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Están aquí, allí, saltándote, disponiendo de ti, halándote dentro de sus sistemas solares de siestas, excursiones, por techos, esquinas, pasadizos, ámbitos para el puro miedo.

Pienso en los ojos de los primeros gatos en la Colonia de Santo Domingo. ¿Cuándo habrá sido? ¿Cómo diluirse en ese paisaje húmedo, al albur de pedazos de madera siempre prendidos, porque el pan, porque la comida?

Si bien habían venido ya en el refranero y en el imaginario más amplio de la lengua, me los figuro ronroneando en aquellos dominios tan diversos y ellos ya por todas partes, 400 años antes de Cristo.

Símbolo, signo, metáfora, metonimia, el gato es como el sazón soluble en todas las comidas.

Pero antes de seguir especulando y abusando del tiempo del muy dilecto lector o lectora, me propongo ahora un recorrido por la figura del gato en la literatura dominicana.

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A Don Manuel de Jesús Galván la clasicidad no le daba para integrar animales domésticos en su monumental novela “Enriquillo”. En un mundo lleno de caballeros, damas, peones e indígenas, el Santo Domingo propuesto brillaba por su asepsia, ese punto donde todas las paredes eran blancas mientras la mayoría de las conciencias tenían las mentes negras.

El gato de Galván es figurativo: es el “encerrado”, el de la duda, lo posible, el engaño, la oscuridad.

ENRIQUILLO

Manuel de Jesús Galván

—Sin duda, señor Don Diego, que aquí hay gato encerrado, pero no es lo que vuesa merced se figura. Es positivamente su prometida novia la que le convida a esa cita, y su objeto se reduce a haceros desistir del matrimonio.

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Al igual que su coetáneo el Dr. Galván, el poeta popular Juan Antonio Alix también apeló al mismo símil: esta vez, al “gato entre macuto”.

LAS JUNTAS DEL FOMENTO

Juan Antonio Alix

Sabido es, que el habitante

Del campo, que trae su fruto,

Como gato entre macuto

Se lo endosa al comerciante;

Y al momento el negociante,

Ya sea por ambición

O por la mala intención

De trancar a un tercero,

Se lo compra al cosechero,

Sea cual sea su condición.

4

Hubo una mínima generación de autores con verdades como pirámides pero que no pudieron continuar con su dinámica crítica, reveladora, asombrosa. El trujillato acabó tragándoselos. Pienso en Ricardo Pérez Alfonseca, Tomás Hernández Franco y Enrique Aguiar.

Este último publicó en Bogotá (1938) su obra más importante: su novela “Eusebio Sapote”. Ambientada en la última década del siglo XIX y adentrándose en el primer cuarto del siglo XX, Aguiar recrea la figura de Eusebio Sapote, un delincuente de las islas holandesas que será buscado una y una vez en extradición, pero que una y mil veces logra escapar de las autoridades de su país por la red de delincuentes particulares que logra articular en Santo Domingo. Estamos ante una de las grandes novelas, comparable a “La Sangre” de Tulio Manuel Cestero y “La pandilla”, de Haim López-Penha.

Dentro de los mapas que Aguiar nos aporta, y dentro de las prácticas que el mismo se daban, tenemos la del trueque de animales, tocándole al gato una suerte muy particular. Veamos:

EUSEBIO SAPOTE

Enrique Aguiar

Los días de negocio para el comercio de la capital eran los sábados; en tal día, los campesinos de Engombe, el Hatillo, Haina, San Cristóbal, Manoguayabo y los Alcarrizos, venían a vender sus frutos, a cambalachar gallinas por gatos y abastecerse de todo lo necesario.

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Una ciudad en esencia implica igualmente una materialidad, una visualización, un aquí y ahora. Si algo define a nuestras ciudades es el barrio, esa entidad cartografiable, vivencial, ese territorio que en el caso dominicano sólo comenzamos a visualizar gracias a Haim López-Penha (1878-1968). Estamos ante uno de nuestros más curiosos y olvidados autores. Recién y gracias a Marcio Veloz Maggiolo en su compilación “Santo Domingo en la novela dominicana” (2002) comenzamos a leerlo en su obra fundamental, “La pandilla”.

