la inspiración irracional, el universo de la ciencia con el de la creación artística.[4]
Acaso la definición que da el también escritor argentino Jorge Luis Borges en torno a Henríquez Ureña es la que más lo retrata de cuerpo entero y de espíritu. En ella habla de su carácter reservado, al utilizar un método indirecto para referirse a determinados fenómenos o textos de forma crítica, que su sola presencia y capacidad le permitía discriminar entre las cosas de gran valor y las que lo tienen en menor medida, de su actitud firme ante la injusticia o puntos de vistas equivocados, de su disposición a reconocer y alabar aquello que vale la pena y de que su memoria enciclopédica era un preciso museo de las literaturas, que él tanto amó, estudió y criticó con el más elevado nivel y sentido:
De Pedro Henríquez Ureña sé que no era varón de muchas palabras. Su método, como el de todos los maestros genuinos, era indirecto. Bastaba su presencia para la discriminación y el rigor… Rara vez condescendía a la censura de hombres o de pareceres equivocados; yo le he oído afirmar que es innecesario fustigar el error porque éste por sí solo se desbarata. Le gustaba alabar; su memoria era un preciso museo de las literaturas.[5]
En tanto que Andrés Avelino, el más prolífico y profundo de los filósofos dominicanos, tenía en muy alta estima los ensayos de crítica filosófica escritos por Henríquez Ureña, en quien reconoció sobrado talento para haber logrado un espacio de primer orden entre los filósofos, si se hubiese consagrado exclusivamente al ejercicio teórico del pensamiento puro. No obstante, reconoce el gran influjo que tuvo en él Platón, al tiempo que le distingue por poseer una amplia cultura filosófica en tanto pensador, crítico y escritor. Sobre este particular, Avelino afirma:
No debe considerarse la obra filosófica del gran crítico como algo realizado al acaso, en medio de los titubeos de la juventud, por el que desconoce aún el propio surco de su vida, intenta uno y lo abandona por impericia. El crítico no pretendió nunca ser filósofo estricto, pues si tal cosa hubiera anhelado, tal hubiera sido; tenía sobrados talentos para ello. Pedro Henríquez Ureña sabe que no se puede ser crítico sin filosofar, sin tener una sólida cultura filosófica y buscar su propia orientación en ella… La admiración del crítico a la obra platónica lo abroquela contra toda contaminación maleante del pensamiento contemporáneo. De Pedro Henríquez Ureña no se puede decir que es un filósofo a secas. Pero se puede decir algo más, que es un pensador, un crítico de amplia cultura filosófica, un escritor que reflexiona sus juicios críticos en actitud objetiva, filosófica. De ahí la profundidad y justeza de sus admirables ensayos críticos.[6]
De su lado, el destacado médico psiquiatra, pensador social y filósofo dominicano Juan Isidro Jimenes-Grullón sostuvo que Pedro Henríquez Ureña carecía de conocimientos filosóficos profundos, razón por la cual le atribuye una concepción filosófica espiritualista, diametralmente opuesta a su concepción marxista.
Con esta ponderación negadora de los aportes de Henríquez Ureña, Jimenes-Grullón asumió una posición dogmática en el ámbito de la filosofía marxista, obviando así la ponderación positiva que hicieran Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir Lenin en torno a grandes filósofos idealistas y literatos alemanes y rusos de factura burguesa o pequeño burguesa como Immanuel Kant, Frederick Hegel, Heinrich Heine, Johann Goethe, Ernst Mach, Richard Heinrich Ludwig Avenarius, Fiódor Dostoyevski, León Tolstói e Iván Turguénev, entre otros, ante quienes expresaron posiciones divergentes en el ámbito político y filosófico, pero sin que ello fuera óbice para dejar de reconocerles sus grandes aportes a la humanidad y le citaran en sus obras más trascendentes, como La Ideología Alemana, El Capital, Materialismo y Empiriocriticismo, entre otras.
