Ella y yo nos amamos. Ella no lo sabe. Yo nunca me he enterado. Inclusive bailamos desnudos en las profundidades del silencio inimaginable. Besándonos a pieles quitadas. En el orgasmo de la vida ella muere por mí. Yo por ella en la eyaculación paso a paso de la cotidianidad. Pero resulta que ambos nunca hemos existido.
Micro-Unión eterna: A Ibeth Guzmán… por la amistad.
Hay cosas que se arrastran y otras que son arrastradas: Hambriento por el ayuno salió a comer yerbas amarillas, como Moisés cuando Dios envió las siete plagas contra Egipto. El veneno de una de ellas lo envió junto al Creador. Cuando explicó las razones de su muerte, fue azotado y enviado nuevamente al reino de los mortales, no por pecador, sino por bruto.
Este microrrelato que se llama Yerba mala y que da título a ese libro del 2015 de la escritora Ibeth Guzmán es una muestra de ello, donde resalta el humor negro en su más alto colorido.
Ibeth Guzmán es una escritora que se aferra al contar de microhistorias con el poder colosal de divinidad literaria, desde ella se retuerce la existencialidad como el respirar silencioso del amor.
Guzmán ha vuelto al simbolismo, aunque no cuelguen de sus textos símiles y metáforas, claro está, porque este simbolismo lo ha arrastrado a un nuevo escenario donde ella se pasea a sus anchas en el relato breve y en el microrrelato.
En ella, contrario a su accionar societal donde es amable, afectiva y cariñosa, en sus relatos es mordaz, implacable, literariamente cruel hasta llegar al paroxismo escritural, busca enloquecidamente hacer estremecer al leyente. Pero en el fondo de su alma noble esta escritora lo que busca es hacer despertar al ser humano durmiente del embobamiento en que lo mantiene el sistema.
Al leer a Ibeth podemos no tan fácil vislumbrar cómo hace el llamado de atención, aquí en el siguiente micro titulado A los pies de mi esposa nos deja bien en claro lo que decimos:
Primero la blusa, siguió la falda, luego el sostén, los pantis. Era una mujer muy hermosa. Cuando se quitó los zapatos, él decidió divorciarse.
Desgarrador el concepto y la vanidad de la belleza superficial.[1]
Ibeth Guzmán les dice a los leyentes de una manera cruel y dura que busquen más adentro, que sean menos superficiales. Pero cómo lo dice, es lo importante y trascendente en ella, sobre manera, con ese romper de canon. En ella, como escritora hay un golpe de desquite ante el envilecimiento en que interactúan los humanos, mismos, que siempre van hundidos en la rapidez como la de sus microcuentos y atados a las idioteces del vivir en nulidades.
Ibeth Guzmán se aferra al simbolismo escritural para desde la intertextualidad atrapar la inocencia cautiva del lector, desde este cuarto género narrativo como es hoy llamado el microrrelato, ya sea desde el micro metaficcional, o el humorístico, el simbólico o el fantástico, en todas las aguas de este género nada con tranquilidad y a plenitud.
Ella, se presenta con una catarsis escritural voraz en suicidarse en aliento de sus leyentes, tal y como lo hace en este micro titulado Enamorados, Veamos:
No supo nunca que lo odiaba. Que su cuerpo y aliento eran un renacuajo fétido que la hundía en el pozo de un calvario raquítico, espeluznante. No, nunca lo supo. A pesar de los desplantes y los malos humores. A pesar de la infelicidad. Lo peor eran las mentiras, las personificaciones de mujer enamorada o de amante ardiente en las que se le consumían las ganas de vivir. Él la amaba. Tanto, que el día en que ella se suicidó, no aguantó la culpa y se lanzó a los brazos de la muerte. Ella vive ahora en el infierno de los suicidas. A gusto con todos sus demonios. Él es feliz también friéndose cada día, como en vida, en la hoguera de un amor no correspondido.[2]
Lo cierto es que la escritora no es para nada complaciente con lo que su otredad lectora, imaginemos que quisiera encontrar de entrada en sus textos lo que podrían ser dulzura y poesía, pero la filosofía por la que Ibeth Guzmán circunda su literatura es un tanto tocada de existencialismo.
Es muy de ella, enrostrar al leyente con su realidad cotidiana, le pone a estremecer sus sentimientos de angustia, le pellizca de manera literal para que se espabile ante el desacierto de la ingenuidad de la vida misma.
Esta autora dominicana de nueva factura en el quehacer literario ha incursionado en el Microrrelato, donde ha patentizado ya unos cuatro libros, siendo el primero Tierra de cocodrilos 2011, Yerba mala 2015, Tiempo de pecar 2017 y Permiso para contar, 2022. Es preciso aclarar y esto es un –punto muy personal, dado mis criterios sobre el micro- que no todos los textos presentados por nuestra autora son microrrelatos. Hay en ellos relatos breves o cuentos cortos y en medio de ellos florece el microrrelato como yerba mala, potencializando el hacer narrativo de la autora.