Pensada dentro de esa dinámica de nostalgia y trashumancia, “La pandilla” (1936), es una de las novelas que mejor trazan el Santo Domingo íntimo que va desde los tiempos de Ulises Heureaux hasta el primer decenio del siglo XX.

Haim López-Penha nos describe las luchas y aventuras de “migueletes” y los de Santa Bárbara, sus hazañas y sus giras fabulosas hasta la Playa de Güibia, trazándonos deliciosos pasajes sobre la bucólica vida de aquellos niños-jóvenes que salían de una cotidianidad colonial para enfrentarse luego con el puro capitalismo

En “La pandilla” los gatos ya existen con vida propia: pasean, son parte de los sonidos urbanos, con sus peleas, amores y desamores.

LA PANDILLA

Haim López-Penha

Mala ventura la del gato que osara pasearse por la cornisa de una casa del vecindario, o cruzara la calle aunque se metiese con la celeridad del relámpago por un caño de desagüe. Las bombas de las velas de bengala tenían una irresistible predilección por chamuscarle la piel. El fuego que solía hacer la Pandilla desde la acera de mi casa convertíase a veces en tan fragoso que las fachadas de los edificios fronteros parecían fantasmas que desde la sombría cueva de la noche, asomaran sus rostros a cada instante, y que lucieran rojos por la ira y verdes por el miedo y la envidia. Asunto de invocación y de magia, atisbos de secretos que le robara algún químico de occidente a un fakir de Bengala.

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A Manuel Florentino Cestero no le tocó la fama de su primo y cuasi alter ego Tulio Manuel Cestero. Temprano abogado litigante, sus primeros años profesionales los desarrolló entre los estrados, algunas preocupaciones pedagógicas-infantiles, y un mundo, el puertoplateño, donde se sentía transterrado, hasta que logró irse para Nueva York y ser allí “ciudadano del mundo”.

La obra de Cestero estuvo dispersa hasta que las esmeradas manos editoriales de Andrés Blanco le dieron consistencia. Alma cosmopolita, preocupado siempre por trascender el al parecer conditio sine qua non insular, la de estar luchando y padeciendo, Cestero se orientó en su narrativa por la crudeza de las calles y naturalmente, por la cuestión moral. ¡Difícil desentenderse de su buena educación hostosiana y no identificarse con otro-mejorable!
Con Cestero el gato insular se domestica, es parte intrínseca de la familia, es uno más.

LA CONSENTIDA

Manuel F. Cestero

—Yo me encargaré de eso —respondió doña María. Mercedes tenía razón. Juanita se descuida un poco. Ya no trabaja con la ligereza de días atrás. Pero a pesar de todo, lava, plancha, cocina, remienda, hace las camas, limpia las habitaciones, da de comer a una cotorra, un gato y un perrito lanudo, el encanto de Josefa. ¡Saben tanto estos animalitos!

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Si bien todavía se discute el primer autor versolibrista y hasta los inicios de las vanguardias, el trono de Otilio Vigil Díaz bien que está asegurado. Su tiempo parisino no fue en vano: vino estrellado, arropado por los clarines danunzzianos y envuelto en esa aureola de los vuelos en los inicios de la aviación. Aunque no fue un amante muy explícito de los gatos, al menos señaló un género particular dentro de ellos: los barcinos.

SARAMAGULLÓN

Otilio Vigil Díaz

-Ese sí es un hombrecito tupio, yo lo conozco, es más sinvergüenza y adulón que un perro sato, más ladrón, que un gato barcino.

8

Prolífico novelista, periodista desmedido, olvidado parcialmente por haber sido uno de los trujillistas más convencidos, en algún momento le haremos justicias a la pluma de Rafael Damirón. Su conferencia “De nuestro sur remoto” marcó un hito en su tiempo, por llamar la atención a esa parte olvidada de nuestra media isla, resaltando sus valores, y volviendo los ojos a su universo de polvo y olvido. Poético, este refrán vale que lo integremos en esta pasarela gatuna.