Jimenes-Grullón se expresa del siguiente modo en torno al gran humanista y crítico dominicano e hispanoamericano:
Sin conocimientos a fondo de filosofía -su obra así lo revela- Henríquez Ureña se presenta, desde temprano, como un consumado idealista. A ello lo condujo, según parece, su fervor por Platón. Confirma este fervor su amigo íntimo -y como él, gran prosista- Alfonso Reyes, al afirmar que ´fue característica suya el mantener una temperatura de fantasía racional´, a lo cual añade: ´Los universales regían su mente y jamás los perdía de vista´. ¿Qué quiere esto decir? Que las esencias platónicas lo dominaban y que, al igual que el creador de estas esencias, pretendió racionalizar lo fantástico, dándole primacía sobre lo real. Esto explica su frecuente recurso a la utopía -que a su juicio es una realidad ´con caracteres plenamente humanos y espirituales´- y su tendencia a ver en la cultura a lo nacido estrictamente del espíritu. En esta actitud fue indudablemente lejos: llegó a escribirle a una amiga: ´ ¿Por qué crees que no me gustan tus páginas místicas? Yo también soy místico. Tengo especial afición a cosas místicas de cierto tipo. Quizás tengo un misticismo informulado, quizás un misticismo ético´… Esta confesión es elocuente. Pone al desnudo su espiritualismo. Es más: tiende a ubicarlo en el plano religioso, ya que todo ´misticismo ético´ es forzosamente irracional y se basa en la supuesta voluntad divina.[7]
Jimenes-Grullón yerra al sostener que Henríquez Ureña no tenía conocimientos profundos de filosofía, sea por prejuicio o diferencia de concepción con este pensador de trascendencia continental y universal. El hecho de que Henríquez Ureña haya abandonado conscientemente la concepción filosófica positivista para abrazar públicamente el idealismo o la perspectiva metafísica no constituye un argumento sólido para descalificarle como filósofo o pensador, máxime si el mismo Jimenes-Grullón le reconoce haber asumido la concepción platónica, donde adquiere mayor primacía el mundo de las ideas, del espíritu o de lo suprasensible con respecto a la realidad concreta o al mundo de lo sensible.
Tendría más pertinencia una crítica profunda de Jimenes-Grullón a la adscripción de Henríquez Ureña al idealismo filosófico, en lugar de haber abrazado las ideas postuladas por la corriente filosófica del materialismo dialéctico e histórico de Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir Lenin. Esta corriente era, sin lugar a duda, la más avanzada de la época en que le tocó vivir, la cual no desconocía, puesto que incluso el escritor peruano de orientación marxista, José Carlos Mariátegui, llegó a elogiarle por su original obra Seis ensayos en busca de nuestra expresión, así como por su certera visión crítica en el ámbito literario.
El doctor Jimenes-Grullón tuvo ocasión de conocer a Pedro Henríquez Ureña cuando llegó desde Argentina a Santo Domingo el 15 de diciembre de 1931 para ocupar el cargo de Superintendente General de Educación en el recién instalado gobierno del general Rafael Leónidas Trujillo Molina. A ese régimen, Jimenes-Grullón lo adversaría abiertamente a partir de 1934, mientras que Henríquez Ureña renunciaría a su cargo en el mes de junio del año 1933, para no aceptar jamás ocupar nuevas responsabilidades en un gobierno que poco a poco se iba convirtiendo en un régimen totalitario y donde día por día primaba la adulonería y el culto a la personalidad, con expresiones tales como: “El Jefe”, “El Generalísimo”, “El Benefactor de la Patria” o “El Padre de la Patria Nueva”, entre otras.
Pocos días después del regreso de Pedro Henríquez Ureña a su ciudad natal, Santo Domingo, el 31 de enero de 1932 fue invitado a dictar una conferencia en la Sociedad “Amante de la Luz” de Santiago de los Caballeros, en la que su presidente, Juan Isidro Jimenes-Grullón, fue quien dio el discurso de bienvenida al gran humanista, donde expresó estas emotivas palabras:
La Juventud lo ha visto a Usted, Doctor Pedro Henríquez Ureña y le ha llamado MAESTRO porque su vida de virtud y de consagración al pensamiento alto ha marchado de manos con esa obra intelectual fecunda y reluciente que nos trae reminiscencias del viejo milagro griego…Sobriedad, armonía y medida prodigan sus libros; sobriedad, armonía y medida que lo destacan como uno de los más conspicuos continuadores de la tradición helénica. No pretendo hacer un estudio crítico de su obra. Ya muchos lo han hecho, tal vez prematuramente, dado todo cuanto tiene aún en potencia su mentalidad joven y robusta. Quiero solamente hacer resaltar ante la Sociedad de Santiago, la fuerza continente de su personalidad literaria, que no contenta con escudriñar los orígenes de la versificación irregular en la poesía castellana, rompe las cadenas de la escolástica, y enfoca, en La Utopía de América, nuestras posibilidades para el cumplimiento de un gran Destino. Orgullosa se siente la Sociedad “Amantes de la Luz” recibiéndolo y escuchándolo esta noche. Ella, así como la Juventud Dominicana que no ha vendido sus corazones y que supo aplaudir con entusiasmo su llegada, está segura, que en vez de defraudar usted nuestras esperanzas, seguirá dándole, al renovar e independizar tal vez la más exhausta e importante de las instituciones de la Patria: La Escuela. Así, si hoy lo amamos y lo admiramos, mañana lo adoraremos y lo reverenciaremos. En nuestros corazones florecerán para Ud., multiplicadas, rosas de gracias, y su nombre será fuerza viva con la cual diremos a la vieja Europa de Sorel y Nietzsche y a la América de William James: `He aquí un verdadero sabio, un clérigo que no traiciona.`[8]
Es entendible que Jimenes-Grullón mantuviera diferencias en el ámbito filosófico con Henríquez Ureña, por cuanto ambos abrazan concepciones del mundo totalmente contrapuestas. Pero esto no era suficiente para que el eminente médico-psiquiatra llegara a la descalificación y dejara de reconocer los altos vuelos reflexivos del gran humanista dominicano.