De la misma manera hay que apuntar que la evolución del Micro se ha dado y hoy aparecen escritores del género que logran incluir en esos brevísimos textos mordiscos de poesías que hacen más suave o si se quiere permiten una obra literaria más ligera y amena, sin que el Micro pierda la esencia que le dio vida y permanencia en el espacio y el tiempo. Por lo que es un género que apasiona y aun despierta muchas discusiones propuestas y apuestas, talvez por lo reciente aun del llamado cuarto género, por lo que al igual que el cuento largo que unos le asumen hacerlo de una manera (ya sea a lo europeo, a lo latino o a lo norteamericano), siempre será cuento independientemente de quien y como lo cuenten.
Pero volviendo a Ibeth Guzmán, en sus textos esta escritora busca hacer ruptura psicológica en los lectores, si bien no tiene una escasez poética, logra el don de una fuerza en el realismo existencial que rompe en estremecimientos sublimes el alma humana, lo que la convierte en una escritora única en este logro particular, con su tipo de literatura ella hurga en el dolor la contemplación de lo memorial que el ser humano se permite no olvidar.
Intentar arañar la angustia, es un intento de hacer sabio el vivir desde el impacto del Micro, es como hacerle tomar una cápsula de desamemate al leyente. Los escritos de Ibeth Guzmán son un pasaporte de advertencia a sus leyentes para que se miren en el espejo de sus microhistorias personales y la de la otredad.
Pero no hay en ella ni perversidad ni odio, al contrario, hay un alto sentido amoroso, una búsqueda por la sanidad psicológica y emocional de los humanos, cosa que logra arrastrándose escurridiza e intangible por los vericuetos de los cuartos oscuros del alma, por las hendijas inmanente que va dejando en el corazón el dolor de los desaciertos humanos.
Y estemos claro que, aunque Ibeth se cuece en la salsa escritural del relato breve y el microrrelato, para nada es un ser de acción y sentimientos breves, es una joven intensa, densa en su relación cotidiana con sus interactuantes, mujer de largo aliento vivencial (aunque por ahora, no literario) por el otro y el compartir, quizás de ahí su empeño por ser puente entre el otro y su realidad existencial, pero también estamos conscientes que para abordar la lectura de los textos de Ibeth Guzmán hay que tener una llave hermenéutica que logre abrir la puerta al sentido del texto envuelto en ese bien trabajado urticante humor negro y en ese metalenguaje del sarcasmo, del fino cinismo con que se asoma sigilosa e impertérrita al leyente.
En sus palabras, yo, que bien le conozco, diría:
Soy una enchinchadora que provoco el despertar del otro, de los otros desde la lectura.
Y es que eso hace Ibeth Guzmán, provocar la reflexión como un flechazo que atraviesa el silencio murmulloso del lector, a quien abrazara con su fina ironía, ese toque sutil y doloroso de picardía y su desafiante jocosidad que deja atada en las historias inmensas contadas en breves líneas de un microrrelato.
Esto lo podemos ver en el Micro Fieles, pág. 24 de su libro En Tiempo de pecar, veamos:
Ella le renovó sus votos con la noticia de un embarazo. Aunque se había sometido a una vasectomía varios años atrás, él está convencido de que los milagros existen”.
Nuestra autora se viste de barrendera literaria para sacar del alma y de los corazones de los leyentes, todo lo que les acogota y les hunde psicológica y espiritualmente. Sí, toda esa algarabía transeúnte de nostalgias en que ella se lanza hecha de desnuda carne al ácido de sentimientos podridos de nuestra existencia.
Esa espesa rabia en que hierven nuestras almas, nuestros corazones, nuestros sentimientos. Su deplorar busca desnudar la condición humana, en esto es insistente y pertinente sin caer en acciones tautológicas.
Por eso, la de Ibeth es una literatura que se circunda en otros registros, en otro canon, recuesta sus registros escriturales en otros instintos que no son celestiales, remueve la atmósfera golpeada del nihilismo.
A hurtadillas se burla de las pautas societales. Se burla de una sociedad neoliberal, ella impone su regla, se erige dictadora del Yo colectivo, se deshilacha de espíritu en el intento de despertar al lector en un único y solo manotazo, como realenga literaria olfatea los escondrijos, las falencias y debilidades de los humanos, incluso para caer en la desvergüenza humana del feminicidio, sobre el cual ella tira su semilla educativa a una sociedad podrida de espanto sobre el tema, lo hace en el relato La Alfombra, en la pág. 30-31 de Tierra de Cocodrilo, veamos el último párrafo en cuestión:
Envolvió su paquete con la alfombra nueva. Lo montó en el baúl y se marchó a un depósito de basura que había a unos kilómetros de distancia. Desmontó su paquete. La alfombra se rompió y los empleados de un camión de basura que iba llegando vieron todo. El hombre, culpado de haber apuñaleado a su esposa, pasó el resto de sus días en la cárcel. Todo por haber comprado una alfombra podrida.