DE NUESTRO SUR REMOTO

Rafael Damirón

—Pedrá que está pa’un perro, no hay gato que se la quite.

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Las pasiones gatunas tocaron a Tomás Hernández Franco por el lado de los ronroneos, los maullidos, ese lenguaje casi siempre de lamento, angustia o sugerencia casi de algo fatal bien próximo.

YELIDÁ

Tomás Hernández Franco

Un después

Y así vino al mundo Yelidá en un vagido de gato tierno

mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros de Suquí

alegre de todos sus dientes y de su forma rota

por el regalo del marido rubio

y Yelidá estaba inerme entre los trapos

con su torpeza jugosa de raíz y de sueño

10

Los gatos asoman “como Pedro por su casa” en la obra de Juan Bosch. Un ritornelo: le preocupa su tamaño, porque por lo general son grandes. Además: se pueden transformar. A veces hasta pueden ser indistinguibles de los pumas, como acontece en “El oro y la paz”.

LA MAÑOSA

Juan Bosch

De noche, cuando no me aturdía la fiebre, se sentaba él en la orilla de mi catre y me contaba sus historias, sin yerme, con la voz floja.

-Aquel condenado gato empezó a crecer, compadre Juan. Mi compadre no era un hombre blandito, pero ¡concho!, cualquiera no le cogía gusto al gato…

***

Al otro día le fue el compadre con el cuento a Momón: el blanco tenía una botija. La había enterrado en un botado, al tronco de una mata de cajuil, poco antes de llegar a la sabana de Cañabón. Allá se fueron ellos, esperanzados y alborotados; pero desde que dejaron el Jima atrás, se les pegó aquel gato negro, que maullaba, les miraba y esponjaba el rabo. El compadre tiraba el ojo y se impresionaba con aquel animal tan pertinaz. Con mucho disimulo esperó a Momón, que iba detrás, y le dijo al oído:

—Pa mí que ese gato es Abenuncio.

***

EL ORO Y LA PAZ

Juan Bosch

Una tarde Pedro Yasic vio un puma sobre un tronco caído. El árbol se cruzaba en el camino de Yasic y el puma clavó en Pedro una mirada amarilla, fija, de hielo. Parecía listo a saltar sobre él. Pero Yasic no se asustó. “Estos gatos grandes no atacan a la gente”, se dijo. Y de pronto abrió los brazos, dio dos saltos golpeando con fuerza el suelo y profirió un grito espantoso. El animal, sorprendido, huyó en el acto, y Pedro siguió su camino sin recordar más el incidente.

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La obra narrativa de Marrero Aristy fue fugaz, pero muy consistente. El periodismo, la política, la clase obrera, Trujillo, todo le robó el tiempo que bien pudo seguir desempleando en ese su genio narrativo. Los gatos de Marrero conviven con el campesino del Este, dentro de esos paisajes timbrados por las chimeneas y esas nubes como que no se mueven.

OVER

Ramón Marrero Aristy

¡Te comprendo, colorado teutón! Puedo disponer de medio domingo —ustedes lo dicen a viva voz—, pero antes he de lavar pisos, limpiar botellas, sacudir telas, matar ratas y cucarachas, volverme escoba, estropajo, gato y perro a la vez, ¡todo!, menos una persona decente.

***

Lo dijo fingiendo una cordialidad que no le cuadraba, y parecía un gato jugando con un ratón. Desde ese momento sentí que algo me amenazaba…

***

—¡Dió quiera que ya usté no ande cojo! Déjese de cuento e camino. Eso blanco son como gato barsino. Ello le dicen que venda completo pa que usté crea que le despachan completo, pero ¡qué va! aquí completo na má tá usté.

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Uno de los autores más discretos de nuestras letras fue Ángel Rafael Lamarche(1899-1962), de quien sólo conocemos una foto. Dentro de sus haberes lo tenemos por algunos años en la gran urbe norteamericana, donde escribe su gran obra, “Los cuentos que New York no sabe”, por cierto, publicada en México. Estamos ante la primera narrativa esencialmente metropolitana, gris, donde nuestras letras se enfrentan directamente a los grandes focos del cine y la modernidad del siglo XX. A diferencia de la mayoría de los gatos literarios locales, el de Lamarche se va por los predios de los pies, la familiaridad, con esa confianza que da el saber que se están en inmensos señoríos de alcoba.