Es importante destacar como un aspecto muy positivo y coincidente con el marxismo, el planteamiento de Henríquez Ureña relativo a la construcción de una sociedad utópica, donde “el ideal de justicia prevalezca sobre el ideal de cultura” y donde se logre “la emancipación del brazo y de la inteligencia”, que era la utopía que él anhelaba para toda América. Esta postura es muy próxima al marxismo, hasta el punto de que algunos podrían pensar que Henríquez Ureña era partidario de que en América se estableciera la sociedad comunista, tal como la plantearon Karl Marx, Friedrich Engels, Vladimir Ilich Lenin, León Trotsky, Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, Mao Tsé Tung, José Carlos Mariátegui, Ernesto Che Guevara, Fidel Castro y otros. ¿O no es acaso utópica la idea esbozada por Marx en su texto Crítica del Programa de Gotha, cuando expresó?:
En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades![9]
La formación filosófica que poseía Henríquez Ureña es una verdad irrefutable que no amerita más demostración que sus propias reflexiones, dadas a conocer al mundo a través de sus Memorias-Diario-Notas de Viajes, En la Orilla: Gustos y Colores, Seis Ensayos en Busca de Nuestra Expresión, Historia de la Cultura en la América Hispánica, Las Corrientes Literarias en la América Hispánica y en sus consistentes ensayos de crítica filosófica contenidos en sus textos Ensayos Críticos y Horas de Estudio, entre otros. En ellos fluyen las referencias críticas a las corrientes de pensamiento más influyentes de épocas pretéritas y de su época, como el platonismo, la ética y la política de Spinoza, la ilustración, el kantismo, el hegelianismo, el positivismo, el pragmatismo, el nietzscheanismo, la concepción filosófica y del lenguaje de Andrés Bello, el hostosianismo, el arielismo de Rodó y el desarrollo de un pensamiento filosófico original en Hispanoamérica.
Si bien el pináculo de la producción intelectual de Henríquez Ureña es necesario buscarlo en sus ensayos de filosofía de la cultura, historia de la cultura, filología, lingüística y literatura, no es menos cierto que hay que quitarse el sombrero ante este pensador inigualable cuando de filosofía pura se trata, debido a su gran formación y a la bien documentada información que poseía sobre el curso seguido por el pensamiento filosófico clásico, medieval, moderno y contemporáneo, tanto de Oriente como de Occidente.
La perspectiva filosófica de Henríquez Ureña estuvo signada por la influencia de diferentes corrientes de pensamiento en los distintos momentos de su formación intelectual, entre las que destacan el positivismo, el spinozismo, el platonismo, el misticismo, el enciclopedismo, la ilustración, el kantismo, el hegelianismo, el santayanismo, el arielismo y la filosofía postulada por el gran humanista latinoamericano Andrés Bello. Las corrientes que dejaron huellas más profundas e imborrables en este pensador inigualable en todo el trayecto de su carrera intelectual fueron el platonismo, el spinozismo, el positivismo, el arielismo y la filosofía de la independencia espiritual de Andrés Bello, en tanto que las demás corrientes de pensamiento sólo tuvieron un impacto pasajero o parcial en ciertas etapas de su proceso formativo.