Allí, desde aquella literatura a veces de descodificación difícil o engañosa para entenderle en una primera lectura ella lanza su semilla germinada de esperanza a tratar de devastar el nuevo terreno infértil del ser humano. Ibeth Guzmán se hace murmurona del sufrimiento de la otredad, busca en cada cuento, en cada Micro, en cada infrahistoria desvela todo ese ocultamiento que los demás humanos no pueden ver y que ella, desde la literatura, lo advierte como una lucidez extraordinaria y zagas. En Ibeth Guzmán, un microcuento es una extendida historia con nombre y apellido.
El humano, su entorno citadino es un océano para pescar debilidades y falencias, los libros de Ibeth son un frasco de pastillas educativa. La educación subyace, en cada una de sus frases, deja esfuerzos en cada una de sus líneas para intentar cambiar sus leyentes, es lo mismo que querer transformar el mundo. En cada uno de sus tramos escriturales de manera alegórica está implícito ese poder de la educación.
Para intentar transformar al ser humano, que sería lo mismo que intentar transformar a la sociedad y por ende que la sociedad transforme el mundo haciéndolo vivible. En Ibeth Guzmán, hay un universo de educación, de despacio, de búsqueda de cambio por una existencialidad más oxigenada.
Tal cual lo muestra en el microrrelato ¿Quién matará el mundo? Pág. 42 de Tierra de cocodrilos. Veamos:
Las papas fritas son la lepra de la modernidad. Puede afirmarse que casi un noventa por ciento de la población mundial disfruta de su textura y sabor. Investigadores las han considerado responsables de haber engordado países enteros en menos de diez años. Salvo África y Haití, todos los países del mundo están en alerta roja. La esperanza del mundo está puesta en el hambre y en las lenguas en vías de desaparición.
En la literatura de Ibeth, cada frase, cada palabra cuenta como un mordisco, como una mordida para desmantelar la vivencial estupidez humana. Esta escritora es la cazadora de los monstruos que viven dentro de los lectores. Ella bien parece conocer la trampa de los sinsentidos de este mundo arropado de esa pseudo-psicología social del consumismo y de la deshumanización. Ibeth se planta entera y grandemente humana a hacer despojo para el desalojo de nuestras agonías interiores, de nuestras debilidades, de nuestras impurezas de ser social y psicológica.
Sigilosamente, Ibeth, apuesta a una sociedad distinta, y por ende, a un ser humano diferente. Desde su literatura es luz que busca quedarse parpadeando en el insomnio hasta despertar de la pesadilla a cada uno de sus leyentes. Aunque se ha negado el Psicoanálisis aplicado a la literatura, es bueno caer en algunas disquisiciones psicoanalistas en el caso de la autora Ibeth Guzmán.
Esto que no pasaría de ser más que otro registro, otras voces en torno a su descollar escritural. Esta se supera en todos los órdenes, como mujer, como intelectual e irrumpe con fuerza en el quehacer literario mostrando una nueva factura del decir, un nuevo sello, es decir: dejo de ser reflejo de ella misma en el otro.
Por eso, rebasa el quedarse sentada en la esencia de la teoría de los espejos de Jacques Lacan, al parecer, la estudia y le da aplicación literaria. Veamos lo que esta teoría postula: cuando nos relacionamos con personas con defectos similares, estos nos molestan porque actúan como un espejo, es decir, es verte en el otro y no despertar, te asume tal cual y es entones cuando Ibeth Guzmán nos manda la alerta, el manotazo, el arañazo en medio de las entrañas para hacernos saltar ante el desmoronamiento espiritual que se le viene encima al humano de estos días. Por lo que, fuego de arena salobre es su pluma en búsqueda de impactar, cuestionamientos, charcos de gula literaria.
Los microrrelatos de Ibeth Guzmán, dan pie a lo que es nuestra definición de este novedoso cuarto género (el microrrelato), el cual nosotros definimos como un relato cáustico ya que este es un relato en cuya trama tiene que ser desgarradora en el instante mismo del pensar, en este, el leyente da un sentido muy personal a lo leído y lo dimensiona en un accionar ficcional en el que se busca que el lector asuma una ruptura con la existencialidad desde un narrar de palimpsestismo psicológico; buscando conectar a priori de manera intertextual con el saber de la oralidad del lector.
[1] Libro digital Iberoamérica Lee, Microficciones OEI, Pág. 92. 2022
[2] Sección Literatura, Periódico D. Libre, enero 2020
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