PERO ESA NOCHEBUENA

Ángel Rafael Lamarche

Sus ojos recorrieron los escaparates, las botellas, el mostrador, los dependientes, casi con espanto. De pronto, miró en la dirección del hombre y las pupilas semejaron crecérsele fascinadas. Un gato gris se había escurrido en la droguería y saltó al mostrador casualmente delante del lugar que ocupaba el extranjero. El dependiente que estaba velando por el brillo de los tubos niquelados de las fuentes de soda, precipitándose con el paño que utilizaba en su tarea lo hizo descender, y se volvió al hombre sonriéndole como en una excusa por la audacia del animal. Pero el hombre partió el pastel de crema y tomando un pedazo se inclinó mostrándoselo al gato, que encogido en el piso lo observaba con prudente desconfianza. Indudablemente, un ofrecimiento como éste, sobraba para convencerlo de que su seguridad no corría peligro, porque subió nuevamente al mostrador y se puso a comer su pedazo de pastel con un vaivén de cola desuñado exclusivamente para una satisfacción absoluta. El impulso del dependiente fue repetir su acción, pero no llegó a levantar por entero la mano, desconcertado por la mirada del hombre que lo vigilaba con tranquila firmeza.

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Freddy Gatón Arce (1920-1994)fue uno de los pesos pesados pero igualmente discretos de las letras de vanguardia del país dominicano. Miembro de la primera obra de “La Poesía Sorprendida” (1943-1947), con “Vlía” nos incorporamos a la gran biblioteca surrealista latinoamericana. El gato de Don Freddy estará al fondo.

V LÍA

Freddy Gatón Arce

Las cintas grises de la ciudad interior crúzanse desiertas. A trechos

regulares espigados señores negros asoman su cabeza de ojo macilento. Y

el gato negro acecha…

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Educada en el París de la última Belle Epoque, en los años Veinte, Hilma Contreras supo moverse desde temprano pero con bastante sigilo en los espacios de la narrativa. Uno de los datos curiosos en su vida -y que la vinculan con el gran trío de las narradoras locales -junto a Melba Marrero de Munné y Aída Cartagena Portalatín, fue el conjunto de sus experiencias europeas, sus orígenes cibaeños, y el estar poco identificadas con el devenir capitalino local. Los gatos de Hilma no parecen locales, sin embargo. Pero parezcan o no parezca, ¡aparecen!, que es lo importante.

LA DE SAN QUINTÍN

Hilma Contreras

Desde  días  atrás gatos merodeadores, hambrientos, escuálidos, se vengaban de su orfandad en los cálidos corpecitos algodonosos de la cría conejuna. El callado coraje de los padres, si defendía fieramente a la prole débil y temblorosa, no favorecía menos a los atacantes. Estos consumaban el crimen en el cómplice silencio mientras nosotros, ajenos al drama, nos embrutecíamos dentro de la incubadora del sueño.

***

LA ESPERA

Hilma Contreras

Masculló unas cuantas groserías más antes de escurrirse malhumorada fuera de la habitación. Casi al mismo tiempo la vecina apagó la luz y fue de nuevo el silencio. Pasaron unos minutos. Un gato maulló cerca, repercutiendo su reclamo en la inmovilidad de Josefina. Entonces se dio cuenta de que los latidos del corazón martillaban todo su cuerpo. Se viró boca abajo. Como le resultó insoportable el contacto tibio de la cama, decidió levantarse. Después de correr el pestillo de la puerta que daba a la habitación contigua, se dirigió temblorosa al cuarto de baño. Abrió la ducha en la oscuridad. El agua fría le arrancó un gemido, pero a medida que le penetraba en la sangre le fue calmando poco a poco el temblor. Chorreante, se acercó al botiquín y encendió la luz.