3-La filosofía de la perfección espiritual de Pedro Henríquez Ureña
El estudio a fondo de los diferentes autores de la literatura griega, de las múltiples corrientes filosóficas de esta civilización y de los pensamientos socrático y platónico, en particular, contribuirían en gran medida al giro total que Pedro Henríquez Ureña dio a su pensamiento en el ámbito filosófico.
Para comprender ese giro radical es necesario adentrarnos en las concepciones que asumió Henríquez Ureña, en consonancia con el espíritu griego y platónico, donde el mundo ontológico es entendido como un “caos” y donde el ente epistemológico, el “espíritu”, se presenta como el ente ordenador por excelencia del caos cósmico que constituye el universo. Así lo expresa el propio Henríquez Ureña cuando escribe:
En el principio era el caos…El caos no ha desaparecido: está en torno nuestro a toda hora. Para el espíritu, el universo es caos. Armonioso quizás, sumiso a leyes, el mundo de la materia y de la energía física; pero enigmático el mundo del espíritu: nada lo justifica, nada lo explica. ¿Qué valor definitivo ha de tener el mundo espiritual, si su término natural es la extinción completa? ¿A qué entonces, el esfuerzo continuo de creación en que se agita el espíritu?[10]
Como se puede observar, Henríquez Ureña no sólo sitúa al caos en el surgimiento del cosmos, sino que lo visualiza como parte de la cotidianidad en que vive el ser humano de la época actual. Al mismo tiempo expresa que si bien es cierto el mundo material y energético puede existir armonioso y sujeto a leyes, no ocurre lo mismo con el espíritu, al que define como enigmático, injustificable e inexplicable. De igual modo, cuestiona el valor decisivo del mundo espiritual, el esfuerzo sempiterno de creación en que se envuelve, si su destino natural es el ocaso o la mortandad inexorable.
En su obra Teogonía, el poeta griego Hesíodo, al igual que Henríquez Ureña, afirma que el mundo es un caos, al que concibe como la génesis de todo lo existente: la madre tierra, el amor, la voluntad, el cosmos, la noche, el día, el cielo, las montañas, los océanos y los mares, cuando expresa:
En primer lugar existió el Caos. Después Gea la de amplio pecho, Cosmogonía sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. [En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro.] Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos. Del Caos surgieron Érebo y la negra Noche. De la Noche a su vez nacieron el Éter y el Día, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Érebo. Gea alumbró primero al estrellado Urano con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas partes y poder ser así sede siempre segura para los felices dioses. También dio a luz a las grandes Montañas, deliciosa morada de diosas, las Ninfas que habitan en los boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril piélago de agitadas olas, el Ponto, sin mediar el grato comercio.[11]

Como se puede ver, Hesíodo al igual que otros autores griegos, le atribuían al “caos”, los fundamentos primigenios del cosmos y de todo lo existente en el mundo material y espiritual. Esto revela los lazos profundos e indisolubles que estableció Henríquez Ureña con la cultura y la civilización griega, hasta el punto de abrazar esa perspectiva caótica del mundo, estimulado por las dos conflagraciones mundiales que le tocó presenciar con gran horror. No conforme con su nivel de reflexión sobre el “caos”, Henríquez Ureña profundiza aún más en los nexos que vinculan al universo y al espíritu, llegando a otorgarle al mundo espiritual propiedades y características singulares, hasta llevarlo al nivel de organizar la caotidad que representa la naturaleza. Observemos:
Como el universo es caos, o enigma, o enigma, el espíritu, que es ansia de perfección, crea luz para iluminarlo, armonía para imponérsela. Con los materiales toscos del caos universal, el espíritu crea el mundo perfecto. Unas veces aspira solo a poner paz entre los hombres, y crea la moral, los ideales de libertad y justicia: su cumbre son las utopías, magnas creaciones espirituales del Mediterráneo. Otras veces, crea el espíritu su mundo perfecto en simple representación: el arte. Otras, en fin, la religión define –definía- formas ideales de vida, que los más aceptan como realidades hasta concretas. Finalmente, existe la creación espiritual pura y perfecta de una vida humana, cuando esa vida se da toda al mundo en generosidad. Tales vidas realizan la plenitud espiritual, hacen que cobre sentido, momentáneo siquiera, la existencia de todos.[12]
Henríquez Ureña llega a darle preeminencia al mundo espiritual por encima del mundo material, siguiendo las huellas del gran Platón, para quien el mundo sensible no es más que un reflejo del mundo suprasensible o el mundo de las ideas. De su lado, el pensador dominicano, concibe al mundo espiritual como ansia de perfección, creador de luz para iluminar el cosmos y generador de armonía para lograr el equilibrio de todo lo existente.