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Desde hace buen tiempo que estamos recuperando la obra de un gran, grande autor, ante el que la mezquindad local todavía intenta encerrar no sabemos en cuál cubículo. J. M. Sanz Lajara (1917-1963) siempre estuvo en cierta vanguardia. ¡Pero si ya a los 13 años publicó la primea obra de literatura juvenil en nuestras letras! En su cuento “Curiosidad”, que forma parte de su colección de “El candado” (1959), el gato es como un vigilante, como la última raya de la noche y todo lo que proponen esa escasez de luz.

CURIOSIDAD

  1. M. Sanz Lajara

En el tejado oscuro el gato se movió con lentitud y miró hacia la ventana donde estaba el hombre fumando el cigarrillo. La ciudad seguía iluminada, llena de ruidos que comenzaban a morirse en la noche calurosa de verano. Un humo pardo y vacío llegaba por el cielo y se desdoblaba sobre los álamos y en los estanques del bosque. El gato se acurrucó en el alero y bostezó. El hombre de la ventana tiró a la calle su cigarrillo y apuró un trago largo de whiskey.

Un taxi se detuvo en la esquina y de él descendió una mujer. Era una mujer apresurada y una mujer nerviosa y tenía, además, la ecuación del miedo en los ojos azules. Si aquella mujer no hubiera sido la amiga del hombre de la ventana, su figura se hubiese quedado tranquilamente en la calle o su taconeo, que ya avanzaba hacia el zaguán, hubiera seguido en la sombra, hasta perderse a la vuelta de la esquina.

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Y ya a partir de aquí suelto a los gatos en otras letras. Se me quedan muchos gatos de mi casa y de otras por donde ha pasado, algunos magistralmente tocados por Claudio Mena, ¡pero que no tengo a mano!, tremenda deuda esa. Pero como siempre digo, mientras el hacha va y viene, que espero nunca se toquen con estos gatos…

VIÑETA

Juan Sánchez Lamouth

A Silvano Lora

Un pájaro volando y un corazón de lirio.

¡Ah, qué bueno es jugar con un poema!…

El viento sin fragancia

se enredó entre los niños,

un piano, un hombre triste,

un clavel frío.

Una muñeca verde.

Un río en miniatura

con barcos de papeles

Otro clavel sin frío.

Un gato negro.

¡Oh! viñeta de tormento

con campanas maduras secándose en el viento.

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EL GATO

Armando Almánzar Rodríguez

Dos puntos fosforescentes acechaban desde la parte superior del techo; ante ellos, la superficie de éste se extendía a la débil luz de las estrellas, cubierta de hojas y papeles aplastados y podridos por las lluvias y el tiempo. El animal descansaba muellemente, sin apenas moverse; sus ojos no se apartaban del rincón opuesto del techo, aquel donde estaban apilados varios viejos y carcomidos maderos. De improviso, los músculos del gato se pusieron en tensión, se convirtieron en firmes resortes, prestos al salto; sus ojos se clavaron con mayor insistencia en un hueco formado por dos maderos… La cabeza del ratón se asomaba por allí, moviéndose ligeramente de un lado a otro, como esperando lo que pudiera suceder. La paciencia del gato iba dando sus frutos, al fin salía el escurridizo animal, se decidía a abandonar el seguro refugio de su cueva en busca de alimento; allí estaba, ya salía…

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EL MUNDO SIGUE CELINA

René del Risco Bermúdez

porque el oficio es no estar quieta un instante ni dejar que este sueño venga bajando, venga bajando y lo dañe todo porque ellos quieren la cosa como les gusta mucha bulla la cama dando contra la pared sin saber que uno lo que quiere es morirse que se mueran ellos tomarse dos aspirinas que se acabe este dolor este mareo el cuarto dando vueltas condenada vida sucia noche con un gato corriendo por el techo y la luz del cielo, más blanca cada vez, entrando por la rendija "El Nacional" en la calle con una voz de niño de muchachito que vende periódicos y el panty se cayó en la oscuridad y ahora lo veo empapado dentro de la ponchera con los nervios de punta.

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EL CINCO GEOMÉTRICO

Efraím Castillo

¿El gato? ¡No, él no es gato! ¡No, el de las barbas no es gato! ¡El gato es el otro, el que viaja siempre en jet! ¡Algunas veces usa helicópteros y lleva una gata sobre sus piernas para llamar la atención! (Sonríe nerviosamente) ¡Es hermosa, la gata! ¿Eh?… (Fuerte) ¡Pero usted tiene que buscar a alguien! ¡Todavía no es el fin!… ¡No, todavía no es el fin!… ¿Cómo dijo que se llamaba? ¿Sortosón? Pero, ¿es terrestre ese nombre? ¿Cómo? ¿Metafísico? (Aparte) ¡Coño, un maldito nombre metafísico! (Al teléfono) ¡No lo comprendo! ¡No lo diga! ¿La nariz? ¿Cuál  nariz? ¿Que la  nariz  no quiso aceptar? ¡Hay muchas narices más, recoño! ¿Cómo? ¿Ha dicho usted el cinco geométrico? ¡Pero ellos no podrán! ¡Los tiempos han cambiado!… ¿Qué? ¿Que volveremos a las primeras décadas? ¡Pero es imposible! ¿Y la historia? ¿Que haremos con la jodida historia? (Hace un gesto como si le hubieran cortado la comunicación) ¡Oiga… oiga…! ¡Escuche…. escuche!…

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GATO ENCERRADO

René Rodríguez Soriano

Todos en la casa éramos locos con ella. Manuela, los niños y muchos de nuestros parientes más cercanos no comían cuentos con doña Tatica. Son exactamente las tres de la tarde, no, quizás las tres en punto no, poquito más, poquito menos. Pero, cosas de la vida, hay momentos en que uno tiene que asumir decisiones cruciales sin tomar en cuenta lazos profundos o sentimentalismos de cualquier clase: había que deshacerse de ella y ya. Hora en que toda la ciudad pasa por el cotidiano bochorno. No recuerdo si era una tarde de febrero o marzo, era una tarde ciega de esas que uno va por la calle tropezándose con los tapones y las maldiciones de los conductores y los agentes de tránsito con su prepotencia y sus grasientas barrigas. Una parte de la ciudad sufre una parálisis total, crucial. Doña Tatica se queda mirándome, al menos eso podría pensar cualquiera que no la conociera ni supiera nada sobre los últimos años de la historia política de este país. Pero no me ve. Estoy seguro de que no me veía como tampoco podía hacerlo el viejo caudillo que, también a esa misma hora, se dejaba guiar por sus lazarillos y adulones por el mismo Mirador por el que Alberto y yo, hacían apenas unos cinco minutos, acabábamos de dejar abandonada a su suerte a la pobre doña Tatica, porque ya los niños no querían seguir jugando con una gata vieja y ciega.

21

LA ORACIÓN DEL GATO

G.C. Manuel

El gato se deshace

en el aliento vaporoso de la taza de té.

Medio día hirviendo

más allá de la descerebrada madeja

que se recita en mitad de la semana.

Puéblase a esta hora el sinsabor del sinsonte,

desprevenida la ciudad de los estragos

de un funesto meteoro.

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DISPUESTO EL GATO EN SU TERSURA EGIPCIA

Miguel D. Mena

su piel a las inundaciones

el iris flotando en la chispa solar

una cinta que inaugura en su ruptura

el ocultamiento de medio rostro

entre las patas delanteras

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LA CASA MAMEY

Juan Dicent

Hace tres años el gobierno asignó ruta de guagua a La Nuñez. Los kamitaxis que descansaban allí fueron desalojados y reubicados en Las Palmas. Desde las seis de la mañana toman de punta a punta los quinientos metros.

La primera semana atropellaron tres perros, un gato y dos Panchitas. La tercera semana se instaló una fritura con cervezas bien frías. Ahí tragan sus fundas de grasa y vasos de plástico y las aceras son zafacones. La cuarta semana trasladamos el dominó, a pesar de la cara de su mujer, al apartamento de Martín. Chocaron el carro de Adrián por segunda vez.

Miguel D. Mena

Urbanista

Editor, docente universitario y urbanista

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