Más aún: Henríquez Ureña afirma que, con las materias primas rústicas del caos universal, el espíritu es capaz de crear el mundo perfecto. Cuando el espíritu anhela lograr concordia entre los seres humanos, procede a crear la moral. Busca la libertad y la justicia a través de las utopías, que son sus cumbres, en tanto creaciones espirituales magnas; crea su mundo perfecto a través del arte, mediante simples representaciones; define formas ideales de vida mediante la religión y llega a su nivel más elevado con la creación espiritual pura y perfecta del ser humano, máxime cuando este se entrega al mundo en total plenitud, logrando así que cobre sentido la existencia de toda la humanidad.
Es en ese contexto que encuentra justificación su extremada concepción filosófica espiritualista, la que bautiza con el nombre propio de ansia de perfección. De aquí se desprende la idea, que hemos asumido en esta investigación, de que Henríquez Ureña debe ser considerado como el creador por excelencia de la filosofía de la perfección espiritual del ser humano.
Tuvieron sobradas razones quienes denominaron a Pedro Henríquez Ureña el Sócrates de América, por su cercanía con las ideas morales y espirituales de esta figura clave de la filosofía griega, siempre orientadas a mantener en sus discípulos las ideas de virtud, bien y justicia. Pero Henríquez Ureña se diferenció de Sócrates en el hecho de que tuvo la posibilidad de escribir y publicar gran parte de las ideas que concibió, mientras que a las del gran maestro griego sólo hemos podido acceder a través de los múltiples diálogos que su discípulo Platón logró plasmar en sus obras para la posteridad. El pensador dominicano definió a Sócrates en los términos siguientes:
Al recorrer la atestada galería de figuras que llamamos historia de la civilización occidental, nos detenemos siempre en Sócrates. Inútil compararlo con los fundadores de religiones; esos, aunque hayan sido hombres, paran en dioses, y a la doctrina que predicaron se suman la que heredaron con su tradición nacional y la que sus sucesores inventan en nombre suyo. Aventurado, sino imposible, decidir qué significación le atribuiríamos si conserváramos su doctrina sola y no como base de una iglesia; si, por ejemplo, Jesús no fuera “el Cristo” y Sakia Muni “el Buda”; Sócrates no sólo no es fundador de religión; es lo contrario: no en absoluto el inventor de la razón, pero sí su héroe y mártir, el que aspiró a someterle todos los problemas de la vida, el fundador de “la virtud que en la razón se inspira”. Por eso es Sócrates el hombre máximo que ha nacido en Europa; es aquel cuya influencia ha durado más y durará mientras la civilización occidental no pierda –como no ha perdido aún, a pesar de todos los vaivenes, a pesar de todas las rectificaciones- la fe en la razón. Sin Sócrates, la civilización occidental carecería de su héroe epónimo… ¿Qué la obra de Sócrates se hubiera cumplido sin él? ¡Quién sabe! Las explicaciones deterministas de la historia quieren que los sucesos humanos ocurran en fecha fija, con héroes o sin héroes, o, como diría en gusto romántico, con genios o sin genios.[13]
El gran influjo de Sócrates sobre el conjunto de la civilización occidental es aquilatado por Henríquez Ureña en su justa dimensión, al otorgarle el título de héroe y mártir de la razón, al tiempo de definirlo como el fundador de la virtud que se inspira en la razón. Sócrates es el filósofo que traza un nuevo derrotero a la filosofía griega y a la filosofía de occidente en general, cuando, sin quitarle importancia a la discusión en torno a los diferentes aspectos del mundo físico y metafísico, fija su mirada filosófica en el conjunto de los atributos éticos, morales y espirituales del ser humano.
Mediante la utilización del método de la Mayéutica, en abierta discusión con los personajes más destacados de la Atenas de entonces, Sócrates lograba que sus interlocutores sacaran de su interior los conocimientos que poseían para resolver cualquier enigma o problema. Para lograr su propósito, el pensador ateniense procedía a formularles una serie de preguntas lógicamente estructuradas a sus oponentes hasta que aquellos reconocieran sus errores de percepción o pudieran dar las respuestas asertivas que el pensador esperaba en torno a los distintos temas en discusión.
La virtud, el amor, la familia, el bien, el mal, la justicia, la bondad, la belleza, el arte, la felicidad, el deseo, el placer, la realidad, los sentidos, la memoria, la imaginación, el conocimiento, la ciencia, la técnica, las ideas, lo órfico, lo divino, lo trágico, lo cómico, la personalidad humana, la retórica, la educación, la lógica, la política, el Estado, la polis o la ciudad, los regímenes políticos (aristocracia, tiranía, democracia, oligarquía, timocracia..), la libertad, las constituciones, la misión del ciudadano o del filósofo y una infinita agenda temática corren de la mano del discurso poético y filosófico de Platón, casi siempre teniendo como personaje central a Sócrates.
El escenario favorito de los diálogos platónicos no es la academia –como él llamaría posteriormente a su escuela-, sino la plaza pública, un encuentro casual, el trayecto hacia un lugar determinado o una reunión o simposio en casa de un amigo, donde no se puede determinar con exactitud cuáles ideas corresponden estrictamente a Sócrates y cuáles a Platón; detrás de cuáles reflexiones socráticas están las ideas platónicas o delante de cuáles reflexiones platónicas están las ideas socráticas.

Tratando de buscar la trascendencia de Platón en épocas recientes, Henríquez Ureña suscribe la visión de Walter Pater, de que el genio platónico se caracteriza por la fusión de elementos espirituales diversos y aún opuestos. Platón es visto como el amante de las ideas por excelencia; una naturaleza que despierta todos los halagos del sentido y la imaginación; un espíritu seducido por la belleza y educado por el amor en la fina y variada percepción del mundo externo, sin excluir su aspecto humorístico; una facultad poética que encierra en sí la potencialidad de una Odisea o de cantos como los de Safo; un hombre de escuela, ávido de verdad y empeñado en el trabajo, y, al mismo tiempo, capaz de reconocer en su propio yo, primordial objeto de interés inagotable; un amante, en fin, de la templanza, que, por su propio esfuerzo y la influencia de Sócrates, se eleva a la austeridad, a la contemplación del mundo ideal, a la concepción de lo trascendente y lo abstracto, llevando hasta allí, a pesar de sus exageraciones intelectualistas y éticas, toda su riqueza de imaginación y sensibilidad, merced a la cual su filosofía es testimonio vívido de lo invisible y lo desconocido.
El pensador dominicano sostiene que el temperamento platónico se ve reproducido en la edad moderna, no en los filósofos principalmente, sino en los poetas, porque de acuerdo con lo dicho por Menéndez y Pelayo, Platón pertenece hoy más a la literatura que a la filosofía, a pesar de que sigue influyendo en las evoluciones de la especulación moderna. En tal sentido señala a Goethe y a Shelley como dos poetas que lograron armonizar la facultad poética con el amor a las ideas, llegando de esa manera incluso a superar al propio Platón, aunque no fueron platónicos. Por el contrario, en el caso de Oscar Wilde, un discípulo rebelde de Platón, el aliento poético no es lo que refulge en su prosa, a pesar de que las circunstancias lo obligaron a penetrar en las intrincadas selvas de su yo.
Platón es, sin lugar a duda, el pensador griego que más influencia ha ejercido en los diferentes ámbitos de la cultura occidental y en los más diversos pensadores de Europa e Hispanoamérica de las diferentes épocas. La impronta del filósofo ateniense, así como de los grandes literatos y pensadores de la antigua Grecia, fue determinante en la formación intelectual y en la definición del gran apostolado humanístico de Pedro Henríquez Ureña. Por tanto, se podría afirmar, sin que ello pueda interpretarse como una especie de herejía intelectual, que su filosofía de la perfección espiritual es inconcebible sin la marca indeleble del platonismo y de la cultura helénica.
La concepción que tenía Platón en torno al filósofo, conforme lo resume Jaeger, es la definición que más se aproxima a lo que en vida fue Henríquez Ureña:
A pesar de que la palabra filósofo encierra en el lenguaje de Platón, como en seguida veremos, un contenido tan grande de disciplina dialéctica de la inteligencia presenta en primer término un sentimiento más amplio y fundamental, que es el de ´amante de la cultura´, designándose así la personalidad humana altamente cultivada. Platón se representa al filósofo como un hombre de gran memoria, de rápida percepción y afanoso saber. Este hombre desprecia todo lo pequeño, su mirada se remonta siempre al aspecto del conjunto de las cosas y abarca desde una atalaya muy alta la existencia y el tiempo. No tiene en gran estima la vida ni siente gran aprecio por los bienes exteriores. Todo lo que sea jactancia le es ajeno. Es grande en todo, pero sin dejar de poseer por ello cierto encanto. Es un ´amigo y pariente´ de la verdad, de la justicia, de la valentía, del dominio de sí mismo. Platón cree en la posibilidad de llegar a realizar este tipo de hombre por medio de una selección temprana e ininterrumpida, por obra de una educación ideal y por la madurez de los años.[14]
El retrato que hace Jaeger de la concepción que tenía Platón sobre el filósofo, se corresponde totalmente con la praxis teórica, visión metafísica, estética, ética y moral que en vida asumió Pedro Henríquez Ureña, conforme a lo expresado sobre él por sus discípulos y condiscípulos en cuanto a su carácter, proceder, formación, sabiduría y la defensa intransigente que siempre hizo de la verdad, la justicia, la paz y el tipo de sociedad utópica que es necesario construir, donde sea posible la convivencia armónica del ideal de justicia y el desarrollo cultural, donde haya una interrelación biunívoca entre lo colectivo y lo personal.
De lo dicho no se debe colegir que todos sus pensamientos fueran correctos y que la vida errante que por múltiples circunstancias le tocó vivir, fuera la más adecuada para lograr una producción más voluminosa y de más largo aliento. Ahora bien, lo que nadie pone en duda es el nivel de coherencia que siempre mostró entre lo que pensaba, escribía y hacía tanto en su cotidianidad personal como en su praxis intelectual. Por tal razón, en este aspecto se puede concluir que si bien Pedro Henríquez Ureña no fue un filósofo puro, en el sentido gremial o académico del término, por cuanto no se dedicó total y exclusivamente a la reflexión y a la producción filosófica, sí se puede afirmar que fue un filósofo de la cultura, en el sentido más amplio de la expresión; es decir, un cultivador de la crítica filosófica y la cultura, un crítico literario, un filólogo, un lingüista, un historiador de la cultura, en suma, un humanista integral.
[1] Mateo, Andrés L. Pedro Henríquez Ureña: Errancia y Creación. Santo Domingo: Universidad APEC, 2015, pp. 11-12.
[2] Ibidem, p. 12.
[3] Tena Reyes, Jorge y Castro Burdiez, Tomás (Compiladores). Presencia de Pedro Henríquez Ureña -Escritos sobre el Maestro-. Santo Domingo: Editora Corripio, 2001, p. 287.
[4] Ibidem, pp. 51-56.
[5] Henríquez Ureña, Pedro. Obra Crítica. México: Fondo de Cultura Económica, 2001, p. VII.
[6] Avelino, Andrés. “Pedro Henríquez Ureña: Filósofo y Humanista”. Homenaje a Pedro Henríquez Ureña. Ciudad Trujillo: Universidad de Santo Domingo, Volumen 50, 1946, pp. 92-93.
[7] Jimenes-Grullón, Juan Isidro. Pedro Henríquez Ureña: Realidad y Mito y Otro Ensayo. Santo Domingo: Editorial Librería Dominicana 1969, p. 15.
[8] Inoa, Orlando. Pedro Henríquez Ureña en Santo Domingo. Santo Domingo: Comité Permanente de la Feria del Libro, 2002, pp. 81-82.
[9] Marx, Carlos y Engels, Federico. Obras Escogidas, Tomo 3. Moscú: Editorial Progreso, 1980, p. 6.
[10] Henríquez Ureña, Pedro. Obras Completas, 3: 1899-1910, Vol. II. (Miguel D. Mena, Compilador y Editor). Santo Domingo: Ministerio de Cultura de la República Dominicana, 2013, p. 321.
[11] Hesíodo. Teogonía. Madrid: Editorial Gredos, 1978, p. 76.
[12] Henríquez Ureña, Pedro. Obras Completas, 3: 1899-1910, Vol. II. (Miguel D. Mena, Compilador y Editor). Santo Domingo: Ministerio de Cultura de la República Dominicana, 2013, p. 321.
[13] Ibidem, pp. 321-322.
[14] Jaeger, Werner. Paideia: Los Ideales de la Cultura Griega. México: Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 665.
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